Ese pueblo es
uno más de esos que sin saberse cuando empezó, seguirá existiendo más allá de
la memoria de todas las generaciones que lo habitaron, y seguirá sobreviviendo
mientras este sufrido planeta continúe en su terco afán de cobijar la vida.
Solo se conoce que su nombre y las noticias de su gente aparecen en las
primeras crónicas de los conquistadores y en la lejana papeluchería de la
administración colonial y republicana.
Y como todos
los demás poblados
que se han
sembrado en esta cordillera, se mantendrá estacionado en
el mismo lugar por todo el tiempo que le queda, pues ha aprendido a soportar
cacicazgos, corregimientos, parroquias, haciendas, minería, plagas, epidemias y
el abandono y la miseria de estos tiempos, gracias a la bendita agricultura que
desde hace milenios les calma el parco hambre que se debe tener en estas
tierras, si se quiere pasar por este mundo sin tener que llegar prematuramente
a ese amplio y blanquecino cementerio, que se ve desde todas partes del pueblo,
como si fuera el faro salvador de los que buscan llegar al puerto del eterno
descanso.
–No sé por qué traerán hijos a
este mundo, para después abandonarlos a su suerte como si sus padres fueran
unos discapacitados. –Le dijo la mujer al policía que custodiaba la puerta de
la comisaria.
–No está bien que después de ser
amiga de los padres del muertito, ahora que te has peleado por el saneamiento
de una chacra que no te pertenecía, resultes también ser su enemiga en estos
dolorosos momentos. ¡Yo no voy a permitir que rajes de mis compadres!, menos
delante de la policía. ¡Qué tal lisura! –Le recriminó una de las otras curiosas
que rodeaban aquel local policial.
–¿De dónde sabes lo que ha pasado
con esa chacra? ¡Para que sepas! Esa posesión la he perdido, porque no tenía toda
la plata que pedían los ingenieros de la oficina de saneamiento, porque si no
otra hubiera sido la cosa. –Aclaró la reprendida.
–Pero si tú nunca has sido dueña
de esa chacra, ¿de qué te quejas? –Le recordó.
–¡Silencio señoras! Si no van a
tener que abandonar este lugar, porque aquí no se puede provocar pleitos. –Les
gritó el policía y luego agregó: –¡Señoras y señores, les ruego abandonar el
área, porque en ningún momento va a salir el fiscal o el médico legista para
contarles lo que ha pasado, porque las investigaciones son reservadas.
Cualquier información acerca de la muerte del muchacho se les comunicará por
"Radio Sintonía".
–¡Para que usted sepa señor
policía, nosotras no nos vamos a mover hasta saber quién ha sido el autor de
ese maldito crimen! –Gritó una, a lo que respondieron las demás en coro.
–¡Justicia! ¡¡Justicia!! ¡¡¡Justicia!!!
Cuando el
grupo se calló, la que no fue ni nunca será dueña de nada, al momento de
marcharse le tiró fieramente de los pelos a la fiel comadre de sus compadres, y
ahí nomás se armó una trifulca de la gran siete, que tuvieron que salir todos los policías incluido su jefe, para
poner fin a esa pelotera. Cuando por fin fueron separadas las revoltosas, la
provocadora gritó.
–¡Caramba, que bien defiendes a
esos malditos!, que ahora recién se
quejan y lloran, pero cuando su pobre hijo andaba por las calles y los
restaurantes pidiendo unos centavos o mendigando un pedazo de pan para matar su
hambre, no hacían nada, y ahora hasta abogada tienen. ¡Algún día nos vamos a
encontrar a solas, india cochina!
–¡Señores policías escuchen! Me
está amenazando. Si algo me pasa ya saben ustedes quien será la responsable.
Lo que estaba
sucediendo era que allá, como a quince kilómetros de aquel municipio, donde el
poderoso río horada los milenarios cimientos de las altas montañas que definen
la geografía de estos parajes, gracias a los avisos que dan los cóndores que
aun surcan los cielos de estos poblados y al grande olor que la calor ayudaba a
despedir de aquel basural donde echan sus desperdicios los ómnibus que ofrecen
comida a sus pasajeros, hallaron el cuerpo sin vida del Anselmo, que por más de
siete noches no se le veía merodear por las pollerías y restaurantes por donde
pasa la carretera asfaltada que sin entrar al pueblo para no chocar con los
cerros, viene desde Lima para llegar al Cusco y seguir de largo hacia Puno y
después sin descanso enrumbarse hasta Arequipa.
