sábado, 27 de marzo de 2021

CORISONCCO - DE: "CUENTOS PARA CCOROS" - 14

 

En las altas punas, cerca de una inmensa laguna alimentada por las límpidas aguas que como lágrimas bajaban de un majestuoso nevado que orgulloso se reflejaba en su cristalino espejo, se levantaba una abrigada cabaña donde vivían una niña solo con su padre, porque su madre murió al nacer aquella criatura, que por su hermosura la llamaban Sumactika[1].   En aquellas alturas se dedicaban  a  pastar  un  considerable hato de llamas y alpacas junto a un pequeño rebaño de vacunos ayudados por “Chaski” y “Ollanta”, sus fieles perros guardianes y pastores.

Por el tiempo en que los fuertes vientos anunciaban la llegada de las lluvias y el retorno de la vida a esas montañas, el padre le dijo a la niña:

–Voy a bajar a las chacras que tenemos en el valle para sembrar maíz,  frijoles, calabazas, ajíes y todos esos otros frutos que tanta falta nos hacen a lo largo del año. No quiero hacerlo, pero esta vez vas a tener que quedarte sola al cuidado de los animales, porque tus primos que por estos tiempo nos ayudaban, han crecido y cada quien tiene su propia familia.

La niña sin temor ni pena alguna, aceptó la responsabilidad de atender el rebaño durante las tres semanas que duraría la anunciada ausencia.

–Ya sabes que debes pastar el ganado solo por los lugares desde donde puedas ver la cabaña y los corrales. También sabes que mientras estés sola no puedes acercarte a la orilla de la laguna, para evitar que su encantamiento te obligue, aunque no quieras, a lanzarte y ahogarte en sus frías aguas. –Le advertía esto por temor a los traicioneros pumas y zorros que  merodeaban aquellos parajes, pero sobre todo para que la niña aprendiera a respetar y temer los tabúes de aquellas alturas.

La despedida no fue triste, pero sí muy preocupante para el padre por la soledad en que se quedaba su niña. Pero de todos modos hizo el viaje, pues ya tenía hecho los aperos y las llamas ya estaban cargadas con el fino charqui[2]  que había tasajeado en los fríos meses de junio y julio para trocarlos en los pueblos del valle. Pero para Sumactika, los días de aquella ausencia serían especialmente felices porque tendría a su disposición la rica ulpada[3] con cancha y  charqui y todo el mote con queso que ella quisiera y a la hora que le antojara.

Al quinto día de aquella despedida, a la hora en que el sol se perdía en las ásperas líneas que marcaban las lejanas sierras del poniente y los vientos bajaban desde las alturas del nevado para enfriar esas vastedades. De pronto y como de ningún lugar se apareció en toda aquella puna una gran nube negra trayendo la oscuridad y los antiguos miedos que avivan los rayos, truenos y relámpagos, que terminaron su luminoso y atronador espectáculo con una tormenta de grandes granizos y una infinidad de gotas gordas de lluvia que acabaron espantando al ganado y haciendo correr a la niña al seguro refugio de su cabaña. Desde el fondo de sus miedos sacó las fuerzas para hacer el fuego que alumbrara la estancia, secara sus ropas y mudara la palidez de su rostro. 

Al cabo de unos minutos, como si nada hubiera pasado, volvió la paz a esas punas, que encendió en la niña la resolución de salir a juntar el ganado y guardarlo en sus corrales, así como de levantarse temprano para buscar el resto del hato que seguramente andaba escondido en las cuevas que bordeaban la laguna. Cuando acabó de comer decidió  salir a lograr esa penosa tarea.

Ya afuera, vio que a lo lejos bajaban en una larga fila de peregrinación, las llamas por delante seguidas de las alpacas y las vacas y al final los perros meneando alegremente sus colas, todos precedidos por un inmenso, altivo, hermoso y extraño toro que tenía en los ojos el fulgor de las estrellas. La maravillosa comitiva se fue acercando a la cabaña y en su momento como si respondieran a una mágica orden, cada rebaño fue tomando su lugar en los corrales y solo en medio de todo y delante de la niña quedó el soberbio animal, que antes de seguir su camino, le dijo con cariñosa voz: “Mañana ven a la laguna, por el lado donde se encuentran las flores raras y bonitas que tanto te gustan”. La niña apenas pudo dormir por causa de aquel asombroso prodigio y de la singular invitación.

