martes, 26 de noviembre de 2019

JULIA


DEL ANECDOTARIO ABANQUINO

          Bueno pues, lo cierto es que la vida viene con todo, estés donde estés. Y así se van acumulando en tu memoria un montón de historias y anécdotas “de lo vivido” que seguramente son muy parecidas a otras que les han sucedido a ustedes, o que por algún motivo te les han contado sus protagonistas, o se las han narrado a sus allegados, o simplemente son hechos que han trascendido a sus actores y se han convertido en perdurables mitos populares o leyendas urbanas.

De modo que en forma directa o a manera de cuentos, aquí les traigo algunas muy suculentas, sólo para hacerles conocer que la gente de esta parte del país existe, se mueve y nos ofrecen con su vivir sus peculiares historias, leamos alguna de muchas otras:

JULIA

(Narraciones de la Zona de Emergencia)

            Angustiada, flaca, envejecida. Mordiéndole los labios a una gastada preocupación, irá camino a la casa del agiotista a proponerle la venta de su sueldo. Sabe que éste la mirará con la cara de compasión que tienen los bondadosos, que quisieran darlo todo, pero que no tienen nada. Se hará rogar más que un santo milagroso y al final recordará que tiene algún dinerito ajeno. Con eso le hará el favor por tratarse de ella, luego firmará un poder para que su benefactor cobre durante dos meses los seiscientos soles y pico de su sueldo, a cambió ella recibirá mil en efectivo. Eso será todo lo que ella tiene que hacer, mientras el prestamista seguirá recibiendo los poderes de cuarenta menesterosos más.

            Con el dinero de la venta de su haber, más el que ha logrado reunir su cuñado, por fin podrán girar los mil quinientos soles que pide a gritos su sobrino y ahijado Ramirito para pagar la mensualidad de la academia de preparación universitaria, que lo hará ingresar a la Facultad de Medicina de la primera universidad del Perú y América. Todos confían que ésta vez sí podrá triunfar porque en los dos años anteriores, sólo por unos cuántos puntitos no ha podido ingresar por falta de una buena academia, que además de preparar a conciencia a los postulantes esté "enganchada" con la universidad. "Allí sólo se estudia los temas que van a ser materia del examen de admisión", había dicho en su suplicante carta acompañada de recortes de periódicos y todos los otros detalles de la antesala universitaria.

►☼◄

            La verdad es que la señorita Julia durante toda su vida no ha tenido tiempo para ella. Hija mayor de un matrimonio con seis hijos. A los diez años aprendió a cocinar, hacer el mercado, lavar, planchar, cuidar a los hermanos que se venían en cargamontón y llamar a la policía cuando su padre venía borracho a botar sus tristes ollas a la calle y golpear salvajemente a su madre. “¡Porqué te crees hacendada, pobretona de mierda!”

El susto que le tomó a la vida recibió su bendición en las historias que le contaban las monjitas después del catecismo. Satanás no sólo es un ángel caído, sino un hombre poseído.

            Con el tiempo el cobarde afán alcohólico de su padre le quitó el respeto temeroso que le tenían, a la vez que aumentó el coraje de ella y su madre para sacar adelante a la familia: "¡Sea como sea!". Más tarde el borracho de la casa se fue a su pueblo a llorar la muerte de su madre. Las lágrimas que perdía por sus llorosos ojos eran fácilmente reemplazadas por el aguardiente que le exigía su sedienta garganta. Entre esas dos aguas liquidó su herencia y trajinó a la locura. Al igual que las botellas, un día se vació el alma de su cuerpo y con el favor de otro miserable como él fue enterrado a la vera de un camino solitario, donde después de algún tiempo Julia hizo colocar una lápida de cemento adornada con una cruz hecha con fierro de construcción y corazones de lata, que fabricaba el único herrero de ese pueblo.

            Julia vende, compra, pide, estudia, ayuda, trabaja. Julia crece y junto a ella los demás. Se alivian las necesidades, disminuyen las angustias, pero Julia ya no administra su sudor ni su tiempo. Debe lograrlo todo. Aunque ese todo sea aquella lejana felicidad que añoran los pobres: no sentirse pobres, ¡sólo eso! No importa si lo mejor es solo para los demás. Felizmente la riqueza, la alegría, el sexo son pecados que se pagan con el infierno, además estaba  escrito que era más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el reino de los cielos.

