Lo
dijo en voz baja y mirando para todos lados, como si deseara que nadie más se
enterara lo que estaba diciendo.
–¡Señores! Lo que
quiere mi empresa, es que ustedes inicien los trámites para desmembrarse de la
Comunidad Madre y
hacerse reconocer oficialmente
como una comunidad
autónoma e independiente, porque la verdad es que todo el mineral que
tiene derecho a explotar la Minascucho Mining Company, solo se encuentra dentro
de estas tierras. –Dijo el ingeniero minero, y esperó la reacción de los
comuneros que lo rodeaban.
–Bueno, para que tanto
secreto si eso lo sabemos todos. –Replicó uno de ellos.
–Lo que quiero decir es
que solo ustedes van a ser directamente afectados con la explotación que la Minascucho Mining va a realizar dentro
de las mil quinientas hectáreas que conducen las 52 familias que ustedes
conforman. Además este Anexo hace mucho tiempo que es independiente, porque
tiene su propia carretera que no pasa por la comunidad matriz, lo que los hace
una unidad de producción independiente. Entonces, ¿por qué tienen que compartir
toda esa riqueza con los más de 600 comuneros que se creen dueños de las
restantes 18 mil hectáreas de la comunidad madre de Ñaupaccasa, que desde los
tiempos del chino Fujimori se ha quedado con todas las cosas que envía el
Gobierno Central y las oneges? –Les preguntó.
–¿Y cuál sería esa
riqueza? –Preguntó uno de ellos.
–Las indemnizaciones
por las mejoras útiles que por muchos años han introducido en sus parcelas
familiares, los puestos de trabajo que por ley tiene que crear la empresa para
cada uno de sus familiares, la rehubicación del área urbana del anexo con luz
eléctrica, agua potable e Internet, la urbanización que obligatoriamente debe construir la compañía
en la capital de la región para que ustedes vivan y puedan educar a sus hijos,
el canon minero y el fruto de la venta de sus tierras por ustedes mismos y para
su beneficio. Eso significaría que cada uno de ustedes podría abrocharse con
más o menos cinco millones de soles. Pero si lo hace la comunidad madre, de la
noche a la mañana, se van a aparecer más de tres mil avivatos que ustedes jamás
han conocido, alegando que son comuneros de nacimiento o hijos de comuneros
vivos o muertos. Lo más seguro es que la directiva de Ñaupaccasa cobrará la
plata de las indemnizaciones que solo a ustedes les corresponde, y más tarde a
sus espaldas acordarán vender todas las tierras que ustedes poseen en
Minascucho, y para el colmo de sus males solo entre ellos se repartirán las viviendas que a ustedes les debe tocar, y
seguramente al final solo recibirán una miserable propina. –Aclaró.
–¡Tiene razón
ingeniero! Todo el tiempo que el gobierno ha regalado a la comunidad
herramientas, ganado, semillas, fertilizantes, ropa, frazadas, colchones,
ollas, platos, carpas, medicina para los animales, cocinas, calaminas, un
camión y hasta un tractor agrícola, solo los de la comunidad madre se han
quedado con esos apoyos, pero los Anexos jamás hemos recibido ni una pizca de
todo lo que ha llegado y jamás recibiremos nada de lo que está por llegar. Lo
peor es que si ha llegado dinero todo ha sido para los bolsillos del
presidente, del secretario y del tesorero.
–Denunció uno.
–¡No solo eso! Esos
sinvergüenzas también se han quedado y negociado para sus bolsillos los
sobrantes de los cementos, fierros, alambres, arena, tuberías, madera,
herramientas y otras cosas más que quedan
de las obras
que el gobierno
regional y la
municipalidad construyen en la
comunidad y por eso ahora tienen esteysions, camionetas, combis y fusos, y casi
todos esos rateros están levantando sus casas de material noble en Atunrumi .
–Acotó otro.
–¡Escuchen señores
comuneros! Se acuerdan que el año pasado la Minascucho Minig Company ha hecho
23 perforaciones diamantinas en este lugar. –"¡¡¡Sí!!!, respondió casi en
coro la audiencia y continuó. –Pues bien, pero para que pueda hacerlo la
empresa ha pagado a la Comunidad Madre 25
mil soles por cada perforación, es decir un total de 575 mil nuevos
soles. ¿Cuánto de ese dinero ha llegado al Anexo de Minascucho? –Preguntó
triunfante.
–¡¡¡¡Nada!! –Casi
gritaron todos.
–El Presidente de la
comunidad nos ha dicho que la empresa le ha pagado diez mil soles por cada
perforación diamantina y que a nosotros nos tocaría 52 mil soles, pero que ese
dinero nos van a entregar cuando el contador de la municipalidad, arregle los
papeles que necesita la comunidad para poder sacar esa plata del banco. –Aclaró
el presidente del Anexo.
–Pero eso no es todo,
hermanos. ¿Ustedes han visto que están levantando torres de alta tensión en
varios puntos del territorio comunal? –Preguntó el empleado minero.
–Si ingeniero, son 26
torres que van a pasar por nuestras tierras. Por eso el presidente con el
ingeniero que ha contratado la comunidad, nos han informado que una empresa
extranjera nos va a pagar 10 mil soles por cada torre levantada, además nos van
a dar quince mil soles por las carreteras que han construido para instalar y
mantener esas torres. –Contestó el secretario del Anexo.
–¡Ustedes no saben
nada! En otras comunidades esa misma
empresa ha pagado 80 mil soles por cada torre, y seis soles por cada metro
cuadrado de tierras de cultivo afectadas por esas carreteras, tres soles si
tienen aptitud forestal y dos soles si corresponden a pastos naturales, y según
veo, los dirigentes de Ñaupaccasa estarán cobrando a esa empresa más o menos
tres millones de nuevos soles.
Esa
noticia causó gran estupor y hasta incredulidad entre los reunidos, y solo les
quedó pensar tres cosas: 1) O los dirigentes de la Comunidad Madre eran unos
grandes rateros; 2) O que ellos eran unos cojudos para hacerse pagar la miseria
que dicen; y 3) O ese ingeniero era
un gran mentiroso. Pero seguramente era
lo primero, porque en eso de las perforaciones diamantinas ya les habían
demostrado de qué pie estaban cojeando esos jangras.
A
parte de todas esas dudas, inmediatamente recordaron que todavía en el tiempo
de los retornantes, casi todos los comuneros que viven en Ñaupaccasa se fueron
a Lima para inscribirse en el programa de repoblamiento, y después de algún
tiempo se vinieron con un montón de limacos que ni siquiera habían nacido o
vivido en la comunidad, trayéndose miles de calaminas, cientos de ollas, varias
cocinas, platos, colchones, frazadas, ropa y alimentos, todos acompañados del
Viceministro de la Social.
