lunes, 18 de mayo de 2020

EL JUICIO


Lo dijo en voz baja y mirando para todos lados, como si deseara que nadie más se enterara lo que estaba diciendo.

–¡Señores! Lo que quiere mi empresa, es que ustedes inicien los trámites para desmembrarse de la Comunidad  Madre  y  hacerse  reconocer  oficialmente  como  una  comunidad  autónoma e independiente, porque la verdad es que todo el mineral que tiene derecho a explotar la Minascucho Mining Company, solo se encuentra dentro de estas tierras. –Dijo el ingeniero minero, y esperó la reacción de los comuneros que lo rodeaban.

–Bueno, para que tanto secreto si eso lo sabemos todos. –Replicó uno de ellos.

–Lo que quiero decir es que solo ustedes van a ser directamente afectados con la explotación  que la Minascucho Mining va a realizar dentro de las mil quinientas hectáreas que conducen las 52 familias que ustedes conforman. Además este Anexo hace mucho tiempo que es independiente, porque tiene su propia carretera que no pasa por la comunidad matriz, lo que los hace una unidad de producción independiente. Entonces, ¿por qué tienen que compartir toda esa riqueza con los más de 600 comuneros que se creen dueños de las restantes 18 mil hectáreas de la comunidad madre de Ñaupaccasa, que desde los tiempos del chino Fujimori se ha quedado con todas las cosas que envía el Gobierno Central y las oneges? –Les preguntó.

–¿Y cuál sería esa riqueza? –Preguntó uno de ellos.

–Las indemnizaciones por las mejoras útiles que por muchos años han introducido en sus parcelas familiares, los puestos de trabajo que por ley tiene que crear la empresa para cada uno de sus familiares, la rehubicación del área urbana del anexo con luz eléctrica, agua potable e Internet, la urbanización que  obligatoriamente debe construir la compañía en la capital de la región para que ustedes vivan y puedan educar a sus hijos, el canon minero y el fruto de la venta de sus tierras por ustedes mismos y para su beneficio. Eso significaría que cada uno de ustedes podría abrocharse con más o menos cinco millones de soles. Pero si lo hace la comunidad madre, de la noche a la mañana, se van a aparecer más de tres mil avivatos que ustedes jamás han conocido, alegando que son comuneros de nacimiento o hijos de comuneros vivos o muertos. Lo más seguro es que la directiva de Ñaupaccasa cobrará la plata de las indemnizaciones que solo a ustedes les corresponde, y más tarde a sus espaldas acordarán vender todas las tierras que ustedes poseen en Minascucho, y para el colmo de sus males solo entre ellos se repartirán  las viviendas que a ustedes les debe tocar, y seguramente al final solo recibirán una miserable propina. –Aclaró.

–¡Tiene razón ingeniero! Todo el tiempo que el gobierno ha regalado a la comunidad herramientas, ganado, semillas, fertilizantes, ropa, frazadas, colchones, ollas, platos, carpas, medicina para los animales, cocinas, calaminas, un camión y hasta un tractor agrícola, solo los de la comunidad madre se han quedado con esos apoyos, pero los Anexos jamás hemos recibido ni una pizca de todo lo que ha llegado y jamás recibiremos nada de lo que está por llegar. Lo peor es que si ha llegado dinero todo ha sido para los bolsillos del presidente, del secretario y del tesorero.  –Denunció uno.

–¡No solo eso! Esos sinvergüenzas también se han quedado y negociado para sus bolsillos los sobrantes de los cementos, fierros, alambres, arena, tuberías, madera, herramientas y otras cosas más  que  quedan  de  las  obras  que  el  gobierno  regional  y  la  municipalidad  construyen  en  la comunidad y por eso ahora tienen esteysions, camionetas, combis y fusos, y casi todos esos rateros están levantando sus casas de material noble en Atunrumi . –Acotó otro.

–¡Escuchen señores comuneros! Se acuerdan que el año pasado la Minascucho Minig Company ha hecho 23 perforaciones diamantinas en este lugar. –"¡¡¡Sí!!!, respondió casi en coro la audiencia y continuó. –Pues bien, pero para que pueda hacerlo la empresa ha pagado a la Comunidad Madre 25  mil soles por cada perforación, es decir un total de 575 mil nuevos soles. ¿Cuánto de ese dinero ha llegado al Anexo de Minascucho? –Preguntó triunfante.

–¡¡¡¡Nada!! –Casi gritaron todos.

–El Presidente de la comunidad nos ha dicho que la empresa le ha pagado diez mil soles por cada perforación diamantina y que a nosotros nos tocaría 52 mil soles, pero que ese dinero nos van a entregar cuando el contador de la municipalidad, arregle los papeles que necesita la comunidad para poder sacar esa plata del banco. –Aclaró el presidente del Anexo.

–Pero eso no es todo, hermanos. ¿Ustedes han visto que están levantando torres de alta tensión en varios puntos del territorio comunal? –Preguntó el empleado minero.