Al día siguiente, cuando Sumactika terminó de desayunar y soltar el ganado, con un temor que la curiosidad se atrevía a dominar, acompañada de sus perros se acercó a la laguna por el lugar que le indicó la aparición. Cuando estaba viendo la imagen de su rostro en sus límpidas aguas, de pronto se rompió ese brillante espejo por la repentina aparición del mítico animal, que muy amablemente la calmó diciéndole: “No temas porque no te va a pasar nada malo. Agárrate de mí cola, cierra los ojos y sigue mi andar”. La niña, deseando más que a su propia vida la aventura que aquella insólita propuesta  le ofrecía en medio de esas alturas tan monótonas y solitarias, hizo lo que la aparición le propuso y se hundió tras él en la laguna.

Cuando abrió los ojos no estaba tomada de la cola de ningún animal, ni siquiera estaba mojada sino asida de la mano de un dulce anciano que la llevaba por un sendero que no estaba en el fondo de ninguna laguna, sino en medio de hermosas huertas y grandes chacras que se perdían en lontananza. El anciano tomó de unos árboles extraños un fruto que le ofreció a la niña diciéndole: “Prueba”: Entonces ella, por primera vez en su  vida conoció el sabor de la fruta más dulce  y carnosa que jamás había probado, ni siquiera en sus sueños, pues su paladar solo estaba acostumbrado al atenuado dulzor de las tunas y los sankis que nacieron con estos andes. Luego le enseñó el sabor y la textura de otra, y otra y otras más, hasta que se quedó pasmada de asombro y felicidad.

–Si quieres venir a este lugar, puedes hacerlo cuando quieras. –Le invitó el anciano haciéndole en seguida esta advertencia. –Pero nunca traigas a nadie, pues las puertas de este lugar se han abierto tan solo para ti.

Cuando el anciano la despidió con una tierna caricia y un pesado atado de esas extrañas frutas, la niña salió de aquel fantástico mundo por la orilla de otro jardín de flores primorosas, que precisamente era el sitio que más temía su padre, pues la bella rareza de su entorno le sugerían que ese podría ser un lugar encantado por la malvada sirena que habitaba en la laguna y por eso muy peligroso.

Está demás decir que la visita de Sumactika se repitió a diario. Después de atender la seguridad del ganado, volvía llena de alegría aquel vergel sumergido a disfrutar del sabor de otros muchos frutos más, hasta que un día de esos en que ya ni siquiera se acordaba de su padre, éste se apareció en la cabaña, mostrándose sorprendido de la diligencia con que la niña había cuidado de la casa y el ganado. A la hora de la comida le contó muy satisfecho que las siembras en el valle fueron puntualmente cumplidas, porque habían acudido al ayni[4] todos los familiares y amigos y él como siempre, les había invitado los más sabrosos potajes hechos con la carne seca de sus animales. Luego el padre le obsequió la  ropa nueva, los dulces, las humitas[5] al horno y la muñeca que había comprado para ella en el pueblo y como todo estaba en orden se dispusieron a dormir.

La tarde del día siguiente, el padre un tanto alterado por lo novedoso del hallazgo, le preguntó a la niña de dónde habían salido todas aquellas extrañas semillas y cascaras que andaban desperdigadas por los caminos y los campos de pastoreo. La niña le narró con detalle toda aquella maravilla que le había sucedido en su ausencia, a lo que el padre respondió con la voz temblorosa del que recita una piadosa oración ante un milagro, afirmando que aquel prodigio se había producido porque esa laguna estaba habitada por un “Ccorisoncco”[6], una deidad andina que desde que el Dios creador Wiracocha le infundió la fuerza primordial o su “camac” a todo lo que existe en este mundo, que puede expresarse desde una conciencia hacia afuera como las plantas y los animales o vibrar hacia adentro como lo hacen las piedras y los otros objetos inanimados, existe. Y que tiene la tarea de cuidar los huertos y jardines que desde el comienzo de los tiempos el Padre Sol había hecho crecer en las entrañas de escogidas lagunas, para que sus frutos sean entregados a los hijos de los hijos de los primeros padres que salieron del fondo del gran lago para fundar una gran nación sobre estas cordilleras.

Entre los dos reunieron devotamente todas las semillas que ingenuamente la niña había esparcido en su frugal andar. Al año siguiente, el padre de la Sumactika sembró con mucho amor aquellas pepitas a la orilla de las chacras que tenía en el  valle y con el tiempo crecidos y multiplicados en hermosos árboles, arbustos y plantas nos obsequiaron los pacaes, chirimoyas, lúcumas, aguaymantos, guayabas, tumbos, tomates, sachatomates y capulíes que ahora disfrutamos gracias a la valentía de una niña y al generoso amor de Ccorisoncco, el hortelano de los dioses de nuestros ancestros.










