viernes, 27 de septiembre de 2019

EL TIEMPO DE OTRO TIEMPO (32)

[El Ampay]

            Cuando estábamos a punto de acabar la primaria, nuestro profesor nos llevó de excursiones a la laguna grande del Ampay. Como buenos "puric-allccos" (perros callejeros) que éramos, subimos sin mayor cansancio la hermosa montaña. Lo que resultaba increíble de aquel ascenso era que como si estuviéramos viendo plácidamente una bella película, a cada cincuenta o cien metros nos encontrábamos con un paisaje muy diferente al anterior y siempre más bonito, y era porque estábamos caminando entre altos y hermosos árboles de intimpas y por un caminito apretado por helechos, musgos y un sinnúmero de yerbas y arbustos que estaba dibujado sobre el filo de una cuchilla.

Si en algún momento parábamos era para que el profesor superara su cansancio y cuando el descanso se estaba prolongando más allá de nuestra cuenta, lo animábamos diciendo: “¡Vamos profe!”. De repente como a las cuatro horas de aquella caminata llegamos a una planicie que después supe que se llama "Turrumpampa", de allí vi como una mágica aparición, por primera vez el mismísimo nevado del Ampay. ¡Ahí estaba! Blanco, puro y majestuoso, montado sobre una rocosa montaña, que mantenía como en suspenso una gigantesca lengua de nieve que parecía que quería caerse o estirarse más y más abajo. Toda esa espectacular maravilla estaba rodeada  por un infinito cielo azul. Aun cuando estaba paralizado por una muy especial emoción, sentía que debajo de la piel me recorría una corriente eléctrica y los ojos se me llenaban de agua de pura alegría.

Bajé la mirada y vi un inmenso cono que parecía la boca de un antiguo volcán, hasta que alguien dijo que dentro de él estaba la laguna grande, entonces me dieron ganas de correr a su encuentro como si se me pudiera escapar. “¡Todos en fila de a uno!”, ordenó el profesor agregando que nadie debía adelantar a nadie, ni mucho menos retrasarse. “¡Todos juntos hemos partido, todos juntos vamos a llegar y todos juntos vamos a volver!”.  Entonces todos caminamos llenos de contento hasta la base de aquel boquete  y luego a pesar que nos faltaba el aire porque estábamos a un pelín de los 4,000 msnm, sin embargo como si nada subimos aquella escarpada formación, hasta que por fin llegamos a una grande e  increíble laguna rodeada de queuñas con aguas a veces  azules, otras verdes y otras turquesas, según el lugar desde donde la veíamos.

“¡Que nadie se mueva de este lugar!”, ordenó el profesor y agregó: “¡Después que descansen, vamos a almorzar!”, y así lo hicimos hasta terminar nuestro "ccoccau" (refrigerio). Después de un momento que nos dejó jugar o simplemente repantigarnos para mirar el cielo que nos parecía más cerca que nunca, siempre mirando su reloj, nos dijo: “¡Vamos a dar una vuelta completa a la laguna, con calma y sin correr para tratar de ganarle a nadie, porque si todo sale bien, todos habremos ganado y pronto podremos volver!”. La vuelta alrededor de aquel enorme estanque, fue toda una aventura pues nos dimos cuenta que estaba rodeada de unas enormes piedras a las cuales parecía  que les hubiera caído una lluvia de pequeñas candelas, pues tenían un montón de pequeños agujeros de donde se levantaban como cuchillos unas puntas filosas.

Alguien dijo: "En estas piedras los incas entrenaban sus mágicas pociones para derretir las rocas y luego moldearlas a su gusto", pero alguien más conocedor del campo le replicó: "Aquí cagan los ccakacllos y eso derrite la piedra". Yo le pregunté que eran los "ccakacllos" y me respondió "los pitos", pues sonso", y me quedé más ignorante todavía. Ya después en casa me explicaron que son los hermosos, grandes y gordos pájaros carpinteros andinos que tienen un pico muy largo y filudo, y un color gris acero con plumas rojas a la altura de la nuca. Ya de adulto los avisté cientos de veces en las numerosas punas que recorrí, siempre parados sobre una piedra.