–Si ingeniero, son 26 torres que van a pasar por nuestras tierras. Por eso el presidente con el ingeniero que ha contratado la comunidad, nos han informado que una empresa extranjera nos va a pagar 10 mil soles por cada torre levantada, además nos van a dar quince mil soles por las carreteras que han construido para instalar y mantener esas torres. –Contestó el secretario del Anexo.

–¡Ustedes no saben nada!  En otras comunidades esa misma empresa ha pagado 80 mil soles por cada torre, y seis soles por cada metro cuadrado de tierras de cultivo afectadas por esas carreteras, tres soles si tienen aptitud forestal y dos soles si corresponden a pastos naturales, y según veo, los dirigentes de Ñaupaccasa estarán cobrando a esa empresa más o menos tres millones de nuevos soles.

Esa noticia causó gran estupor y hasta incredulidad entre los reunidos, y solo les quedó pensar tres cosas: 1) O los dirigentes de la Comunidad Madre eran unos grandes rateros; 2) O que ellos eran unos cojudos para hacerse pagar la miseria que dicen; y 3) O ese ingeniero  era un  gran mentiroso. Pero seguramente era lo primero, porque en eso de las perforaciones diamantinas ya les habían demostrado de qué pie estaban cojeando esos jangras.

A parte de todas esas dudas, inmediatamente recordaron que todavía en el tiempo de los retornantes, casi todos los comuneros que viven en Ñaupaccasa se fueron a Lima para inscribirse en el programa de repoblamiento, y después de algún tiempo se vinieron con un montón de limacos que ni siquiera habían nacido o vivido en la comunidad, trayéndose miles de calaminas, cientos de ollas, varias cocinas, platos, colchones, frazadas, ropa y alimentos, todos acompañados del Viceministro de la Social.

Cuando por la pista llegaron al lugar donde partía la trocha carrozable hacia la comunidad, les  hicieron  creer  a  los  guardaespaldas  del  honorable  visitante,  que tenían noticias ciertas de que todavía algunos terrucos fuertemente armados andaban merodeando por esas alturas.

Para no ser la triste primera plana de los diarios nacionales y del mundo, en esa misma encrucijada, aquel Viceministro echó su paranoico discurso que después apareció en los canales de televisión de la capital, y con las mismas se largó de aquel terrorífico lugar. Mientras como unos sonsos el resto de los comuneros estaban esperándolo en el pueblo, hasta que llegó un viajero que les hizo saber que toda la ceremonia había acabado hacía más de seis horas al pie del inicio de la carretera.

Después de haber ahuyentado al Viceministro y a su séquito. Los limacos se regresaron a Lima con la mitad de todas esas ayudas y con la otra mitad las autoridades comunales y sus parientes se mandaron mudar a Atunrumi, donde estaban construyendo sus casas desde aquellos aciagos tiempos en que llegó a la comunidad la subversión y la contra subversión. Pero la verdad fue que nunca llegó ni siquiera una frazadita para los comuneros de los Anexos, a pesar que la mayoría de los aniquilados  y desaparecidos por las crueles acciones de ambos bandos, vivían en esos lugares.

También recordaron que cuando el Banco Agrario daba préstamos a los comuneros, solo la gente de Ñaupaccasa había logrado esos créditos que nunca se pagaron. Tampoco dejaron de recordar que en los últimos años los dirigentes de la Comunidad Madre vendieron para sus bolsillos trescientas hectáreas de eucaliptos y pinos que todos los comuneros sembraron en los año 80’, pero sin embargo cuando los sembradores de ese bosque les pedían la tala de algunos árboles para la construcción de sus casas, se negaban alegando que no podían autorizar nada porque era propiedad comunal y que solo por mandato de la asamblea general se podía tocar aunque solo sea una rama de aquella inmensa plantación.

–Por todo eso señores. ¡Háganse respetar! ¡Háganse valer! Vayan al Gobierno Regional y soliciten el desmembramiento del Anexo de Minascucho de la Comunidad Madre de Ñaupaccasa. ¡Qué más puede decirles mi humilde persona!, si ya veo que ustedes saben todo porque se trata de su propia realidad.

–¿Cómo se llama usted ingeniero? – Le preguntó el Teniente Gobernador del anexo.

–Ingeniero Juan Clímaco Colca Flores para servirles. Pero ustedes me pueden llamar Clímaco a secas. –Le respondió y luego de entregarles unas tarjetas de presentación se retiró de la reunión, se montó en su moto y se perdió por la trocha carrozable que sin necesidad de pasar por Ñaupaccasa, unía al Anexo con la carretera principal.

La asamblea del Anexo de Minascucho se puso a sopesar lo que acababa de escuchar, y como la cosa estaba más que clara se nombró una comisión para viajar a Atunrumi y solicitar al Gobierno Regional el desmembramiento del Anexo de Minascucho de la Comunidad Madre de Ñaupaccasa, y como no había otra cosa que discutir se levantó la improvisada sesión.

