martes, 12 de mayo de 2020

EL PIRAÑA


Ese pueblo es uno más de esos que sin saberse cuando empezó, seguirá existiendo más allá de la memoria de todas las generaciones que lo habitaron, y seguirá sobreviviendo mientras este sufrido planeta continúe en su terco afán de cobijar la vida. Solo se conoce que su nombre y las noticias de su gente aparecen en las primeras crónicas de los conquistadores y en la lejana papeluchería de la administración colonial  y  republicana. 

Y como  todos  los  demás  poblados  que  se  han  sembrado  en  esta cordillera, se mantendrá estacionado en el mismo lugar por todo el tiempo que le queda, pues ha aprendido a soportar cacicazgos, corregimientos, parroquias, haciendas, minería, plagas, epidemias y el abandono y la miseria de estos tiempos, gracias a la bendita agricultura que desde hace milenios les calma el parco hambre que se debe tener en estas tierras, si se quiere pasar por este mundo sin tener que llegar prematuramente a ese amplio y blanquecino cementerio, que se ve desde todas partes del pueblo, como si fuera el faro salvador de los que buscan llegar al puerto del eterno descanso.

–No sé por qué traerán hijos a este mundo, para después abandonarlos a su suerte como si sus padres fueran unos discapacitados. –Le dijo la mujer al policía que custodiaba la puerta de la comisaria.

–No está bien que después de ser amiga de los padres del muertito, ahora que te has peleado por el saneamiento de una chacra que no te pertenecía, resultes también ser su enemiga en estos dolorosos momentos. ¡Yo no voy a permitir que rajes de mis compadres!, menos delante de la policía. ¡Qué tal lisura! –Le recriminó una de las otras curiosas que rodeaban aquel local policial.

–¿De dónde sabes lo que ha pasado con esa chacra? ¡Para que sepas! Esa posesión la he perdido, porque no tenía toda la plata que pedían los ingenieros de la oficina de saneamiento, porque si no otra hubiera sido la cosa. –Aclaró la reprendida.

–Pero si tú nunca has sido dueña de esa chacra, ¿de qué te quejas? –Le recordó.

–¡Silencio señoras! Si no van a tener que abandonar este lugar, porque aquí no se puede provocar pleitos. –Les gritó el policía y luego agregó: –¡Señoras y señores, les ruego abandonar el área, porque en ningún momento va a salir el fiscal o el médico legista para contarles lo que ha pasado, porque las investigaciones son reservadas. Cualquier información acerca de la muerte del muchacho se les comunicará por "Radio Sintonía".

–¡Para que usted sepa señor policía, nosotras no nos vamos a mover hasta saber quién ha sido el autor de ese maldito crimen! –Gritó una, a lo que respondieron las demás en coro. –¡Justicia! ¡¡Justicia!! ¡¡¡Justicia!!!

Cuando el grupo se calló, la que no fue ni nunca será dueña de nada, al momento de marcharse le tiró fieramente de los pelos a la fiel comadre de sus compadres, y ahí nomás se armó una trifulca de la gran siete, que tuvieron que salir  todos los policías incluido su jefe, para poner fin a esa pelotera. Cuando por fin fueron separadas las revoltosas, la provocadora gritó.

–¡Caramba, que bien defiendes a esos malditos!, que ahora  recién se quejan y lloran, pero cuando su pobre hijo andaba por las calles y los restaurantes pidiendo unos centavos o mendigando un pedazo de pan para matar su hambre, no hacían nada, y ahora hasta abogada tienen. ¡Algún día nos vamos a encontrar a solas, india cochina!

–¡Señores policías escuchen! Me está amenazando. Si algo me pasa ya saben ustedes quien será la responsable.

