lunes, 4 de mayo de 2020

EL INSPECTOR ARDILLA


–¡Mañana! ¡Mañana! En nuestra sección: “!EL INSPECTOR ARDILLA. EL QUE TODO LO SABE, EL QUE TODO LO PILLA!”, les estaremos revelando los pormenores de un escandaloso robo que le hizo un conocido funcionario a la Dirección Regional de la Productividad! –Anunció a viva voz el locutor del noticiero radial del mediodía, y agregó. –¡No se pierda este gran destape que lo dejará con la boca abierta, porque lo tenemos todo absolutamente documentado!


Esos anuncios se repitieron cada diez minutos dentro de las dos horas que duraba ese noticioso, y entre uno y otro, se matizaba. –Lo que vamos a revelar mañana, ¡con pruebas en la mano!, va mandar derechito a la cárcel a una banda de ladrones de cuello y corbata. ¡No se lo pierdan! ¡No se lo pierdan!

Un poco más allá de la mitad del programa, una voz femenina llamó diciendo que quería que la atendieran por la línea interna de la emisora. Luego de esa llamada no se repitieron más esos tremebundos anuncios, aun cuando sus productores sabían que tenían un montón de gente con las orejas pegadas a la radio, con la esperanza de que al final del noticioso se adelantara, aunque sea un pequeño detalle, de lo que sería esa importantísima novedad que los tenía en vilo a todos.

Al día siguiente, cuando todas las radios de todos los mercados, de todos los taxis, de todas las oficinas públicas y privadas, de todas las tiendas de abarrotes y de todos los chismosos de todas  partes  estaban  en  sintonía  con  “El  inspector  ardilla” o “chauchilla” como le dicen otros,  no  se  dijo  nada  del  asunto, absolutamente nada, mucho menos hubo destape alguno. "El inspector ardilla" se limitó a repetir las harto conocidas noticias locales que imprimen los periódicos del pueblo, leer algunas novedades nacionales e internacionales del internet, entre algunos mal leídos comunicados pagados y a preocuparse por la gratuidad de las matrículas, aconsejando a los padres de familia y apoderados para que denuncien a los malos directores de los colegios y las escuelas y a sus respectivas APAFAS, si es que les cobraran siquiera un mísero céntimo más por ese concepto, etc., etc., y bla, bla, bla y nada más.

Como no salía la tremenda noticia que con bombos y platillos habían anunciado en la programación del día anterior, algunos radioescuchas comenzaron a desplazarse a otro punto del dial o simplemente apagaron sus radios, pues si no había eso de "lo que le gusta a la gente", no valía la pena seguir escuchando a esos adefesiosos. Al día siguiente como faltó el morbo a la que estaba  acostumbrada su enorme audiencia, el rating de "El inspector ardilla" fue casi nulo.

–Mire señora, lo que tenemos en nuestras manos son varios documentos comprometedores que nos ha llegado a través de nuestras fuentes, que involucra al jefe del Área de Abastecimientos. –Le dijo el pequeño individuo, al tiempo que miraba uno de los documentos y luego preguntó como si no tuviera ningún interés: –¿Entonces es usted la esposa de Toribio Ordoñez Silva?

–Sí señor, eso ya se lo había hecho saber este mediodía por la línea interna de la emisora, pero ahora lo que yo quiero es aclarar con usted ese asunto a fin de evitar cualquier mal entendido que pudiera involucrar gratuitamente a un honorable servidor público. –Le aclaró la mujer.

–¡Señora! –Le dijo con el tono áspero de quien va a lanzar una rotunda negativa. –La verdad es que nosotros no tratamos con nadie, ni siquiera con los vocales, jueces y fiscales que tantas veces nos han querido aclarar los oscuros asuntos que los involucran directamente con los malos manejos de la justicia, porque nosotros sólo somos hombres de prensa que nos limitamos  a cumplir con nuestro sagrado deber de informar objetivamente a la opinión pública. Sino qué clase de periodistas seríamos. ¿No le parece?

–No me parece y de ningún modo se parece a nada señor. Yo no quiero entorpecer su sagrada misión de  informar a quien a usted le dé la gana, ni tampoco menguar su derecho a opinar, pero es el caso que mi esposo nada tiene que ver con la supuesta adquisición con sobreprecios de  veintidós motocicletas, ocho  laptop Corei7 y seis impresoras Multifuncionales Laser de alta velocidad con red inalámbrica e impresión en Dúplex para su centro de trabajo, pues esa adquisición se debe a los malos manejos del empleado Elías Campana Manrique, que aprovechando que la oficina de abastecimientos estaba recibiendo la visita de la comparsa de “Las comadres”, en la confusión de ese jolgorio y sin que mi esposo se diera cuenta, le hizo firmar algunos documentos. Además ese asunto  ya está más que aclarado y a punto de subsanarse como se subsana cualquier error humano.

