–¿Recuerdas el asesinato del
dueño del “Milton Hotel”? –Le preguntó Gonzalo.
–Cómo me voy a olvidar de ese pata, si cuando llegué a este pueblo yo
me alojaba en ese hotel. Dicen que uno de sus huéspedes lo mató de una puñalada por la espalda, cuando lo sorprendió
robando en la habitación de una rica comerciante puneña. Pero cuando
averiguaron de quién se trataba, se dieron con la sorpresa que tenía los mismos
nombres del Juez del Juzgado Mixto de la provincia de Antayauyos, e incluso en
el libro de registro de alojados había señalado como que procedía de ese lugar.
–¿Recuerdas la muerte del dueño
de la ferretería “Ironman”? –Volvió a preguntarle.
–Sé que ha muerto atropellado por un tráiler y que al chofer de ese vehículo lo han detenido por eso, pero
no he conocido mayores detalles de ese accidente, porque en esos días me fui a
defender al dueño de unas tierras donde se ha instalado una empresa minera que
no quiere pagarle los derechos de servidumbre. Tuvimos que denunciar al minero por usurpación y daño agravado, y de paso le hemos clavado una
medida cautelar para que no siga fregando conchúdamente.
–¿Recuerdas la noticia del
tombito que apareció muerto dentro de su taxi, y que después de dieciocho días lo encontraron completamente podrido, allá por la quebrada de
Masucucho?
–¡Piña pues! Cómo vas a morir en
uno de tus dieciséis taxis. ¡Qué cojudo! Si tenía más de mil quinientos soles
de ingresos diarios, para qué necesitaba seguir siendo policía y taxear él
mismo. Lo más seguro es que para administrar semejante flota, a mí no me
alcanzarían todas las horas del día. ¡Tombo ambicioso! –Comentó.
–¿Por qué me preguntas por esas
muertes? ¿Acaso eres el abogado de esos casos?
–No podría serlo. Porque como
siempre, en ninguna de esas muertes la policía ha encontrado la más mínima
pista para dar siquiera con un sospechoso, y como de costumbre se ha limitado a
decirle a los deudos que están haciendo las pesquisas necesarias que más
adelante los llevará a dar con los culpables. Y parece que gracias a Dios, en
menos de un mes todos los deudos se han olvidado de sus denuncias y de sus difuntos,
porque se los ve llenos de vida y radiantes de felicidad administrando esos
negocios. Y como hasta la fecha no hay
inculpados, ni agraviados interesados, ni nada de nada, entonces no hay
necesidad de abogados.
–Pero antes que nada colega. ¿A qué vienen tantas preguntas sin ton ni son?
–Porque yo creo saber quién está
detrás de todos esos crímenes. –Le contestó con el aire del misterio que rodea
a quien sabe un secreto que nadie más conoce.
–¡No jodas!, a ver cuéntame cómo
es eso.
Y le dijo que hace más o menos un
mes, una señora vino a su estudio jurídico, para que la apoyara con eso de sacar
las cosas que un inquilino moroso había dejado en una habitación de su casa y
que estaba cerrada con un candado que él mismo puso, y que incluso allí estaba encerrada la cama, la silla y la
mesa con que ella alquila el cuarto.
–Cuando le pregunté por el nombre del
arrendatario, me dio el
nombre del juez norteño
que despacha en la provincia de Antayauyos e incluso me mostró este
pequeño contrato que el mismo inquilino había redactado.
Entonces le alcanzó la hoja
suelta de un cuaderno cuadriculado, donde se leía:
“Por este documento, yo Mariano
Leoncio Espelucín Párraga, con D.N.I. Nº 41411713, alquilo un cuarto de
propiedad de doña Lucila Vargas Becerra,
con D.N.I. Nº 72345899 por el monto de S/. 300.00 mensuales y por el tiempo de
3 meses, dejando S/. 300.00 pagado por el primer mes y S/. 300.00 como
garantía, y me comprometo a pagar puntualmente los alquileres.
Atunrumi, 1º de octubre
del 2014”.
Luego
aparecían las firmas de los contratantes y más abajo se leía: “Este contrato
vence el 31–12–2014”.
–¡Ah carajo!, ¿y?
–Me fui directamente a la
Fiscalía donde tienen archivada la investigación de la muerte del hotelero, y
vi que en su expediente solo habían acumulado varias fotocopias de todos los
documentos que pudieran servir de indicio para continuar con las pesquisas, y
adivina ¿con qué me tropecé?
–¡Dímelo tú! –Le reclamó con
impaciencia.