Cuando
por la pista llegaron al lugar donde partía la trocha carrozable hacia la comunidad,
les hicieron creer
a los guardaespaldas del
honorable visitante, que tenían noticias ciertas de que todavía
algunos terrucos fuertemente armados andaban merodeando por esas alturas.
Para
no ser la triste primera plana de los diarios nacionales y del mundo, en esa
misma encrucijada, aquel Viceministro echó su paranoico discurso que después
apareció en los canales de televisión de la capital, y con las mismas se largó
de aquel terrorífico lugar. Mientras como unos sonsos el resto de los comuneros
estaban esperándolo en el pueblo, hasta que llegó un viajero que les hizo saber
que toda la ceremonia había acabado hacía más de seis horas al pie del inicio
de la carretera.
Después
de haber ahuyentado al Viceministro y a su séquito. Los limacos se regresaron a
Lima con la mitad de todas esas ayudas y con la otra mitad las autoridades
comunales y sus parientes se mandaron mudar a Atunrumi, donde estaban
construyendo sus casas desde aquellos aciagos tiempos en que llegó a la
comunidad la subversión y la contra subversión. Pero la verdad fue que nunca
llegó ni siquiera una frazadita para los comuneros de los Anexos, a pesar que
la mayoría de los aniquilados y
desaparecidos por las crueles acciones de ambos bandos, vivían en esos lugares.
También
recordaron que cuando el Banco Agrario daba préstamos a los comuneros, solo la
gente de Ñaupaccasa había logrado esos créditos que nunca se pagaron. Tampoco
dejaron de recordar que en los últimos años los dirigentes de la Comunidad
Madre vendieron para sus bolsillos trescientas hectáreas de eucaliptos y pinos
que todos los comuneros sembraron en los año 80’, pero sin embargo cuando los
sembradores de ese bosque les pedían la tala de algunos árboles para la
construcción de sus casas, se negaban alegando que no podían autorizar nada
porque era propiedad comunal y que solo por mandato de la asamblea general se
podía tocar aunque solo sea una rama de aquella inmensa plantación.
–Por todo eso señores.
¡Háganse respetar! ¡Háganse valer! Vayan al Gobierno Regional y soliciten el
desmembramiento del Anexo de Minascucho de la Comunidad Madre de Ñaupaccasa.
¡Qué más puede decirles mi humilde persona!, si ya veo que ustedes saben todo
porque se trata de su propia realidad.
–¿Cómo se llama usted
ingeniero? – Le preguntó el Teniente Gobernador del anexo.
–Ingeniero Juan Clímaco
Colca Flores para servirles. Pero ustedes me pueden llamar Clímaco a secas. –Le
respondió y luego de entregarles unas tarjetas de presentación se retiró de la
reunión, se montó en su moto y se perdió por la trocha carrozable que sin
necesidad de pasar por Ñaupaccasa, unía al Anexo con la carretera principal.
La
asamblea del Anexo de Minascucho se puso a sopesar lo que acababa de escuchar,
y como la cosa estaba más que clara se nombró una comisión para viajar a
Atunrumi y solicitar al Gobierno Regional el desmembramiento del Anexo de
Minascucho de la Comunidad Madre de Ñaupaccasa, y como no había otra cosa que
discutir se levantó la improvisada sesión.
Del
Gobierno Regional les mandaron al Ministerio de Agricultura. Allí les dijeron
que ellos ya no tenían nada que ver con los asuntos de las Comunidades
Campesinas, y que además ahora ya no se tramitaba el desmembramiento de los
Anexos, porque la nueva Ley General de Comunidades no contemplaba ese procedimiento
administrativo, sino más bien la fusión de dos o más comunidades, y que ahora
todo ese asunto era
competencia del RAT-PRAP
una oficina que
habían creado los
Consejeros Regionales a petición del Presidente.
–Pero señor antes los
Anexos se podían independizar de la Comunidad Madre. –Refutó uno de los
comisionados.
–Si pues, pero eso era
cuando existía la reforma agraria y estaba en vigencia un estatuto nacional de
comunidades, pero ahora ya no. En esos tiempos se necesitaba que el Anexo
tuviera más de 50 familias, un territorio superior a dos mil hectáreas donde se
encuentren ubicadas las parcelas familiares, y que además tenga pastos
naturales, laymes, lagunas altoandinas, rio o riachuelos, manantiales, bosques
naturales, centro poblado comunal, escuela primaria y carretera, pues no se puede reconocer una comunidad
sobre un "puputi". Pero sobretodo contar con la autorización de todos
los comuneros reunidos en una Asamblea General extraordinaria con el quórum de
las dos terceras partes de los comuneros calificados, donde se acuerde
autorizar al Anexo para que solicite su independización, se señale el
territorio a desmembrarse y finalmente se otorgue un poder amplio y
suficiente al Presidente
del Anexo para
iniciar los trámites
de su independización. –Dijo
el empleado casi de memoria, y agregó. –Pero como ya ustedes saben, ahora
ya no hacemos esos trámites por esto de la descentralización y la
regionalización.
–¿Pero señor no habrá
otra forma para que el Anexo de una comunidad pueda llegar a ser una comunidad
independiente? –Preguntó uno de ellos en busca de una solución.
–¡Claro! Para eso las
comunidades tienen la autonomía que la Constitución Política del Perú les
reconoce. Sobre esa base puede la Comunidad Madre independizar a uno o todos
sus Anexos mediante un acta de Asamblea General Extraordinaria aprobada con el
quórum de las dos terceras partes de los comuneros calificados, donde además
les señale con lujo de detalles la parte del territorio comunal que pudiera
corresponderle. Con esa documentación pueden hacerse reconocer como una
comunidad nueva y una vez inscritos en el Registro de Personas Jurídicas, la
Comunidad Madre debía extenderles una Escritura Pública de Donación de las
tierras comunales materia del desmembramiento por tratarse de un territorio
debidamente titulado e inscrito en los Registros Públicos. –Y se levantó de su
asiento para decirles que la consulta había terminado.
Cuando
los directivos de la Comunidad Madre se enteraron de la "insolencia"
del Anexo, se reunieron para ir al Ministerio de Agricultura y averiguar si
esos traidores estaban haciendo algún trámite a sus espaldas. Cuando se
presentaron en esa oficina, el mismo empleado les dijo que no existía ninguna
petición sobre el particular, porque la Ley General de Comunidades Campesinas
ya no contemplaba ese procedimiento, y les repitió casi de memoria: “Si pues,
pero eso era cuando existía la reforma agraria y estaba en vigencia un estatuto
nacional de comunidades, pero ahora ya no……”.