–¿Acaso se refiere a estos documentos? –Le preguntó con algo de sorna al tiempo que le mostraba un fajo de fotocopias.

–De repente sean esos señor, pero como usted sabe yo no trabajo en esa oficina como para decirle de qué documentos se trata. Lo único que le puedo decir es que yo lo escucho a usted a diario en su noticiero y por eso le he llegado a tener gran admiración y respeto como le tiene todo el pueblo en su conjunto, por la gran valentía y gran profesionalismo con que su persona encara las denuncias que le llegan a sus manos, y por eso no dudo que se trata de esos mismos papeles.

–¡Qué bueno señora y qué ejemplar gesto que ha tenido para conmigo al aclararme de qué se trata todo este asunto, pero sobre todo aprecio el hecho que usted haya señalado al principal sospechoso de ese execrable latrocinio. –Y cuando la mujer estaba sonriendo de satisfacción, acotó. –Entonces lo que vamos hacer mañana mismo, porque honestamente no puedo sustraer de la opinión pública este delicado asunto por otro día más, es que usted se presentará en nuestros estudios y lanzará valientemente su denuncia contra el malnacido, disculpe usted la grosería, que aprovechándose del “Día de las comadres”,  le ha hecho meter la pata a su esposo. Después con un escrito de nuestro asesor jurídico lo denunciamos ante el Ministerio Público, y como su esposo no es ningún delincuente estoy seguro que dentro de las investigaciones se aclarará su inocencia, y hasta quizá podamos lograr que el proveedor, poniéndose la mano al pecho,  devuelva al Estado el sobreprecio de esas adquisiciones. ¡Claro está!, que todo eso debe hacerse sin perjuicio de que al corrupto Elías Campana Manrique lo echen a patadas de esa prestigiosa oficina y se vaya derechito a la cárcel.

–¡No señor periodista!, eso nunca lo voy a hacer, porque mi condición de educadora no me lo permite. Si hago eso o algo parecido mañana mismo me despiden de mi trabajo.

–Pero señora, cómo la van a despedir si usted es la principal accionista y hasta la directora de esa institución educativa privada. Además con su grave denuncia va a dar el mejor ejemplo a todos los ciudadanos, especialmente a los radioescuchas. Señora esos gestos de coraje aprecian mucho los padres de familia, porque la corrupción es lo que más odian los ciudadanos honestos. ¡Qué me dice!, ¿se anima o no se anima?

–Mire señor periodista, parece que me conoce tanto como lo conoce todo el mundo a usted. Es muy cierto que yo no le temo a la verdad, y ya sea mañana o en cualquier momento, puedo lanzar a los cuatro vientos de este pueblo lo que yo considero mis verdades, entre las que está primero la lucha abierta contra la corrupción, pero lo que yo quiero por sobre todas las cosas, es que no se empañe el sagrado  prestigio  de la Dirección  Regional  de  la Productividad  donde mi  esposo  por más  de veinticinco años presta honradamente sus valiosos servicios. La verdad señor periodista es que a esa institución mis hijos y yo le tenemos un gran cariño, porque de allí ha salido nuestro pan de cada día, y no quisiéramos pudiendo evitarlo, se melle gratuitamente su reputación por un malentendido.

–Si es así, entonces ¿qué podemos hacerle?

–Bueno señor periodista, así como está yendo esta conversación no vamos a llegar a ninguna parte, y como no quiero quitarle un solo minuto más de su valioso tiempo, sin ánimo a ofenderlo o algo parecido, mejor por qué no dejamos todo ese asunto que tiene usted entre manos y yo a cambio, para los gastos que debe representar el alquiler de la emisora, el pago de su personal, de los teléfonos, su tiempo en la preparación del programa y su propia difusión, y todo lo que usted tiene que hacer día y noche para cubrir las noticias de nuestra caótica región, sin mucho preámbulo, y como criollamente se dice: “hablando a calzón quitado”,  le confío 500 soles para dejar esa infidencia como si fuera cosa del pasado.

–Eso no lo puedo hacer ni por cien mil soles. Para mí eso significa traicionar la confianza que el pueblo ha puesto en mi persona para velar por sus sagrados intereses. ¡Ni hablar!, usted me está ofendiendo gravemente y con consecuencias.

