lunes, 27 de marzo de 2017

SAYWITE: UN HITO EN EL ANDE (XV) ebook

Bueno, como les tengo ofrecido les presento en décima quinta entrada mi ebook: SAYWITE: UN HITO EN EL ANDE, solo espero que le ofrezcan vuestro interés, sin olvidar de poner un  “ME GUSTA”, pero sobretodo “COMPARTIR” y “COMENTAR”.
8.- VIAJEROS E INVESTIGADORES:
                Muchos son los viajeros, aventureros, gobernantes e investigadores, que seguramente visitaron Saywite, pero estos son los que nos dejaron una imagen y sus impresiones sobre este fantástico lugar.
AURELIO MIRO QUESADA SOSA

Nació  en Lima el 15 de mayo de 1907 y murió en la misma ciudad el 26 de septiembre de 1998. Hijo de Aurelio Miró Quesada de la Guerra y de Rosa Sosa Artola. Sus estudios escolares los realiza en el Colegio de la Inmaculada de Lima. Fue hombre multifacético: periodista, investigador, literato, viajero y maestro universitario. Vivió profundamente vinculado a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, desde su ingreso como estudiante, después profesor, luego Decano de la Facultad de Letras y Rector entre 1962-1967.

En el año 1938 publico una de sus primeras obras: “Costa, Sierra y Montaña”, a través de este libro que lo reveló como el dueño de una prosa transparente, fluida y elegante, nos conduce por las crónicas de su larga travesía al interior del Perú.


A su paso por el sitio, que por primera vez se le llama “Concacha o Sayhite”, en este clásico de la bibliografía nacional, Miro Quesada nos narra:

“La sencillez actual de Curahuasi contrasta con la importancia alcanzada en esos tiempos. Solo me detengo unos instantes en la plaza modesta. En busca de un almuerzo frugal y de un descanso, hago abrir la puerta del hotel silencioso. Veo un caballo inmóvil en el patio de piedras, mientras en el zaguán, sobre el poyo de adobe, un indígena arregla pellones y rendajes. En el comedor, de piso de tierra y anchas puertas, se me sirve una sopa de trigo y un plato de arroz con pescados secos y pequeños, traídos, según se me dice, desde Puno.

El camino, luego, sigue en curvas. Veo a la izquierda campos animados por el verde brillante de cebadales y de pastizales. Con la mirada alerta, quiero descubrir entre los campos las viejas piedras prestigiosas de Concacha o Sayhuite. Por fortuna, encuentro en uno de los recodos de la ruta a los propietarios de esta última hacienda. Al saber mi interés, se ofrecen amablemente a acompañarme; y en un caballo, cuyos cascos resbalan o se prenden en la ladera húmeda, empiezo el recorrido por las ruinas extrañas.

Veo primero la llamada "casa de piedra" o Rumihuasi. Es una especie de adoratorio, cortado de arriba abajo por un rayo, a cuya parte superior se llega por una angosta gradería tallada en la piedra o por otros tres escalones más grandes. Al lado opuesto hay una puerta, que posiblemente antes se cerraba con un pedrón que ahora vemos tendido en el suelo.

Pero no es esta Rumihuasi, ni la curiosa piedra de forma curva con una escuadra perpendicular al centro, llamada generalmente lntihuatana (o lugar donde se amarra el Sol) lo más importante de estas ruinas. Lo que ha echado a volar la fantasía, y ha despertado siempre la curiosidad de los viajeros y la preocupación de los hombres de ciencia, ha sido la gran roca labrada y redondeada, que vemos después en una altura. Amplia, atrayente, blanquecina, la encontramos solitaria en el campo, como un gran canto rodado, en que las manos de los hombres se hubieran ido entreteniendo en tallar figuras y paisajes.

En efecto, sobre la cara alta de la piedra, vemos monos que saltan o que caen, cóndores, pumas, llamas, sapos, lagartijas, serpientes; indígenas con flechas o en actitud de centinelas. Por otras partes ríos, montañas; lagos, discos recordatorios del Sol y de la Luna, ciudades bien trazadas con escalinatas, plataformas y puertas. Todas las cabezas de las figuras están rotas; y la única que se conserva es la de un puma, severa y bastante grande, en uno de los lados de la piedra, que se nos aparece como el dios tutelar o el blasón heráldico del extraño conjunto.