–Me tropecé con la copia de la
página del libro de registro de huéspedes donde el sospechoso se había
registrado con los mismos nombres y apellidos y con el mismo número del
D.N.I que el mismo había puesto en el contrato y para colmo, todo estaba
escrito con la misma letra y suscrito con la misma firma.
Después
averiguó cómo era el individuo, y su clienta le dijo que era más o menos
bajito, pero no chato, que quizá se le veía así porque era gordo pero no tan
gordo, sino más bien robusto, en otras palabras un “guaso”. Su cara era como la
de todos, ni feo ni agraciado. Su piel como la de todos, ni negro, ni blanco,
más o menos acholado pero no tanto; que siempre llevaba camisas de manga larga
aun en los calurosos días del mes de noviembre, y que nunca le preguntó el
motivo, porque su vecina que tiene azotea para mirar a todas partes, descubrió
que sus brazos estaban completamente tatuados.
Le dijo que el
tipo se mostraba simpático cuando tenían la rara oportunidad de encontrarse en
el patio de su casa, porque al parecer no ocupaba todo el tiempo la habitación.
La saludaba muy amablemente diciendo: “¡Cómo está señito! ¡Usted sí que vive en
un paraíso! De todos los lugares que he visitado, su tierra es uno de los más
lindos sitios que he conocido. Tiene usted la suerte de vivir en este hermoso
valle primaveral”. Cuando le preguntó acerca de las personas del pueblo, le
dijo que todas eran gente simpática, alegre y hospitalaria, pero de todos los
lugareños que había conocido, el señor Pollucco le parecía “el más comunicativo
y buena gente”, a lo que ella le contestó, que esa era la única persona capaz
de apoyar a la juventud en sus inquietudes deportivas, culturales y hasta
recreativas.
Y después le
dijo que había estado por aquí y por allá, buscando y conociendo a las personas
que explotan los minerales de esta región, para recomendarle al dueño de la
empresa donde trabajaba, qué minerales se podría comprar y de qué personas. Cuando
le preguntó a qué se dedicaba en
esa empresa, él le respondió: “Analista de minerales”, y además le aclaró que
en su oficio se encargaba de conservar lo que sirve y desechar lo que no sirve.
Y cuando la curiosa casera le preguntó cómo sabía que un mineral no servía para
nada, él le contestó: “cuando tiene baja su ley”.
–Antes de tomar mis servicios, la
señora se había ido a quejar al Juzgado de Paz, para que el Juez le autorizara
retirar las cosas que aquel inquilino moroso tenía en el cuarto, y que desde la
pequeña ventana se veía que la cama estaba muy arreglada y que encima de la
mesita habían dos cajas de cartón.
Le contó que ha así le había rogado durante tres semanas. "¡Señor Juez!, hágame justicia por favor, pues
ya van cinco meses que ese cuarto anda ocupado sin ganar ni un solo céntimo.
¿De qué voy a vivir?, si no tengo sueldo, ni negocio. Solo alquilando mi casita
por pedazos puedo pagar la luz, el agua, los impuestos y tener algo para
llevarme a la boca. ¡Hágame justicia por favor. Se lo suplico! Necesito reparar
el techo que se va a caer a pedazos en
las próximas lluvias".
La casera también le confió que ante tanta insistencia, el Juez le encargó al Secretario para que
realizara una inspección ocular preliminar. Más para calmarla que para hacerle
justicia, el secretario llegó a la casa. La señora le mostró el cuarto y luego
de otearlo por varios minutos, siempre desde la ventana, le preguntó cómo se llamaba
el inquilino, por toda respuesta ella le alcanzó el contrato y luego de leerlo, le
dijo:
♥♣☻♦♠
–Señora la ocupación de esta
habitación está respaldada por un contrato suscrito entre usted y su inquilino,
de modo que le recomiendo tomar los
servicios de un abogado para pedir el desahucio por las causales de falta de
pago y de conclusión de contrato, y sólo así el Juzgado ordenará el lanzamiento
del arrendatario y el retiro de los valores que están depositados en ese cuarto.
–¿No va usted a romper el
candado, retirar esos cachivaches y entregarme el cuarto? –le preguntó llena de
desconsolado temor.
–¡Está usted loca!, ¿Quiere que
me metan a la cárcel? Y si a pesar de no haber más que trapos en esas cajas, su
inquilino se aparece y acaba diciendo que allí estaban sus caros instrumentos
para medir la ley de los minerales, muchos dólares y varias onzas de muestras
de oro y de plata. Yo por mi parte ya he visto lo suficiente. ¡Hasta luego! –Y
se fue moviendo la cabeza en señal de no comprender el capricho de aquella
mujer.