[1] Flor hermosa.

[2] Cecina. Carne deshidratada, la que se cubre con sal y se expone al sol.

[3] Ulpada, bebida que se prepara con harina de maíz, habas, quinua, kiwicha, y otros granos andinos  mezclada con agua y endulzada.

[4] Ayni, era un sistema de trabajo de reciprocidad familiar entre los miembros del Ayllu (ahora Comunidad Campesina), consiste en la ayuda mutua que se prestan las familias entre sí y todos los integrantes de la comunidad. “Hoy por ti, mañana por mí!

[5] Humitas, comida basada en el maíz que se consume en el área andina: Chile, Perú, Argentina,​ Bolivia, Ecuador y el sur de Colombia. Consiste básicamente en una pasta o masa de maíz levemente aliñada, envuelta y finalmente cocida o tostada en las propias hojas (chala o panca) de una mazorca de maíz.

[6] Literalmente: Corazón de oro.

viernes, 5 de marzo de 2021

ABANCAY Y LA EPIDEMIA SUDAMERICANA DE 1717-1720

Sobre esta gran epidemia en su libro “El cuerpo en palabras. Estudios sobre religión, salud y humanidad en los Andes coloniales”, la doctora Gabriela Ramos, profesora de historia de América Latina de la Universidad de Cambridge, nos hace la siguiente pequeña reseña:

1. Brevísima descripción de la epidemia

“Algunas fuentes coinciden en señalar a Buenos Aires como el lugar donde  se originó la epidemia. El agente portador de la enfermedad posiblemente llegó en un barco que acoderó en lo que era entonces un pequeño puerto, situado muy distante y a espaldas de los más importantes centros urbanos del virreinato peruano. Desde Buenos Aires, la epidemia siguió el curso de las rutas comerciales que enfilaban hacia Tucumán, Potosí y Cuzco, causando miles de víctimas en las últimas dos ciudades. Algunos aseguran que Paraguay también fue afectado. Hacia el oeste, la epidemia alcanzó el puerto de Arica y llegó hasta Arequipa, ciudad donde la enfermedad fue especialmente virulenta. Aunque no queda claro lo que pasó en lugares intermedios como Huamanga, Huancavelica e Ica, los oficiales del Tribunal de la Santa Cruzada aseguraron en el informe que enviaron a Madrid que la epidemia llegó a la diócesis de Lima, donde ocasionó decenas de miles de muertos. Hay quienes sostienen que la peste avanzó hasta Huánuco, cobrando víctimas tanto entre los habitantes de la ciudad como de las zonas más alejadas, boscosas y accidentadas, cuyos habitantes mantenían contacto esporádico con misioneros franciscanos”.

Por las noticias y narraciones  que sobre esta epidemia se han escrito, se cree que sus víctimas ascendieron a cerca de medio millón, afectando significativamente la población de la ciudad e Intendencia del Cusco.

En el año 1720, es decir 300  años antes de la pandemia del CIVID-19, a su paso por los valles de Abancay y Pachachaca, esa peste también cobró una buena cuota de muertos que afectaron la población y la economía regional, toda vez que dentro de sus importantes haciendas trabajaban una buena cantidad de indígenas, ya sea como “indios alquilos”[1], yanaconas y huasipongos, en las labores de los ingenios instalados para la fabricación de azúcar a partir de las apreciables extensiones de plantaciones de caña de azúcar, que abastecían los mercados del Cusco, Puno, La Paz y Potosí y por el Oeste a Ayacucho y Huancavelica. 

Sobre este punto en su obra “Descripción del Perú” Tadeo Haënke, nos señala cómo afectó esta epidemia a todos los pueblos del Sur peruano. “Antes de la peste de 1720 era mucho más poblada, y esta misma disminución se experimenta respectivamente en los demás pueblos de la Sierra”.

Para mayor información sobre esta epidemia, la misma investigadora nos señala:

“Subrayo aquí los aspectos más relevantes sobre la epidemia sudamericana de 1717-1720

·     Puede interpretarse esta epidemia como un producto de la globalización. Como consecuencia de cambios en la posición de España frente a otros poderes europeos, especialmente Inglaterra, luego de la derrota española en la Guerra de Sucesión, a inicios del siglo XVIII el puerto y ciudad de Buenos Aires incrementó de forma considerable su contacto con el exterior a través del crecimiento notable del tráfico de esclavos y la intensificación del comercio legal y clandestino de mercancías entre Europa e Hispanoamérica.

·      La epidemia tuvo una duración aproximada de tres años: 1717-1720.