¿Qué representan todas estas figuras tan variadas? El problema es difícil, porque se carece en lo absoluto de puntos de comparación o referencia. Como se sabe, si los pobladores prehispánicos alcanzaron un singular desarrollo arquitectónico, en la escultura tuvieron límites precisos. Sus manos eran expertas en la escultura en tono menor de los adornos, o para infundir vida y espíritu a la arcilla dócil y blanda de los huacos; pero se encontraban contenidas cuando se enfrentaban a la piedra. Sobre este noble material trazaban signos bellos, estilizados, pero sin corporeidad, como en Tíahuanaco, en Chavín o en Sechín; figuras solas, como en el mismo Tiahuanaco o Pucara; cabezas de pumas; adornos de soles y serpientes sobre los muros incaicos del Cuzco. Pero les faltaba el sentido de la composición, de lo que se podría llamar el cuadro escultórico, de las figuras unidas y en relieve como personajes sobre un escenario. La piedra labrada de Sayhuite ─y este es su mérito más peculiar y más auténtico─ seguramente el único ejemplo de esta clase en el territorio del Perú.

¿Pero se trata solo del raro capricho de un artista? Los investigadores consideran que los grupos esculpidos en la piedra no son figuras arbitrarias sino, según las más aceptables presunciones, la representación de una zona geográfica. Por eso se ven ríos, lagos, ciudades. animales correspondientes a diversas regiones: monos de los parajes tropicales del Antisuyo, auquénidos de las serranías, cóndores de ancho y alto vuelo, Se trataría así de la representación en piedra de un mundo conocido; culminación extraordinaria de aquellos mapas en relieve de que nos habla el Inca Garcilaso al describir un modelo del Cuzco, que él vio "con sus cuatro caminos principales, hecho de barro y piedrezuelas y palillos, trazado por su cuenta y medida, con sus plazas chicas y grandes, con todas sus casas anchas y angostas, con sus barrios... que era admiración mirarlo. Lo mismo era ver el campo ─añade─ con sus cerros altos y bajos, llanos y quebradas, ríos y arroyos con sus vueltas y revueltas, que el mejor cosmógrafo del mundo no lo pudiera poner mejor”.

En la piedra labrada de Sayhuite o Concacha ─que con ambos nombres la han mencionado los arqueólogos─ la semejanza con esta geografía en relieve es evidente. ¿Se tratará del plano de la región. O más que la geografía podrá estar allí la historia de alguna invasión; lo que explicaría, por ejemplo, la actitud triunfante de los pumas y en cambio el aire de fuga de los monos, animales de tierras selváticas y cálidas? En lo más alto de la piedra se ve una gran laguna. ¿Será este el lago sagrado, el Titicaca, o su reflejo en pequeño, la laguna de Choclocacha, considerada como el lugar simbólico de procedencia de los chancas? Un reciente investigador ha avanzado más; y ha creído encontrar, en la cara ovalada de la piedra, el Titicaca, los ríos Ramis, Coata, Ilave y Desaguadero; y más al oeste, las cinco líneas casi paralelas de los ríos Caporaque, Livitaca, Velille, Charamoray, Santo Tomás y Vilcabamba, que van a desembocar en un cauce mayor: el Apurímac.

En todo caso, hay siempre la referencia a la laguna legendaria y matricia. ¿Tendrá un carácter colla este sugestivo monumento; habrá sido obra de los chancas; o será todavía de una raza anterior? Lo que se sabe con certeza es que esta región constituyó uno de los campos de andanzas y aventuras de dos grupos afines: los chancas con centro en Andahuaylas y los collas de la meseta del Callao. A ambos se pueden atribuir la laguna sagrada y el puma totémico que vemos en la piedra de Sayhuite. Por lo demás, aunque esta zona fue originaria de los genuinos quechuas, la influencia colla es bien visible, y se mantiene todavía ─aunque muchas veces mestizada con palabras de "runa-simi" o de castellano─ en algunos nombres de lugar: Cotabambas, Soroya, Cotarusi, Choquequirao. Podría considerarse como un símbolo de su vinculación tradicional el nombre de "aimaras" con que se designa también a los collas desde hace cuatro siglos; nombre arraigado pero impropio, que se debe ─según se afirma─ a haberse encontrado en la provincia de Juli, en el Collao, a un grupo de mitimaes de la región apurimeña de Aimaraes.”





lunes, 20 de marzo de 2017

SAYWITE: UN HITO EN EL ANDE (XIV) ebook



Bueno, como les tengo ofrecido les presento en décima cuarta entrada mi ebook: SAYWITE: UN HITO EN EL ANDE, solo espero que le ofrezcan vuestro interés, sin olvidar de poner un  “ME GUSTA”, pero sobretodo “COMPARTIR” y “COMENTAR”.

8.- VIAJEROS E INVESTIGADORES:

                Muchos son los viajeros, aventureros, gobernantes e investigadores, que seguramente visitaron Saywite, pero estos son los que nos dejaron una imagen y sus impresiones sobre este fantástico lugar.