–¡Perdóneme señor periodista!, no lo tome así. Nunca ha sido mi intención ofenderlo ni siquiera en broma con esa nimiedad. Lo que pasa es que como toda buena ama de casa no he podido dejar de regatear. ¿Y si le ofrezco mil quinientos?

–Mire señora, para no extender más esta embarazosa conversación, págueme tres mil y le entrego todos estos papeles y al rato verá cómo todo este malentendido no ha existido jamás, ni siquiera su persona, mucho menos yo. –Dijo el locutor como si le hubiera hecho un milagro a un pecador, y que esa reunión se acabaría con la última palabra que pudiera decir ella, de modo que comenzó a acomodar sus papeles en el viejo y grasoso folder de plástico que llevaba a todas partes.

Como la mujer sabía por noticias de otros que habían tenido que sufrir ese mismo calvario, que ese monto era más o menos su precio, dijo: –¡Acepto!, pero con la condición que me diga quien fue la persona que le entregó esos papeles.

–¡Oiga qué le pasa! Señora no hemos hablado nada, nunca nos hemos visto y esta reunión jamás ha existido, ni en el pasado ni en el futuro de su vida. ¡Cómo puede usted pretender que mi persona tenga la infamia de revelar un secreto profesional, tanto más cuando el artículo sexto del Estatuto de la Federación Nacional de Periodistas del Perú, me obliga a guardar en reserva mis fuentes. ¡No, eso jamás de los jamases!

–Y si le doy mil soles más, ¿podría? –Tentó la mujer.

–Para eso tendría que pagarme primero. Pero ante todo tenga en cuenta que no lo hago por la plata, sino porque mi código deontológico me dice que puedo recurrir a esta excepción cuando está en peligro la lealtad que le debe un subordinado a su jefe. –Aclaró.

Cuando la mujer le alcanzó el dinero, después de contarlo minuciosamente, le dijo: –Fue el señor Elías Campana, pero no le digan de donde saben esa infidencia, hagan como que su esposo es un jefe muy "mosca" y que nada se le escapa. –Dijo esto al tiempo que abandonaba rápidamente el lugar.

–¡Provecho señor locutor! –Alcanzó a decir la mujer con tono de burla, a la par que agregaba: –Y no se atreva a jugarme otra cochinada, porque lo tengo todo grabado. –Le dijo esto mientras le mostraba cómo sacaba un celular de su pecho.

–¡Qué casualidad, pues yo también lo tengo todo grabado!, pero le aseguro que la gente me creerá más a mí que a ti. –Le dijo con tono burlón y tuteándola. Además agregó esta pregunta. ¿O crees mamichula que un robo se tapa solo con plata? –La tuteo otra vez.

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–Señor Campana, quisiera hablar con usted a la hora de la salida. –Ordenó con tono de súplica el jefe del Área de Abastecimientos de la Oficina de Administración de la Dirección Regional de la Productividad.

–¡A sus órdenes Jefe! –Respondió el empleado.

A eso de las seis de la tarde, cuando solo quedaron el Jefe del Área de Abastecimientos y el trabajador citado, este le gritó:

–¡Concha de tu madre!, ¿crees que soy cojudo, no? Crees que no me he dado cuenta quién está sacando los papeles confidenciales de la oficina para dárselo a ese huevón que se hace llamar el inspector ladilla, chauchilla o cuchilla y no sé qué otras huevadas más. En estos momentos te estoy haciendo una denuncia para que te sometan al nuevo procedimiento administrativo disciplinario de la Ley del Servicio Civil y ahí sí que vas a cagar fuego, porque te irás de esta institución como la mierda que eres. –Le gritó con los ojos salidos y vidriosos y la boca seca y rodeada de una baba espesa como de quaker.

–¡Mentira jefe! ¿Quién le ha dicho? –Se defendió airoso el insultado.

–¡A mí nadie me tiene que decir qué está pasando en mi oficina! Conozco este lugar más que mi casa y mejor que a mis propios bigotes. Yo me doy cuenta de hasta cuándo se ha movido una basurita de este lugar.