Del Gobierno Regional les mandaron al Ministerio de Agricultura. Allí les dijeron que ellos ya no tenían nada que ver con los asuntos de las Comunidades Campesinas, y que además ahora ya no se tramitaba el desmembramiento de los Anexos, porque la nueva Ley General de Comunidades no contemplaba ese procedimiento administrativo, sino más bien la fusión de dos o más comunidades, y que ahora todo ese  asunto  era  competencia  del  RAT-PRAP  una  oficina  que  habían  creado  los  Consejeros Regionales a petición del Presidente.

–Pero señor antes los Anexos se podían independizar de la Comunidad Madre. –Refutó uno de los comisionados.

–Si pues, pero eso era cuando existía la reforma agraria y estaba en vigencia un estatuto nacional de comunidades, pero ahora ya no. En esos tiempos se necesitaba que el Anexo tuviera más de 50 familias, un territorio superior a dos mil hectáreas donde se encuentren ubicadas las parcelas familiares, y que además tenga pastos naturales, laymes, lagunas altoandinas, rio o riachuelos, manantiales, bosques naturales, centro poblado comunal, escuela primaria y carretera,  pues no se puede reconocer una comunidad sobre un "puputi". Pero sobretodo contar con la autorización de todos los comuneros reunidos en una Asamblea General extraordinaria con el quórum de las dos terceras partes de los comuneros calificados, donde se acuerde autorizar al Anexo para que solicite su independización, se señale el territorio a desmembrarse y finalmente se otorgue un poder amplio y suficiente  al  Presidente  del  Anexo  para  iniciar  los  trámites  de  su  independización.  –Dijo  el empleado casi de memoria, y agregó. –Pero como ya ustedes saben, ahora ya no hacemos esos trámites por esto de la descentralización y la regionalización.

–¿Pero señor no habrá otra forma para que el Anexo de una comunidad pueda llegar a ser una comunidad independiente? –Preguntó uno de ellos en busca de una solución.

–¡Claro! Para eso las comunidades tienen la autonomía que la Constitución Política del Perú les reconoce. Sobre esa base puede la Comunidad Madre independizar a uno o todos sus Anexos mediante un acta de Asamblea General Extraordinaria aprobada con el quórum de las dos terceras partes de los comuneros calificados, donde además les señale con lujo de detalles la parte del territorio comunal que pudiera corresponderle. Con esa documentación pueden hacerse reconocer como una comunidad nueva y una vez inscritos en el Registro de Personas Jurídicas, la Comunidad Madre debía extenderles una Escritura Pública de Donación de las tierras comunales materia del desmembramiento por tratarse de un territorio debidamente titulado e inscrito en los Registros Públicos. –Y se levantó de su asiento para decirles que la consulta había terminado.

Cuando los directivos de la Comunidad Madre se enteraron de la "insolencia" del Anexo, se reunieron para ir al Ministerio de Agricultura y averiguar si esos traidores estaban haciendo algún trámite a sus espaldas. Cuando se presentaron en esa oficina, el mismo empleado les dijo que no existía ninguna petición sobre el particular, porque la Ley General de Comunidades Campesinas ya no contemplaba ese procedimiento, y les repitió casi de memoria: “Si pues, pero eso era cuando existía la reforma agraria y estaba en vigencia un estatuto nacional de comunidades, pero ahora ya no……”.

Después la comisión se fue a la oficina de la empresa minera para denunciar a su empleado Juan Clímaco Colca Flores, por andar metiendo candela en los Anexos de la comunidad contra las autoridades legítimamente elegidas diciendo: “.......falsas calumnias y otras cojudeces solo para hacernos pelear con los comuneros de los Anexos”. Cuando les dijeron que en esa empresa jamás ha trabajado, ni trabajaba ninguna persona, menos un ingeniero que respondía a ese nombre, no se sintieron aliviados, porque si no era de la empresa. ¿De dónde podría ser?

–¿O a lo mejor los terrucos están volviendo a la comunidad haciéndose pasar por mineros?  –Preguntó el presidente al resto de la comitiva.

–Puede ser, porque pensándolo bien, ¿cuántos terrucos han muerto por estos lares? Ninguno, todos se han escondido nomás. –Respondió el secretario.

Dos días después el empleado del ministerio se enteró que los directivos de la Comunidad Madre de Ñaupaccasa presentaron un escrito de ocho páginas adjuntando pruebas en hasta 52 folios,  en oposición a cualquier trámite pasado, presente o futuro que podrían estar realizando los directivos del Anexo  de Minascucho para su desmembramiento e independización de la comunidad matriz. El empleado no se sorprendió en absoluto, porque esta era la centésima vez desde que apareció la minería en esa región, que las comunidades presentaban en mismo escrito, así que lo  archivó en su folder de oposiciones a un trámite que ya no existía.

Como para que las cosas no vayan más lejos, pero sobre todo para callarles la boca. El presidente de la Comunidad Madre, ante el Juez de Paz, Gobernador y el Alcalde Distrital, le entregó a los directivos del Anexo de Minascucho la suma de 52 mil nuevos soles que le tocaba por las perforaciones diamantinas. Esa limosna que con tanto bombo y platillo les entregaban, lo recibieron de muy mala gana porque a todos les pareció que era la décima parte de lo que realmente debía corresponderles. Después de los pomposos discursos de las autoridades los mal pagados procedieron a retirarse, justo cuando el alcalde entre bromas y risas les pedía que se “rajaran” cinco cajas de cerveza. A lo largo del camino de regreso los estafados no hablaron entre sí, porque lo que les había sucedido les pareció suficiente para darse cuenta lo que debían esperar de esos conchudos.