Sobre la
suerte de Anselmo, con toda seriedad nadie podría decir que era un mocito
abandonado y por eso tan pobre que tenía necesidad de interpretar algún mal
parado tema de aquellas gastadas canciones que de tanto sonar por todas partes
y de mil maneras, ya nadie las escucha. Pero sin embargo al improvisado artista
le servía de pretexto para tener el derecho de exigir a su fastidiada
audiencia, una limosna en dinero o comida.
Su manera era
llegar a la puerta de todos los restaurantes. Más allá de ese límite no podía
ingresar ni un solo paso, porque si se atrevía a más, se le acercaba uno de los
mozos para meterle una soberbia patada en el trasero que lo hacía saltar un
metro más allá de donde se había atrevido. Tanto les fascinaba a los meseros
hacerle sufrir ese castigo que incluso establecieron un orden para alternarse.
“¡Ahora me toca a mí!”, recordaba a los demás el dueño del turno.
–¡Abusivo de mierda, porqué le
pateas tan salvajemente a ese pobre niño hambriento! ¿Acaso te está pidiendo tu
comida? –Le recriminó un pasajero comensal cuando vio que uno de los mozos
ejercía su derecho a espantarlo.
–No es lo que cree usted señor.
Este chico no es ningún pobrecito hambriento. Tiene una familia que no le falta
dinero para servirle un buen plato de comida y de hecho se lo sirven, sino que
tiene la maldita costumbre de venirse por las noches a los restaurantes y
pollerías de este paradero a pedir limosna y comida a los pasajeros. ¡Ese es su
vicio! –Le refirió el camarero.
–¿Entonces por qué no llamas a su
familia para que lo recoja? ¡Qué derecho tienes tú para patearlo a tu regalada
gana y solo porque te encantan las pelotas! ¡Qué tal concha! ¿Te gustaría que
ese niño fuera tu hijo o tu hermano?
–Señor, si usted tuviera tiempo
verá que en cualquier momento van a llegar sus hermanos para llevárselo a
latigazos a su casa, y sin embargo más tarde, medio calato se escapará por los
tejados, para pararse en ese lugar de la puerta y desde allí ver a los clientes
con sus ojos de paqpaka triste hasta
que alguien le alcance una porción de lo que está comiendo o una propina para
que los deje comer en paz con sus conciencias. – Explicó el empleado y
completó. –¿Acaso lo ve flaco o mal vestido?
–¿Y cuánto tiempo tiene que
limosnear para sentirse satisfecho y marcharse a su casa? –Preguntó esta vez
menos irritado, pero más curioso.
–Señor, si los restaurantes y las
pollerías atendiéramos toda la noche, toda la santa noche estaría pidiendo y
comiendo como un barril sin fondo.
“Ese debe ser
un extraño mal que no tiene cura”, pensó y se acercó al muchacho que lo recibió
con la cara de alguien que va a recibir una grata sorpresa que desde siempre
conoce que es buena: “¡Dinero!” “¡Plata!”
–¿Cómo te llamas?
–Anselmo –respondió el muchacho.
–¿Tienes mamá? ¿Tienes papá?
No respondió
nada de nada. Solo se limitó a enfadarse por esa, mil veces estúpida, pregunta
que le hacía bajar la cabeza. Después de respirar como una fiera por la boca y
las narices, se repuso y empezó a lanzar
esa su muy especial mirada que podía llenar todo el espacio que lo rodeaba y
acabar con todas las palabras. Como si se tratara de una tácita respuesta, le
habló con los ojos al curioso indagador: “¡Dame plata!” “¡Dame la pierna de
pollo que tienes en tu plato. Dame aunque solo sean las papas!”, y para lograr
eso, a manera de una mágica invocación a ocultos poderes que solo él podía
entrever, se puso a mal cantar rasqueteando una lata corrugada de conservas. “¡Poco a poco, poco me has querido, poco a
poco me has amado y al final todo ha cambiado morenita de mi amor…!” El
hombre regresó a su mesa, se sentó de pena, de rabia, de no sabía qué, y cuando
se dispuso a comer, desde su lugar escuchó que afuera el muchacho casi gritaba:
“¡Ojos azules no llores, no llores ni te
enamores,……!”. Y sencillamente no pudo comer a pesar que durante más de
cuatro horas estaba soñando con devorarse una pierna de pollo a la brasa con
sus papas fritas untadas con kétchup,
mayonesa, mostaza y ají de huacatay acompañada con su norteamericana Inca Kola.