–¡Denúnciame pues!, y después vemos quien puede denunciar mejor. Tú crees que porque eres funcionario de confianza de todos esos rateros que están haciendo su fiesta en el Gobierno Regional, me voy a chupar porque te haces el gritoncito. ¡Yo no he sacado ni un solo papel de esta oficina, ni me interesa! Tú crees que si te hubiese querido joder me hubiera ido a quejar ante cualquier huevón. ¡Yo mismo hubiera llevado esos papeles al Presidente de la República, a la Contraloría General de la República, a la Comisión de Fiscalización del Congreso, a la Oficina de Control Interno, y encima si me daba la gana lo hubiera repartido como volantes a los Consejeros Regionales, aunque esos inútiles no sirvan para ni mierda, y al final lo hubiera distribuido como panfleto por todas las calles del pueblo, para que todo el mundo sepa en qué cochinadas andas metido y la clase de mierda que eres como para favorecer a un proveedor bamba que ni siquiera empresa formal tiene. Lo que más cólera me da es que sólo porque te da la gana me mentes a la madre. ¡¡¡Concha tu madre!!! –Dijo esto claro y fuerte al momento de salir tirando las puertas de esa oficina con aire de cumplir con todo lo que había dicho.

Definitivamente aquel funcionario de confianza no sabía que se estaba metiendo con el más "jechachupa" de la institución, es decir con el más rabioso, malhumorado y de malas pulgas de esa oficina, y que desde hace mucho tiempo estaba harto de todos los corruptos que habían pasado por ese cargo solo para enriquecerse.

“¡Maldito, mil veces maldito sea mi comedimiento de haber confiado en ese ardilla de mierda!" "¡Me las va a pagar ese miserable soplón! Hasta le ha entregado las mismas fotocopias de los documentos que le he confiado". "¡Que huevón, mil veces huevón he sido para confiarme tan cojudamente en ese concha su madre!” “¡Pero esto no se va a quedar así, le voy a sacar la mierda hasta que ni la puta que lo parió lo va a reconocer!”. Se lamentaba cada cinco minutos dentro de su mente, el patriota colaborador.

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–¡Oye mierda!, te he estado buscando por todas partes  para decirte que tengo en mi bolsillo una pistola Beretta 950 con ocho tiros para mandarte al infierno por soplón. ¿Por qué le has dado los papeles a ese cutrero que tú debías denunciar anteayer, y hasta ahora no lo has hecho? Lejos de largarte con la primicia, le vendes los mismos documentos que te di y encima me vendes a mí también. ¡Maricón de mierda! –Y cuando estaba tratando de marcar su celular le gritó: –¡Dame ese teléfono o te disparo hijo de puta! –Al ver el arma el locutor le alcanzó el celular con la mano temblorosa y comenzó a decir a modo de súplica.

–¡Cómo  puedes  decir eso  hermano! Pues  eso  jamás  puede suceder, porque los  periodistas  por mandato del artículo sexto del Estatuto de la Federación Nacional de Periodistas del Perú, tenemos la obligación de guardar en secreto  nuestras fuentes. ¡Eso es sagrado! Lo que pasó fue que como tu denuncia era muy grave, se lo comunicamos al Fiscal Superior del departamento y este al enterarse de semejante robo, al toque me quitó los papeles y me suplicó que guardara el más absoluto silencio, porque esos documentos eran la prueba principal que estaba buscando para comprender dentro de una investigación más grande al Presidente Regional, los Gerentes Regionales, los Consejeros y hasta al propio Jefe de la Oficina de Control Interno en un complot en contra del Estado, porque estos ladrones están tratando de apoderarse de todos los recursos públicos con el objeto de provocar una insurrección popular.

–¿De dónde eres periodista huevonazo? ¡No me vengas con esas cojudeces de jueces y fiscales justicieros si todos esos son la misma mierda que tú y por eso este pueblo sigue igual de cagado desde el tiempo de los españoles! ¡Devuélveme los documentos concha tu madre y después puedes irte a la puta que te parió! –Le gritó en voz alta y el otro que le hacía un montón de gestos como suplicando: "Por favor cállate" o "Qué vergüenza, no me hagas roche".

–¡Por Dios y por la santa cruz de mi madre, yo ya no tengo tus papeles. Como te he dicho lo tiene el Fiscal Superior en lo Penal.

–Entonces ahorita mismo nos vamos dónde el Fiscal Superior para ver si eso es cierto. ¿O crees que soy cojudo?

–¡Cómo me vas a hacer eso!, si le he prometido al Fiscal Superior que toda la mega investigación  que está preparando debía quedar en el más profundo secreto.

–No te preocupes, el Fiscal Superior que debe ser tu socio, se va a alegrar con mi llegada, porque tengo muchos y mejores documentos que le pueden interesar, incluso te va a agradecer de todo corazón que nos hayas presentado. ¡Camina carajo! –Le ordenó metiéndole la pistola entre las costillas.