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Poco después de su visita a Minascucho, el ingeniero Juan Clímaco Colca Flores se presentó señalando otro nombre ante el presidente de la Comunidad Campesina de Hatumpampa, para alcanzarle copia de los documentos coloniales de su comunidad. Por su parte el anfitrión, no solo supo decirle que los conocía, sino que tenía copia del original archivado por orden del Juzgado de Primera Instancia en lo Civil de Atunrumi ante la Notaria Pública, que en el año de 1938 despachaba el Notario Público Vicente Alarico de la Piedra Muñiz.

Después de esa noticia el presidente se retiró a su casa haciéndole una seña para que lo esperara. Pasado un largo rato se apareció con una vieja y sucia cartulina celeste que envolvía unos papeles amarillentos que eran copia exacta de las fotostáticas que trajo el visitante. Cuando los dos se dieron cuenta que se trataba del mismo documento, el dirigente comunal se dispuso a poner fin a esa comedida visita. Fue entonces cuando el "ingeniero" le dijo que no se vaya todavía, porque no había venido hasta ese lugar a comparar papeles, sino para hacerle saber que había descubierto algo maravilloso dentro de esos infolios coloniales.

–¡Señor Presidente!, escuche con atención lo que voy a leer. –Y se puso a repasar en voz alta unas líneas que ya las tenía resaltadas en amarillo. –“En el pueblo de Pichibamba en quince días del mes Diciembre de mil i seiscientos i treinta y dos años. Ante el muy reverendo padre maestro fray Domingo de Cabrera Lartaún del Orden de Predicadores juez visitador de tierras i desagravio de indios por su Majestad y ante mí el escribano de su Majestad pareció el Alférez Nicolás Pérez de León, medidor de esta visita y dijo”: –En esta parte paró su lectura esperando a que se acomodaran los varios comuneros que pasaban por esa parte de la plaza de aquel pueblo comunal, luego continuó: “…..que en cumplimiento del auto de su paternidad muy reverenda proveído i mandó deslindando,  amojonando  las  dichas  tierras  que  se  han  dado  por  vacas  i  de  su  Majestad, nombradas Hatumpampa i Ichupaca que son tierras de sembrar trigo, maíz i otras legumbres e hizo en presencia de don Santiago Cahuantico, don Juan Rafaele, caciques principales de este pueblo y de otros indios de él, para señalar sus linderos. Comienzan estos en el principal lindero que es donde se junta el río grande de Ccolccemayo con el arroyo de Ccelluyaco que vá de Matahuasi y de aquí sube la linde de aguas arriba de dicho arroyo hasta el atajo de dicho pueblo de Hatumpampa llevando sobre mano izquierda tierras que se denominan Minascucho y Torcca cuyo amparo solicitan estos caciques en que entra el sitio del pueblo viejo de Catca i con este lindero llega la linde hasta otras que pertenecen á los indios del pueblo de Ñaupaccasa que las divide unos mojones antiguos de piedra i de aquí bajando dicho arroyo vuelve la linde por otros mojones antiguos hasta llegar al río que baja á Pampallacta i lo firmó con su paternidad muy reverenda.  Fray  Domingo  de  Cabrera  Lartaún.  Nicolás  Pérez  de  León.  Ante  mí.  Miguel  de Cantoral. Escribano de su Majestad.” –Después de leer estas líneas, les enseñó un croquis que el mismo había hecho, con el cual les demostró que desde el tiempo de los españoles los Anexos de Minascucho y Torcca eran de propiedad de la Comunidad Campesina de Hatumpampa y no de la Comunidad Campesinas de Ñaupaccasa.

–Siempre  hemos  sabido  que  esos  Anexos  eran  nuestros,  pero  como prinero se reconoció oficialmente a la comunidad de Ñaupaccasa, los hemos dejado ir. –Le aclaró el presidente.

–Les habrán dejado ir porque se trataba de unas punas donde si no tienes llamas o alpacas no vale la pena vivir. Pero ahora las cosas han cambiado, especialmente en Minascucho donde la empresa Minascucho Mining Company ha encontrado una gigantesca bolsa de oro, cobre, tungsteno y otros ricos minerales más, que los va explotar en menos de quince años y todo para el beneficio de la comunidad de Ñaupaccasa, que según mis cálculos podría darles una ganancia de doce millones de soles a cada comunero, además de trabajo estable, servicios de salud y jubilación. –Les dijo esto como si se tratara de una nimiedad. –Y a modo de despedida agregó. –¡Bueno!, yo me voy porque parece que este asunto que hace tiempo no me deja dormir, no le interesa a nadie, pero sin embargo, para que reflexionen, les dejó esos papeles

–¡Pero cómo no nos va interesar! –Gritó uno de ellos y después un poco más indignado agregó preguntando al improvisado auditorio. – ¿O sea ellos van a volverse ricos con las tierras que nuestros antepasados le han comprado al rey de España y nosotros no vamos a hacer nada? – Preguntó algo enfurecido.