–¿No va a levantar ni siquiera un
acta de lo que ha venido a hacer? – Le suplicó la mujer.
–No señora, con contrato no hay
nada que hacer. –Le respondió de un modo despectivo y arrogante que le obligó a
gritar a la mujer.
–¡Jangraindio!, y para eso te has
hecho rogar tanto en el Juzgado. Dándome día tras día esperanzas, me has hecho
llegar a esa oficina para hacerme esperar hasta cuatro horas cada vez. ¿Por qué
desde el primer día no me has dicho lo que tenía que hacer, si desde el primer
momento habías leído este papel? ¿Para qué me has pedido tantas propinas?
–Entonces ahí nomás le cayó al secretario un furioso sopapo que lo hizo sangrar
por la nariz y salir de esa casa como alma que se lleva el diablo.
♥♣☻♦♠
Le dijo que después de ese
incidente, la mujer llegó a su Estudio para decirle todo lo que le estaba
contando, pero cuando el abogado le hizo saber lo que podía costarle y durar la
hazaña de iniciar un proceso judicial a un desaparecido, como notificarlo por el Diario Oficial “El Peruano”, nombrar defensor de ausente, gastos notariales, tasas judiciales, y que tendría que dar
muchas vueltas por el estudio para ir y venir del Juzgado, donde estaría un
secretario muy bien sopapeado y con ganas de vengarse, y todo eso, solo para
poder romper un miserable candado chino y sacar esas dos cajas de cartón. La
mujer se fue con los ojos encendidos como de los condenados. “Gracias doctor
por su sinceridad, cuánto le debo?"
–Cincuenta soles señora. –Eso era
lo que menos podía cobrarle por ser sincero, a diferencia de los otros que
cobran más del doble por un montón de mentiras.
Le dijo que no pasó ni siquiera
media hora, cuando la mujer se apareció por su estudio trayendo las dos cajas
de cartón para decirle esto:
♥♣☻♦♠
–¡Disculpe la molestia doctor,
como usted es mi abogado, porque para eso le he pagado, quiero que sea testigo
de lo que contienen estas cajas. –Y las puso sobre una silla. Como la
curiosidad ganó a la sorpresa y la indignación, el letrado se acercó a ver el
contenido de las cajas y entre dos viejos polos que alguna vez fueron blancos, un bluyin desgastado y
una camisa sucia, había un fino y ostentoso cuchillo de cocina, que si no se
notara que estaba sucio y con algo parecido a sangre en el lugar donde la hoja
se une al mango, se podría decir que era completamente nuevo. La otra caja
solamente contenía una pequeña soguilla de fibra sintética de más o menos dos
metros de longitud y una talega de harina vacía, que los dos coincidieron que
serviría para cargar las muestras del mineral que el inquilino adquiría. ¡Nada
más!
–¿Está usted segura que eso es
todo? –Le preguntó algo desconfiado.
–¡Por la santa cruz de mi madre,
y si miento, que me parta un rayo! –Juró la mujer al estilo de estas tierras.
–¡Bueno!, le creo. –Dijo sin
mayor convicción y luego aconsejó. –Ahora lo que tiene que hacer es quemar esas
cajas y el contrato, si es que su inquilino no tiene una copia. –Cuando la
mujer le hizo conocer con un gesto que no lo tenía porque ese era el único
ejemplar, continuó: – También todos estos trapos y la soguilla. Después hay que
hacer desaparecer el candado y el cuchillo.
–¡Eso mismo iba hacer doctor,
pero de todos modos gracias por el consejo. – Y cuando la mujer estaba punto de irse, el abogado aprovechó la
ocasión para hacerla desaparecer de su vida, de su estudio y de sus consejos.
–Señora, antes de que se vaya
debo recomendarle, que ese inquilino jamás ha existido, que usted jamás ha ido
a ningún juzgado, ni tampoco ha venido a este estudio jurídico, y nunca ha existido
ninguna caja de cartón en ese cuarto. Cambie la cama de la habitación y
alquílelo inmediatamente. ¿Me ha entendido?
–¡Si doctor! ¡Jamás ha pasado todo
este problema!
♥♣☻♦♠
–¿Cómo me dijiste que se llamaba
la persona que se había hecho amigo del inquilino desaparecido? –preguntó.
–Olluco, Pilluco, Pollucco o
Machuco, ¿qué sé yo? –Respondió.