Maestra rural diez años. Tiene la fama de ángel en la comunidad donde enseñó a construir hombres y obras. Partera, escribidora, enfermera, costurera y panadera. Fue además juez y verdugo del lujurioso propietario del pequeño fundo que existía en las orillas del gran río y al que ostentosamente llamaba Hacienda y Cañaveral “La Falca”, solo para que todos lo conocieran como hacendado, porque en las oraciones que elevaba al cielo junto con sus víctimas, esa "bestia" era entregada al infierno sin necesidad que el condenado se enterara de su triste final.

            Llegada al pueblo, Julia fue la primera aspirante que coronó los cursos de profesionalización y con ello la fortuna del Título a Nombre de la Nación. Eso le enseñó la senda que debían seguir sus hermanos para lograr el orgullo de ser profesionales y tener un “sueldito seguro” en siete años más. Julia dijo adelante y se entregó con alma, vida y corazón a la causa de la salvación familiar. Las cosas fueron arreglándose para todos y poco a poco todos fueron componiéndose a sí mismos, cada quien logrando un pequeño empleo y cada cual casándose malo que bueno, pero entregándose con mejores armas al sufrido destino de los hombres de esta parte de la patria.

Más tarde Julia comenzó a mejorar la apariencia de la modesta casita familiar, haciéndole los toques y retoques que exigía la decencia de esos tiempos. En primer lugar mandó estucar y pintar la fachada, porque según su parecer: "solamente la casa de los corruptos esconde su cara". Terminada esta mejora, comenzaron a llegar los sobrinos. Los hijos de sus hermanos traían en sus vidas recién encendidas la posibilidad de ser mejores porque venían a este mundo en el seno de un hogar donde la pareja contribuía con pequeños pero seguros ingresos y al cabo de unos cuantos años, el tiempo pasa volando, estarían listos para cruzar el umbral de una universidad. De allí saldrían médicos, abogados,  ingenieros, arquitectos, educadores, es decir, pertenecerían a esa especie de humanos peruanos que tienen el privilegio de olvidar para siempre las penurias de un mezquino destino, más la posibilidad de elevar hasta sus alturas a la familia toda. "Ese es el padre del Dr. Martínez", tiene el sonido que hace la gloria en la mente de aquellos paisanos.

Cuando cumplió veinte años al servicio del magisterio, tenía catorce sobrinos. Todos bien amados, pero ninguno como los hijos de su hermana Zulema y su correcto cuñado Alberto: Ramiro, Alejandro, Julia, Marcos y Esther fueron a su parecer sus sobrinos más inteligentes y educados. A ellos les ofreció todo su tiempo y dinero. La envidia de los otros cuñados y hermanos dispararon a todo sitio, pero el tiro que dio en el blanco y resolvió sus buenas intenciones en un objetivo vital, fue aquel rumor infamante que la hacía amante de su cuñado dizque con el consentimiento de su hermana. De esa herida se murió para los demás y dedicó todo su amor solo a los hijos de Zulema.

Sus veinticinco años de servicios dedicados a la enseñanza de las nuevas generaciones de aquel pueblo, fueron festejados con una recepción ofrecida por sus colegas y la asociación de padres de familia de la escuela. Hubo flores, brindis, discursos, poesías, canciones, danzas, diplomas, lágrimas y renovación de compromisos. La señorita Julia jamás cumplía años. Sólo ella y su familia sabían que tenía cuarenta y ocho en "éste valle de lágrimas" y en este punto de su vida, la soledad sería la única moneda que recibiría por haber batallado por su familia.

            La señorita Julia era la Secretaria de Actas del Círculo Cultural "Ariel", asesora de la Asociación de Padres de Familia, cursillista de la parroquia, Presidenta de las devotas de “María Reyna y Señora”, además de conducir un programa radial que tenía algo que ver con la difusión de temas culturales y religiosos. Odiaba la informalidad, la política, los chistes groseros, todos los nombres de algunos autores que jamás leyó. Todas las ideas y hechos que admitía y defendía eran aprendidos de los documentos del Vaticano. Condenaba atrozmente el amor libre y no era libre para el amor. Maldecía la muerte de los abortos que jamás tocarían sus entrañas. Contradecía todas las razones del divorcio porque lo que Dios había unido sólo la muerte debía separarlo, a pesar de saber que su muerte de nadie la separaría. Todo estaba hecho para acabarse y la salvación solo sería para los escogidos. Lo demás eran espejismos del pecado.