–¡¡¡No pues!!! –Contestaron casi en coro los demás, hasta que uno de ellos levantando la voz, propuso. –¡Señor Presidente!, yo exijo que de inmediato se convoque a una Asamblea General Extraordinaria para el día domingo.

–¿Con qué motivo? –Le preguntó el presidente.

–Para acordar iniciar un juicio contra la comunidad de Ñaupaccasa con el fin de rescatar las tierras de Minascucho y Torcca, pues. ¡Yo todavía tengo que decirle para qué! –Le gritó lleno de indignación y desprecio.

–¡Un momentito don Sebastián! ¡Para tu carro! ¿Nosotros  tenemos plata para meternos  en un juicio?, o es que acaso crees que en el Perú la justicia es gratis. –Le preguntó con una vocecita cachacienta.

Esa pregunta fue respondida de varios modos. Al final la única que prosperó fue que ese asunto se debía trasladar a la Asociación Civil “Hijos del Ayllu de Hatumpampa de Lima”, para conocer su parecer y después de eso recién se podría saber qué hacer con ese problema, si es que era un problema. Mientras tanto la asamblea se llevaría a cabo ese mismo domingo, pero solo para informar a los demás comuneros lo que se había discutido en ese día, y de ser necesario pagar los pasajes de ida y vuelta del presidente para que informara a los hatumpampinos de Lima.

Cuando  todos  se  dieron  cuenta  que  no  había  más  que  discutir,  recién  notaron  que  el ingeniero ya no estaba entre ellos, hasta que un muchacho les informó que mientras ellos estaban discutiendo y hasta insultándose, “el ingeniero se subió a su motocicleta y sin prender el motor se fue sin hacer bulla aprovechando la bajada".

El domingo 26 de agosto, la más que acalorada asamblea terminó acordando que todos estaban obligados a poner 10 soles de cuota para el viaje de ida y vuelta a Lima del presidente, sus pasajes y otros gastos más. Sobre su alojamiento no había que discutir porque la mayoría de los comuneros, incluso él, tenía casa en Lima. La cuota se recibiría solo hasta el 15 de setiembre. Los que no querían poner que no lo hicieran, pero que después no vengan a reclamar cuando la minera pague las millonarias indemnizaciones.

–Yo voy a viajar a Lima mañana y justo me voy a reunir con los dirigentes de la asociación, porque estamos de invitados obligatorios para la celebración de Santa Rosita, que celebran los hijos de la comunidad de Santa Rosa en Lima, así que si me confían los documentos que tienen puedo ir adelantándome con la información que queremos darles. –Dijo un comunero que venía una vez al año para sembrar su parcela familiar.

Los comuneros lo pensaron y repensaron hasta que uno de ellos les sugirió que bien podrían darle la copia del documento que había traído el ingeniero, pero el bonito croquis que había dejado, no. El viajero les dijo que no había problema y sacando de su bolsillo un enorme smartphone, desplegó el dibujo sobre la vereda de la plazuela y le tomó hasta cuatro fotos diciendo: “Con esto es suficiente”. Luego preguntó a todos los presentes quién tenía correo electrónico y el estudiante que vio cómo se fue el ingeniero dijo: “¡Yo!”.

–¿Puedo enviarte un email para informarte de lo que voy a hablar con los de Lima? – Le preguntó.

–¡Claro!, mi email es mikipapirriki@gmail.com, los dos con “k” de kerosene o medecomeresatuna@hotmail.com. También podemos comunicaros a través de mi Facebook  a Miguel Mallma Paravecino o enviarme mensajes o fotos por el WhatsApp o si puedes me tuiteas. De la impresión no te preocupes porque yo trabajó en una cabina de internet en Atunrumi. –Y mientras le decía esto, los demás comuneros sintieron que estos hombres estaban hablando en un idioma de otro mundo.

–¡Okey!, bien pendejos son tus emilios. –Le dijo después de anotar ambas direcciones.

Después de diez días el mikipapirriki, se apareció por la comunidad trayendo el siguiente correo:

“Para: mikipapirriki@gmail.com, medecomeresatuna@hotmail.com.

De: aguilanegra@outlook.com

Asunto: Juicio comunidad.

Hola Miguel, dile a la comunidad que hoy día sábado me he reunido con casi todos los hermanos de Hatumpampa en Lima, y todos están de acuerdo con iniciar el juicio contra los de Ñaupaccasa para recuperar Minascucho y Torcca, porque no hay ninguna duda que esos terrenos nos pertenecen. Así lo han dicho hasta cuatro abogados que son hijos de nuestros hermanos, incluso uno de ellos ha dicho: “¡HAN DESPERTADO AL LEON DORMIDO! Con este correo te envío algunas fotos de esa reunión.

Un saludo a todos y un abrazo para ti

Oscar Asto Silvera.

No te olvides de imprimir las fotos”.

