sábado, 9 de mayo de 2020

EL INQUILINO


–¿Recuerdas el asesinato del dueño del “Milton Hotel”? –Le preguntó Gonzalo.

–Cómo me voy a olvidar de ese pata, si cuando llegué a este pueblo yo me alojaba en ese hotel. Dicen que uno de sus huéspedes lo mató de una  puñalada por la espalda, cuando lo sorprendió robando en la habitación de una rica comerciante puneña. Pero cuando averiguaron de quién se trataba, se dieron con la sorpresa que tenía los mismos nombres del Juez del Juzgado Mixto de la provincia de Antayauyos, e incluso en el libro de registro de alojados había señalado como que procedía de ese lugar.

–¿Recuerdas la muerte del dueño de la ferretería “Ironman”? –Volvió a preguntarle.

–Sé que ha muerto atropellado por un tráiler y que al chofer de ese  vehículo lo han detenido por eso, pero no he conocido mayores detalles de ese accidente, porque en esos días me fui a defender al dueño de unas tierras donde se ha instalado una empresa minera que no quiere pagarle los derechos de servidumbre. Tuvimos que denunciar al minero por usurpación y daño agravado, y de paso le hemos clavado una medida cautelar para que no siga fregando conchúdamente.

–¿Recuerdas la noticia del tombito que apareció muerto dentro de su taxi, y que después de dieciocho días lo encontraron completamente podrido, allá por la quebrada de Masucucho?

–¡Piña pues! Cómo vas a morir en uno de tus dieciséis taxis. ¡Qué cojudo! Si tenía más de mil quinientos soles de ingresos diarios, para qué necesitaba seguir siendo policía y taxear él mismo. Lo más seguro es que para administrar semejante flota, a mí no me alcanzarían todas las horas del día. ¡Tombo ambicioso! –Comentó.

–¿Por qué me preguntas por esas muertes? ¿Acaso eres el abogado de esos casos?

–No podría serlo. Porque como siempre, en ninguna de esas muertes la policía ha encontrado la más mínima pista para dar siquiera con un sospechoso, y como de costumbre se ha limitado a decirle a los deudos que están haciendo las pesquisas necesarias que más adelante los llevará a dar con los culpables. Y parece que gracias a Dios, en menos de un mes todos los deudos se han olvidado de sus denuncias y de sus difuntos, porque se los ve llenos de vida y radiantes de felicidad administrando esos negocios. Y como hasta la fecha no hay  inculpados, ni agraviados interesados, ni nada de nada, entonces no hay necesidad de abogados.

–Pero antes que nada colega. ¿A qué vienen tantas preguntas sin ton ni son?

–Porque yo creo saber quién está detrás de todos esos crímenes. –Le contestó con el aire del misterio que rodea a quien sabe un secreto que nadie más conoce.

–¡No jodas!, a ver cuéntame cómo es eso.

           Y le dijo que hace más o menos un mes, una señora vino a su estudio jurídico, para que la apoyara con eso de sacar las cosas que un inquilino moroso había dejado en una habitación de su casa y que estaba cerrada con un candado que él mismo puso, y que incluso allí estaba encerrada la cama, la silla y la mesa con que ella alquila el cuarto.

–Cuando le pregunté por el  nombre del  arrendatario,  me dio  el  nombre del  juez  norteño  que despacha en la provincia de Antayauyos e incluso me mostró este pequeño contrato que el mismo inquilino había redactado.

          Entonces le alcanzó la hoja suelta de un cuaderno cuadriculado, donde se leía:

“Por este documento, yo Mariano Leoncio Espelucín Párraga, con D.N.I. Nº 41411713, alquilo un cuarto de propiedad  de doña Lucila Vargas Becerra, con D.N.I. Nº 72345899 por el monto de S/. 300.00 mensuales y por el tiempo de 3 meses, dejando S/. 300.00 pagado por el primer mes y S/. 300.00 como garantía, y me comprometo a pagar puntualmente los alquileres.

Atunrumi, 1º de octubre del 2014”.

Luego aparecían las firmas de los contratantes y más abajo se leía: “Este contrato vence el 31–12–2014”.

–¡Ah carajo!, ¿y?

–Me fui directamente a la Fiscalía donde tienen archivada la investigación de la muerte del hotelero, y vi que en su expediente solo habían acumulado varias fotocopias de todos los documentos que pudieran servir de indicio para continuar con las pesquisas, y adivina ¿con qué me tropecé?