►☼◄

Un poco más acabada salió de la casa del agiotista, con la corazonada de que esta faena, que obliga al bien a pensar mal, no se iría a terminar nunca. Con cierto desgano llegó a su casa donde le anunciaron muy desafinadamente que una grave desgracia le había alcanzado a su ahijado Ramirito. El alma se le estremeció y cruzó raudamente por su mente la imagen de un cuerpo joven arrollado por un carro, apuñalado, abaleado, quemado, muerto. Esperó a que se le secara la persistente humedad de sus ojos. Su palidez no importaba. Tomó temblorosa la carta que le ofrecieron y sin ni siquiera fijarse en las letras, absorbió las palabras con su angustiosa mirada:

“Lima, 02/01/89

Señora Zulema de Martínez.

            Le escribo esta nota por encargo de Ramirito que en estos momentos se encuentra detenido en la carceleta del Palacio de Justicia de Lima, dice que para declarar ante el Juez sobre asuntos de manejar armas y propaganda subversiva, o sea parece que está metido en eso de los “tucos”. Él ha recomendado que si ustedes pueden moverse rápidamente con dinero, todo se solucionaría felizmente.

            Yo quiero decirle que nada tengo que ver con esto. Aquí en el Palacio de Justicia soy practicante del cuarto año de derecho y por casualidad me he tropezado con él. Menos mal que me ha reconocido y llamado y por eso hemos podido conversar un ratito.

Señora Zulemita, por favor dígale a mi mamá que no se olvide de mandarme la platita del torito que era mío y le supliqué me lo vendiera. Sabe, quiero hacerme una ropita decente, porque aquí en Lima sin terno y sin corbata no se abren las puertas para alguien como nosotros.

            Esperando que se encuentre bien de salud en compañía de todos los que la rodean, me despido:

Atentamente:

Augusto Minaya Solano.

P.D. Saludos a mi profesora Julia.”

Con la carta en la mano voló donde el colega que además era abogado. Este le dijo que si estaba en la carceleta esperando prestar su declaración instructiva ante el Juez Penal de Turno, era porque ya había sido investigado por espacio de quince días y denunciado por el Fiscal Provincial Antiterrorismo y que sin duda acabaría en el Penal de Lurigancho esperando ser juzgado en uno de esos largos procesos penales contra los  delincuentes terroristas. Todo lo que tendría que hacer era viajar a Lima, averiguar la situación jurídica  y el grado de responsabilidad que tendría el muchacho en los hechos materia de la investigación, pero para todo eso debía contar con una pequeña fortuna.

A las dos horas llegó a su casa con aquella larga y pesada fatiga que acumulan las miles de horas de angustiosa lucha y que de un sólo golpe anochecen todos los días de una vida. Estaba cansada, muy cansada, con aquel gastado cansancio que llama a gritos a la bien amada muerte.

Se retiró a su cuarto y rezando en voz alta pidió al Señor Dios Padre Todopoderoso para que arregle el mundo; que una vez más derrote al mal; que se apiade de su creación y de las criaturas hechas a su imagen y semejanza que a falta de un poco de compasión tienen que andar en las cosas del demonio. Después siguió rezando en voz baja, casi musitando. Finalmente concluyó que su sobrino como hijo de Dios y bautizado en la fe de la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana: "¡Tenía el  deber de rechazar al maligno!" Luego fue meditando sobre algunos otros asuntos que debían ocuparla al día siguiente, hasta que se quedó mortalmente dormida. Despertó como a eso de las seis de la tarde. Bastante recuperada y vestida de negro, anunció que se iba a la iglesia a rezar el Santo Rosario.

            Días después se enteró algo más acerca de las correrías de su sobrino, pero no mostró ningún interés. Algo le dolió saber que quizás no podría verlo más.

            Si Julia el motor de aquella casa se apagó para éste asunto, los demás también quedaron quietos.