Después
la comisión se fue a la oficina de la empresa minera para denunciar a su
empleado Juan Clímaco Colca Flores, por andar metiendo candela en los Anexos de
la comunidad contra las autoridades legítimamente elegidas diciendo:
“.......falsas calumnias y otras cojudeces solo para hacernos pelear con los
comuneros de los Anexos”. Cuando les dijeron que en esa empresa jamás ha
trabajado, ni trabajaba ninguna persona, menos un ingeniero que respondía a ese
nombre, no se sintieron aliviados, porque si no era de la empresa. ¿De dónde
podría ser?
–¿O a lo mejor los
terrucos están volviendo a la comunidad haciéndose pasar por mineros? –Preguntó el presidente al resto de la
comitiva.
–Puede ser, porque
pensándolo bien, ¿cuántos terrucos han muerto por estos lares? Ninguno, todos
se han escondido nomás. –Respondió el secretario.
Dos
días después el empleado del ministerio se enteró que los directivos de la
Comunidad Madre de Ñaupaccasa presentaron un escrito de ocho páginas adjuntando
pruebas en hasta 52 folios, en oposición
a cualquier trámite pasado, presente o futuro que podrían estar realizando los
directivos del Anexo de Minascucho para
su desmembramiento e independización de la comunidad matriz. El empleado no se
sorprendió en absoluto, porque esta era la centésima vez desde que apareció la
minería en esa región, que las comunidades presentaban en mismo escrito, así
que lo archivó en su folder de
oposiciones a un trámite que ya no existía.
Como
para que las cosas no vayan más lejos, pero sobre todo para callarles la boca.
El presidente de la Comunidad Madre, ante el Juez de Paz, Gobernador y el
Alcalde Distrital, le entregó a los directivos del Anexo de Minascucho la suma
de 52 mil nuevos soles que le tocaba por las perforaciones diamantinas. Esa
limosna que con tanto bombo y platillo les entregaban, lo recibieron de muy
mala gana porque a todos les pareció que era la décima parte de lo que
realmente debía corresponderles. Después de los pomposos discursos de las
autoridades los mal pagados procedieron a retirarse, justo cuando el alcalde
entre bromas y risas les pedía que se “rajaran” cinco cajas de cerveza. A lo
largo del camino de regreso los estafados no hablaron entre sí, porque lo que
les había sucedido les pareció suficiente para darse cuenta lo que debían
esperar de esos conchudos.
000ººº000
Poco
después de su visita a Minascucho, el ingeniero Juan Clímaco Colca Flores se
presentó señalando otro nombre ante el presidente de la Comunidad Campesina de
Hatumpampa, para alcanzarle copia de los documentos coloniales de su comunidad.
Por su parte el anfitrión, no solo supo decirle que los conocía, sino que tenía
copia del original archivado por orden del Juzgado de Primera Instancia en lo
Civil de Atunrumi ante la Notaria Pública, que en el año de 1938 despachaba el
Notario Público Vicente Alarico de la Piedra Muñiz.
Después
de esa noticia el presidente se retiró a su casa haciéndole una seña para que
lo esperara. Pasado un largo rato se apareció con una vieja y sucia cartulina
celeste que envolvía unos papeles amarillentos que eran copia exacta de las
fotostáticas que trajo el visitante. Cuando los dos se dieron cuenta que se
trataba del mismo documento, el dirigente comunal se dispuso a poner fin a esa
comedida visita. Fue entonces cuando el "ingeniero" le dijo que no se
vaya todavía, porque no había venido hasta ese lugar a comparar papeles, sino
para hacerle saber que había descubierto algo maravilloso dentro de esos infolios
coloniales.
–¡Señor Presidente!,
escuche con atención lo que voy a leer. –Y se puso a repasar en voz alta unas
líneas que ya las tenía resaltadas en amarillo. –“En
el pueblo de Pichibamba en quince días del mes Diciembre de mil i seiscientos i
treinta y dos años. Ante el muy reverendo padre maestro fray Domingo de Cabrera
Lartaún del Orden de Predicadores juez visitador de tierras i desagravio de
indios por su Majestad y ante mí el escribano de su Majestad pareció el Alférez
Nicolás Pérez de León, medidor de esta visita y dijo”: –En esta parte paró su
lectura esperando a que se acomodaran los varios comuneros que pasaban por esa
parte de la plaza de aquel pueblo comunal, luego continuó: “…..que en
cumplimiento del auto de su paternidad muy reverenda proveído i mandó
deslindando, amojonando las
dichas tierras que
se han dado
por vacas i
de su Majestad, nombradas Hatumpampa i Ichupaca que
son tierras de sembrar trigo, maíz i otras legumbres e hizo en presencia de don
Santiago Cahuantico, don Juan Rafaele, caciques principales de este pueblo y de
otros indios de él, para señalar sus linderos. Comienzan estos en el principal
lindero que es donde se junta el río grande de Ccolccemayo con el arroyo de
Ccelluyaco que vá de Matahuasi y de aquí sube la linde de aguas arriba de dicho
arroyo hasta el atajo de dicho pueblo de Hatumpampa llevando sobre mano
izquierda tierras que se denominan Minascucho y Torcca cuyo amparo solicitan
estos caciques en que entra el sitio del pueblo viejo de Catca i con este
lindero llega la linde hasta otras que pertenecen á los indios del pueblo de
Ñaupaccasa que las divide unos mojones antiguos de piedra i de aquí bajando
dicho arroyo vuelve la linde por otros mojones antiguos hasta llegar al río que
baja á Pampallacta i lo firmó con su paternidad muy reverenda. Fray
Domingo de Cabrera
Lartaún. Nicolás Pérez
de León. Ante
mí. Miguel de Cantoral. Escribano de su Majestad.”
–Después de leer estas líneas, les enseñó un croquis que el mismo había hecho,
con el cual les demostró que desde el tiempo de los españoles los Anexos de
Minascucho y Torcca eran de propiedad de la Comunidad Campesina de Hatumpampa y
no de la Comunidad Campesinas de Ñaupaccasa.
–Siempre hemos
sabido que esos
Anexos eran nuestros,
pero como prinero se reconoció
oficialmente a la comunidad de Ñaupaccasa, los hemos dejado ir. –Le aclaró el
presidente.