José de la Riva Agüero y Osma



Fue historiador, polígrafo, ensayista y político. Nació en Lima  el 26 de febrero de 1885 y murió en su misma ciudad el 25 de octubre de 1944. Su título nobiliario fue VI Marqués de Montealegre de Aulestia. Estudió en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, de la cual fue posteriormente catedrático.

Fue miembro de la llamada Generación del 900 o “generación arielista”, junto a Víctor Andrés Belaunde, Francisco García Calderón Rey, Ventura García Calderón, Óscar Miró Quesada de la Guerra, José Gálvez Barrenechea y otros. Entre sus obras se cuentan tratados de derecho, historia literaria, historia del Perú, filosofía jurídica y pensamiento religioso, las cuales han tenido gran impacto e influencia fundamental en el desarrollo de la cultura peruana. A su muerte la mayor parte de su fortuna – predios rústicos, bienes raíces y obras de arte- los legó a la Pontificia Universidad Católica del Perú.
           
Después de graduarse de Bachiller en Jurisprudencia, en 1912 inició un largo viaje por los pueblos de Bolivia y la sierra sur peruana, de esas experiencias escribió  sus memorias de viaje, siendo alguna de ellas publicadas en la revista el Mercurio Peruano fundada por Víctor Andrés Belaunde entre 1918 a 1929 con el nombre de “Paisajes andinos”, las que luego serían reunidas y publicadas como “Paisajes peruanos” en 1955.




En todo su relato nos muestra tres aspectos, el primero está referido al rescate del pasado colonial peruano, tema dejado de lado por el gran suceso de la independencia nacional, pero sin dejar de prestar atención a nuestro pasado incaico, porque como muchos de su generación creía que este era el origen de nuestra nacionalidad y para eso era necesario reivindicarlo. El segundo es el paisaje, en esta obra Riva Agüero se maravilla describiendo los cerros, los ríos, el cielo, la lluvia, pastos, la niebla, las distancias, el viento, la flora, la fauna y todo lo que embriaga su espíritu de hombre culto y bien leído, de modo que el paisaje pasa a ser el  personaje principal de la crónica. Finalmente el tercero son las gentes y sus costumbres que describe a lo largo de su viaje.


Este valioso libro que todo peruano debiera leer, nos permite conocer y apreciar el enorme valor de nuestro país. A su paso por Saywite, que en 1912 seguía llamándose Concacha, este ilustre estudioso, nos narra:

“IV

LAS PIEDRAS LABRADAS DE CONCACHA

Al oeste de Curahuasi, en collados y cañadas de lentas curvas, suben largas praderas de pastos naturales. Tardías lluvias de Mayo los han reverdecido y mullido; y en su lozana alfombra apenas se imprime todavía, con levísimo toque, la huella dorada de la sequedad invernal. Los pueblan ovejas y cabras, guardadas por indiecitos de corta edad. La senda, como una cinta blanquecina, se tiende entre la verdura de las gramas y los ichos. Dos veces nos topamos con partidas de esbeltos llamas, también a cargo de muchachitos de ocho a diez años y ya con ponchos y grandes sombreros de paja. Hay profunda consonancia entre la huraña dulzura de los animales indígenas y la asustadiza ingenuidad de los llamamichic niños. Del horizonte se elevan delgadas columnas de humo, efectos de alguna quemazón rústica. Gime a lo lejos una quena pastoril. En derredor de la puna, como intercolumnios gigantescos, aparecen los calvos picos de las cordilleras, cuyos nevados y nubes en la serenidad azul semejan las marejadas espumosas que ciñen los arrecifes y peñascos de un mar diáfano. Se acerca el mediodía, nunca fatigoso en la frescura de estas altiplanicies; hora de belleza extraña, la plenitud de la luz en la frialdad del aire.

Llego a la frágil casa de una hacienda de pastos. En su ramada pajiza almuerzo los platos más comunes de la sierra: chupe de papas blancas, charqui, pan de mote y leche recién ordeñada. Al continuar mi marcha, tuerzo algo a la izquierda y tomo un pajonal, cercado de lomas y muy abundante en manantiales y vertederas. Uno de ellos, lumbroso a la verdad, lleva el lírico nombre de Punchaypuquio, la fuente del día. Por terrenos de la estancia de Sayvite, me dirijo a las ruinas de Concacha.