Cuando estaban disponiéndose a partir, el locutor que estaba tembloroso y más pálido que el cadáver de un chino, emprendió una estrepitosa carrera, corriendo de un lado para otro y tirándose al suelo como si de verdad le estuvieran  disparando,  de  modo  que  a  su  contraparte  no  le  quedó  más  remedio  que  reírse  a carcajadas al ver al enano huir como un cuy desesperado por no acabar en la sartén. “Cuando te vuelva a encontrar, si es que te encuentro petiso hijo de puta, te voy a dar una paliza que te va a quitar las ganas de dártela de periodista, huevón de mierda.”, pensó alegremente al tiempo que lanzó contra una pared el iPhone 6 Plus color plata gris espacial de 64 GB, que no hace mucho le había ordenado comprarle a una de sus víctimas al mismo tiempo que guardaba la replica de juguete de su Beretta 950.

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Con una sonrisa en los labios le alcanzó la mano para estrechar la suya con mucha amabilidad, y después de mirarle a los ojos le dijo: –¡Mira hermano!, la verdad es que no he querido ofenderte, ni mucho menos pelearme contigo. ¿Cómo vamos a andar como perro y gato?, si todos los días tenemos que vernos, estar juntos y hablarnos. Discúlpame por cualquier grosería que sin querer te haya podido decir, pero ahora es mi deber pedirte perdón por haber dudado de tu lealtad. Lo que pasó fue que como en ese programa que se hace llamar “El inspector ardilla” estaban anunciando  que  iban  a  destapar una cosa muy fea que se habría cometido  dentro  de nuestra institución, y sin razonar y del modo más cojudo posible pensé que se trataba de nuestra área, y si de algo podían hablar esas mierdas era porque tenían alguna prueba, pero como no tenían nada de nada, no pudieron decir todo lo que estaban anunciando y ahí se quedó todo. ¿Me disculpas hermanito? –Suplicó.

–Está bien, te disculpo. Pero no me puedes negar que en la adquisición de los equipos a la empresa “Data Trilher” existe un sobreprecio de casi el doble.

–Todavía ese proveedor no nos ha entregado los bienes. Pero cuando los entregue algo de ese sobreprecio, que tú dices que existe, te puede llegar. ¿Estamos?

–¡Ver para creer, dijo un ciego! –Y hundió su mirada en la computadora.

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–¡Señora Directora!, su atención por favor, porque estamos tratando de aclarar el paradero de los cuatro mil soles que han desaparecido de la caja del colegio y dar con el autor de ese robo.

–¡Perdón!, precisamente estaba pensando  en eso. –Y era cierto que estaba pensando en eso: “Que buena raza tiene ese inspector chauchilla. Primero y solo porque le da la gana se autogradua de comunicador social y hasta toma el nombre de la Federación Nacional de Periodistas del Perú, para defender su grotesca metamorfosis. Luego monta su calumnioso programa radial haciéndose pasar por una persona moral, ética y hasta espiritual. Después asumiendo gratuitamente el papel de defensor del pueblo y el más macho de todos los informantes, denuncia a todo el mundo de ser parte de la corrupción sólo para tener audiencia, y cuando en ese bellaco quehacer le llegan documentos que los envidiosos le entregan, se los vende a los denunciados. Si a mí que más o menos sé defenderme en menos de quince minutos me ha asaltado cuatro mil soles, a otros, hasta los calzoncillos debe sacarles. Con la gran cantidad de malos manejos que se hacen en todas las oficinas, ese petiso debe estar haciendo la misma operación ocho o diez veces al mes, y si a esto sumamos los ingresos que recibe de aquellos que quieren que ese porquería raje a su gusto de ese u otro funcionario, proveedor, político o empresario, más lo que le deben pagarle los ofendidos para defenderse. ¡Carajo!, mañana mismo, alquilo un par de horas en una emisora, y en nombre de la libertad constitucional de información, opinión, expresión y difusión del pensamiento me dedico a fregar a todo el mundo, y como ese enano me convierto en millonaria gracias a la corrupción de la que tanto raja. ¡Esos negocios redondos a mí no se me escapan!"

–¡Directora Teresa! –Volvieron a solicitar su atención.

–Para mí que fue la secretaria. ¡Ella es! Esa es la que nos ha robado los cuatro mil soles. ¡No puede ser otra! –Acabó acusando directamente.




4 comentarios:

  1. Felicitaciones, El Inspector Ardilla, un cuento muy atinado a la realidad, demuestra la corrupción a todo nivel, disfrazados de personajes honorables, muy bueno y reflexivo para está cuarentena.

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  2. Muy pintoresca y simpática novela (porque da para mas), que refleja la ingobernabilidad realidad que vivimos, en tiempos del corona virus.

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  3. Es un cuento, En una novela daria para mas. Gracias por el comentario

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