–Les habrán dejado ir
porque se trataba de unas punas donde si no tienes llamas o alpacas no vale la
pena vivir. Pero ahora las cosas han cambiado, especialmente en Minascucho
donde la empresa Minascucho Mining Company ha encontrado una gigantesca bolsa
de oro, cobre, tungsteno y otros ricos minerales más, que los va explotar en
menos de quince años y todo para el beneficio de la comunidad de Ñaupaccasa,
que según mis cálculos podría darles una ganancia de doce millones de soles a
cada comunero, además de trabajo estable, servicios de salud y jubilación. –Les
dijo esto como si se tratara de una nimiedad. –Y a modo de despedida agregó.
–¡Bueno!, yo me voy porque parece que este asunto que hace tiempo no me deja
dormir, no le interesa a nadie, pero sin embargo, para que reflexionen, les
dejó esos papeles
–¡Pero cómo no nos va
interesar! –Gritó uno de ellos y después un poco más indignado agregó preguntando
al improvisado auditorio. – ¿O sea ellos van a volverse ricos con las tierras
que nuestros antepasados le han comprado al rey de España y nosotros no vamos a
hacer nada? – Preguntó algo enfurecido.
–¡¡¡No pues!!!
–Contestaron casi en coro los demás, hasta que uno de ellos levantando la voz,
propuso. –¡Señor Presidente!, yo exijo que de inmediato se convoque a una
Asamblea General Extraordinaria para el día domingo.
–¿Con qué motivo? –Le
preguntó el presidente.
–Para acordar iniciar
un juicio contra la comunidad de Ñaupaccasa con el fin de rescatar las tierras
de Minascucho y Torcca, pues. ¡Yo todavía tengo que decirle para qué! –Le gritó
lleno de indignación y desprecio.
–¡Un momentito don
Sebastián! ¡Para tu carro! ¿Nosotros
tenemos plata para meternos en un
juicio?, o es que acaso crees que en el Perú la justicia es gratis. –Le
preguntó con una vocecita cachacienta.
Esa
pregunta fue respondida de varios modos. Al final la única que prosperó fue que
ese asunto se debía trasladar a la Asociación Civil “Hijos del Ayllu de
Hatumpampa de Lima”, para conocer su parecer y después de eso recién se podría
saber qué hacer con ese problema, si es que era un problema. Mientras tanto la
asamblea se llevaría a cabo ese mismo domingo, pero solo para informar a los
demás comuneros lo que se había discutido en ese día, y de ser necesario pagar
los pasajes de ida y vuelta del presidente para que informara a los
hatumpampinos de Lima.
Cuando todos
se dieron cuenta
que no había
más que discutir,
recién notaron que el
ingeniero ya no estaba entre ellos, hasta que un muchacho les informó que
mientras ellos estaban discutiendo y hasta insultándose, “el ingeniero se subió
a su motocicleta y sin prender el motor se fue sin hacer bulla aprovechando la
bajada".
El
domingo 26 de agosto, la más que acalorada asamblea terminó acordando que todos
estaban obligados a poner 10 soles de cuota para el viaje de ida y vuelta a
Lima del presidente, sus pasajes y otros gastos más. Sobre su alojamiento no
había que discutir porque la mayoría de los comuneros, incluso él, tenía casa
en Lima. La cuota se recibiría solo hasta el 15 de setiembre. Los que no
querían poner que no lo hicieran, pero que después no vengan a reclamar cuando
la minera pague las millonarias indemnizaciones.
–Yo voy a viajar a Lima
mañana y justo me voy a reunir con los dirigentes de la asociación, porque
estamos de invitados obligatorios para la celebración de Santa Rosita, que
celebran los hijos de la comunidad de Santa Rosa en Lima, así que si me confían
los documentos que tienen puedo ir adelantándome con la información que
queremos darles. –Dijo un comunero que venía una vez al año para sembrar su
parcela familiar.
Los
comuneros lo pensaron y repensaron hasta que uno de ellos les sugirió que bien
podrían darle la copia del documento que había traído el ingeniero, pero el
bonito croquis que había dejado, no. El viajero les dijo que no había problema
y sacando de su bolsillo un enorme smartphone, desplegó el dibujo sobre la
vereda de la plazuela y le tomó hasta cuatro fotos diciendo: “Con esto es
suficiente”. Luego preguntó a todos los presentes quién tenía correo
electrónico y el estudiante que vio cómo se fue el ingeniero dijo: “¡Yo!”.
–¿Puedo enviarte un
email para informarte de lo que voy a hablar con los de Lima? – Le preguntó.
–¡Claro!, mi email es
mikipapirriki@gmail.com, los dos con “k” de kerosene o
medecomeresatuna@hotmail.com. También podemos comunicaros a través de mi
Facebook a Miguel Mallma Paravecino o
enviarme mensajes o fotos por el WhatsApp o si puedes me tuiteas. De la
impresión no te preocupes porque yo trabajó en una cabina de internet en
Atunrumi. –Y mientras le decía esto, los demás comuneros sintieron que estos
hombres estaban hablando en un idioma de otro mundo.
–¡Okey!, bien pendejos
son tus emilios. –Le dijo después de anotar ambas direcciones.
Después
de diez días el mikipapirriki, se apareció por la comunidad trayendo el
siguiente correo:
“Para:
mikipapirriki@gmail.com, medecomeresatuna@hotmail.com.
De:
aguilanegra@outlook.com
Asunto:
Juicio comunidad.
Hola Miguel,
dile a la comunidad que hoy día sábado me he reunido con casi todos los
hermanos de Hatumpampa en Lima, y todos están de acuerdo con iniciar el juicio
contra los de Ñaupaccasa para recuperar Minascucho y Torcca, porque no hay
ninguna duda que esos terrenos nos pertenecen. Así lo han dicho hasta cuatro
abogados que son hijos de nuestros hermanos, incluso uno de ellos ha dicho:
“¡HAN DESPERTADO AL LEON DORMIDO! Con este correo te envío algunas fotos de esa
reunión.
Un saludo a
todos y un abrazo para ti
Oscar Asto
Silvera.
No te
olvides de imprimir las fotos”.
Hubiera
impreso las doce fotos, pero solo imprimió cuatro, porque las demás eran
repetidas. En ellas aparecían casi todos los que se habían fugado de esos lares
en tiempos de la subversión o los que se habían marchado para que sus hijos
atendieran su vejez y sus males.