Hubiera impreso las doce fotos, pero solo imprimió cuatro, porque las demás eran repetidas. En ellas aparecían casi todos los que se habían fugado de esos lares en tiempos de la subversión o los que se habían marchado para que sus hijos atendieran su vejez y sus males.

Gracias este gran avance tecnológico no hubo ni necesidad que el presidente viajara a Lima, pues para el tiempo de las siembras, con bombos y platillos llegó la comitiva limeña, que se encargó de explicar por qué Minascucho y Torcca eran propiedad de Hatumpampa, y porque según la opinión jurídica   del doctor Andrés Avelino Perccas Serrano debían formular una demanda de Nulidad de Título de Propiedad de la Comunidad de Ñaupaccasa  y la Cancelación de sus Asientos Registrales, con citación de los Procuradores Públicos del Ministerio de Agricultura y del Gobierno Regional, así como otra demanda de Reivindicación y pago de frutos, o sea dos juicios seguidos “para quitarles su lisura”. La plata iba a salir de las dos polladas bailables que se habían programado para “Todos los Santos” y “Año Nuevo” y de la gran yunsa carnavalesca y corrida de toros que se hacía por el mes de febrero en el country club de los Pomabambinos residentes en Lima, donde podía recaudarse hasta 50 mil soles.

Luego se fueron hasta Atunrumi para solicitar copia autenticada de todo el expediente de reconocimiento  oficial  y  de  titulación  de  ambas  comunidades,  así  como  todos  los  asientos registrales que pudiera expedirles la Oficina de Registros Públicos.

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Los pormenores de toda esa bulliciosa movida fue conocido en tiempo real por los directivos de la comunidad de Ñaupaccasa, que llamaron de urgencia a una sesión de Asamblea General Extraordinaria con asistencia obligatoria de todos los comuneros, bajo sanción de una multa de 50 soles, para informarles de cómo los conchudos de la comunidad de Hatumpampa querían apropiarse de sus ricos yacimientos mineros de Minascucho y Torcca y otros asuntos más.

A esa sesión asistieron casi todos los comuneros que por esos días estaban viviendo en el lugar. Luego de pasarse lista y leerse el Orden del Día, el presidente tomó la palabra para decir que: “Nunca por nunca ellos iban a quedarse con los brazos cruzados”, porque ya habían tomado los servicios de un estudio de abogados de Atunrumi que eran “Especialistas en derecho civil, comunal, penal, tributario, administrativo, registral, minero, agrario, saneamiento físico legal de la propiedad rural y otros”, leyendo tal cual estaba escrito en el volante que tenía entre las manos. Después de eso presentó al abogado y conductor del bufete denominado: "ORABUNT CAUSAS MELIUS", para que tomara la palabra.

–¡Señores comuneros, muy buenos días!, quien les habla es el doctor Camilo Avendaño Arone, miembro en funciones del Ilustre Colegio de Abogados de la región, catedrático de la Universidad del Pueblo, ex Juez de Paz Letrado de la Provincia Alta y gran conocedor de los asuntos judiciales que tienen casi todas las comunidades con los representantes legales de las empresas mineras que operan en la región. –Después de esperar un aplauso que no llegó porque los comuneros se enteraron que por ese paseo y charla que todavía no les convencía, había cobrado tres mil soles. Pero continuó.

–El equipo de abogados que trabaja en mi bufete de Atunrumi, no le tiene ningún miedo a los títulos coloniales que pudiera tener cualquier comunidad o persona natural, porque a partir del día 28 de julio de 1821, en que el generalísimo San Martín declaró la independencia del Perú, y la Constitución Política de la República Peruana de 1823 elaborado por el Primer Congreso Constituyente del Perú, instalado en 1822 y promulgada por el presidente José Bernardo de Tagle el día 12 de noviembre de 1823, comenzó la República Peruana, y es a partir de esa fecha que todas las leyes y todos los documentos otorgados por la corona española han quedado sin ningún efecto legal en la nueva República Peruana. Por esta razón todos los títulos de propiedad otorgados por la administración colonial en tiempos de los españoles, sólo tienen un valor histórico, sociológico, antropológico y cultural, pero de ningún modo legal, tanto más cuando la Corte Suprema de Justicia de la República así lo ha establecido en la numerosa Jurisprudencia que sobre esta materia ha dictado. –Esta vez también esperó el aplauso de los comuneros, pero como estos estaban muy confundidos con la jerga jurídica con que les estaba hablando, se limitó a continuar su discurso.