·     Informes oficiales enviados a Madrid desde Lima en diciembre de 1720 sostienen que la epidemia cobró 400 mil muertes, una cifra posiblemente exagerada pero en cualquier caso imposible de verificar.

·      Debido a su extensión geográfica y a su gravedad, la epidemia se ha comparado a las que siguieron a la invasión española, en el siglo XVI.

·     La enfermedad siguió el curso de las principales rutas comerciales de la época: tuvo su origen en Buenos Aires, continuó por el actual Noroeste argentino, causó importantes estragos en Potosí, siguió al Cuzco, donde causó 60 mil muertos, golpeó Arequipa y posiblemente llegó a Lima. La presencia de la epidemia en la capital del virreinato es debatible, aunque algunos aseguran que causó 60 mil víctimas. En el capítulo investigo si esto fue así y por qué. Algunas fuentes indican que la epidemia atacó al Paraguay, Arica y también Huánuco. Es posible que en esta última localidad no se tratase del mismo fenómeno, sino que se hayan producido brotes epidémicos como resultado de la llegada de misioneros franciscanos a la región.

·  Dadas sus características, es posible que se haya tratado de una fiebre hemorrágica, es decir, una enfermedad parecida al Ébola, en la que el contagio se produce vía la saliva expulsada por el portador al toser y estornudar. La enfermedad se iniciaba con los síntomas propios de la gripe, y terminaba con severas hemorragias. Puede ser que la infección fuese traída por los barcos que transportaban esclavos, ya que en la costa occidental del África son endémicas varios tipos de fiebres hemorrágicas. En mi trabajo también considero la posibilidad de que el brote epidémico se debiese a una variedad del virus conocido como Virus Junín, endémico a la pampa argentina, y que tiene como vector a un roedor que vive en los rastrojos. Dado lo escueto de la información documental y la escasa comprensión de lo que sucedía en la época, es prácticamente imposible saber cómo pudo expandirse.

·    La investigación muestra que las autoridades en las distintas ciudades golpeadas por la epidemia tuvieron muy poca capacidad de respuesta, si alguna. Las principales medidas de protección fueron la cuarentena y el cierre de las vías de comunicación. Estas acciones se vieron contrarrestadas por las procesiones y otras actividades religiosas en las que la población intentó hallar algún alivio. Frente a la falta de organización e iniciativa de las autoridades civiles, la Iglesia tuvo un papel protagónico en la mayoría, si no todas, las ciudades que sucumbieron a la enfermedad.

·         Para Potosí, contamos con una de las mejores crónicas que se hayan escrito de un evento de esta naturaleza en el período colonial (Historia de la Villa Imperial de Potosí, de Bartolomé de Arzáns de Orsúa). Especial motivo de preocupación en esta ciudad y emporio minero fue la interrupción de los trabajos en las minas y la dificultad para continuar con el aprovisionamiento de mitayos, muchos de los cuales regresaron a sus lugares de origen en cuanto tuvieron noticia de las muertes numerosas que causaba. En actitud que revela su preocupación por no interrumpir la producción minera, así como su total incomprensión de la forma cómo se transmitía la enfermedad, el corregidor de Potosí propuso ampliar el área sujeta a enviar trabajadores al asiento minero. Se desconoce si se concretaron los planes de incorporar más regiones y trabajadores a las labores en las minas, aunque la expansión de la epidemia hacia el norte de la región puede apoyar esta suposición.

·    Las explicaciones de carácter religioso abundaron para dar cuenta de lo que ocurría: el pecado, el olvido de Dios, el excesivo interés por el placer y el dinero. Por esta razón, las ciudades afectadas recurrieron a los rezos colectivos y a las procesiones. Sin embargo, también encontramos otros puntos de vista: algunos de quienes escribieron años después sobre lo ocurrido, mencionan que el culpable pudo ser el contrabando y sugieren que la enfermedad posiblemente llegó de Europa en uno de los barcos que transportaban mercadería para internarla y venderla ilegalmente en el Perú. Otros hicieron referencia a una epidemia de peste que asoló el norte de Africa y el puerto de Marsella en las mismas fechas. Como era usual, se dijo que las emanaciones infectas o miasmas que circulaban en el aire fueron la causa. Los sabios del virreinato peruano como Peralta y Barnuevo e Hipólito Unanue, atribuyeron el brote epidémico al paso de un cometa y a un eclipse total de sol. Todas estas explicaciones, y actitudes indican las grandes dificultades que existen para estudiar estos fenómenos en momentos en que la medicina y las ciencias de la salud estaban muy poco desarrolladas o eran inexistentes.

