EL ANECDOTARIO ABANQUINO
Bueno
pues, lo cierto es que la vida viene con todo, estés donde estés. Y así se van
acumulando en tu memoria un montón de historias y anécdotas de la VIDA REAL que
seguramente son muy parecidas a otras que te han sucedido personalmente, o por
algún motivo te la han contado a ti sus protagonistas o se las han narrado a
sus allegados, o simplemente son hechos que han trascendido a sus actores y se
han convertido en mitos populares o leyendas urbanas.
De modo que en
forma directa o a manera de cuentos, aquí les traigo algunas muy sabrosas, solo
para hacerles conocer que la gente de esta parte del país existe, se mueve y
nos ofrecen con su vivir sus peculiares historias, leamos la primera de muchas
otras:
LOS “PISTACOS OFICIALES”
(Narración de la Zona de Emergencia)
─Entonces, crees tú que todo se debe a los pistacos. ¿Qué es un pistaco
para ti, es decir, un pistaco de estos tiempos?- preguntó con la curiosidad de
un incrédulo.
─Doctor, los pistacos son hombres que no tienen nombre, no tienen casa,
no tienen cara. Tienen más o menos los años de una persona que sabe entrar en
negocios para ganar. Visten un "ccarasaco" (saco de cuero) y se ganan la vida con un cuchillo grande y
filudo. Nadie sabe de qué lugar son, pero todos dicen que vienen de la costa.
Después de trabajar en un sitio se van a otros lugares. Se aparecen en los
pueblos donde ha fallado el nacimiento de una wawita y desde algún lugar
oculto del cementerio esperan a que termine su entierro y cuando llega la noche
se roba al angelito, dejando su tumba igualito nomas como estaba. En las
grandes cuevas de las alturas donde tiene su escondite, macera al
"sulluscca" (abortado) con
aguardiente, hojas de coca y otros menjunjes más, después lo hace secar al sol
y la nieve de esos parajes, hasta que todo se convierte en una bola del tamaño
de un puñete.
─¿Cómo se llama eso? ─Volvió a preguntar zalameramente con el ánimo de
hacerse contar toda esa fantástica historia.
─¿Cómo se llamará pues doctor?, para saberlo hay que ser un pistaco.
Pero la cosa es que con esa poderosa “laicca” (brujería) metida en una bolsa de lana de llama, el
pistaco espera a las gentes solitarias a la orilla de los caminos donde casi no
pasa nadies. Por eso cuando una gente
se encuentra con el pistaco debe taparse la nariz, voltearse rapidito y correr
como un venado donde se encuentren otras personas, gritando: ¡Pistaco!,
¡Pistaco!, para que los cristianos se reúnan y se defiendan. Pero cuando ya le
has visto y quieres cruzártele haciéndote el disimulado o el machito, saca su
"laicca" de la bolsa, lo sopla hacia tu dirección y con su olor nomas
te quedas dominado. No te puedes mover, ni aun cuando quieras. Ni siquiera
puedes gritar y en mirándolo nomas, te mata. Te descuartiza. Te corta tus
brazos, tus piernas y tu cabeza. Te abre la barriga y bota toditas tus tripas y
carnecita nomas te lleva a su cueva. Allí cuelga tus partes de un tronco a la
altura de una gruesa vela que está pegada al fondo de una palangana grande de
aluminio. Cuando prende la vela, ya te fregaste, pues tu carne comienza a
soltar su aceite poquito a poco. Aceite de gente que se vende en el extranjero
por un montón de dólares, porque sirve para fundir campanas y fabricar máquinas
muy finas como los relojes.
─¿Quién podría comprar ese aceite en el Perú? ─Preguntó el abogado.
─Los gringos pues, en el Cusco están como cancha. Dicen que también
compran en Lima.
─Escucha Bernardino ─dijo gravemente y añadió. ─Tú no eres un
analfabeto y precisamente por eso has sido directivo de tu comunidad durante
varios periodos, de modo que muy bien puedes entender que los pistacos no
existen. ¿Has visto alguna vez algún pistaco? ¿Acaso no conoces que para
fabricar las máquinas, por muy finas que sean, se usan otros tipos de aceites
derivados del petróleo?
─Yo doctor digo lo que la gente dice que ha visto, que parece que no son
mentiras, sino: ¿dónde está el Crescencio, la Eulalia, el Apolinario, el
Segundino, la Santusa y otros tantos que faltan en todas partes?