Lo que estaba sucediendo era que allá, como a quince kilómetros de aquel municipio, donde el poderoso río horada los milenarios cimientos de las altas montañas que definen la geografía de estos parajes, gracias a los avisos que dan los cóndores que aun surcan los cielos de estos poblados y al grande olor que la calor ayudaba a despedir de aquel basural donde echan sus desperdicios los ómnibus que ofrecen comida a sus pasajeros, hallaron el cuerpo sin vida del Anselmo, que por más de siete noches no se le veía merodear por las pollerías y restaurantes por donde pasa la carretera asfaltada que sin entrar al pueblo para no chocar con los cerros, viene desde Lima para llegar al Cusco y seguir de largo hacia Puno y después sin descanso enrumbarse hasta Arequipa.

Sobre la suerte de Anselmo, con toda seriedad nadie podría decir que era un mocito abandonado y por eso tan pobre que tenía necesidad de interpretar algún mal parado tema de aquellas gastadas canciones que de tanto sonar por todas partes y de mil maneras, ya nadie las escucha. Pero sin embargo al improvisado artista le servía de pretexto para tener el derecho de exigir a su fastidiada audiencia, una limosna en dinero o comida.

Su manera era llegar a la puerta de todos los restaurantes. Más allá de ese límite no podía ingresar ni un solo paso, porque si se atrevía a más, se le acercaba uno de los mozos para meterle una soberbia patada en el trasero que lo hacía saltar un metro más allá de donde se había atrevido. Tanto les fascinaba a los meseros hacerle sufrir ese castigo que incluso establecieron un orden para alternarse. “¡Ahora me toca a mí!”, recordaba a los demás el dueño del turno.

–¡Abusivo de mierda, porqué le pateas tan salvajemente a ese pobre niño hambriento! ¿Acaso te está pidiendo tu comida? –Le recriminó un pasajero comensal cuando vio que uno de los mozos ejercía su derecho a espantarlo.

–No es lo que cree usted señor. Este chico no es ningún pobrecito hambriento. Tiene una familia que no le falta dinero para servirle un buen plato de comida y de hecho se lo sirven, sino que tiene la maldita costumbre de venirse por las noches a los restaurantes y pollerías de este paradero a pedir limosna y comida a los pasajeros. ¡Ese es su vicio! –Le refirió el camarero.

–¿Entonces por qué no llamas a su familia para que lo recoja? ¡Qué derecho tienes tú para patearlo a tu regalada gana y solo porque te encantan las pelotas! ¡Qué tal concha! ¿Te gustaría que ese niño fuera tu hijo o tu hermano?

–Señor, si usted tuviera tiempo verá que en cualquier momento van a llegar sus hermanos para llevárselo a latigazos a su casa, y sin embargo más tarde, medio calato se escapará por los tejados, para pararse en ese lugar de la puerta y desde allí ver a los clientes con sus ojos de paqpaka triste hasta que alguien le alcance una porción de lo que está comiendo o una propina para que los deje comer en paz con sus conciencias. – Explicó el empleado y completó. –¿Acaso lo ve flaco o mal vestido?

–¿Y cuánto tiempo tiene que limosnear para sentirse satisfecho y marcharse a su casa? –Preguntó esta vez menos irritado, pero más curioso.

–Señor, si los restaurantes y las pollerías atendiéramos toda la noche, toda la santa noche estaría pidiendo y comiendo como un barril sin fondo.

“Ese debe ser un extraño mal que no tiene cura”, pensó y se acercó al muchacho que lo recibió con la cara de alguien que va a recibir una grata sorpresa que desde siempre conoce que es buena: “¡Dinero!” “¡Plata!”

–¿Cómo te llamas?

–Anselmo –respondió el muchacho.

–¿Tienes mamá? ¿Tienes papá?