–¡Ta´mare, ese chivolo me fregó el
apetito! –Comentó en voz alta y luego bastante malhumorado ordenó al mesero:
–¡Pásame la cuenta!”
–¿No ve señor?, a nosotros
también nos acaba la paciencia y por eso lo pateamos para no verlo más en esa
puerta molestando con su hambrienta mirada a los pasajeros.
–Por qué no reclaman a su alcalde
para que limpie este lugar de tanto “piraña” o acaso no pagan sus impuestos. Es
una desgracia viajar por un país lleno de muertos de hambre que en todo momento
te recuerdan que no es cristiano comer sin compartir, y menos con un montón de
limosneros que desde niños se han acostumbrado a molestarnos con la
conmiseración que debemos sentir todos los creyentes en esta clase de
situaciones, pero esta vez todo se pasó de la raya.
Cuando vio que
el mozo estaba caminando con su plato casi lleno para alcanzarle al pedigüeño,
el hombre le dijo: “¡Déjalo allí donde estaba y por favor llama a sus hermanos
para que se lleven a este desgraciado!”, y que para eso se quedara con el
cambio.
Incluso cuando
el hombre subió a su camioneta para marcharse de aquel lugar, escuchó
nítidamente la chillona voz del muchacho gritando: “¡Mujer andina, vengo a cantarte todas mis penas y mis dolores…!, y arrancó casi matando a uno de los
perros vagabundos que comparten con los pirañas las sobras de comida que se
regala o arroja en ese paradero.
Después de
algún tiempo, llegó el anochecer de un día en que por fortuna no lo vieron en
las inmediaciones de aquella estación. Al día siguiente igual, y varios días
después, igualmente. Los dueños de los restaurantes, las pollerías y sus
trabajadores pensaron que al sinvergüenza lo habían encadenado en su casa o se
lo habrían llevado a algún lejano lugar donde no pudiera hacerles pasar la
vergüenza que día a día debían soportar.
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Como si el
mundo de ese paradero se hubiera reparado de alguna imperfección, a partir de
la ausencia del Anselmo las cosas marcharon como sobre cuatro ruedas bien
aceitadas. Ya nadie debía preocuparse de aquella pequeña existencia, que como
por encanto se aparecía a la hora en que el sol moría tras los vidrios de las
puertas y las ventanas de esos restaurantes, para avisarles que una vez más
estaban allí sus ojos hambrientos dispuestos a capturar a un desprevenido
comensal, para que sin decirle ni una sola palabra, ni hacerle el más mínimo
gesto pedigüeño, solo con su pasmosa mirada clavada en la médula de sus almas
como si en ello se le fuera la vida, pedirle desde el fondo de sus entrañas un
pedazo de su pollo a la brasa o un puñado de sus papas fritas, o suplicarles
desde el centro mismo de su corazón, que por lo que más quieran, le arrojen una
moneda.
Como a veces
las cosas no siempre son como tienen que ser, sino como lo que son. Los
primeros en extrañar esa ausente presencia fueron los camareros. Ese raro
fenómeno se manifestaba como que el pedigüeño estaba ahí, ....ahí y siempre
ahí, aunque en realidad ya no estaba ni estaría nunca más, pero eso estaba por
verse.
–¡Oye no sé lo que me pasa! A
veces cuando veo esa puerta y no encuentro al “piraña” parado como una estatua
pidiente, me parece como si la puerta no tuviera marco o le faltara un vidrio o
algo así por el estilo. –Contó uno de ellos.
–¡Eso no es nada!, la otra vez
sentí que estaba viendo otra puerta o la puerta de otro lugar. ¡Qué extraño
no!, sin el Anselmo parado ahí, esa puerta no parece la misma. –Dijo otro.