Gracias
este gran avance tecnológico no hubo ni necesidad que el presidente viajara a
Lima, pues para el tiempo de las siembras, con bombos y platillos llegó la
comitiva limeña, que se encargó de explicar por qué Minascucho y Torcca eran
propiedad de Hatumpampa, y porque según la opinión jurídica del doctor Andrés Avelino Perccas Serrano
debían formular una demanda de Nulidad de Título de Propiedad de la Comunidad
de Ñaupaccasa y la Cancelación de sus
Asientos Registrales, con citación de los Procuradores Públicos del Ministerio
de Agricultura y del Gobierno Regional, así como otra demanda de Reivindicación
y pago de frutos, o sea dos juicios seguidos “para quitarles su lisura”. La
plata iba a salir de las dos polladas bailables que se habían programado para
“Todos los Santos” y “Año Nuevo” y de la gran yunsa carnavalesca y corrida de
toros que se hacía por el mes de febrero en el country club de los Pomabambinos
residentes en Lima, donde podía recaudarse hasta 50 mil soles.
Luego
se fueron hasta Atunrumi para solicitar copia autenticada de todo el expediente
de reconocimiento oficial y de titulación
de ambas comunidades,
así como todos
los asientos registrales que
pudiera expedirles la Oficina de Registros Públicos.
000ººº000
Los
pormenores de toda esa bulliciosa movida fue conocido en tiempo real por los
directivos de la comunidad de Ñaupaccasa, que llamaron de urgencia a una sesión
de Asamblea General Extraordinaria con asistencia obligatoria de todos los
comuneros, bajo sanción de una multa de 50 soles, para informarles de cómo los
conchudos de la comunidad de Hatumpampa querían apropiarse de sus ricos
yacimientos mineros de Minascucho y Torcca y otros asuntos más.
A
esa sesión asistieron casi todos los comuneros que por esos días estaban
viviendo en el lugar. Luego de pasarse lista y leerse el Orden del Día, el
presidente tomó la palabra para decir que: “Nunca por nunca ellos iban a
quedarse con los brazos cruzados”, porque ya habían tomado los servicios de un
estudio de abogados de Atunrumi que eran “Especialistas en derecho civil,
comunal, penal, tributario, administrativo, registral, minero, agrario,
saneamiento físico legal de la propiedad rural y otros”, leyendo tal cual
estaba escrito en el volante que tenía entre las manos. Después de eso presentó
al abogado y conductor del bufete denominado: "ORABUNT CAUSAS MELIUS", para que tomara la palabra.
–¡Señores comuneros,
muy buenos días!, quien les habla es el doctor Camilo Avendaño Arone, miembro
en funciones del Ilustre Colegio de Abogados de la región, catedrático de la
Universidad del Pueblo, ex Juez de Paz Letrado de la Provincia Alta y gran
conocedor de los asuntos judiciales que tienen casi todas las comunidades con
los representantes legales de las empresas mineras que operan en la región.
–Después de esperar un aplauso que no llegó porque los comuneros se enteraron
que por ese paseo y charla que todavía no les convencía, había cobrado tres mil
soles. Pero continuó.
–El equipo de abogados
que trabaja en mi bufete de Atunrumi, no le tiene ningún miedo a los títulos
coloniales que pudiera tener cualquier comunidad o persona natural, porque a
partir del día 28 de julio de 1821, en que el generalísimo San Martín declaró
la independencia del Perú, y la Constitución Política de la República Peruana
de 1823 elaborado por el Primer Congreso Constituyente del Perú, instalado en
1822 y promulgada por el presidente José Bernardo de Tagle el día 12 de
noviembre de 1823, comenzó la República Peruana, y es a partir de esa fecha que
todas las leyes y todos los documentos otorgados por la corona española han
quedado sin ningún efecto legal en la nueva República Peruana. Por esta razón
todos los títulos de propiedad otorgados por la administración colonial en
tiempos de los españoles, sólo tienen un valor histórico, sociológico,
antropológico y cultural, pero de ningún modo legal, tanto más cuando la Corte
Suprema de Justicia de la República así lo ha establecido en la numerosa
Jurisprudencia que sobre esta materia ha dictado. –Esta vez también esperó el
aplauso de los comuneros, pero como estos estaban muy confundidos con la jerga
jurídica con que les estaba hablando, se limitó a continuar su discurso.
–Señores comuneros, con
un título de propiedad obsoleto y sin ningún valor jurídico. ¡No nos van a
ganar jamás!, porque nosotros somos una comunidad oficialmente reconocida
mediante Resolución Suprema firmada por el propio presidente constitucional de
la república don Manuel Prado Ugarteche
en el año de 1942, sobre la base de la cual estamos inscritos en el Tomo
I, Folio 243 del Registro de Personas Jurídicas de la Oficina Registral de
Atunrumi, y desde que se dio la Ley de Deslinde y Titulación del Territorio de
las Comunidades Campesinas del Perú, en los tiempos cuando Alan García era
amigo de los comuneros, hemos sido titulados en un territorio que comprende una
extensión superficial de 19,564.23 hectáreas, hecho que consta en el Plano de
Conjunto, la Memoria Descriptiva y las Actas de Colindancia suscritas con los
presidentes de las comunidades colindantes, donde incluso sin coacción alguna,
firmó el entonces presidente de la Comunidad Campesina de Ñaupaccasa, razón por
la cual la totalidad de su territorio se encuentra inscrito en la Ficha Nº 235
del Registro de Propiedad de la misma oficina registral. –Esta vez ya no esperó
un nutrido aplauso, pero sí una leve reacción positiva de esa dormida asamblea,
pero como esta no llegó y como parecía que no iba llegar nunca, se preparó para
acabar su intervención.
–¡Señores comuneros!,
cualquier persona natural o jurídica puede entablarnos uno, dos y hasta tres
procesos judiciales juntos o por separado, porque pueden hacerlo o porque les
da la gana, están en su derecho, pero con toda esta documentación por demás
legal, ¡no nos podrán ganar jamás!, y lo que será peor para ellos es que
tendrán que pagarnos cada uno de los centavos que hayamos gastado para
solventar nuestra defensa. –Acabó este
su sesudo discurso blandiendo en el aire el fajo de documentos que tenía en la
mano y agregó: –¿Alguna pregunta? – Los comuneros se miraron con apatía y como
nadie dijo esta boca es mía, el abogado concluyó. –¡Muchísimas gracias por su
atención!