No respondió nada de nada. Solo se limitó a enfadarse por esa, mil veces estúpida, pregunta que le hacía bajar la cabeza. Después de respirar como una fiera por la boca y las narices, se repuso y empezó a  lanzar esa su muy especial mirada que podía llenar todo el espacio que lo rodeaba y acabar con todas las palabras. Como si se tratara de una tácita respuesta, le habló con los ojos al curioso indagador: “¡Dame plata!” “¡Dame la pierna de pollo que tienes en tu plato. Dame aunque solo sean las papas!”, y para lograr eso, a manera de una mágica invocación a ocultos poderes que solo él podía entrever, se puso a mal cantar rasqueteando una lata corrugada de conservas. “¡Poco a poco, poco me has querido, poco a poco me has amado y al final todo ha cambiado morenita de mi amor…!” El hombre regresó a su mesa, se sentó de pena, de rabia, de no sabía qué, y cuando se dispuso a comer, desde su lugar escuchó que afuera el muchacho casi gritaba: “¡Ojos azules no llores, no llores ni te enamores,……!”. Y sencillamente no pudo comer a pesar que durante más de cuatro horas estaba soñando con devorarse una pierna de pollo a la brasa con sus papas fritas untadas con  kétchup, mayonesa, mostaza y ají de huacatay acompañada con su norteamericana Inca Kola.

–¡Ta´mare, ese chivolo me fregó el apetito! –Comentó en voz alta y luego bastante malhumorado ordenó al mesero: –¡Pásame la cuenta!”

–¿No ve señor?, a nosotros también nos acaba la paciencia y por eso lo pateamos para no verlo más en esa puerta molestando con su hambrienta mirada a los pasajeros.

–Por qué no reclaman a su alcalde para que limpie este lugar de tanto “piraña” o acaso no pagan sus impuestos. Es una desgracia viajar por un país lleno de muertos de hambre que en todo momento te recuerdan que no es cristiano comer sin compartir, y menos con un montón de limosneros que desde niños se han acostumbrado a molestarnos con la conmiseración que debemos sentir todos los creyentes en esta clase de situaciones, pero esta vez todo se pasó de la raya.

Cuando vio que el mozo estaba caminando con su plato casi lleno para alcanzarle al pedigüeño, el hombre le dijo: “¡Déjalo allí donde estaba y por favor llama a sus hermanos para que se lleven a este desgraciado!”, y que para eso se quedara con el cambio.

Incluso cuando el hombre subió a su camioneta para marcharse de aquel lugar, escuchó nítidamente la chillona voz del muchacho gritando: “¡Mujer andina, vengo a cantarte todas mis penas y mis dolores…!, y arrancó casi matando a uno de los perros vagabundos que comparten con los pirañas las sobras de comida que se regala o arroja en ese paradero.

Después de algún tiempo, llegó el anochecer de un día en que por fortuna no lo vieron en las inmediaciones de aquella estación. Al día siguiente igual, y varios días después, igualmente. Los dueños de los restaurantes, las pollerías y sus trabajadores pensaron que al sinvergüenza lo habían encadenado en su casa o se lo habrían llevado a algún lejano lugar donde no pudiera hacerles pasar la vergüenza que día a día debían soportar.

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Como si el mundo de ese paradero se hubiera reparado de alguna imperfección, a partir de la ausencia del Anselmo las cosas marcharon como sobre cuatro ruedas bien aceitadas. Ya nadie debía preocuparse de aquella pequeña existencia, que como por encanto se aparecía a la hora en que el sol moría tras los vidrios de las puertas y las ventanas de esos restaurantes, para avisarles que una vez más estaban allí sus ojos hambrientos dispuestos a capturar a un desprevenido comensal, para que sin decirle ni una sola palabra, ni hacerle el más mínimo gesto pedigüeño, solo con su pasmosa mirada clavada en la médula de sus almas como si en ello se le fuera la vida, pedirle desde el fondo de sus entrañas un pedazo de su pollo a la brasa o un puñado de sus papas fritas, o suplicarles desde el centro mismo de su corazón, que por lo que más quieran, le arrojen una moneda.

Como a veces las cosas no siempre son como tienen que ser, sino como lo que son. Los primeros en extrañar esa ausente presencia fueron los camareros. Ese raro fenómeno se manifestaba como que el pedigüeño estaba ahí, ....ahí y siempre ahí, aunque en realidad ya no estaba ni estaría nunca más, pero eso estaba por verse.