Después de ese minucioso y charlatán paseo, el profesor pasó una vez más la lista porque íbamos a iniciar el camino de retorno. A medida que iba bajando volvía una y otra vez los ojos para ver nuevamente el maravilloso nevado, porque sentía que si no lo miraba todo podía convertirse en una simple ilusión. Cuando por fin se perdió de mi vista pude atender otros paisajes y entre ellos vi decenas de montañas azules que como las olas de un mar interminable se sucedían una detrás de otras y que detrás de la última montaña había otras y otras más hasta el infinito. Cuando le señalé al profesor lo que estaba viendo, me dijo: “Es la inmensa cordillera de los andes que empieza en la Patagonia argentina y termina en el istmo de Panamá”. Después volví mis ojos a esa inmensidad que me decía que el mundo era demasiado grande como para acabarse nunca, y que si se acabara, continuaría en las estrellas.

Siempre bajando nos internamos en un camino que cruzando lo más espeso del bosque nos llevaría a la laguna chica y al cabo de una hora estábamos cara a cara frente a la Intimpa más grande, más ancha y más antigua de todo ese reino forestal, era la “Cápac Intimpa”, que necesitó de más de diez excursionistas agarrados de la mano para rodear su grueso tallo. Después llegamos a la pampa que está encima de la laguna chica, y a menos de un kilómetro más abajo alcanzamos el pequeño estanque donde a muchos nos dio ganas de bañarnos, deseo al que nuestro profesor respondió: “¡Ni en sueños!”. Allí nos sentamos para ver como sus aguas reflejaban los árboles que la rodeaban, verde claro por donde todavía alumbraba el sol y verde oscuro dónde ya había llegado la sombra. A pesar de que ya la había conocido, me pareció también fabulosa, porque formaba parte de un todo: El nevado, la laguna grande, el bosque y la laguna chica. "¡Solo me falta llegar al nevado", pensé aquella vez. Después subí hasta el glaciar hasta en tres oportunidades y antes de morirme llegaré una vez más para despedirme de mi amado "Apu".

Noté en la cara del profesor un aire de alivio y satisfacción, porque como a las cinco y media de la tarde, todos habíamos llegado sin novedad hasta el local de la escuela, así que: “Calabaza, calabaza, cada uno a su casa”, pero antes me despedí del profesor dándole la mano en señal de gratitud por haberme llevado al paraíso. En mi casa narré aquella aventura hasta quedarme dormido como a eso de las siete.

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Gracias a la visión que me ofreció esa primera visita que jamás pude olvidar, es que al frente de la Asociación Cultural Apurímac, luego de cuatro años de ininterrumpida gestión, logré que mediante Decreto Supremo Nº 042-87-AG, del 23 de julio de 1987, que un área de 3,635.50 hectáreas, situada al norte de la ciudad de Abancay, que comprende el Nevado del Ampay y el bosque natural de sus estribaciones, fuera oficializada como Unidad de Conservación dentro de la categoría de “Santuario Nacional” e integrada al Sistema Nacional de Áreas Naturales Protegidas por el Estado (SINANPE) entidad pública que contribuye al desarrollo sostenible del Perú, a través de la conservación de las muestras representativas de la diversidad biológica.

            Han pasado 32 años y de eso nos felicitamos, porque durante todo este tiempo el Santuario Nacional de Ampay ha cumplido con su objetivo legal, cual es conservar con carácter intangible el bosque natural de "Intimpas" (Podocarpus glomeratus), conífera sudamericana única en su género y en proceso de extinción, además de otras especies de flora y fauna silvestre endémicas. También ha cumplido con proteger los recursos suelo y agua dentro de la cuenca hidrográfica del río Pachachaca, garantizando la estabilidad de las tierras y el normal aprovisionamiento de agua para los asentamientos humanos de las ciudades de Abancay y Tamburco y el desarrollo agrario de las tierras de cultivo de los sectores de Illanya, Pachachaca, Patibamba, Tamburco, Huayllabamba, Umaccata, Kerapata, Sahuanay, Maucacalle, San Antonio, Ccorhuani, Antabamba Baja, etc.

            De otra parte, la protección y conservación de los bosques del Santuario Nacional, ha permitido proteger a nuestra ciudad de los gigantescos deslizamientos de tierras que podrían haberse producido en estos últimos tiempos, si la zona boscosa, siendo lo que era, tierras de propiedad estatal, se hubiera parcelado y adjudicado en propiedad privada; entonces a la fecha sería cotidiana la caída de enormes huaycos sobre la ciudad. Esta no es una gratuita conjetura, sino que está basada en hechos concretos que ahí dónde se ha talado y retirado el área vegetal del Ampay, es donde se han producido significativos corrimientos de tierras, como fue el caso de Sahuanay (1951 - 16 muertos y desaparecidos), Cocha-Pumaranra (1997 - más de 100 muertos y desaparecidos) y Sahuanay – Tamburco – Chinchichaca y El Olivo (2012). De modo que tenemos sobre la ciudad una amenaza evidente y para conjurarla solo nos corresponde persistir en la conservación del bosque y en la urgente reforestación de las áreas denudadas de la floresta ampayasana.