–¿No será Rosendo Pollucco
Chalco?, el dueño de la distribuidora de carros y de motos de la calle los
galleros. En el mes de agosto yo le he asesorado para obtener el informe
favorable de Defensa Civil para la apertura de su grifo en la carretera que de este pueblo se dirige a Lima.
–¿Y eso qué tiene que ver con
esta historia? –Preguntó con sorna el otro.
–Es que cuando fuimos con el
ingeniero de Defensa Civil para la inspección ocular de sus instalaciones, vi a
un hombre que se lavaba en un cilindro cortado por la mitad, que tenía tatuado
el pecho, la espalda y los brazos con muchos dibujos y letras. Cuándo el
funcionario me dijo que más podían poner en el Acta de la inspección, a modo de
broma le dije que pusieran que el grifo tenía una pared ambulante de grafitis y
todos nos reímos. Luego el dueño aclaró que se trataba de un trabajador que
estaba a prueba. ¿No será ese el inquilino?
–¡Pucha!, ahora sí se me ha
echado a volar la imaginación. –Y cómo si los dos quisieran hablar las mismas
palabras y no pudieran, uno hablaba mientras que el otro asentía con la cabeza
que eso mismo quería decir,
y decía: –¡El
inquilino es el
asesino del dueño
del “Milton Hotel”
y el cuchillazo que tiene la
casera es la prueba! ¡También estranguló al tombo taxista con la soguilla que
estaba en la otra caja de cartón, y no es por casualidad que encontraron su
putrefacto cadáver a quinientos metros del grifo de Rosendo Pollucco que está
en la carretera que va a Lima, y para despistar a la policía abandonaron su
taxi a treinta y cinco kilómetros en la carretera que va al Cusco. Es probable
que lo haya matado en ese grifo y que con la talega le haya tapado la cabeza
antes de estrangularlo.
–¿Y al dueño de la ferretería?
–¡Fácil pues! Si su negocio
estaba pegado al local de Rosendo Pollucco, es muy probable que desde allí
saliera en el momento oportuno “su trabajador a prueba” para empujarlo contra
un tráiler que se venía. La cosa es meter las narices en el expediente judicial
de este caso, para saber qué dijo el chofer del camión que lo atropelló.
Después de
unos días, uno de los amigos abogados que estaban jugando a los detectives
privados, recibió una llamada por su móvil.
–¡Tú eres adivino o qué!, resulta
que hace un momento he tenido acceso al expediente de la muerte del
ferretero, y el chofer del tráiler ha
manifestado en su declaración policial y en su propia declaración instructiva
que vio como un hombre de mediana estatura y de robusta complexión que tenía
los brazos tatuados, empujó a la víctima contra el vehículo que conducía. Eso
lo juró y requete juró en todo el expediente. –Le informó.
–¿El chofer del tráiler está en
la cárcel? –Le preguntó con mucha curiosidad.
–¡No! Está con orden de
comparecencia, porque ha demostrado que un vehículo de ocho ejes y casi treinta
llantas es como un tren que no puede cambiar de dirección en unos cuantos
metros, como para siquiera suponer que haya atropellado intencionadamente a un
peatón. ¿O el hombre se arrojó contra el vehículo o alguien lo empujó?, y
tampoco se puede andar concluyendo que la víctima no vio semejante armatoste.
–¡Ta’mare!, o sea que a este
pueblito medio cagón, desde que el boom de la minería ha traído mucha plata y
mucha gente de todo el Perú, más toda la “lavandería” que hacen los narcos con
la instalación de cajas, mutuales y la construcción descontrolada de edificios,
le han llegado hasta sicarios.
–¿Y de dónde tiene tanta plata
ese Rosendo Pollucco?
–Eso tendrías que preguntarle a
él o a todos esos misios que de la noche a la mañana se han vuelto millonarios
y hasta dadivosos empresarios. –Contestó.
Como los dos
amigos abogados tenían a su disposición cualquier expediente judicial y además
sabían hurgar en las notarías y los registros públicos, en poco tiempo pudieron
conocer que los herederos del “Milton Hotel”, la ferretería “Ironman” y la
viuda del tombito taxista, cada uno por separado, habían arreglado
satisfactoriamente con don Rosendo Pollucco, las significativas deudas que les tenían sus difuntos parientes.