Cuando
acabó ese sesudo discurso, el Presidente tomó la palabra y comenzó a animar a
los presidentes de los Anexos. “¿A ver qué nos dicen los hermanos de
Minascucho?, ¿qué dicen los de Torcca o de Huampaca?, ¿qué tienen que decir los
hermanos de Suitupampa o los de Pumamarca? El de Minascucho levantó la mano
para tomar la palabra. Luego de saludar a todos los presentes y a los
visitantes, dijo:
–¡Señores comuneros!,
qué podemos hacer si cualquiera de nuestras comunidades colindantes o alguno de
nuestros propios comuneros nos inician un juicio con o sin documentos, no nos
vamos a quedar con los brazos cruzados, tenemos que defendernos con todos los
documentos y argumentos que ha señalado el señor abogado, pero no lo haremos
nosotros mismos si no los profesionales que nos van a defender. Eso no es
ningún problema, solo se necesita dinero y para saber con cuánto contamos,
delante de todos ustedes le pido al Presidente que rinda cuenta documentada de
la venta de las 300 hectáreas de eucaliptos y pinos que ha hecho a varias
empresas eléctricas y mineras, de las 23 perforaciones diamantinas que ha
realizado la empresa Minascucho Mining Company, así como lo que realmente se
recibió por haber dejado instalar dentro de nuestras tierras 26 torres eléctricas
de alta tensión, para saber exactamente con cuánto dinero contamos para nuestra
defensa.
Después
de esa intervención, la asamblea se animó y casi todos pidieron el uso de la
palabra para denunciar, maldecir y vociferar sobre los malos manejos y demás
manjuinas que el presidente y la directiva habían hecho con los dineros de la
comunidad. En esa batahola no faltaron quienes corrieron a sus casas para sacar
los recibos que les habían extendido por el dinero que habían aportado a la
directiva, gritando que en ese mismo acto les devolvieran. El presidente, el
secretario, el tesorero y el
fiscal, sudando la
gota gorda, negaron
a pie juntillas
todas las imputaciones tachándolas de “falsas
calumnias” y mentiras.
Cuando
todos acabaron de vomitar sus furias y rencores, se acordó declarar a la
Minascucho Mining Company como empresa non grata para los intereses comunales
hasta que esta aclarara cuánto en realidad había pagado por las perforaciones
diamantinas y mientras tanto quedaban en suspenso todas las autorizaciones que
la Asamblea General le había otorgado para realizar sus actividades de
prospección minera. Asimismo se acordó dejar sin ningún efecto legal cualquier
contrato de compra–venta de las plantaciones de eucaliptos y pinos que había
otorgado la directiva comunal, hasta que se contara con la valorización de un
ingeniero forestal, y que a partir de esa fecha no se permitiría la tala, ni el traslado de ningún maderamen hasta que esos
compradores exhiban ante el Juez de Paz de la comunidad la copia de sus
contratos.
Lo
mismo debía hacerse respecto del pago que hizo la empresa comercializadora de
electricidad por la instalación de las torres electricas en el territorio
comunal y del pago de la servidumbre por sus trochas carrozables. Asimismo se
acordó que la directiva, de cuenta pormenorizada a qué ferreterías se habían
vendido y por cuánto las mil bolsas de cemento, los doscientos tubos de diferentes
diámetros, los cien hidrantes, las 100 tapas, los 5,000 metros de mangueras de
polietileno, los 100 aspersores y todas las demás cosas que sobraron del
proyecto de riego por aspersión y que la comunidad valientemente no había
permitido que el Gobierno Regional los recupere.
La
asamblea concluyó señalando el día domingo 17 de octubre para que los
directivos rindan sus cuentas. Más
tarde la empresa Minascucho
Mining Company, le hizo
llegar una carta al presidente
del Anexo de Minascucho con la copia de
un documento mediante el cual, el presidente de la comunidad había retirado la
suma de 575 mil nuevos soles del Banco de los Créditos por concepto de las 23
perforaciones diamantinas. También le hizo llegar las planillas de pago de
todos los comuneros que habían trabajado por esas fechas, con el objeto de
hacerles recordar que la empresa estaba dando trabajo a los comuneros, y
terminaba señalando que: “la empresa no se hace responsable del paradero de
esos dineros”.
Para
la Asamblea General de rendición de cuentas desaparecieron el presidente, el
secretario, el tesorero y el fiscal y solo se apersonó la nuera del presidente
diciendo que venía por encargo de su suegro que estaba muy mal en Lima, para
entregar al vicepresidente un encargo de su parte. La encomienda consistía en
una hoja de cuaderno plagada de algunas letras y muchas cifras, y un atadito
donde se encontraba cerca de cincuenta mil soles, y que no se preocuparan
porque el resto estaba en el Banco de los Créditos, y que de eso sabía muy bien
el contador de la municipalidad que lleva el libro de caja de la comunidad.
Pero el vicepresidente que no quería verse envuelto, ni mucho menos embarrado
por ese oscuro asunto, comunicó a la asamblea que había averiguado que en ese
banco la comunidad no tenía ninguna cuenta y que solo habían pagado un cheque
bancario a su favor girado por la Minascucho Mining Company por eso de las
perforaciones diamantinas. Además informó que el abogado que vino a la última
asamblea solo había cobrado mil soles y no tres mil, y ya no quiso hablar del
contador porque todos sabían que ese
ladrón se había fugado con los dineros de la municipalidad.
Después
de eso, el alcalde del distrito intervino para decir que sobre la marcha debían
designar una nueva directiva comunal, para afrontar el juicio y mandar capturar
a los delincuentes. Pero nadie le hizo caso porque todos conocían que ese
bandido era el jefe de los ladrones y que en ese momento, aprovechando su
ausencia, se estaba haciendo el inocente acusando a los fugitivos. Luego la
asamblea se fue lentamente disolviendo, porque la enorme desgracia que le había
pasado a la comunidad estaba más para meterse un trago de alcohol diluido, que
para seguir discutiendo como unos sonsos, de cómo y porqué una vez más les habían
hecho "el cholito", pero esta vez no eran los gamonales, los
hacendados, ni las autoridades, sino los propios comuneros en complicidad con
la minera.
000ººº000
–¡Muy buenos días
señores comuneros de Hatumpampa!, mi nombre es Carlos Rogelio Romero Chuiman,
soy abogado independiente con estudio
propio en Atunrumi. Estoy muy feliz de conocer esta hermosa tierra, pero me
siento más contento por haber tenido la suerte de que su Presidente haya traído
a mis manos este valiosísimo documento colonial de composición de tierras
otorgado por el mismísimo “Muy Reverendo
Padre Maestro Fray Domingo de Cabrera Lartaún de la Orden de Predicadores”, que
en su condición de Juez Visitador por su
Majestad y Reparador de Agravios a los Indios, anduvo por estos pueblos
componiendo las tierras de la corona española para los hacendados y las
comunidades allá por los años 1632. –Dijo esto con mucha solemnidad y dando a
su rostro los aires de un erudito en la materia. Luego explicó que la
composición de tierras se hacía durante la colonia española para sanear la
posesión de los predios que no habían sido legalmente adquiridos o para
reafirmar la propiedad de los bien habidos, como era el caso de las
comunidades, luego agregó. –Además estas composiciones no eran gratis, pues nuestros
ancestros a pesar de ser sus legítimos propietarios desde los tiempos del
imperio incaico, le han pagado al rey de España todo lo que les ha pedido. ¿Me
entienden? –Preguntó.