Ramirito, expósito de 20 años, podía morirse sin preocupación por que su tía-madrina estaba mandando construir en el Cementerio General del pueblo, un mausoleo para doce ocupantes, con azulejos negros y unas letras doradas que desde el interior advierten:

"NO SELLES LAS PALABRAS DE LA PROFECÍA DE ESTE LIBRO, PORQUE EL MOMENTO SE ACERCA. EL QUE HACE INJUSTICIAS, HÁGALOS AUN MAS; EL JUSTO HAGA AUN MAS JUSTICIAS, Y EL SANTO QUE SE SANTIFIQUE MAS. HE AQUÍ QUE VENGO DE PRISA, Y MI RECOMPENSA CONMIGO, PARA DAR A CADA UNO SEGÚN SUS OBRAS.

                        YO SOY EL ALFA Y EL OMEGA, EL PRIMERO Y EL ULTIMO, EL PRINCIPIO Y EL FIN. FELICES LOS QUE LAVAN SUS VESTIDOS, PARA TENER DERECHO AL ÁRBOL DE LA VIDA, Y PARA ENTRAR EN LA CIUDAD POR SUS PUERTAS. ¡FUERA LOS PERROS, LOS ENVENENADORES, LOS FORNICARIOS, LOS ASESINOS, LOS IDOLATRAS Y EL QUE AMA LA MENTIRA Y LA HACE!".

APOCALIPSIS 22 (10-14).




jueves, 21 de noviembre de 2019

EL DESBARRANCADO

DEL ANECDOTARIO ABANQUINO

            Bueno pues, lo cierto es que la vida viene con todo, estés donde estés. Y así se van acumulando en tu memoria un montón de historias y anécdotas “de lo vivido” que seguramente son muy parecidas a otras que les han sucedido a ustedes, o que por algún motivo te les han contado sus protagonistas, se las han narrado a sus allegados, o simplemente son hechos que han trascendido a sus actores y se han convertido en mitos populares o leyendas urbanas.

De modo que en forma directa o a manera de cuentos, aquí les traigo algunas muy suculentas, sólo para hacerles conocer que la gente de esta parte del país existe, se mueve y nos ofrecen con su vivir sus peculiares historias, leamos alguna de muchas otras:

EL DESBARRANCADO
(Narraciones de la Zona de Emergencia)

            Allí estaba otra vez ese toro. Al menor descuido y a tener que buscarlo siempre en ese maldito lugar.  Debía ser porque los pastos de ese despeñadero eran muy apetitosos, ya que en esa explanada ningún comunero pastaba sus animales, ni habían llegado jamás las quemas de setiembre.  La pequeña explanada se extendía al filo de un barranco no muy profundo, pero lo suficientemente alto como para que en su caída cualquier ganado de más de 50 kilos se rompiera la crisma.

Lo peligroso de esa rambla, era que no acababa súbitamente en el talud que tienen todos los barrancos, sino que insensiblemente oculto por los altos pastos se iba ladeando hacia el precipicio.  Así que cuando alguna res llegaba a cierta parte, no tenía más remedio que abandonar su peso a la ley de la gravedad y a las medidas de las balanzas, para ser vendido como carcasa clandestina a precio de oferta.

            Cuando don Roberto Espinoza Curasco se dirigía a proteger su toro de la inminente caída, se tropezó con su peor enemigo: Pedro Sierra Yataco y como de costumbre, cada vez que se encontraban en los caminos, se insultaban veladamente. "¡Mula, mula, ccella  mula!" reprendió con dureza y severidad don Pedro a su caballo que poco tenía de ocioso y nada de mula. El otro que conocía perfectamente la disimulada ofensa, comenzó a gritar hacia la chacra más próxima: "!Don Bautista, don Bautista por aquí anda un zorro, guarde sus animalitos!” Esa pendencia generalmente duraba el tiempo que tardaban en lanzar sus velados escarnios al viento.

            Casi de inmediato, el dueño del animal en peligro se olvidó de esa lenguaraz riña. Su toro, su mejor toro ya no estaba en el lugar. Corrió desesperadamente hacia el caminito que se dibujaba zigzagueante un poco más arriba del barranco, lo sorteó en un dos por tres y cuando llegó al fondo de la pendiente, olió a sangre caliente y vio como el desgraciado animal agonizaba sangrando profusamente por las heridas que mostraban sus quebrados huesos.