Ocupan éstas el poniente de un prado muy verde, blando y jugoso por las ciénagas que lo alimentan. Entre malezas y arboledas de alisos hay dos monolitos labrados. El primero es una de aquellas peñas talladas en asientos y escalerillas, que el vulgo denomina tronos del Inca o Incamisanas, (altares en que imaginan que el Inca oficiaba). Por sus cavidades y conductos secretos, debe de haber sido una ara sacrificatoria, destinada probablemente a inmolaciones humanas. La otra piedra es mucho más rara y curiosa. Es una roca redondeada, Con huequecillos en los bordes de sus lisas superficies laterales, y cuya mesa o cara superior está toda ella esculpida en profusos altorrelieves, que representan serpientes, monos, lagunas y ríos. Las figuras se hallan muy maltratadas, muchas descabezadas y rotas, intencionalmente al parecer. Recuerdan con bastante exactitud las toscas esculturas de animales en las iglesias de la primitiva Edad Media europea. No presenta su agrupación la simetría escrupulosa de casi todo el arte incaico. La porción eminente de la peña no está en el centro, sino arrimada a uno de los lados. Simboliza un lago, del cual descienden canalillos que simulan ríos y cataratas. Esta distribución de cursos de agua y montañas que bajan de un elevado mar interior, situado hacia el oriente de la esferoide irregular, no puede ser sino la imagen del mundo (Tahuantinsuyu) como lo hubieron de concebir los antiguos peruanos: en forma oval imperfecta, cuya excéntrica cima, origen de los ríos, la constituían el Titicaca y la circundante llanura del Callao. La interpretación más verosímil de este monolito es, en consecuencia, la de una pachamama, ídolo representativo del Universo, de la Tierra Madre.25 Su importancia para el estudio de la civilización indígena es considerable en lo religioso y artístico, y apenas inferior a los vestigios de Tiahuanaco y Chavín de Huántar. Los naturales del Perú, aunque no soportan cotejo con los Mayas de Centro América y Yucatán, que han dejado tan magníficos relieves, no carecieron de dotes escultóricas como pretenden algunos. Ni podían faltar en pueblo que llevó a florecimiento tan extraordinario las artes análogas de la cerámica y los dibujos en tejidos. Buena prueba de sus aptitudes para el moldeado, nos da la lujosa ornamentación de animales fantásticos en los muros de Chanchán. Numerosas eran las estatuas, ya de dioses, ya de soberanos, príncipes y señores ilustres (llamadas éstas huauquís); las planchas de oro y plata repujadas en forma de aves, amarus y cabezas de pumas, con que revestían las paredes de los santuarios y aposentos reales; y las grandes labores de orfebrería que por su tamaño venían a componer grupos escultóricos, como los espléndidos jardines de oro y pedrería fina con figuras de rebaños y zagales de lo mismo, en el Coricancha y varios templos y palacios. Pero cinceladas o vaciadas casi todas estas piezas en metales preciosos, fueron cuando la Conquista fundidas en barras para los españoles u ocultadas por los indios. En piedra esculpieron menos, por falta de instrumentos idóneos; y por lo general se redujeron a labrar en ella algunas sierpes y otras temas de fauna mítica en las cornisas y portadas, como se ve en el Cuzco y Vilcas, y más a menudo artefactos, vasos (queros), idolillos antropomorfos y breves conopas que retratan llamas y choclos (o sean mazorcas de maíz). A veces incrustaron delicadamente pedrezuelas de diversos colores, como en la minúscula e interesantísima imagen del Inca Yáhuar Huácjaj de la colección Caparó Muñiz, tan animada y expresiva. De crecidos bultos trabajados en piedra, la historia rememora la célebre efigie del dios Huiracocha en Cacha, derribada en los primeros años de la Conquista; bastantes otras quebraron o deshicieron, especialmente en el siglo XVII, los visitadores para la extirpación de idolatrías; y casi no se conservan hoy sino los misteriosos y antiquísimos gigantes de Tiahuanaco, los dibujos de Chavín y algunas cabezas humanas en las serranías del Norte, y este altorrelieve de Concacha. De aquí su imponderable valor y la lástima que infunde su deterioro.26

Wiener, siguiendo a Angrand, supone que la piedra esculpida servía de fuente o surtidor. No la he examinado con el detenimiento necesario para permitirme opinión sobre tal hipótesis. En lo que nadie puede disentir es en considerarla objeto sagrado y símbolo del Universo. A corta distancia de ella y del altar de sacrificios, hacia el levante, se hallan restos de cimientos y paredones, entre los que hay una cascada muy pequeña, que parece artificial. ¿Pertenecerían a un templo? ¿Sería la habitación de los ministros destinados al culto de la Pachamama, o, como quieren Angrand y Desjardins, la residencia campestre de algún inca o sinchi poderoso, ornada de juegos de aguas y de esculturas grotescas como una villa clásica? Todo es posible; porque al lado de los santuarios levantaban casi siempre palacios y hospederías; y las casas de los soberanos y curacas albergaban con frecuencia o tenían en sus inmediaciones adoratorios y huacas tales como piedras y fuentes divinizadas.