♥♣☻♦♠
–Doctor, yo soy hijo de Milton
Ríos Gonzales el dueño del “Milton Hotel”. Resulta doctor que a los dos días
del brutal asesinato de mi padre, mi madrastra sin consultarme absolutamente
nada, había transado con el señor Rosendo Pollucco Chalco el pago de una deuda
que supuestamente le tenía mi difunto padre, y ahora me viene con que de mis
acciones en el hotel, los cuatro edificios, las tres chacras, los
seis volquetes y
las seis cuentas
corrientes que dejó
mi padre, me
corresponde reconocer la suma de 866 mil nuevos soles, como la parte que
me toca responder por ese comedido arreglo.
–Señor, sepa usted que su
madrastra no pudo pagar válidamente ninguna deuda de su señor padre, sin antes haberse seguido la Sucesión Intestada de su padre, realizado el inventario y la
valorización de la masa hereditaria, el reconocimiento de los adeudos que por
documentos válidos tenía el causante con sus acreedores, la asignación de las
cuotas ideales a todos los herederos legales, y solo así, después podía
discutir con todos sus coherederos la legalidad de ese pago.
–Si pues doctor, pero mi
madrastra me dice: “Es una deuda de vida o muerte que tenía que pagarse”.
–Todas las deudas deben pagarse,
pero el pago de las deudas de los muertos debe consultarse con todos los
herederos, porque los bienes del causante han pasado a ser una copropiedad, y
nadie puede disponer de esta sin previo acuerdo con todos los copropietarios.
¿Me entiende? –Preguntó el abogado.
–Sí. Le entiendo perfectamente
doctor, pero la verdad es que a mí no me gusta andar metido en estos líos, por
eso quiero darle a usted un poder amplio y suficiente para que en mi nombre y
representación inicie todos los procesos judiciales necesarios para recuperar
esos 866 mil soles, y en eso nos vamos a medias. ¿Qué le parece doctor?
–¿Y por qué usted mismo no quiere
seguir el proceso? –Preguntó el abogado algo extrañado.
–No doctor. Yo no quiero aparecer
para nada en pleitos con el que alguna vez fue el socio de mi padre, y que por
su culpa acabaron los dos en la cárcel. Menos aun con quién solo para
mortificarlo, andaba vociferando públicamente que el terreno del “Milton Hotel”
era de su propiedad, y recuerdo que mi padre le decía: “¿Haber demuéstrame y después
veremos quién demuestra más?” y con eso le calló la boca por muchos años, hasta que la bruta de mi madrastra sin
consultarnos, metió la pata. –Acabó con la voz llena de ira.
–¿Y qué más podía demostrarle su
padre al señor Pollucco? –Le preguntó lleno de curiosidad el letrado.
–Exactamente no sé, pero creo que
tenía que ver con la muerte de un muchachito que le había robado o que se había
quedado con algo de él.
–¿Droga o algo por el estilo? –Le preguntó el abogado.
–¡No sé! – Le respondió bastante
ofuscado, pero luego cambiando el tono de su voz, con una amabilidad algo
cómplice, le dijo. –¿Qué dice doctor, se anima o no se anima?, mire que para
usted serían 433 mil soles. –Le dijo a modo de tentarlo.
–Escúcheme señor Ríos. –Le pidió
su atención y continuó. –Para qué me voy a comprometer con un asunto muy
especial y delicado que me obligaría a tener que atender personalmente todo el
proceso, pero resulta que tengo una artrosis muy avanzada en la rodilla
izquierda, que si no me opero a tiempo me puede condenar a una silla de ruedas.
Los médicos me han dicho que desde la operación hasta mi rehabilitación, va
a llevar más de un año.
–¿Entonces no puede?
–Definitivamente no voy a poder.
“¡Carajo! Este
cojudo me sale con el mismo cuento del otro abogaducho que también se va a
operar de la próstata y que por eso no puede servirme”, pensaba mientras se
alejaba. “Seguro que estos dos huevones han sido abogados del Pollucco en esa
pendejada que le ha hecho pagar a la cojuda de mi madrasta tanto dinero y hasta
de mi plata”, siguió pensando mientras doblaba la esquina. “O estos también le
tienen miedo al Pollucco. ¡Yo no le tengo ningún miedo!”, pensó casi hablando
como para restarle poder a un temor que le venía desde el fondo de sus
entrañas.
Lo cierto es que
los dos abogados no aceptaron el caso, porque muchos años atrás Milton Ríos
Gonzales y Rosendo Pollucco Chalco habían sido procesados con una ley de los
tiempos de Odría por la comisión del delito de tráfico ilícito de
estupefacientes, que daba penas cortas y no confiscaba propiedades. Pero sobre
todo porque ya conocían los encargos que Pollucco Chalco le hacía a un inquilino
moroso.
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