            Aquella dolorosa escena lo confundió totalmente. Lejos de hacer lo que se debe cuando suceden estas desgracias, se fue a su casa, se lavó apresuradamente la cara y los pies, mudó de sombrero y a paso ligero en contados minutos llegó al pueblo, y al parecer sin darse cuenta de lo que estaba haciendo y menos diciendo, acabó presentando ante la policía una denuncia por daño agravado contra Pedro Sierra Yataco, por ser el autor del lanzamiento de su toro desde lo alto de aquel derrumbadero, hecho que él mismo había visto.

            Seguidamente el policía que recibió la denuncia se fue a comunicar el suceso al Jefe de la Comisaría. De modo que casi en el acto se vio subido en la tolva de una camioneta de vuelta al lugar de los hechos, acompañado del jefe policial y dos subalternos más.  En menos del tiempo que necesitó para acudir al cuartelillo policial llegaron al pie del barranco y del moribundo animal. Le ordenaron degollarlo, sacarle el cuero, descuartizarlo y meter las presas de la carne en varios sacos para los efectos de la investigación que debía esclarecer los hechos y valorizar el daño.
    
            Después de esperar por más de tres horas sentado en la puerta del local policial, por fin salió el oficial de guardia para ordenarle firmar el Acta de Cremación de los restos de su ganado y entregarle una citación para Pedro Sierra Yataco, a efectos de que responda por la denuncia. “¡Vas a ver cómo lo vamos a cagar a ese concha su madre, no por las huevas estamos en Zona de Emergencia!”, le dijo el policía a modo de despedida.

►☼◄

─Doctor Mellado, no sería bueno averiguar dónde y cómo han podido quemar mi torito?  ─suplicó al abogado que todo lo sabe.

─No, lo que corresponde es procurar que el curso de las investigaciones se dirija a establecer la responsabilidad de tu enemigo y lograr que ese malnacido te pague el precio del animal o te reponga otro del mismo parar, sin perjuicio de hacerlo encarcelar ─respondió el abogado que todo lo puede.

─Pero doctorcito, yo quisiera recuperar la carnecita para venderlo aunque sea barato, sino con qué nos vamos a defender.

─Claro que no va ser suficiente el adelanto que me has dado a pesar que te estoy cobrando lo más mínimo que señala la tarifa del Colegio de Abogados, pero aquí aparece que previo examen “post morten” el semoviente ha sido incinerado con arreglo a Ley, mediante Acta de Cremación donde aparece la firma y sello del Jefe de la Oficina de Sanidad Animal de la municipalidad y tu propia firma, lo que nos ilustra que has asistido a esa diligencia. ¿Entonces, qué carne quieres recuperar si en tu delante se ha hecho humo? Además el que debe defenderse es ese desgraciado porque nosotros no lo vamos a dejar en paz. ─Concluyó mostrando un papel y dirigiéndolo hacia sus ojos.

          Seguramente hasta los sacos que había comprado para su próxima cosecha de papas, los habrían quemado.
►☼◄

            Una áspera pena atravesaba el corazón del calumniador cuando levantaba la cerca que impediría el paso de sus animales hacia la trampa mortal que escondía aquella maldita explanada. Mientras tanto a esa misma hora en la cancha de fulbito del local policial, se jugaba un interesante partido entre el Poder Judicial y la Policía Criminal, donde se disputaba el hermoso trofeo donado por el Jefe del Comando Político Militar de la Zona de Emergencia, que un día antes le había entregado un próspero empresario ferretero del pueblo, como respuesta al elegante oficio cursado por tan alta autoridad.

        Lo más interesante de aquella reunión deportiva y social era que el abogado del calumniador había aceptado ser el árbitro de aquel partido y el Comité de Damas de los anfitriones iba a invitar una deliciosa y abundante parrillada a base de una buena carne de res a los mandamases de las entidades públicas y privadas al igual que a los miembros del "jet-set" del pueblo que tuvieron que arrimarse a ese círculo de policías, soldados y burócratas, para garantizar su seguridad en esa convulsionada zona de emergencia. 



sábado, 16 de noviembre de 2019

LOS “PISTACOS OFICIALES”


EL ANECDOTARIO ABANQUINO

            Bueno pues, lo cierto es que la vida viene con todo, estés donde estés. Y así se van acumulando en tu memoria un montón de historias y anécdotas de la VIDA REAL que seguramente son muy parecidas a otras que te han sucedido personalmente, o por algún motivo te la han contado a ti sus protagonistas o se las han narrado a sus allegados, o simplemente son hechos que han trascendido a sus actores y se han convertido en mitos populares o leyendas urbanas.