–¡Dímelo tú! –Le reclamó con impaciencia.

–Me tropecé con la copia de la página del libro de registro de huéspedes donde el sospechoso se había registrado con los mismos  nombres y apellidos y con el mismo número del D.N.I que el mismo había puesto en el contrato y para colmo, todo estaba escrito con la misma letra y suscrito con la misma firma.

Después averiguó cómo era el individuo, y su clienta le dijo que era más o menos bajito, pero no chato, que quizá se le veía así porque era gordo pero no tan gordo, sino más bien robusto, en otras palabras un “guaso”. Su cara era como la de todos, ni feo ni agraciado. Su piel como la de todos, ni negro, ni blanco, más o menos acholado pero no tanto; que siempre llevaba camisas de manga larga aun en los calurosos días del mes de noviembre, y que nunca le preguntó el motivo, porque su vecina que tiene azotea para mirar a todas partes, descubrió que sus brazos estaban completamente tatuados.

Le dijo que el tipo se mostraba simpático cuando tenían la rara oportunidad de encontrarse en el patio de su casa, porque al parecer no ocupaba todo el tiempo la habitación. La saludaba muy amablemente diciendo: “¡Cómo está señito! ¡Usted sí que vive en un paraíso! De todos los lugares que he visitado, su tierra es uno de los más lindos sitios que he conocido. Tiene usted la suerte de vivir en este hermoso valle primaveral”. Cuando le preguntó acerca de las personas del pueblo, le dijo que todas eran gente simpática, alegre y hospitalaria, pero de todos los lugareños que había conocido, el señor Pollucco le parecía “el más comunicativo y buena gente”, a lo que ella le contestó, que esa era la única persona capaz de apoyar a la juventud en sus inquietudes deportivas, culturales y hasta recreativas.

Y después le dijo que había estado por aquí y por allá, buscando y conociendo a las personas que explotan los minerales de esta región, para recomendarle al dueño de la empresa donde trabajaba, qué minerales se podría comprar  y de qué personas.  Cuando  le preguntó  a qué se dedicaba en esa empresa, él le respondió: “Analista de minerales”, y además le aclaró que en su oficio se encargaba de conservar lo que sirve y desechar lo que no sirve. Y cuando la curiosa casera le preguntó cómo sabía que un mineral no servía para nada, él le contestó: “cuando tiene baja su ley”.

–Antes de tomar mis servicios, la señora se había ido a quejar al Juzgado de Paz, para que el Juez le autorizara retirar las cosas que aquel inquilino moroso tenía en el cuarto, y que desde la pequeña ventana se veía que la cama estaba muy arreglada y que encima de la mesita habían dos cajas de cartón.

Le contó que ha así le había rogado durante tres semanas. "¡Señor Juez!, hágame justicia por favor, pues ya van cinco meses que ese cuarto anda ocupado sin ganar ni un solo céntimo. ¿De qué voy a vivir?, si no tengo sueldo, ni negocio. Solo alquilando mi casita por pedazos puedo pagar la luz, el agua, los impuestos y tener algo para llevarme a la boca. ¡Hágame justicia por favor. Se lo suplico! Necesito reparar el techo que se va a caer  a pedazos en las próximas lluvias". 

La casera también le confió que ante tanta insistencia, el Juez le encargó al Secretario para que realizara una inspección ocular preliminar. Más para calmarla que para hacerle justicia, el secretario llegó a la casa. La señora le mostró el cuarto y luego de otearlo por varios minutos, siempre desde la ventana, le preguntó cómo se llamaba el inquilino, por toda respuesta ella le alcanzó el contrato y luego de leerlo, le dijo:

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–Señora la ocupación de esta habitación está respaldada por un contrato suscrito entre usted y su inquilino, de modo que le recomiendo  tomar los servicios de un abogado para pedir el desahucio por las causales de falta de pago y de conclusión de contrato, y sólo así el Juzgado ordenará el lanzamiento del arrendatario y el retiro de los valores que están depositados en ese cuarto.

–¿No va usted a romper el candado, retirar esos cachivaches y entregarme el cuarto? –le preguntó llena de desconsolado temor.

–¡Está usted loca!, ¿Quiere que me metan a la cárcel? Y si a pesar de no haber más que trapos en esas cajas, su inquilino se aparece y acaba diciendo que allí estaban sus caros instrumentos para medir la ley de los minerales, muchos dólares y varias onzas de muestras de oro y de plata. Yo por mi parte ya he visto lo suficiente. ¡Hasta luego! –Y se fue moviendo la cabeza en señal de no comprender el capricho de aquella mujer.