–¡Oye no sé lo que me pasa! A veces cuando veo esa puerta y no encuentro al “piraña” parado como una estatua pidiente, me parece como si la puerta no tuviera marco o le faltara un vidrio o algo así por el estilo. –Contó uno de ellos.

–¡Eso no es nada!, la otra vez sentí que estaba viendo otra puerta o la puerta de otro lugar. ¡Qué extraño no!, sin el Anselmo parado ahí, esa puerta no parece la misma. –Dijo otro.

–A mí también me ocurre algo muy raro, porque cuando veo la puerta, veo simplemente que el chivolo no está, pero cuando no la veo pienso que está parado ahí como siempre, incluso anoche me sorprendí llevándole algunas sobras, porque sentía sobre la nuca esa su penetrante mirada que le nacía desde las tripas. ¡Qué chocante, no!

–¡Carajo, parece una puerta fantasma!

Les parecía que esa puerta se había convertido en un ojo que los veía con una visión permanente y penetrante. Todas las noches la miraban con mucha  molestia, porque se parecía a un pensamiento fijo o al tormento de un temor que no se acaba nunca.

–¡Así deben nacer las historias de los fantasmas y de los sitios encantados. – Dijo el mozo universitario.

–Yo no sé de dónde saldrán esos cuentos, pero desde que el Anselmo ya no se aparece en esa puerta, ese lugar ya no es el mismo. Parece que una oscura presencia que aparece y que desaparece lo hubiera reemplazado, o que una especie de macabra ansiedad se hubiera instalado en ese lugar sólo para molestarnos. –Dijo con voz medio amarga Yesica, la más guapa de las meseras.

–¡Mejor dejémonos de cojudezas!, porque la verdad es que todos nos sentimos culpables de los patadones que de buena gana y por turno le obsequiábamos al pedilón. –Dijo el más antiguo  de ellos con el propósito de acabar con esa charla que se estaba volviendo medio alocada.

–¡Sí¡ Mejor acabemos con esta vaina que nos está poniendo nerviosos y porque además parece que estamos hablando de un muerto que a todos nos pesa.

Como la charla no podía acabarse por la persistencia de la fantasmal presencia, todos se dedicaron a recordar los últimos días del muchacho por aquel paradero. Después de que cada uno refirió lo suyo, pudieron concluir que hasta en tres ocasiones vieron a dos sujetos estacionar una furgoneta negra como del tamaño de una buena ambulancia; que los dos comieron pollo y que de buena gana le regalaron sus sobras al muchacho,  y que la segunda vez lo llamaron desde la furgoneta para regalarle algo que uno de ellos sacó de su billetera: “Seguro que era plata”, y que la tercera vez compraron medio pollo a la brasa para llevar, y que desde ese momento no apareció más el Anselmo.

–¡Y qué diablos más podía hacer si tenía medio pollo en sus manos!, se habría ido a su casa a disfrutarlo. ¿Por qué precisamente nosotros tenemos que sospechar de alguien? Por si acaso yo no tengo necesidad de meterme de palomita en ninguna investigación que solo me puede acarrear problemas.

En medio de esa conversación el  dueño del Restaurant-Pollería & Parrilladas les pidió lavar todos los servicios y colocarlos muy bien en sus sitios, porque últimamente a la media noche los gatos o no se sabe quién diablos estaba haciendo caer los platos, las ollas y hasta las sillas del restaurante. Todos dijeron “¡Si jefe!” y se sintieron aliviados porque la jornada, sin darse cuenta ellos, había terminado.

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Ya más tarde en la Radio Sintonía se escuchó que al Anselmo le habían arrancado en vida sus riñones, su hígado, su corazón, su páncreas, sus pulmones, sus testículos y sus intestinos. También le habían quitado su médula espinal y hasta sus ojos. Y lo poco que quedó de aquella macabra operación lo abandonaron en aquel inmenso basural, desde donde vuelan hasta las límpidas punas los plásticos, los sucios papeles y cualquier otro material capaz de ser arrastrado por los vientos.