De modo que en forma directa o a manera de cuentos, aquí les traigo algunas muy sabrosas, solo para hacerles conocer que la gente de esta parte del país existe, se mueve y nos ofrecen con su vivir sus peculiares historias, leamos la primera de muchas otras:

 LOS “PISTACOS OFICIALES”
(Narración de la Zona de Emergencia)

─Entonces, crees tú que todo se debe a los pistacos. ¿Qué es un pistaco para ti, es decir, un pistaco de estos tiempos?- preguntó con la curiosidad de un incrédulo.

─Doctor, los pistacos son hombres que no tienen nombre, no tienen casa, no tienen cara. Tienen más o menos los años de una persona que sabe entrar en negocios para ganar. Visten un "ccarasaco" (saco de cuero)  y se ganan la vida con un cuchillo grande y filudo. Nadie sabe de qué lugar son, pero todos dicen que vienen de la costa. Después de trabajar en un sitio se van a otros lugares. Se aparecen en los pueblos donde ha fallado el nacimiento de una wawita  y desde algún lugar oculto del cementerio esperan a que termine su entierro y cuando llega la noche se roba al angelito, dejando su tumba igualito nomas como estaba. En las grandes cuevas de las alturas donde tiene su escondite, macera al "sulluscca" (abortado)  con aguardiente, hojas de coca y otros menjunjes más, después lo hace secar al sol y la nieve de esos parajes, hasta que todo se convierte en una bola del tamaño de un puñete.

─¿Cómo se llama eso? ─Volvió a preguntar zalameramente con el ánimo de hacerse contar toda esa fantástica historia.

─¿Cómo se llamará pues doctor?, para saberlo hay que ser un pistaco. Pero la cosa es que con esa poderosa “laicca” (brujería)  metida en una bolsa de lana de llama, el pistaco espera a las gentes solitarias a la orilla de los caminos donde casi no pasa nadies. Por eso cuando una gente se encuentra con el pistaco debe taparse la nariz, voltearse rapidito y correr como un venado donde se encuentren otras personas, gritando: ¡Pistaco!, ¡Pistaco!, para que los cristianos se reúnan y se defiendan. Pero cuando ya le has visto y quieres cruzártele haciéndote el disimulado o el machito, saca su "laicca" de la bolsa, lo sopla hacia tu dirección y con su olor nomas te quedas dominado. No te puedes mover, ni aun cuando quieras. Ni siquiera puedes gritar y en mirándolo nomas, te mata. Te descuartiza. Te corta tus brazos, tus piernas y tu cabeza. Te abre la barriga y bota toditas tus tripas y carnecita nomas te lleva a su cueva. Allí cuelga tus partes de un tronco a la altura de una gruesa vela que está pegada al fondo de una palangana grande de aluminio. Cuando prende la vela, ya te fregaste, pues tu carne comienza a soltar su aceite poquito a poco. Aceite de gente que se vende en el extranjero por un montón de dólares, porque sirve para fundir campanas y fabricar máquinas muy finas como los relojes.

─¿Quién podría comprar ese aceite en el Perú? ─Preguntó el abogado.

─Los gringos pues, en el Cusco están como cancha. Dicen que también compran en Lima.

─Escucha Bernardino ─dijo gravemente y añadió. ─Tú no eres un analfabeto y precisamente por eso has sido directivo de tu comunidad durante varios periodos, de modo que muy bien puedes entender que los pistacos no existen. ¿Has visto alguna vez algún pistaco? ¿Acaso no conoces que para fabricar las máquinas, por muy finas que sean, se usan otros tipos de aceites derivados del petróleo?

─Yo doctor digo lo que la gente dice que ha visto, que parece que no son mentiras, sino: ¿dónde está el Crescencio, la Eulalia, el Apolinario, el Segundino, la Santusa y otros tantos que faltan en todas partes?