–A mí también me ocurre algo muy
raro, porque cuando veo la puerta, veo simplemente que el chivolo no está, pero
cuando no la veo pienso que está parado ahí como siempre, incluso anoche me
sorprendí llevándole algunas sobras, porque sentía sobre la nuca esa su penetrante mirada que le nacía desde las tripas. ¡Qué chocante, no!
–¡Carajo, parece una puerta
fantasma!
Les parecía
que esa puerta se había convertido en un ojo que los veía con una visión
permanente y penetrante. Todas las noches la miraban con mucha molestia, porque se parecía a un pensamiento
fijo o al tormento de un temor que no se acaba nunca.
–¡Así deben nacer las historias
de los fantasmas y de los sitios encantados. – Dijo el mozo universitario.
–Yo no sé de dónde saldrán esos
cuentos, pero desde que el Anselmo ya no se aparece en esa puerta, ese lugar ya
no es el mismo. Parece que una oscura presencia que aparece y que desaparece lo
hubiera reemplazado, o que una especie de macabra ansiedad se hubiera instalado
en ese lugar sólo para molestarnos. –Dijo con voz medio amarga Yesica, la más
guapa de las meseras.
–¡Mejor dejémonos de cojudezas!,
porque la verdad es que todos nos sentimos culpables de los patadones que de
buena gana y por turno le obsequiábamos al pedilón. –Dijo el más antiguo de ellos con el propósito de acabar con esa
charla que se estaba volviendo medio alocada.
–¡Sí¡ Mejor acabemos con esta
vaina que nos está poniendo nerviosos y porque además parece que estamos hablando de un muerto que a todos nos
pesa.
Como la charla
no podía acabarse por la persistencia de la fantasmal presencia, todos se
dedicaron a recordar los últimos días del muchacho por aquel paradero. Después
de que cada uno refirió lo suyo, pudieron concluir que hasta en tres ocasiones
vieron a dos sujetos estacionar una furgoneta negra como del tamaño de una
buena ambulancia; que los dos comieron pollo y que de buena gana le regalaron
sus sobras al muchacho, y que la segunda
vez lo llamaron desde la furgoneta para regalarle algo que uno de ellos sacó de
su billetera: “Seguro que era plata”, y que la tercera vez compraron medio
pollo a la brasa para llevar, y que desde ese momento no apareció más el
Anselmo.
–¡Y qué diablos más podía hacer
si tenía medio pollo en sus manos!, se habría ido a su casa a disfrutarlo. ¿Por
qué precisamente nosotros tenemos que sospechar de alguien? Por si acaso yo no
tengo necesidad de meterme de palomita en ninguna investigación que solo me
puede acarrear problemas.
En medio de
esa conversación el dueño del
Restaurant-Pollería & Parrilladas les pidió lavar todos los servicios y
colocarlos muy bien en sus sitios, porque últimamente a la media noche los
gatos o no se sabe quién diablos estaba haciendo caer los platos, las ollas y
hasta las sillas del restaurante. Todos dijeron “¡Si jefe!” y se sintieron
aliviados porque la jornada, sin darse cuenta ellos, había terminado.
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Ya más tarde
en la Radio Sintonía se escuchó que al Anselmo le habían arrancado en vida sus
riñones, su hígado, su corazón, su páncreas, sus pulmones, sus testículos y sus
intestinos. También le habían quitado su médula espinal y hasta sus ojos. Y lo
poco que quedó de aquella macabra operación lo abandonaron en aquel inmenso
basural, desde donde vuelan hasta las límpidas punas los plásticos, los sucios
papeles y cualquier otro material capaz de ser arrastrado por los vientos.
Después el
locutor de la radio advirtió a todos los padres de familia que cuiden mucho a
sus hijos y que los mantengan en sus casas a partir de las seis de la tarde,
porque se sabía que una banda de traficantes de órganos estaba recorriendo los
pueblos que están pegados a la gran carretera, para secuestrar a los niños
sanos que andan por su cuenta, para extraerles todos sus órganos que la
medicina de los gringos puede trasplantar por miles de dólares.