Después el locutor de la radio advirtió a todos los padres de familia que cuiden mucho a sus hijos y que los mantengan en sus casas a partir de las seis de la tarde, porque se sabía que una banda de traficantes de órganos estaba recorriendo los pueblos que están pegados a la gran carretera, para secuestrar a los niños sanos que andan por su cuenta, para extraerles todos sus órganos que la medicina de los gringos puede trasplantar por miles de dólares.

La noticia causó en el pueblo una batahola sin precedentes. Todos dijeron las buenas cosas que se dicen de los muertos y todas las malas que se cuentan de sus parientes. Que a la hora de comer lo echaban a latigazos de su casa para que vaya a mendigar a los restaurantes y  las pollerías de aquel paradero, y cuando ya todos habían comido y el muchacho todavía nada, lo arrancaban a golpes de las puertas y ventanas de esos negocios, para llevárselo todavía hambriento a dormir encima de un pequeño cuero de oveja y cubierto con una vieja y agujereada frazada. Así resultó ser públicamente la triste vida del mártir Anselmo.

No faltó el vil comentario que hizo la mujer que por falta de dinero perdió una chacra dentro de un  trámite en la oficina de saneamiento, dizque por culpa de los padres del difunto.

–Al Anselmito no se lo han robado para matarlo gratis, a ese pobre niño sus propios padres lo han vendido a los gringos por 50 mil dólares, para que esos malditos le quiten todas sus menudencias para poder vivir 200 años.

          Pero ese calumnioso comentario no tuvo éxito, porque del mismo perverso modo la mujer iba regando por todas partes el embuste de que al niño lo mataban de hambre y por eso tenía necesidad de ir al paradero a mendigar las sobras de los pasajeros. Luego de escuchar esas mentiras la gente sacaba su cuenta así: “Si no le daban de comer estaría flaco y muy desnutrido, entonces para nada servían su corazón, sus pulmones y sus tripas. Los gringos necesitan los órganos de los niños sanos y  robustos, no de los maltragados”, como para decir que los suyos corrían un verdadero peligro.

La policía, como toda la policía de estos lugares, le dijo a sus padres: “¿De quién sospechan”?, cuando le dijeron al jefe de los uniformados que no sabían de quién sospechar, sino de quién sospechaban ellos, este les respondió: “Sospechen de alguien pues, porque hasta ahora solo de ustedes estamos sospechando”. Con esa brutal respuesta se acabaron para siempre sus reclamos, porque ese Anselmo además de fregarlos en vida, podía joderlos hasta con su muerte.

Seis meses después, con el dictamen del Fiscal Provincial de Turno, se archivó provisionalmente el caso del niño mutilado “…..que sufría de hambre canina que consiste en comer y comer sin saciarse nunca….”, lo que quería decir que la investigación del caso se extendía hasta nunca jamás, y que los muertos debían ser enterrados junto a su pasado y con ellos los últimos minutos de su cruel agonía.

Pero no siempre las cosas resultan así, porque luego de su concurrido entierro, el pueblo lo declaró mártir y desde ese día no le faltan velas y flores en su tumba para pedirle al "destripado en vida", un favor para sus largas miserias.

–¿Si necesitas ese dinerito para tu negocio? ¡Pídele al Anselmito! Él va a saber hacerte llegar a la cabeza alguna idea que ahora no tienes para conseguir esa plata. Pero pídele con devoción y con mucha fe, y como él es un niño mártir que ha sufrido mucho más que todos nosotros juntos, te va a iluminar. ¡Vas a ver que no miento! Si el "almita" te hace ese favor nunca seas desagradecida y si quieres seguir molestándole, llévale velas, flores y un poco de comida a su tumba, y no te olvides de ponerle unas monedas en esa caja de metal con candado grande, como parte de la limosna que en vida todos se lo negaron.


1 comentario:

  1. es muy bueno tener acontecimientos que se convierten en mitos. el personaje se parece au niño llamado Custodio que andaba por Abancay, tal vez sea el y solo le cambiaron de nombre!

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