─Claro, evidentemente hay desaparecidos, pero eso hay que denunciarlo a las autoridades y tarde o temprano se conocerá su paradero o si algo malo les ha sucedido. Pero ahora que estamos en una Zona de Emergencia Político Social por esto de la subversión, guerra sucia, terrorismo, o qué sé yo, es muy peligroso materializar viejos mitos del tiempo de las grandes haciendas, donde los gamonales se tomaban impunemente la vida de los colonos rebeldes, y después solían responder ante las autoridades y familiares con ese cuento de los pistacos, que encierra algo de verdad, pero para explicar otro fenómeno.

─Entonces no son tan mentiras esos pistacos, a más que ahora son muchos.

─Digo en sentido figurado. Esto significa que muchas veces el pueblo crea fantasías en torno a sus dificultades y padecimientos para poder soportar la siempre difícil situación que les agobia. Ser muerto en la imaginación para poder seguir viviendo dentro de una dura realidad. En este caso sería así: Los pistacos son hombres sin nombre, sin rostro y de origen costeño, estos sin duda son los capitalistas. La víctima de los pistacos sería un campesino desamparado, cualquiera de los millones que existen en el país que ofrecen su trabajo, su sudor, su "aceite" a cambio de un mísero salario. Al emplearse, este campesino es prácticamente atado a una máquina o una herramienta en un lugar cerrado, una fábrica o una mina por ejemplo, donde no solamente tiene que sudar sino morirse de inanición. Por eso es que los patrones para despreciar la necesidad de alimentarse de sus trabajadores los quisieran sin tripas, porque conocen que el hambre fomenta las rebeliones y por eso los pistacos desechan las vísceras de sus víctimas. Eso de que los gringos compran el “aceite humano” que extraen los pistacos, significa que todo el esfuerzo de los trabajadores, en otras palabras "su aceite" que sería su sudor su trabajo, se va al extranjero. En lo concerniente a que el campesino para no ser presa fácil de los pistacos, debe gritar  y agruparse para defenderse, explica porque el pueblo explotado tiene necesidad de organizarse en sindicatos, partidos de clase o persistir en la supervivencia de la comunidad. De otra parte, aquello del aborto mágico explica la necesidad que tienen los capitalistas de contar con los campesinos, no solamente con los nacidos sino con los que están por nacer, para la preeminencia de su clase social. Esto explica fácilmente porqué la iglesia católica y otras instituciones de su entorno se niegan a colaborar con la planificación familiar.

─¿Usted cree en esas cojudeces doctor? ─preguntó el campesino con gesto de sorpresa.

─No, claro que no, solamente es una especulación teórica. ─Respondió bastante confundido el abogado socialista. "Pendejo, tu sabes perfectamente cómo están sucediendo las desapariciones", pensó para defenderse.

─La verdad doctor es que todos los señores que hace mucho pero mucho tiempo nos gobiernan se han prestado la deuda externa de los gringos. Después de habérselo gastado en sus carros, sus casas, sus tiendas, sus mujeres y sus fábricas, ahora no pueden pagarles porque esos conchudos nunca han trabajado para ganar honradamente algo, entonces esos gringos muertos de hambre les quieren quitar todo, pero como los ricachones del Perú no quieren perder lo que no les ha costado nada, han contratado a miles de pistacos para matar a los campesinos de las alturas, sacarles sus carnes y pagarle a los gringos con muchas arrobas de aceite humano.

─¿Tú crees en esas cojudeces? ─Preguntó el abogado para "sacarse el clavo".

─Eso dicen pues doctor ─respondió el campesino.

─La verdad es que tú crees en eso que dice que dicen, que en definitiva se reducen a simples rumores. ¡Puras bolas! No existe aún el hombre que diga valientemente: "¡Yo sé, yo he visto!" ─Exclamó el Letrado, súbitamente enfadado.

─Ahora pues doctor ─dijo el campesino con ánimo de cambiar la conversación. ─En mi comunidad ya no hay autoridades y no puede pues haber comunidad sin presidente, sin secretario, sin juez, sin nada. ¿Será que ya no quieren comunidad?

─¿Quién crees tú, que ya no quiera la existencia legal de las Comunidades Campesinas? ─Preguntó descomedidamente.

─No sé doctor ─respondió. "Pendejo doctor no te hagas que no sabes quién", pensó el campesino, resuelto a poner fin a esa consulta jurídica.