–¿No va a levantar ni siquiera un acta de lo que ha venido a hacer? – Le suplicó la mujer.

–No señora, con contrato no hay nada que hacer. –Le respondió de un modo despectivo y arrogante que le obligó a gritar a la mujer.

–¡Jangraindio!, y para eso te has hecho rogar tanto en el Juzgado. Dándome día tras día esperanzas, me has hecho llegar a esa oficina para hacerme esperar hasta cuatro horas cada vez. ¿Por qué desde el primer día no me has dicho lo que tenía que hacer, si desde el primer momento habías leído este papel? ¿Para qué me has pedido tantas propinas? –Entonces ahí nomás le cayó al secretario un furioso sopapo que lo hizo sangrar por la nariz y salir de esa casa como alma que se lleva el diablo.

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          Le dijo que después de ese incidente, la mujer llegó a su Estudio para decirle todo lo que le estaba contando, pero cuando el abogado le hizo saber lo que podía costarle y durar la hazaña de iniciar un proceso judicial a un desaparecido, como notificarlo  por el Diario Oficial “El Peruano”, nombrar defensor de ausente, gastos notariales, tasas judiciales, y que tendría que dar muchas vueltas por el estudio para ir y venir del Juzgado, donde estaría un secretario muy bien sopapeado y con ganas de vengarse, y todo eso, solo para poder romper un miserable candado chino y sacar esas dos cajas de cartón. La mujer se fue con los ojos encendidos como de los condenados. “Gracias doctor por su sinceridad, cuánto le debo?"

–Cincuenta soles señora. –Eso era lo que menos podía cobrarle por ser sincero, a diferencia de los otros que cobran más del doble por un montón de mentiras.

         Le dijo que no pasó ni siquiera media hora, cuando la mujer se apareció por su estudio trayendo las dos cajas de cartón para decirle esto:

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–¡Disculpe la molestia doctor, como usted es mi abogado, porque para eso le he pagado, quiero que sea testigo de lo que contienen estas cajas. –Y las puso sobre una silla. Como la curiosidad ganó a la sorpresa y la indignación, el letrado se acercó a ver el contenido de las cajas y entre dos viejos polos que alguna vez fueron blancos, un bluyin desgastado y una camisa sucia, había un fino y ostentoso cuchillo de cocina, que si no se notara que estaba sucio y con algo parecido a sangre en el lugar donde la hoja se une al mango, se podría decir que era completamente nuevo. La otra caja solamente contenía una pequeña soguilla de fibra sintética de más o menos dos metros de longitud y una talega de harina vacía, que los dos coincidieron que serviría para cargar las muestras del mineral que el inquilino adquiría. ¡Nada más!

–¿Está usted segura que eso es todo? –Le preguntó algo desconfiado.

–¡Por la santa cruz de mi madre, y si miento, que me parta un rayo! –Juró la mujer al estilo de estas tierras.

–¡Bueno!, le creo. –Dijo sin mayor convicción y luego aconsejó. –Ahora lo que tiene que hacer es quemar esas cajas y el contrato, si es que su inquilino no tiene una copia. –Cuando la mujer le hizo conocer con un gesto que no lo tenía porque ese era el único ejemplar, continuó: – También todos estos trapos y la soguilla. Después hay que hacer desaparecer el candado y el cuchillo.

–¡Eso mismo iba hacer doctor, pero de todos modos gracias por el consejo. – Y cuando la mujer estaba  punto de irse, el abogado aprovechó la ocasión para hacerla desaparecer de su vida, de su estudio y de sus consejos.

–Señora, antes de que se vaya debo recomendarle, que ese inquilino jamás ha existido, que usted jamás ha ido a ningún juzgado, ni tampoco ha venido a este estudio jurídico, y nunca ha existido ninguna caja de cartón en ese cuarto. Cambie la cama de la habitación y alquílelo inmediatamente. ¿Me ha entendido?

–¡Si doctor! ¡Jamás ha pasado todo este problema!

♥♣☻♦♠

–¿Cómo me dijiste que se llamaba la persona que se había hecho amigo del inquilino desaparecido? –preguntó.

–Olluco, Pilluco, Pollucco o Machuco, ¿qué sé yo? –Respondió.