–Señores comuneros, con un título de propiedad obsoleto y sin ningún valor jurídico. ¡No nos van a ganar jamás!, porque nosotros somos una comunidad oficialmente reconocida mediante Resolución Suprema firmada por el propio presidente constitucional de la república don Manuel Prado Ugarteche  en el año de 1942, sobre la base de la cual estamos inscritos en el Tomo I, Folio 243 del Registro de Personas Jurídicas de la Oficina Registral de Atunrumi, y desde que se dio la Ley de Deslinde y Titulación del Territorio de las Comunidades Campesinas del Perú, en los tiempos cuando Alan García era amigo de los comuneros, hemos sido titulados en un territorio que comprende una extensión superficial de 19,564.23 hectáreas, hecho que consta en el Plano de Conjunto, la Memoria Descriptiva y las Actas de Colindancia suscritas con los presidentes de las comunidades colindantes, donde incluso sin coacción alguna, firmó el entonces presidente de la Comunidad Campesina de Ñaupaccasa, razón por la cual la totalidad de su territorio se encuentra inscrito en la Ficha Nº 235 del Registro de Propiedad de la misma oficina registral. –Esta vez ya no esperó un nutrido aplauso, pero sí una leve reacción positiva de esa dormida asamblea, pero como esta no llegó y como parecía que no iba llegar nunca, se preparó para acabar su intervención.

–¡Señores comuneros!, cualquier persona natural o jurídica puede entablarnos uno, dos y hasta tres procesos judiciales juntos o por separado, porque pueden hacerlo o porque les da la gana, están en su derecho, pero con toda esta documentación por demás legal, ¡no nos podrán ganar jamás!, y lo que será peor para ellos es que tendrán que pagarnos cada uno de los centavos que hayamos gastado para solventar nuestra defensa.   –Acabó este su sesudo discurso blandiendo en el aire el fajo de documentos que tenía en la mano y agregó: –¿Alguna pregunta? – Los comuneros se miraron con apatía y como nadie dijo esta boca es mía, el abogado concluyó. –¡Muchísimas gracias por su atención!

Cuando acabó ese sesudo discurso, el Presidente tomó la palabra y comenzó a animar a los presidentes de los Anexos. “¿A ver qué nos dicen los hermanos de Minascucho?, ¿qué dicen los de Torcca o de Huampaca?, ¿qué tienen que decir los hermanos de Suitupampa o los de Pumamarca? El de Minascucho levantó la mano para tomar la palabra. Luego de saludar a todos los presentes y a los visitantes, dijo:

–¡Señores comuneros!, qué podemos hacer si cualquiera de nuestras comunidades colindantes o alguno de nuestros propios comuneros nos inician un juicio con o sin documentos, no nos vamos a quedar con los brazos cruzados, tenemos que defendernos con todos los documentos y argumentos que ha señalado el señor abogado, pero no lo haremos nosotros mismos si no los profesionales que nos van a defender. Eso no es ningún problema, solo se necesita dinero y para saber con cuánto contamos, delante de todos ustedes le pido al Presidente que rinda cuenta documentada de la venta de las 300 hectáreas de eucaliptos y pinos que ha hecho a varias empresas eléctricas y mineras, de las 23 perforaciones diamantinas que ha realizado la empresa Minascucho Mining Company, así como lo que realmente se recibió por haber dejado instalar dentro de nuestras tierras 26 torres eléctricas de alta tensión, para saber exactamente con cuánto dinero contamos para nuestra defensa.

Después de esa intervención, la asamblea se animó y casi todos pidieron el uso de la palabra para denunciar, maldecir y vociferar sobre los malos manejos y demás manjuinas que el presidente y la directiva habían hecho con los dineros de la comunidad. En esa batahola no faltaron quienes corrieron a sus casas para sacar los recibos que les habían extendido por el dinero que habían aportado a la directiva, gritando que en ese mismo acto les devolvieran. El presidente, el secretario, el  tesorero  y el  fiscal,  sudando  la  gota  gorda,  negaron  a  pie  juntillas  todas  las  imputaciones tachándolas de “falsas calumnias” y mentiras.

Cuando todos acabaron de vomitar sus furias y rencores, se acordó declarar a la Minascucho Mining Company como empresa non grata para los intereses comunales hasta que esta aclarara cuánto en realidad había pagado por las perforaciones diamantinas y mientras tanto quedaban en suspenso todas las autorizaciones que la Asamblea General le había otorgado para realizar sus actividades de prospección minera. Asimismo se acordó dejar sin ningún efecto legal cualquier contrato de compra–venta de las plantaciones de eucaliptos y pinos que había otorgado la directiva comunal, hasta que se contara con la valorización de un ingeniero forestal, y que a partir de esa fecha no se permitiría la tala, ni el   traslado de ningún maderamen hasta que esos compradores exhiban ante el Juez de Paz de la comunidad la copia de sus contratos.

Lo mismo debía hacerse respecto del pago que hizo la empresa comercializadora de electricidad por la instalación de las torres electricas en el territorio comunal y del pago de la servidumbre por sus trochas carrozables. Asimismo se acordó que la directiva, de cuenta pormenorizada a qué ferreterías se habían vendido y por cuánto las mil bolsas de cemento,   los doscientos tubos de diferentes diámetros, los cien hidrantes, las 100 tapas, los 5,000 metros de mangueras de polietileno, los 100 aspersores y todas las demás cosas que sobraron del proyecto de riego por aspersión y que la comunidad valientemente no había permitido que el Gobierno Regional los recupere.