La noticia
causó en el pueblo una batahola sin precedentes. Todos dijeron las buenas cosas
que se dicen de los muertos y todas las malas que se cuentan de sus parientes.
Que a la hora de comer lo echaban a latigazos de su casa para que vaya a
mendigar a los restaurantes y las
pollerías de aquel paradero, y cuando ya todos habían comido y el muchacho
todavía nada, lo arrancaban a golpes de las puertas y ventanas de esos
negocios, para llevárselo todavía hambriento a dormir encima de un pequeño
cuero de oveja y cubierto con una vieja y agujereada frazada. Así resultó ser
públicamente la triste vida del mártir Anselmo.
No faltó el
vil comentario que hizo la mujer que por falta de dinero perdió una chacra
dentro de un trámite en la oficina de saneamiento,
dizque por culpa de los padres del difunto.
–Al Anselmito no se lo han robado
para matarlo gratis, a ese pobre niño sus propios padres lo han vendido a los
gringos por 50 mil dólares, para que esos malditos le quiten todas sus
menudencias para poder vivir 200 años.
Pero ese calumnioso comentario no tuvo éxito, porque del mismo perverso modo la mujer iba regando por todas partes el embuste de que al niño lo mataban de hambre y por eso tenía necesidad de ir al paradero a mendigar las sobras de los pasajeros. Luego de escuchar esas mentiras la gente sacaba su cuenta así: “Si no le daban de comer estaría flaco y muy desnutrido, entonces para nada servían su corazón, sus pulmones y sus tripas. Los gringos necesitan los órganos de los niños sanos y robustos, no de los maltragados”, como para decir que los suyos corrían un verdadero peligro.
Pero ese calumnioso comentario no tuvo éxito, porque del mismo perverso modo la mujer iba regando por todas partes el embuste de que al niño lo mataban de hambre y por eso tenía necesidad de ir al paradero a mendigar las sobras de los pasajeros. Luego de escuchar esas mentiras la gente sacaba su cuenta así: “Si no le daban de comer estaría flaco y muy desnutrido, entonces para nada servían su corazón, sus pulmones y sus tripas. Los gringos necesitan los órganos de los niños sanos y robustos, no de los maltragados”, como para decir que los suyos corrían un verdadero peligro.
La policía,
como toda la policía de estos lugares, le dijo a sus padres: “¿De quién
sospechan”?, cuando le dijeron al jefe de los uniformados que no sabían de
quién sospechar, sino de quién sospechaban ellos, este les respondió:
“Sospechen de alguien pues, porque hasta ahora solo de ustedes estamos
sospechando”. Con esa brutal respuesta se acabaron para siempre sus reclamos,
porque ese Anselmo además de fregarlos en vida, podía joderlos hasta con su
muerte.
Seis meses
después, con el dictamen del Fiscal Provincial de Turno, se archivó
provisionalmente el caso del niño mutilado “…..que sufría de hambre canina que
consiste en comer y comer sin saciarse nunca….”, lo que quería decir que la investigación del
caso se extendía hasta nunca jamás, y que los muertos debían ser enterrados
junto a su pasado y con ellos los últimos minutos de su cruel agonía.
Pero no
siempre las cosas resultan así, porque luego de su concurrido entierro, el
pueblo lo declaró mártir y desde ese día no le faltan velas y flores en su
tumba para pedirle al "destripado en vida", un favor para sus largas
miserias.
–¿Si necesitas ese dinerito para
tu negocio? ¡Pídele al Anselmito! Él va a saber hacerte llegar a la cabeza alguna
idea que ahora no tienes para conseguir esa plata. Pero pídele con devoción y
con mucha fe, y como él es un niño mártir que ha sufrido mucho más que todos
nosotros juntos, te va a iluminar. ¡Vas a ver que no miento! Si el "almita" te hace ese
favor nunca seas desagradecida y si quieres seguir molestándole, llévale velas,
flores y un poco de comida a su tumba, y no te olvides de ponerle unas monedas
en esa caja de metal con candado grande, como parte de la limosna que en vida
todos se lo negaron.
es muy bueno tener acontecimientos que se convierten en mitos. el personaje se parece au niño llamado Custodio que andaba por Abancay, tal vez sea el y solo le cambiaron de nombre!
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