─Claro, evidentemente hay desaparecidos, pero eso hay que denunciarlo a
las autoridades y tarde o temprano se conocerá su paradero o si algo malo les
ha sucedido. Pero ahora que estamos en una Zona de Emergencia Político Social por
esto de la subversión, guerra sucia, terrorismo, o qué sé yo, es muy peligroso
materializar viejos mitos del tiempo de las grandes haciendas, donde los
gamonales se tomaban impunemente la vida de los colonos rebeldes, y después solían
responder ante las autoridades y familiares con ese cuento de los pistacos, que
encierra algo de verdad, pero para explicar otro fenómeno.
─Entonces no son tan mentiras esos pistacos, a más que ahora son
muchos.
─Digo en sentido figurado. Esto significa que muchas veces el pueblo
crea fantasías en torno a sus dificultades y padecimientos para poder soportar
la siempre difícil situación que les agobia. Ser muerto en la imaginación para
poder seguir viviendo dentro de una dura realidad. En este caso sería así: Los
pistacos son hombres sin nombre, sin rostro y de origen costeño, estos sin duda
son los capitalistas. La víctima de los pistacos sería un campesino
desamparado, cualquiera de los millones que existen en el país que ofrecen su
trabajo, su sudor, su "aceite" a cambio de un mísero salario. Al
emplearse, este campesino es prácticamente atado a una máquina o una
herramienta en un lugar cerrado, una fábrica o una mina por ejemplo, donde no
solamente tiene que sudar sino morirse de inanición. Por eso es que los
patrones para despreciar la necesidad de alimentarse de sus trabajadores los
quisieran sin tripas, porque conocen que el hambre fomenta las rebeliones y por
eso los pistacos desechan las vísceras de sus víctimas. Eso de que los gringos compran
el “aceite humano” que extraen los pistacos, significa que todo el esfuerzo de
los trabajadores, en otras palabras "su aceite" que sería su sudor su
trabajo, se va al extranjero. En lo concerniente a que el campesino para no ser
presa fácil de los pistacos, debe gritar
y agruparse para defenderse, explica porque el pueblo explotado tiene
necesidad de organizarse en sindicatos, partidos de clase o persistir en la
supervivencia de la comunidad. De otra parte, aquello del aborto mágico explica
la necesidad que tienen los capitalistas de contar con los campesinos, no
solamente con los nacidos sino con los que están por nacer, para la
preeminencia de su clase social. Esto explica fácilmente porqué la iglesia
católica y otras instituciones de su entorno se niegan a colaborar con la
planificación familiar.
─¿Usted cree en esas cojudeces doctor? ─preguntó el campesino con gesto
de sorpresa.
─No, claro que no, solamente es una especulación teórica. ─Respondió
bastante confundido el abogado socialista. "Pendejo, tu sabes
perfectamente cómo están sucediendo las desapariciones", pensó para
defenderse.
─La verdad doctor es que todos los señores que hace mucho pero mucho
tiempo nos gobiernan se han prestado la deuda externa de los gringos. Después
de habérselo gastado en sus carros, sus casas, sus tiendas, sus mujeres y sus
fábricas, ahora no pueden pagarles porque esos conchudos nunca han trabajado
para ganar honradamente algo, entonces esos gringos muertos de hambre les
quieren quitar todo, pero como los ricachones del Perú no quieren perder lo que
no les ha costado nada, han contratado a miles de pistacos para matar a los
campesinos de las alturas, sacarles sus carnes y pagarle a los gringos con
muchas arrobas de aceite humano.
─¿Tú crees en esas cojudeces? ─Preguntó el abogado para "sacarse
el clavo".
─Eso dicen pues doctor ─respondió el campesino.
─La verdad es que tú crees en eso que dice que dicen, que en definitiva
se reducen a simples rumores. ¡Puras bolas! No existe aún el hombre que diga
valientemente: "¡Yo sé, yo he visto!" ─Exclamó el Letrado,
súbitamente enfadado.
─Ahora pues doctor ─dijo el campesino con ánimo de cambiar la
conversación. ─En mi comunidad ya no hay autoridades y no puede pues haber
comunidad sin presidente, sin secretario, sin juez, sin nada. ¿Será que ya no
quieren comunidad?
─¿Quién crees tú, que ya no quiera la existencia legal de las
Comunidades Campesinas? ─Preguntó descomedidamente.
─No sé doctor ─respondió. "Pendejo doctor no te hagas que no sabes
quién", pensó el campesino, resuelto a poner fin a esa consulta jurídica.
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