[El Ampay]
Cuando
estábamos a punto de acabar la primaria, nuestro profesor nos llevó de
excursiones a la laguna grande del Ampay. Como buenos "puric-allccos" (perros callejeros)
que éramos, subimos sin mayor cansancio la hermosa montaña. Lo que resultaba increíble
de aquel ascenso era que como si estuviéramos viendo plácidamente una bella
película, a cada cincuenta o cien metros nos encontrábamos con un paisaje muy
diferente al anterior y siempre más bonito, y era porque estábamos caminando
entre altos y hermosos árboles de intimpas y por un caminito apretado por
helechos, musgos y un sinnúmero de yerbas y arbustos que estaba dibujado sobre
el filo de una cuchilla.
Si en algún momento parábamos era
para que el profesor superara su cansancio y cuando el descanso se estaba
prolongando más allá de nuestra cuenta, lo animábamos diciendo: “¡Vamos
profe!”. De repente como a las cuatro horas de aquella caminata llegamos a una
planicie que después supe que se llama "Turrumpampa", de allí vi como
una mágica aparición, por primera vez el mismísimo nevado del Ampay. ¡Ahí
estaba! Blanco, puro y majestuoso, montado sobre una rocosa montaña, que
mantenía como en suspenso una gigantesca lengua de nieve que parecía que quería
caerse o estirarse más y más abajo. Toda esa espectacular maravilla estaba
rodeada por un infinito cielo azul. Aun
cuando estaba paralizado por una muy especial emoción, sentía que debajo de la
piel me recorría una corriente eléctrica y los ojos se me llenaban de agua de
pura alegría.
Bajé la mirada y vi un inmenso
cono que parecía la boca de un antiguo volcán, hasta que alguien dijo que
dentro de él estaba la laguna grande, entonces me dieron ganas de correr a su
encuentro como si se me pudiera escapar. “¡Todos en fila de a uno!”, ordenó el
profesor agregando que nadie debía adelantar a nadie, ni mucho menos
retrasarse. “¡Todos juntos hemos partido, todos juntos vamos a llegar y todos
juntos vamos a volver!”. Entonces todos
caminamos llenos de contento hasta la base de aquel boquete y luego a pesar que nos faltaba el aire
porque estábamos a un pelín de los 4,000 msnm, sin embargo como si nada subimos
aquella escarpada formación, hasta que por fin llegamos a una grande e increíble laguna rodeada de queuñas con aguas a veces azules, otras verdes y otras turquesas, según
el lugar desde donde la veíamos.
“¡Que nadie se mueva de este
lugar!”, ordenó el profesor y agregó: “¡Después que descansen, vamos a
almorzar!”, y así lo hicimos hasta terminar nuestro "ccoccau"
(refrigerio). Después de un momento que nos dejó jugar o simplemente
repantigarnos para mirar el cielo que nos parecía más cerca que nunca, siempre
mirando su reloj, nos dijo: “¡Vamos a dar una vuelta completa a la laguna, con
calma y sin correr para tratar de ganarle a nadie, porque si todo sale bien,
todos habremos ganado y pronto podremos volver!”. La vuelta alrededor de aquel
enorme estanque, fue toda una aventura pues nos dimos cuenta que estaba rodeada
de unas enormes piedras a las cuales parecía
que les hubiera caído una lluvia de pequeñas candelas, pues tenían un
montón de pequeños agujeros de donde se levantaban como cuchillos unas puntas
filosas.
Alguien dijo: "En estas
piedras los incas entrenaban sus mágicas pociones para derretir las rocas y
luego moldearlas a su gusto", pero alguien más conocedor del campo le
replicó: "Aquí cagan los ccakacllos
y eso derrite la piedra". Yo le pregunté que eran los "ccakacllos" y me respondió "los pitos", pues sonso", y me
quedé más ignorante todavía. Ya después en casa me explicaron que son los
hermosos, grandes y gordos pájaros carpinteros andinos que tienen un pico muy
largo y filudo, y un color gris acero con plumas rojas a la altura de la nuca.
Ya de adulto los avisté cientos de veces en las numerosas punas que recorrí,
siempre parados sobre una piedra.