Hay que reconocer en los Incas la instintiva pero profunda comprensión del paisaje para sus moradas de campo. A más de Yucay, tan justamente afamado, recuerdo ahora Tambomachay en una lomada al este del Cuzco y camino de Calca; palacete vuelto de espaldas a la capital y la ciudadela, como personificando el desengaño cortesano; escondido entre rocas musgosas, tallado en una ladera verde junto a un limpio arroyo y puquios sagrados, indemnes de sangre humana, en la quieta concha de la encañada florecida por los yantues (flores del Inca) y los amancaes; lecho de paz y de olvido maravillosamente propio para su huésped Amaru Yupanqui, el conquistador de Chile, derrotado luego por los Araucanos y los Mojos, y destronado por los suyos en provecho de su hermano Túpaj Yupanqui.27 En la pastoricia tranquilidad de ese rincón, el blando monarca desposeído, "el que sólo se aplicaba a los edificios y las chácaras" (Relación de Juan Santa Cruz Pachacuti), debió de consolarse con los goces del recogimiento más apacible. El Baño de la Ñusta, en la estrecha y sinuosa quebrada próxima a San Sebastián, a la orilla de un ágil torrente que destella entre juncos, tiene la encantadora esquivez virginal evocada por su nombre. Y este suave prado de Concacha, plantado de arbustos, vivificado por manantiales, erguido sobre los cerros entre las honduras del Apurímac y Abancay como una ara egregia, rodeado por las cimas arremolinadas de las cordilleras como una isla de reposo en medio de amargo y revuelto océano, fue digno en verdad de enamorar a un loca o a un sacerdote de la soñadora raza quechua. Para templo o palacio, retiro de adivinos y amautas, o recreo de príncipes, el sitio estuvo escogido con acierto singular.

Por el abra de Sojllacasa bajé a la llanura de Abancay. El descenso es pendiente, y se retuerce entre montes de espeso arbolado. Hay hermosísimos cedros gigantescos. En sus frondosidades, toros altos, recios y fornidos, que contrastan con el ganado raquítico que he visto hasta aquí, pacen y retozan; y el sol declinante ilumina entre las ramas sus testuces con una aureola encendida. Abajo el valle, festoneado de vegetación boscosa, es como una gran copa orlada de una guirnalda obscura. En el fondo, el verde claro de los cañaverales anticipa en la imaginación el abrigado ambiente de sus campos y el dulzor regalado de sus mieles. Y por todo el contorno, formando un circo titánico, los Andes soberbios, coronados de blancos cirros y armiñados de nieve, se encumbran imponiendo su religiosa majestad en la solemne armonía azul y oro de la tarde."






25 Vid. sobre estos relieves geográficos Garcilaso, Comentarios Reales, Primera Parte, Libro II, Cap. XXVI.
26 Es probable que el deliberado destrozo de la presunta pachamama de Concacha haya sido obra de los misioneros coloniales; pero expuesta por siglos a los ultrajes de estúpidos caminantes y pastores, que por diversión la han apedreado sin duda, y a la intemperie de este páramo, tan azotado por rayos y granizo en la estación tempestuosa, se halla a punto de borrarse y obliterarse del todo. Mediando buena voluntad ¿no podría la Junta Departamental o el Gobierno cobijarla con techo debidamente defendido y pagar un guardián, para evitar la total pérdida de una de las más notables reliquias arqueológicas del Perú? No sería por cierto muy costoso; y nos ahorraría la vergüenza de nuevas destrucciones contemporáneas, de que con razón acusan a los habitantes y transeúntes los escritores extranjeros. Más aún que por escasez de recursos, las antigüedades peruanas se estropean y perecen por la desidia y la ignorancia.
27 Véanse, Historia del Nuevo Mundo por el Padre Bernabé Cobo, Libro XIII, Cap. XIV; y mi libro La Historia en el Perú, págs. 139 y 140.

lunes, 13 de marzo de 2017

SAYWITE: UN HITO EN EL ANDE (XIII) ebook

Bueno, como les tengo ofrecido les presento en décima tercera entrada mi ebook: SAYWITE: UN HITO EN EL ANDE, solo espero que le ofrezcan vuestro interés, sin olvidar de poner un “ME GUSTA”, pero sobretodo  “COMPARTIR” y “COMENTAR”.

8.- VIAJEROS E INVESTIGADORES:

                Muchos son los viajeros, aventureros, gobernantes e investigadores, que seguramente visitaron Saywite, pero estos son los que nos dejaron una imagen y sus impresiones sobre este fantástico lugar.

Charles Wiener Mahler


Filósofo, explorador y viajero, nacido en Viena (Austria) el 25 de agosto de 1851, pero de nacionalidad francesa, y muerto en Río de Janeiro (Brasil) en 1919. Estudió filosofía en la Universidad de Rostock, doctorándose con una tesis sobre las instituciones políticas, religiosas, económicas y sociales del Imperio Inca en 1874. 