–¿No será Rosendo Pollucco Chalco?, el dueño de la distribuidora de carros y de motos de la calle los galleros. En el mes de agosto yo le he asesorado para obtener el informe favorable de Defensa Civil para la apertura de su grifo en la carretera que de este pueblo se dirige a Lima.

–¿Y eso qué tiene que ver con esta historia? –Preguntó con sorna el otro.

–Es que cuando fuimos con el ingeniero de Defensa Civil para la inspección ocular de sus instalaciones, vi a un hombre que se lavaba en un cilindro cortado por la mitad, que tenía tatuado el pecho, la espalda y los brazos con muchos dibujos y letras. Cuándo el funcionario me dijo que más podían poner en el Acta de la inspección, a modo de broma le dije que pusieran que el grifo tenía una pared ambulante de grafitis y todos nos reímos. Luego el dueño aclaró que se trataba de un trabajador que estaba a prueba. ¿No será ese el inquilino?

–¡Pucha!, ahora sí se me ha echado a volar la imaginación. –Y cómo si los dos quisieran hablar las mismas palabras y no pudieran, uno hablaba mientras que el otro asentía con la cabeza que eso mismo  quería  decir,  y  decía:  –¡El  inquilino  es  el  asesino  del  dueño  del  “Milton  Hotel”  y  el cuchillazo que tiene la casera es la prueba! ¡También estranguló al tombo taxista con la soguilla que estaba en la otra caja de cartón, y no es por casualidad que encontraron su putrefacto cadáver a quinientos metros del grifo de Rosendo Pollucco que está en la carretera que va a Lima, y para despistar a la policía abandonaron su taxi a treinta y cinco kilómetros en la carretera que va al Cusco. Es probable que lo haya matado en ese grifo y que con la talega le haya tapado la cabeza antes de estrangularlo.

–¿Y al dueño de la ferretería?

–¡Fácil pues! Si su negocio estaba pegado al local de Rosendo Pollucco, es muy probable que desde allí saliera en el momento oportuno “su trabajador a prueba” para empujarlo contra un tráiler que se venía. La cosa es meter las narices en el expediente judicial de este caso, para saber qué dijo el chofer del camión que lo atropelló.

Después de unos días, uno de los amigos abogados que estaban jugando a los detectives privados, recibió una llamada por su móvil.

–¡Tú eres adivino o qué!, resulta que hace un momento he tenido acceso al expediente de la muerte del ferretero, y el chofer del tráiler ha manifestado en su declaración policial y en su propia declaración instructiva que vio como un hombre de mediana estatura y de robusta complexión que tenía los brazos tatuados, empujó a la víctima contra el vehículo que conducía. Eso lo juró y requete juró en todo el expediente. –Le informó.

–¿El chofer del tráiler está en la cárcel? –Le preguntó con mucha curiosidad.

–¡No! Está con orden de comparecencia, porque ha demostrado que un vehículo de ocho ejes y casi treinta llantas es como un tren que no puede cambiar de dirección en unos cuantos metros, como para siquiera suponer que haya atropellado intencionadamente a un peatón. ¿O el hombre se arrojó contra el vehículo o alguien lo empujó?, y tampoco se puede andar concluyendo que la víctima no vio semejante armatoste.

–¡Ta’mare!, o sea que a este pueblito medio cagón, desde que el boom de la minería ha traído mucha plata y mucha gente de todo el Perú, más toda la “lavandería” que hacen los narcos con la instalación de cajas, mutuales y la construcción descontrolada de edificios, le han llegado hasta sicarios.

–¿Y de dónde tiene tanta plata ese Rosendo Pollucco?

–Eso tendrías que preguntarle a él o a todos esos misios que de la noche a la mañana se han vuelto millonarios y hasta dadivosos empresarios. –Contestó.

Como los dos amigos abogados tenían a su disposición cualquier expediente judicial y además sabían hurgar en las notarías y los registros públicos, en poco tiempo pudieron conocer que los herederos del “Milton Hotel”, la ferretería “Ironman” y la viuda del tombito taxista, cada uno por separado, habían arreglado satisfactoriamente con don Rosendo Pollucco, las significativas deudas  que les tenían sus difuntos parientes.