Después de ese minucioso y
charlatán paseo, el profesor pasó una vez más la lista porque íbamos a iniciar
el camino de retorno. A medida que iba bajando volvía una y otra vez los ojos
para ver nuevamente el maravilloso nevado, porque sentía que si no lo miraba
todo podía convertirse en una simple ilusión. Cuando por fin se perdió de mi
vista pude atender otros paisajes y entre ellos vi decenas de montañas azules
que como las olas de un mar interminable se sucedían una detrás de otras y que
detrás de la última montaña había otras y otras más hasta el infinito. Cuando
le señalé al profesor lo que estaba viendo, me dijo: “Es la inmensa cordillera de
los andes que empieza en la Patagonia argentina y termina en el istmo de
Panamá”. Después volví mis ojos a esa inmensidad que me decía que el mundo era
demasiado grande como para acabarse nunca, y que si se acabara, continuaría en
las estrellas.
Siempre bajando nos internamos en
un camino que cruzando lo más espeso del bosque nos llevaría a la laguna chica
y al cabo de una hora estábamos cara a cara frente a la Intimpa más grande, más ancha y más antigua de todo ese reino
forestal, era la “Cápac Intimpa”, que necesitó de más de diez excursionistas
agarrados de la mano para rodear su grueso tallo. Después llegamos a la pampa
que está encima de la laguna chica, y a menos de un kilómetro más abajo
alcanzamos el pequeño estanque donde a muchos nos dio ganas de bañarnos, deseo
al que nuestro profesor respondió: “¡Ni en sueños!”. Allí nos sentamos para ver
como sus aguas reflejaban los árboles que la rodeaban, verde claro por donde
todavía alumbraba el sol y verde oscuro dónde ya había llegado la sombra. A pesar
de que ya la había conocido, me pareció también fabulosa, porque formaba parte
de un todo: El nevado, la laguna grande, el bosque y la laguna chica.
"¡Solo me falta llegar al nevado", pensé aquella vez. Después subí
hasta el glaciar hasta en tres oportunidades y antes de morirme llegaré una vez
más para despedirme de mi amado "Apu".
Noté en la cara del profesor un
aire de alivio y satisfacción, porque como a las cinco y media de la tarde,
todos habíamos llegado sin novedad hasta el local de la escuela, así que:
“Calabaza, calabaza, cada uno a su casa”, pero antes me despedí del profesor
dándole la mano en señal de gratitud por haberme llevado al paraíso. En mi casa
narré aquella aventura hasta quedarme dormido como a eso de las siete.
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Gracias a la visión que me
ofreció esa primera visita que jamás pude olvidar, es que al frente de la
Asociación Cultural Apurímac, luego de cuatro años de ininterrumpida gestión,
logré que mediante Decreto Supremo Nº 042-87-AG, del 23 de julio de 1987, que
un área de 3,635.50 hectáreas, situada al norte de la ciudad de Abancay, que
comprende el Nevado del Ampay y el bosque natural de sus estribaciones, fuera
oficializada como Unidad de Conservación dentro de la categoría de “Santuario
Nacional” e integrada al Sistema Nacional de Áreas Naturales Protegidas por el
Estado (SINANPE) entidad pública que contribuye al desarrollo sostenible del
Perú, a través de la conservación de las muestras representativas de la
diversidad biológica.
Han pasado
32 años y de eso nos felicitamos, porque durante todo este tiempo el Santuario
Nacional de Ampay ha cumplido con su objetivo legal, cual es conservar con
carácter intangible el bosque natural de "Intimpas" (Podocarpus glomeratus), conífera sudamericana única
en su género y en proceso de extinción, además de otras especies de flora y
fauna silvestre endémicas. También ha cumplido con proteger los recursos suelo
y agua dentro de la cuenca hidrográfica del río Pachachaca, garantizando la
estabilidad de las tierras y el normal aprovisionamiento de agua para los
asentamientos humanos de las ciudades de Abancay y Tamburco y el desarrollo
agrario de las tierras de cultivo de los sectores de Illanya, Pachachaca,
Patibamba, Tamburco, Huayllabamba, Umaccata, Kerapata, Sahuanay, Maucacalle, San
Antonio, Ccorhuani, Antabamba Baja, etc.
De otra
parte, la protección y conservación de los bosques del Santuario Nacional, ha
permitido proteger a nuestra ciudad de los gigantescos deslizamientos de
tierras que podrían haberse producido en estos últimos tiempos, si la zona
boscosa, siendo lo que era, tierras de propiedad estatal, se hubiera parcelado
y adjudicado en propiedad privada; entonces a la fecha sería cotidiana la caída
de enormes huaycos sobre la ciudad. Esta no es una gratuita conjetura, sino que
está basada en hechos concretos que ahí dónde se ha talado y retirado el área
vegetal del Ampay, es donde se han producido significativos corrimientos de
tierras, como fue el caso de Sahuanay (1951 - 16 muertos y desaparecidos),
Cocha-Pumaranra (1997 - más de 100 muertos y desaparecidos) y Sahuanay –
Tamburco – Chinchichaca y El Olivo (2012). De modo que tenemos sobre la ciudad
una amenaza evidente y para conjurarla solo nos corresponde persistir en la
conservación del bosque y en la urgente reforestación de las áreas denudadas de
la floresta ampayasana.