Con motivo de la Gran Exposición Universal de París y en mérito a su interés y contacto con intelectuales del área andina fue comisionado por el gobierno francés para realizar una serie de estudios geográficos y etnológicos, específicamente en Perú y Bolivia,  viajando por esta razón entre 1875 y 1877.

Llega a América del Sur por Brasil, pasando por Chile, desembarca finalmente en el Callao, siendo recibido muy cordialmente por las autoridades peruanas. Luego de visitar  Lima enrumba hacia Paramonga, Virú y otros lugares de interés arqueológico como Chanchán, llegando hasta Cajamarca. Examinó las ruinas de Viracochapampa en la Libertad  y Chavín en Ancash. Más adelante realizó estudios en Huánuco Viejo, Ayacucho, Vilcashuamán, Concacha. Describió la ciudad del Cusco y el pueblo de Ollantaytambo. En su recorrido por el Urubamba  fue el primero en referirse a Machupicchu. Visitando la meseta del Collao llegó hasta Tiahuanaco en Bolivia.

Luego de este intenso periplo por el Perú y Bolivia regresa a Francia trasladando cerca de 4.000 piezas arqueológicas y muestras de etnografía que fueron a enriquecer los fondos del Musée Ethnographique de la capital francesa. Por esta hazaña y trabajos fue condecorado con la medalla de honor  en la Exposición Universal de Paris de 1878.

En 1880 publica en Paris su obra “Pérou et Bolivie: Récit de voyage suivi d'études archéologiques et etnographiques et notes sur l'écriture et les langues des populations indiennes”, ("Perú y Bolivia: Relato de un viaje sobre los estudios arqueológicos y etnográficos y notas sobre la escritura y las lenguas de los pueblos indígenas", donde acopia sus observaciones, hallazgos y levantamientos, así como las aventuras y sucesos que le tocó vivir. Obra monumental donde exhibe 1100 grabados, además de numerosos planos. En Lima el día 18 de diciembre del 2015 fue publicado como libro electrónico con el título abreviado de “PERU Y BOLIVIA, Relato de un viaje” bajo la traducción de Edgardo Rivera Martínez, por el Instituto Francés de Estudios Andinos – IFEA (Institut français d’études andines) y la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.


En este importante libro de los inicios de la arqueología moderna, Charles Wiener nos  hace la más amplia descripción de Saywite del siglo XIX, leamos:

 “Abancay  se encuentra a unas leguas de un antiguo santuario llamado Concacha, o más bien Quonncacha , que no está separado de la ciudad, tan bien administrada, más que por una subida y una bajada. Teníamos prisa de dirigimos allí, y por cierto que no nos ha tocado ver en el Perú ruinas más originales y más características que las que se hallan entre la alquería de Quonncacha y la finca de Sayhuite, en terrenos de ésta última. Dedicamos varios días al levantamiento de planos y a dibujar y sacar calcos con el mayor cuidado.


Al hablar de Huánuco Viejo pudimos descubrir la posición geográfica de un puesto militar avanzado, de un gran centro administrativo ubicado en el cruce de vías de comunicación naturales entre el norte y el sur, el este y el oeste.



      La situación de las ruinas de Quonncacha difiere por completo de la del poderoso baluarte septentrional. En un profundo valle, rodeado por montañas elevadas, al margen de todas las grandes rutas de comunicación, estos aislados parajes parecen invitar al recogimiento. En cuanto a las ruinas, no se asemejan en nada a las de Huánuco ni a las de otros lugares de residencia reales. No hay aquí en absoluto baños termales ni vastos patios, ni laberintos que conduzcan a los disimulados palacios de vírgenes sagradas para todos pero reservadas para el señor, esto es el inca.


Tres grupos de antiguos monumentos, esculpidos en granito, se elevan sobre tres eminencias; los tres parecen haber estado dedicados a un mismo culto, el del agua.

El primero, el del sur, comprende un gran muro ciclópeo, hoy desaparecido casi por entero en el suelo pantanoso, y una serie de asientos de granito de las formas más diversas, todos de un trabajo notablemente cuidadoso. Un inmenso bloque de roca tallado en cinco caras fue evidentemente el centro del santuario; los indios lo llaman Rumihuasi (casa de piedra). La cara norte del bloque fue transformada en una especie de escalera que lleva a la plataforma dividida en campos. Cavidades que varían entre cinco y quince centímetros de diámetro, por dos a cuatro de profundidad, fueron trabajadas en ese plano superior con sorprendente exactitud. Atraviesan la piedra canales colectores que van a dar a canales terminados en dos hondas cavidades cuadrangulares en el lado oeste de la piedra. En el lado sur una especie de garita con un asiento, y en el lado este dos asientos enormes separados por gruesas paredes de dieciocho centímetros completan el trabajo realizado por el escultor. Pasemos ahora al segundo grupo de ruinas.