La parte más valiosa del Santuario Nacional de Ampay es su riqueza forestal, la que está calculada en aproximadamente 1,500 especies, de las cuales 340 han sido registradas entre los 2,900 a 3,500 msnm. En este piso húmedo, la floresta está dominada por la "Intimpa" que ocupa una extensión aproximada de 600 hectáreas, (41% de la masa forestal del bosque del Ampay y el 19% de extensión total del Santuario), con unos 60 árboles por hectárea, formando un rico ecosistema con gran número de plantas endémicas. Otro valor natural es su riqueza ornitológica que lo sitúa en una de las principales rutas de los estudiosos y observadores de aves por contar con especies endémicas.

Lo que no podemos dejar de valorar es la belleza paisajística del Santuario expresada en formaciones geológicas, bosques, lagunas y el nevado Ampay, que ya desde tiempos preincaicos recibía la devoción de los antiguos peruanos desde el usno de "Osnomocco" del distrito de Tamburco como uno de los principales "Apus" de la cordillera del Vilcabamba o la "sierra nevada" como la llamaban los españoles, y que ha permitido situar a la ciudad de Abancay en un importante destino eco turístico.

[Despedida]

Estas memorias las he escrito conforme las iba recordando, pues la mente no las tiene ordenadas y más aún cuando se refieren a experiencias vividas en los primeros años de la infancia, y por eso algunas de sus escenas se me aparecían como entre sueños, pero gracias a los comentarios de los lectores, pude darme cuenta que sí los había recordado efectivamente, cosa que de verdad a mí también me dejó muy admirado respecto del raro modo cómo funciona la mente.

De otra parte, debo aclarar que no ha sido mi propósito narrar en detalle, quién era quién, por eso no he nombrado a casi nadie,  sino rememorar las impresiones de un niño de los años 50' del siglo XX con relación a su experiencia infantil en un suelo, pueblo, ciudad, patria o paraíso llamado: ABANCAY. Como han visto, en todo momento he tratado que está crónica del ayer temprano, no solo se trate de mi persona, sino de las vivencias de mi generación, y si entre sus líneas he nombrado a mis padres o hermanos es porque todos hemos nacido, crecido y seguimos viviendo dentro de una familia. Pero a pesar de que no se puede recordar exactamente todo, no por eso vamos a dejarlo enterrado. ¡NEGARSE AL OLVIDO, ES PARTE DE SENTIRSE VIVO!

Después vino la despistada adolescencia y la loca juventud en tierras extrañas y el resto de mi vida hasta hacerme viejo, la pasé en esta tierra milenaria que aún no acabo de conocer en toda su dimensión geográfica, social y cultural, así como su espiritualidad y su cosmogonía andina.

Pero en fin como dijo el poeta: "Confieso que he vivido" y el cantante: "A mi manera" a lo que puedo agregar: "A tumbos, levemente muriendo", y para presentarme ante quienes sin haberme conocido me han leído y alentado, sólo sabré dejarles esta pequeña nota:

"Soy de la gente simple que despierta
cuando el sol levanta el día.
Con el afán que devoran mis horas
siembro la semilla que eleva la alegría.

No traigo ideas que amenazan
como punzantes metales
o que brillan como el cristal
que se quiebra con sangrante ruido letal.

No se han hecho mis sentimientos
de los cortos pensamientos
que el estúpido parloteo inventa,
para darnos cuenta, que algo intenta.

Soy de la gente simple
que termina el día
persiguiendo sueños."

¡GRACIAS POR HABERME LEÍDO, PERO SOBRETODO POR HABER COMENTADO Y COMPARTIDO ESTE PUÑADO DE RECUERDOS TEMPRANOS, QUE QUIZÁ MÁS TARDE LOS REÚNA EN UN LIBRO, PARA QUE COMO YO, SE LO PUEDAN CONTAR A SUS HIJOS Y NIETOS! 


















De izquierda a derecha o de derecha a izquierda, da igual: 
Ciro Víctor Palomino Dongo y Hugo Víctor Palomino Dongo

   Aníbal Palomino Dongo, QEPD +

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