♥♣☻♦♠

–Doctor, yo soy hijo de Milton Ríos Gonzales el dueño del “Milton Hotel”. Resulta doctor que a los dos días del brutal asesinato de mi padre, mi madrastra sin consultarme absolutamente nada, había transado con el señor Rosendo Pollucco Chalco el pago de una deuda que supuestamente le tenía mi difunto padre, y ahora me viene con que de mis acciones en el hotel, los cuatro edificios, las tres chacras,  los  seis  volquetes  y  las  seis  cuentas  corrientes  que  dejó  mi  padre,  me  corresponde reconocer la suma de 866 mil nuevos soles, como la parte que me toca responder por ese comedido arreglo.

–Señor, sepa usted que su madrastra no pudo pagar válidamente ninguna deuda de su señor padre,  sin antes haberse seguido la Sucesión Intestada de su padre, realizado el inventario y la valorización de la masa hereditaria, el reconocimiento de los adeudos que por documentos válidos tenía el causante con sus acreedores, la asignación de las cuotas ideales a todos los herederos legales, y solo así, después podía discutir con todos sus coherederos la legalidad de ese pago.

–Si pues doctor, pero mi madrastra me dice: “Es una deuda de vida o muerte que tenía que pagarse”.

–Todas las deudas deben pagarse, pero el pago de las deudas de los muertos debe consultarse con todos los herederos, porque los bienes del causante han pasado a ser una copropiedad, y nadie puede disponer de esta sin previo acuerdo con todos los copropietarios. ¿Me entiende?  –Preguntó el abogado.

–Sí. Le entiendo perfectamente doctor, pero la verdad es que a mí no me gusta andar metido en estos líos, por eso quiero darle a usted un poder amplio y suficiente para que en mi nombre y representación inicie todos los procesos judiciales necesarios para recuperar esos 866 mil soles, y en eso nos vamos a medias. ¿Qué le parece doctor?

–¿Y por qué usted mismo no quiere seguir el proceso? –Preguntó el abogado algo extrañado.

–No doctor. Yo no quiero aparecer para nada en pleitos con el que alguna vez fue el socio de mi padre, y que por su culpa acabaron los dos en la cárcel. Menos aun con quién solo para mortificarlo, andaba vociferando públicamente que el terreno del “Milton Hotel” era de su propiedad, y recuerdo que mi padre le decía: “¿Haber demuéstrame y después veremos quién demuestra más?” y con eso le calló la boca por muchos años,  hasta que la bruta de mi madrastra sin consultarnos, metió la pata. –Acabó con la voz llena de ira.

–¿Y qué más podía demostrarle su padre al señor Pollucco? –Le preguntó lleno de curiosidad el letrado.

–Exactamente no sé, pero creo que tenía que ver con la muerte de un muchachito que le había robado o que se había quedado con algo de él.

–¿Droga o algo por el estilo? –Le preguntó el abogado.

–¡No sé! – Le respondió bastante ofuscado, pero luego cambiando el tono de su voz, con una amabilidad algo cómplice, le dijo. –¿Qué dice doctor, se anima o no se anima?, mire que para usted serían 433 mil soles. –Le dijo a modo de tentarlo.

–Escúcheme señor Ríos. –Le pidió su atención y continuó. –Para qué me voy a comprometer con un asunto muy especial y delicado que me obligaría a tener que atender personalmente todo el proceso, pero resulta que tengo una artrosis muy avanzada en la rodilla izquierda, que si no me opero a tiempo me puede condenar a una silla de ruedas. Los médicos me han dicho que desde la operación hasta mi rehabilitación, va a llevar más de un año.

–¿Entonces no puede?

–Definitivamente no voy a poder.

“¡Carajo! Este cojudo me sale con el mismo cuento del otro abogaducho que también se va a operar de la próstata y que por eso no puede servirme”, pensaba mientras se alejaba. “Seguro que estos dos huevones han sido abogados del Pollucco en esa pendejada que le ha hecho pagar a la cojuda de mi madrasta tanto dinero y hasta de mi plata”, siguió pensando mientras doblaba la esquina. “O estos también le tienen miedo al Pollucco. ¡Yo no le tengo ningún miedo!”, pensó casi hablando como para restarle poder a un temor que le venía desde el fondo de sus entrañas.

Lo cierto es que los dos abogados no aceptaron el caso, porque muchos años atrás Milton Ríos Gonzales y Rosendo Pollucco Chalco habían sido procesados con una ley de los tiempos de Odría por la comisión del delito de tráfico ilícito de estupefacientes, que daba penas cortas y no confiscaba propiedades. Pero sobre todo porque ya conocían los encargos que Pollucco Chalco le hacía a un inquilino moroso.


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