En lo alto de la eminencia se halla una construcción cuadrangular muy simple en esquistos pizarrosos recubiertos de estuco. La vertiente oeste de la colina fue convertida en una cascada en galería. El agua caía en un delgado manto del primer peldaño al segundo; éste, provisto de un reborde cortado por el medio, reenviaba el agua en chorro por esta abertura a la tercera grada, donde abriéndose en abanico iba a caer en la cuarta, y así por el estilo. Encontramos luego, en medio de huellas desaparecidas casi por completo de un patio de honor, y al centro de una alberca de la que no subsisten sino unas piedras, la pieza central del tercer grupo: un bloque de granito gris recubierto casi por entero de esculturas en alto-relieve, la fuente de Quonncacha. Cuando se examina con atención el conjunto, a primera vista caótico, se descubren animales de toda clase en medio de estanques, de torrentes, de casas y de muros de sustentación. Uno se siente tentado a creer que se trata de una obra simbólica, objeto de un culto místico; se podría incluso pensar, por un razonamiento inverso, que se está frente a la obra sin objetivo preciso de un escultor extravagante. Estimamos que deben desecharse ambas y contrarias conjeturas. El bloque de granito presentaba por sí mismo contornos casi análogos a la línea superior de esculturas que cubren su superficie; de allí provienen las formas caprichosas del trabajo. Pero si es verdad que el artista dibuja a lápiz con facilidad una obra de imaginación en una hoja de papel, es inadmisible pensar que hombres que no conocían el hierro ni el acero hubiesen llevado a cabo, sólo por entretenimiento, un trabajo tan considerable, cuya culminación necesitaría, al decir de gente especializada y con el perfeccionado instrumental de nuestra época, de tres a cuatro años. Ahora bien, el carácter mismo de una obra fantasiosa está en variar de acuerdo a las mudanzas de la inspiración; en cambio una obra de paciencia largamente madurada y tranquilamente ejecutada excluye la creación caprichosa. Un examen detenido de esta escultura probará, por otra parte, que pertenece a la categoría de trabajos de observación, que se trata de una imitación de la naturaleza: el bloque representa un terreno accidentado, una montaña de la cordillera. Cuando se divisa a lo lejos las siluetas de las cumbres de las montañas, las rocas de líneas extrañas ofrecen, por ilusión óptica, formas más o menos exactas de seres animados. He ahí por qué en toda región accidentada es posible encontrar las montañas "del León, de la Serpiente, de la Virgen", etc. El autor de la fuente acentuó y tradujo ese fenómeno, pero en lugar de pseudo-leones o simili-serpientes, figuraron los accidentes del terreno por medio de leones, serpientes, batracios y toda la fauna especial de la cordillera. Los animales que cubren en parte la fuente no tienen, en nuestra opinión, ningún otro sentido. Entre ellos brotan manantiales y torrentes, y las cascadas surcan las vertientes.


            La constitución física de la cordillera ha sido traducida así por un artista observador, que supo introducir allí la obra humana: los meandros regulares de los canales de irrigación, los diques que desvían las aguas de un torrente para fertilizar los campos, los llanos cultivados, los estanques de retención, los de evacuación, etc. En medio de ese espacio se levanta el templo; una escalera como las que los indios sabían tallar también en la roca conduce a la plataforma superior. Asientos esculpidos, semejantes a los que circundan el primer grupo de ruinas de Quonncacha, parecen listos a recibir a los sacerdotes; las murallas recuerdan la actividad guerrera de la raza.



He ahí una reproducción fiel de la región de los Andes y de la obra de los arquitectos e ingenieros peruanos. Se trata, de algún modo, de una síntesis topográfica, que prueba con qué lógica manera los antiguos habitantes de la región comprendían el mundo físico, del que tan admirablemente sabían sacar provecho.




lunes, 6 de marzo de 2017

SAYWITE: UN HITO EN EL ANDE (XII) ebook

Bueno, como les tengo ofrecido les presento en décima segunda entrada mi ebook: SAYWITE: UN HITO EN EL ANDE, solo espero que le ofrezcan vuestro interés, sin olvidar de poner un “ME GUSTA”, pero sobretodo  “COMPARTIR” y “COMENTAR”.

8.- VIAJEROS E INVESTIGADORES:

            Muchos son los viajeros, aventureros, gobernantes e investigadores, que seguramente visitaron Saywite, pero estos son los que nos dejaron una imagen y sus impresiones sobre este fantástico lugar.

Ephraim George Squier


Otro de los investigadores que visitaron Saywite fue el periodista, diplomático y arqueólogo aficionado estadounidense Ephraim George Squier, nacido en Bethlehem, Nueva York, 1821 y muerto en Brooklyn Nueva York, 1888)

En 1862 arribó al Perú como Comisionado de los Estados Unidos, nombrado por el presidente Abraham Lincoln y luego su Cónsul General en 1868.