–Doctor, pero el
abogado de la comunidad de Ñaupaccasa, ha dicho que esos títulos no valen para
nada, porque son de la época en que gobernaban los españoles, pero ahora que
gobernamos los peruanos ya no sirven. ¿Es verdad o no?
–Se nota que ese colega
es un ignorante en materia de gestión y patrimonio comunal, pero no lo culpo
porque es egresado de la universidad que le da alas a todo el mundo, y porque
además esta es una rara especialidad jurídica. Además eso nos conviene a todos,
porque a la hora que le iniciemos los dos juicios que los colegas de Lima han
recomendado, no sabrán que responder y en seis u ocho meses los habremos
derrotado, y espero que dentro de un año estemos lanzando a los usurpadores de
Minascucho y Torcca y en seguida nos pondremos a negociar con la empresa
concesionaria, la venta íntegra de las tierras de esos dos anexos. ¿O alguien
quiere irse a vivir a esas punas?
–Doctor, todavía no me
ha respondido si esos títulos antiguos ¿valen o no valen? –Volvió a insistir el
comunero.
–¡Claro que valen!, y
valen no porque a mí me dé la gana, sino a la Ley de Deslinde y Titulación de
las Comunidades Campesinas del Perú, pues en su artículooo.... –y se puso a
recordar por unos segundos y continuó – su artículo segundo, dice expresamente
que las tierras comunales son las originarias, las adquiridas por el derecho común,
las adjudicadas por el proceso de reforma agraria e incluso las eriazas.
Señores, cuando la ley nos habla de “tierras originarias” se está refiriendo a
las tierras que nuestros ancestros han poseído desde el tiempo de los incas
pasando por los españoles que se las vendieron. Para aclarar este punto tengo
una pregunta para todos ustedes: ¿Dónde consta que todas las tierras de
Hatumpampa es de nosotros desde el tiempo de los españoles?
–¡En nuestros títulos,
pues doctor! –Afirmó casi gritando uno de los pocos que había entendido esa
charla jurídica.
Con
esa intervención se acabó la exposición del abogado. Luego se fueron a la casa
del presidente de la comunidad para entregarle los 10 mil soles de adelanto por
la preparación de ambas demandas. Cuando salieron, el presidente anunció a la
asamblea que a partir de ese momento la comunidad estaba en juicio de tierras.
¡El
juicio! “En el juicio”. “Para el juicio”. “Por el juicio”. “Con el juicio”. Y
miles de miles de veces más: ¡Juicio, y más juicio!, fue el grito de guerra
para alentar a unirse a la lucha jurídica y que en coro se repitió en todas
partes del país donde hubiera más de dos miembros de ambas comunidades, pues
este estaba destinado a durar por todo el tiempo que suele durar estos pleitos
papelucheros, que muchas veces suele comprometer a toda una generación, sin
dejar de marcar la suerte de la próxima.
Esa
matraca estaba condenada a no acabar jamás, y lo que era peor, esta debía
continuar hasta sus últimas consecuencias, porque la Minascucho Mining Company,
le decía a los directivos de ambas comunidades. “No se preocupen, el dinero
vuestro está en el banco, juntándose hasta convertirse en una millonada, ¿pero
a quién de ustedes le vamos a pagar si todavía andan en juicio?
¡Ganen y mañana mismo
le ponemos el nombre de vuestra comunidad al cheque bancario, y pasado mañana
ya no tendrán necesidad de venir a reclamarnos!" Así que no quedaba más
remedio que litigar en el Juzgado de la provincia, después en la Corte Superior
de Justicia de la capital regional y más tarde en Lima ante la Corte Suprema de
Justicia de la República.
Al
quinto año de aquellos dos juicios, que por ahora ya eran cuatro y que podían
ser muchos más, porque los abogados recomendaron demandar por un lado al
"Ministerio de Agricultura" y por otro al Gobierno Regional. Tampoco
faltó la intervención de la Minascucho Mining Company como litisconsorte
necesario en todos los procesos habidos y por haber; dizque en defensa de sus
derechos reales mineros y de la gobernanza de las tierras que abarcaban su
concesión, y gracias a la testaruda intervención de sus abogados estos
pleitos se complicaron hasta el punto de hacerlos casi imposibles de
resolver dentro de cualquier lógica jurídica aceptable. Sumándose a estos
pesares los procesos penales que se abrieron
por la comisión del delito de usurpación contra todos los directivos de
Hatumpampa en agravio de Ñaupaccasa, y lesiones graves en agravio de varios
comuneros de la primera, solo por haber ingresado "legalmente" a sus
tierras ancestrales.
Diez
años más tarde. Uno tras otro se sumaron a esta vía crucis, los memoriales que
ambas comunidades presentaron al Presidente Constitucional de la República, al
Congreso de la República y a varios congresistas figuretis, quienes después
de hacerse invitar un carísimo almuerzo en el mejor local del centro de Lima,
les juraron y requetejuraron que al día siguiente les solucionarían ese y cualquier otro
problema más. A la Defensoría del Pueblo, a la Presidencia del Consejo de
Ministros, a la Superintendencia Nacional de Registros Públicos, al Presidente
Regional, a los Consejeros Regionales, a la Contraloría General de la
República, a la Superintendencia de Bienes Nacionales, a la Comisión Nacional
de Derechos Humanos, al Instituto
Nacional de Desarrollo de Pueblos Andinos, Amazónicos y Afro Peruanos, etc., etc., reclamando esto o denunciando
aquello. Al cabo de más de un año, dos
les dijeron que nada podían hacer porque el asunto estaba judicializado, otros
dos les dijeron que no era asunto de su competencia y los demás se callaron
como si nunca hubieran existido, ni las peticiones, ni ellos mismos.
En
medio del fragor de estas batallas, que
no era otra cosa que la sangría de los dineros que ambas comunidades debían
rebuscarse por aquí, por allá y por más allá; bajo la muy solapada asesoría de
los abogados de la empresa minera, los comuneros del Anexo de Minascucho de la
Comunidad Campesina de Ñaupaccasa se
constituyeron en una
asociación civil denominada
“Frente de Defensa de los Intereses de los Posesionarios de Minascucho”- FEDIPOMINAS, para negociar directamente con la empresa
concesionaria la indemnización que debían cobrar por la evacuación de las
tierras donde tenían instaladas sus viviendas, cultivos, echaderos, cercos,
etc., además de suscribir un documento altamente secreto en el que la empresa
se comprometía a dar trabajo estable a todos los asociados que hayan pasado
satisfactoriamente el examen médico y los cursos de capacitación en seguridad
minera y otros. Todo esto porque la Minascucho Mining Company estaba en
condiciones de iniciar la extracción de los minerales, porque ya tenía aprobado
el Estudio de Impacto Ambiental y su Plan de Minado.