La parte más valiosa del
Santuario Nacional de Ampay es su riqueza forestal, la que está calculada en
aproximadamente 1,500 especies, de las cuales 340 han sido registradas entre
los 2,900 a 3,500 msnm. En este piso húmedo, la floresta está dominada por la
"Intimpa" que ocupa una extensión aproximada de 600 hectáreas, (41%
de la masa forestal del bosque del Ampay y el 19% de extensión total del
Santuario), con unos 60 árboles por hectárea, formando un rico ecosistema con
gran número de plantas endémicas. Otro valor natural es su riqueza ornitológica
que lo sitúa en una de las principales rutas de los estudiosos y observadores
de aves por contar con especies endémicas.
Lo que no podemos dejar de
valorar es la belleza paisajística del Santuario expresada en formaciones
geológicas, bosques, lagunas y el nevado Ampay, que ya desde tiempos
preincaicos recibía la devoción de los antiguos peruanos desde el usno de
"Osnomocco" del distrito de Tamburco como uno de los principales
"Apus" de la cordillera del Vilcabamba o la "sierra nevada"
como la llamaban los españoles, y que ha permitido situar a la ciudad de
Abancay en un importante destino eco turístico.
[Despedida]
Estas memorias las he escrito conforme
las iba recordando, pues la mente no las tiene ordenadas y más aún cuando se
refieren a experiencias vividas en los primeros años de la infancia, y por eso
algunas de sus escenas se me aparecían como entre sueños, pero gracias a los
comentarios de los lectores, pude darme cuenta que sí los había recordado
efectivamente, cosa que de verdad a mí también me dejó muy admirado respecto
del raro modo cómo funciona la mente.
De otra parte, debo aclarar que
no ha sido mi propósito narrar en detalle, quién era quién, por eso no he
nombrado a casi nadie, sino rememorar
las impresiones de un niño de los años 50' del siglo XX con relación a su
experiencia infantil en un suelo, pueblo, ciudad, patria o paraíso llamado: ABANCAY. Como han visto, en todo
momento he tratado que está crónica del ayer temprano, no solo se trate de mi
persona, sino de las vivencias de mi generación, y si entre sus líneas he
nombrado a mis padres o hermanos es porque todos hemos nacido, crecido y
seguimos viviendo dentro de una familia. Pero a pesar de que no se puede
recordar exactamente todo, no por eso vamos a dejarlo enterrado. ¡NEGARSE AL OLVIDO, ES PARTE DE SENTIRSE
VIVO!
Después vino la despistada
adolescencia y la loca juventud en tierras extrañas y el resto de mi vida hasta
hacerme viejo, la pasé en esta tierra milenaria que aún no acabo de conocer en
toda su dimensión geográfica, social y cultural, así como su espiritualidad y
su cosmogonía andina.
Pero en fin como dijo el poeta:
"Confieso que he vivido" y el cantante: "A mi manera" a lo
que puedo agregar: "A tumbos, levemente muriendo", y para presentarme
ante quienes sin haberme conocido me han leído y alentado, sólo sabré dejarles
esta pequeña nota:
"Soy
de la gente simple que despierta
cuando
el sol levanta el día.
Con
el afán que devoran mis horas
siembro
la semilla que eleva la alegría.
No
traigo ideas que amenazan
como
punzantes metales
o
que brillan como el cristal
que
se quiebra con sangrante ruido letal.
No
se han hecho mis sentimientos
de
los cortos pensamientos
que
el estúpido parloteo inventa,
para
darnos cuenta, que algo intenta.
Soy
de la gente simple
que
termina el día
persiguiendo
sueños."
¡GRACIAS
POR HABERME LEÍDO, PERO SOBRETODO POR HABER COMENTADO Y COMPARTIDO ESTE PUÑADO
DE RECUERDOS TEMPRANOS, QUE QUIZÁ MÁS TARDE LOS REÚNA EN UN LIBRO, PARA QUE
COMO YO, SE LO PUEDAN CONTAR A SUS HIJOS Y NIETOS!
De izquierda a derecha o de derecha a izquierda, da igual:
Ciro Víctor Palomino Dongo y Hugo Víctor Palomino Dongo
Aníbal Palomino Dongo, QEPD +