·  La información sobre el número de víctimas y los lugares afectados es contradictoria y no se podrá verificar. ¿Qué pasó en el virreinato peruano después de la epidemia? Sabemos que, poco tiempo después de que este fenómeno llegara a su fin, la producción en Potosí repuntó y que, años más tarde la administración española intentó llevar adelante una de las reformas administrativas más importantes de su historia, empezando por un nuevo censo de población y una reforma del tributo indígena, que llevó a cabo el virrey José de Armendáriz y Perurena, mejor conocido como Marqués de Castelfuerte. Las consecuencias de estas medidas tuvieron un peso enorme y se prolongaron durante el resto del siglo XVIII.

Hospital de Indios de la ciudad del Cusco

Para mayor información regional, leamos lo que nos dice Diego de Esquivel y Navia, en sus  “Noticias Cronológicas de la Gran Ciudad del Cusco”, sobre esta epidemia Sudamericana:

“Desde el mes de Abril se experimentó en esta ciudad, una epidemia de fiebre, que comenzó en Buenos Aires, á principios del año de 1719, y recorrió todas estas provincias hasta más allá de Huamanga; y por carta recibida de Cádiz se supo que había castigado á los moros, al mismo tiempo, en la costa de Marruecos. Habiendo precedido esta epidemia al eclipse del 15 de Agosto de 1719, no pudo ser efecto suyo; más ¿quién podrá referir exactamente el lamentable estrago que hizo en el Cuzco y las provincias australes? Faltan palabras para ponderar la calamidad, así como sobran lágrimas para llorarla; pues fué semejante á aquellas que leemos en la historia, tan violenta y voraz que no admitía remedio alguno, ni acertaba la medicina. Era el tabardillo el principio del morbo, y una fiebre intensa con inmenso dolor al vientre y a la cabeza; eran tan distintos y contrarios los síntomas, (pie no se podía formar una idea exacta, y así se imposibilitaba la curación. A unos les causaban frenesí, y á otros vómitos de sangre, siendo en los dos casos mortífero.

De las mujeres en cinta, fue muy rara la que escapó. Algunos, después de quitada la fiebre, morían de disentería. El humor que prevalecía en el cuerpo humano, suministraba materia á la infección del aire, pestilente y corrupto. Es constante acierto el de los físicos haber sido el de cólera, como en las más de las epidemias lo justificaban, fuera de los comunes síntomas, el del dolor de cabeza y el de la sangre por la boca, y prieta por las narices, que así fué en la de Tebas, como lo cantó el tranco Séneca. Fué tan eficaz y violento el contagio mórbido, que más pronto morían los  contagiados, como sucedía con los barberos, los que asistían á los enfermos y los que sepultaban á los cadáveres. Lo notable fué que los jumentos y las llamas, que son los carneros de esta tierra, y que trasportaban los cuerpos para enterrarlos en sus pueblos é iglesias, perecían los más, echando sangre por la boca, tal era la fuerza de la impresión maligna”.

            En la “Historia de la villa imperial de Potosí: riquesas incomparables de su famoso cero, grandesas de su magnanima poblacion, sus gueras civiles y casos memorables” de Bartolomé Arzáns de Orsúa y Vela, (1676-1736), podemos conocer la magnitud de esta epidemia y que también afectó a Abancay:

“….destruidas las villas de Oruro, Cochabamba y Tarija, con innumerables pueblos de indios, y las ciudades de La Paz, Arequipa y Cuzco, y en ésta fue mayor el estrago como donde habitaba innumerable gentío de sus naturales, pues afirman cartas de aquella ciudad que en seis meses habían muerto 70,000 personas, y si se continúa el tercer año, que es el de 1721 (por cumplirse lo que dijo el cosmógrafo de la ciudad de Los Reyes, que a tres horas que duró el eclipse de sol que se vio el día 15 de agosto de 1719, como allí queda dicho, le corresponderían otros tres años de males, ya que esta peste padecerán las demás provincias y ciudades hasta Los Reyes, y de allí la encaminará Dios donde más fuere su voluntad) , y sin poner duda, desde Buenos Aires hasta Los Reyes se llevará más de medio millón de gente según la regulación hecha, que será en espacio de 1,000 leguas, pues hasta Abancay por buena cuenta y cómputo pasan de 400,000 personas”.





[1] Eran los indígenas tributarios, generalmente los que vivían dentro de las comunidades o pueblos de indios y que para pagarlos debían prestar sus servicios personales en una hacienda por el tiempo que el Corregidor, que era el recaudador de los mismos, considerara que era necesario para honrar estos adeudos.