El interés de Squier por los temas arqueológicos lo llevaron a escribir su famosa obra “Perú: Incidents of Travel and Exploration in the Land of the Incas” publicada en inglés en 1877, que fue la crónica de una expedición arqueológica iniciada en 1863 y culminada dos años después. La primera edición en español se publicó en 1974, con el título de: “Un Viaje por Tierras Incaicas. Crónica de una expedición arqueológica (1863-1865)”, casi un siglo después.


Sobre la riqueza arqueológica del Perú, Squier nos dejó el siguiente testimonio:

 “Dada la virtual ausencia de todo documento escrito, el estudio de los monumentos arquitecturales de los peruanos adquiere la mayor importancia para la investigación de su historia y civilización. Tienen, en verdad enorme valor. Demuestran claramente el estado de sus artes en todos los ramos. Tenemos restos fehacientes de lo que podían hacer en arquitectura. Sus depósitos y acueductos nos dan una clara visión de su sistema agrícola. Sus puentes, caminos y tambos nos hablan de sus medios de intercomunicación. Sus grandes fortalezas y otras obras públicas demuestran que los gobernantes tenían a su disposición la mano de obra de una población numerosa e industriosa”.

En esta obra nos describe y grafica Saywite, que en el siglo XIX era conocido con Concacha o Cconccacca, así:

“El camino desde Curahuasi nos llevó todavía más arriba a lo largo de 15 kilómetros, hasta que alcanzamos el punto más alto desde nuestra salida del Cuzco. Luego comenzamos nuestro descenso hacia la pequeña pero industriosa ciudad de Abancay, a la que llegamos casi al atardecer, justo cuando se iniciaba una recia tempestad de truenos, que continuó ininterrumpidamente durante la noche.

En la elevada y lejana punta conocida como Concacha, cerca de Abancay, se halla una de las muchas y notables rocas esculpidas del Perú. Es de piedra caliza, de unos 6 metros de largo, 4,2 de ancho y 3,6 de altura. En la parte superior se ha tallado lo que aparentemente es una serie de asientos, a los que se llega por un ancho tramo de escalones, al lado del cual hay un tramo de escalones más pequeños y angostos, que difícilmente pueden haber estado destinados a permitir la ascensión, ya que los escalones más grandes y anchos cumplen plenamente esa finalidad. La superficie superior del extremo más pequeño o meridional de la roca se eleva algunos centímetros por sobre el nivel general de la cima y tiene perforadas en ella varias cavidades redondas u ovaladas en forma de escudilla, cuyo diámetro varía entre 10 y 22 centímetros y la profundidad entre 7 y 15 centímetros. De una de las que están más próximas al borde de la roca sale un pequeño canal que corre por uno de los lados de la roca, donde se ramifica para desembocar en cuatro depósitos cortados en la piedra, al estilo de bolsones, de los cuales los dos mayores pueden contener 1,8 litro cada uno. El líquido vertido en el receptáculo superior fluiría y llegaría a estos singulares receptáculos laterales. Desjardins, con un dibujo y una descripción de esta roca ante él, no vaciló en relacionada con sacrificios humanos y parece convencido de que la sangre de las víctimas que se derramaba en la parte superior de la roca y la forma en que fluía a un receptáculo u otro o por los costados a los depósitos laterales, decidía de alguna manera las adivinadores de los sacerdotes. Sin embargo, da totalmente por sentado el problema de los sacrificios humanos, cuya existencia en el Perú ciertamente no se ha probado aún. Yo me inclino más a creer que el propósito de la roca no era muy diferente del de la que vimos en el valle de Yucay y que aquí, como allá, se vertían libaciones de chica, que los sedientos sacerdotes acumulaban en los diversos receptáculos, mientras que los que hacían la ofrenda creían devotamente que la absorbía el oráculo que moraba en la roca. Resulta bastante claro que uno moraba aquí ocasionalmente, ya que hallamos en el lado de la roca opuesto a la escalera o subida un profundo nicho cortado en la piedra, lo suficientemente grande para recibir a un hombre. La losa de piedra con que se cerraba el nicho cuando hacia falta yace actualmente frente a él. Todavía se conservan vestigios de un edificio de piedra que rodeaba a la roca y hay muchas otras rocas en la vecindad labradas en forma de enormes asientos. Vemos que los sacerdotes incaicos eran casi tan hábiles y astutos como sus más pulidos hermanos antiguos de allende los mares y que el gran oficio de abusar de la credulidad y flaquezas de la humanidad ha florecido en todas las épocas, es propio de todos los climas y no se limita a ninguna época o familia humana”.