Cuando
esta noticia llegó a los oídos de ambas comunidades, sus dirigentes viajaron a
Lima hasta llegar a la oficina de la concesionaria para presentar su airado
reclamo, al que con mucha calma y tono pausado supieron responder: “No estamos
pagando ni un solo céntimo por la servidumbre minera que por derecho le
corresponde al dueño legítimo de las tierras donde se encuentra la mina y sus instalaciones,
solo estamos indemnizando conforme a la Ley General de Minería a los moradores
de Minascucho, porque tenemos necesidad de evacuarlos de los lugares donde
desde siempre han realizado sus actividades agropecuarias, para poder iniciar
la etapa de explotación. ¿O es que acaso alguno de ustedes quiere que esa gente
se vaya sin nada en las manos?".
Cuando
reclamaron por sus derechos como propietarios de las tierras de Minaschucho, la
empresa les volvió a decir la misma monserga de siempre:
–No se preocupen, el
dinero vuestro está en el banco, juntándose hasta convertirse en una millonada,
¿pero a quién de ustedes le vamos a pagar si todavía andan en juicios?
¡Ganen y mañana le ponemos el nombre del
ganador al cheque bancario, y pasado mañana ya no tendrán necesidad de venir a
reclamarnos!
Y
ahí nomás la empresa minera se ganó hasta dos juicios con ambas comunidades,
porque no tenía derecho para hacer negocios a espaldas de sus asambleas
generales y de sus personeros legales con quienes no tenían la más mínima
representación para negociar a su nombre, y tanto más porque cuando se
constituyeron en el FEDIPOMINAS, ambas asambleas habían acordado por unanimidad
quitarles la condición de comuneros calificados a todos los traidores de
Minascucho. A eso se sumó la demanda de una millonaria indemnización que la
concesionaria debía hacerle a la comunidad de Ñaupaccasa por las 200 hectáreas
del layme de Viscachayoc que se encuentra en Minascucho, y que es un lugar
donde la comunidad entera realiza sus
cultivos temporales. En ese juicio entró como litisconsorte la comunidad de
Hatumpampa, porque si la demandante obtenía esa indemnización, sus juicios
estaban perdidos para siempre, porque en el Perú solo ganan los que tienen
dinero.
Como
en este país la justicia tarda tanto, que parece que nunca va a llegar. Los
juicio se pusieron cada vez más y más pelianteros, porque aun cuando cada
comunidad había hecho más de seis marchas de sacrificio ante el Juzgado de la
Provincia Alta y ante la Corte Superior de Atunrumi para que de una vez por
todas se resuelvan esos pleitos a su favor, esas movilizaciones no tuvieron
ningún resultado, aun a pesar de que estos pleitos amenazaban con provocar una
batalla campal con muchos muertos y heridos.
Al
final lo cierto fue que dentro del proceso donde se ventilaba la nulidad del
título de propiedad de la comunidad de Ñaupaccasa y su reconvención se habían
acumulado, justa o ilegalmente, los otros varios pleitos hasta que el
expediente llegó a tener 52 tomos con más de mil páginas cada uno, donde sin
ningún resultado habían metido las narices hasta nueve jueces, y también porque
ambos bandos habían cambiado por lo menos diez veces de abogados que lo habían
confundido más y más, especialmente aquel ex magistrado que los jueces y vocales
recomendaban a ambas partes como el mejor letrado de aquellos tribunales, hasta
convertirlo en un “nudo gordiano”, que nadie podía desatar, mucho menos
resolver. Y tanto más porque la minera, con dinero de por medio, se ocupaba de
que aquella ruma papeluchera que ella misma había empezado con el apoyo de un
tal Juan Clímaco Colca Flores, no acabara jamás.
000ººº000
–Ingeniero, ¿usted está
a cargo de la mina? –preguntó el anciano dirigente que estaba acompañado por un
gran séquito.
–Sí señor. –Contestó el
joven y risueño profesional.
–Mire ingeniero, quiero
informarle que soy el Presidente de la comunidad de Ñaupaccasa y gracias a
Dios, después de más de veinte años por fin hemos ganado ante la Corte Suprema
de Justicia de la República, todos los juicios que hemos tenido con la
comunidad de Hatumpampa, porque le hemos demostrado que desde siempre hemos
sido los verdaderos dueños del Anexo de Minascucho, y estamos queriendo
ponernos de acuerdo con usted para que nos gire el cheque bancario que nos
corresponde por el uso de nuestras tierras.
–¿Se está refiriendo a
la Minascucho Mining Company? –Preguntó el ingeniero.
–¡Sí ingeniero!
–Respondió con firmeza y mucho orgullo el directivo comunal.
–Mire señor, la verdad
es que yo soy el ingeniero residente de la empresa de saneamiento minero “La
arboleda”, y nuestra misión es hacernos cargo de la recuperación del terreno
afectado por la actividad minera. En este caso estamos cubriendo toda esta
superficie con la materia orgánica que años
atrás se retiró y se acumuló en
aquella pequeña colina, para luego reforestarla con especies nativas.
–Explicó el profesional.
–¿Entonces usted no es
jefe de la Minascucho Mining Company? –Preguntó el comunero.
–No señor, la
Minascucho Mining Company hace más de nueve meses que no trabaja en este lugar,
porque ya ha terminado de explotar sus recursos mineros, así que llegado a ese
punto se ha retirado para siempre de esta región.
–¿Pero porque están
todavía las barracas y los mismos mineros? –Preguntó con muy angustiada voz.
–No están todos, sino
los que han querido trabajar para nosotros en las acciones de mitigación de los
daños que produjo la empresa que explotó este yacimiento. –Respondió esta vez
con impaciencia, porque no quería meterse en el problema de tener que dar
cuenta de sus acciones a otros, y menos aún a los comuneros de estas punas que
tenían la fama de ser los más grandes tinterillos de la comarca.
Luego
los comuneros se retiraron en fila india con la cabeza agachada y oliendo en el
aire la desgracia que les había acarreado esa maldita tierra preñada de
minerales y ésa mil veces maldita empresa minera, que los había envuelto en
toda esa inmensa e interminable maraña judicial para no pagarles nada.
Todos
ganaron: jueces, abogados, especialistas, policías, la minera, todos. Pero como
hace casi cinco siglos, solo ellos habían perdido.
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