La asamblea concluyó señalando el día domingo 17 de octubre para que los directivos rindan sus  cuentas.  Más  tarde  la empresa  Minascucho  Mining Company,  le  hizo  llegar una carta  al presidente del Anexo de  Minascucho con la copia de un documento mediante el cual, el presidente de la comunidad había retirado la suma de 575 mil nuevos soles del Banco de los Créditos por concepto de las 23 perforaciones diamantinas. También le hizo llegar las planillas de pago de todos los comuneros que habían trabajado por esas fechas, con el objeto de hacerles recordar que la empresa estaba dando trabajo a los comuneros, y terminaba señalando que: “la empresa no se hace responsable del paradero de esos dineros”.

Para la Asamblea General de rendición de cuentas desaparecieron el presidente, el secretario, el tesorero y el fiscal y solo se apersonó la nuera del presidente diciendo que venía por encargo de su suegro que estaba muy mal en Lima, para entregar al vicepresidente un encargo de su parte. La encomienda consistía en una hoja de cuaderno plagada de algunas letras y muchas cifras, y un atadito donde se encontraba cerca de cincuenta mil soles, y que no se preocuparan porque el resto estaba en el Banco de los Créditos, y que de eso sabía muy bien el contador de la municipalidad que lleva el libro de caja de la comunidad. Pero el vicepresidente que no quería verse envuelto, ni mucho menos embarrado por ese oscuro asunto, comunicó a la asamblea que había averiguado que en ese banco la comunidad no tenía ninguna cuenta y que solo habían pagado un cheque bancario a su favor girado por la Minascucho Mining Company por eso de las perforaciones diamantinas. Además informó que el abogado que vino a la última asamblea solo había cobrado mil soles y no tres mil, y ya no quiso hablar del contador porque  todos sabían que ese ladrón se había fugado con los dineros de la municipalidad.

Después de eso, el alcalde del distrito intervino para decir que sobre la marcha debían designar una nueva directiva comunal, para afrontar el juicio y mandar capturar a los delincuentes. Pero nadie le hizo caso porque todos conocían que ese bandido era el jefe de los ladrones y que en ese momento, aprovechando su ausencia, se estaba haciendo el inocente acusando a los fugitivos. Luego la asamblea se fue lentamente disolviendo, porque la enorme desgracia que le había pasado a la comunidad estaba más para meterse un trago de alcohol diluido, que para seguir discutiendo como unos sonsos, de cómo y porqué una vez más les habían hecho "el cholito", pero esta vez no eran los gamonales, los hacendados, ni las autoridades, sino los propios comuneros en complicidad con la minera.

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–¡Muy buenos días señores comuneros de Hatumpampa!, mi nombre es Carlos Rogelio Romero Chuiman, soy abogado independiente  con estudio propio en Atunrumi. Estoy muy feliz de conocer esta hermosa tierra, pero me siento más contento por haber tenido la suerte de que su Presidente haya traído a mis manos este valiosísimo documento colonial de composición de tierras otorgado por el  mismísimo “Muy Reverendo Padre Maestro Fray Domingo de Cabrera Lartaún de la Orden de Predicadores”, que en su condición  de Juez Visitador por su Majestad y Reparador de Agravios a los Indios, anduvo por estos pueblos componiendo las tierras de la corona española para los hacendados y las comunidades allá por los años 1632. –Dijo esto con mucha solemnidad y dando a su rostro los aires de un erudito en la materia. Luego explicó que la composición de tierras se hacía durante la colonia española para sanear la posesión de los predios que no habían sido legalmente adquiridos o para reafirmar la propiedad de los bien habidos, como era el caso de las comunidades, luego agregó. –Además estas composiciones no eran gratis, pues nuestros ancestros a pesar de ser sus legítimos propietarios desde los tiempos del imperio incaico, le han pagado al rey de España todo lo que les ha pedido. ¿Me entienden? –Preguntó.

–Doctor, pero el abogado de la comunidad de Ñaupaccasa, ha dicho que esos títulos no valen para nada, porque son de la época en que gobernaban los españoles, pero ahora que gobernamos los peruanos ya no sirven. ¿Es verdad o no?

–Se nota que ese colega es un ignorante en materia de gestión y patrimonio comunal, pero no lo culpo porque es egresado de la universidad que le da alas a todo el mundo, y porque además esta es una rara especialidad jurídica. Además eso nos conviene a todos, porque a la hora que le iniciemos los dos juicios que los colegas de Lima han recomendado, no sabrán que responder y en seis u ocho meses los habremos derrotado, y espero que dentro de un año estemos lanzando a los usurpadores de Minascucho y Torcca y en seguida nos pondremos a negociar con la empresa concesionaria, la venta íntegra de las tierras de esos dos anexos. ¿O alguien quiere irse a vivir a esas punas?

–Doctor, todavía no me ha respondido si esos títulos antiguos ¿valen o no valen? –Volvió a insistir el comunero.

–¡Claro que valen!, y valen no porque a mí me dé la gana, sino a la Ley de Deslinde y Titulación de las Comunidades Campesinas del Perú, pues en su artículooo.... –y se puso a recordar por unos segundos y continuó – su artículo segundo, dice expresamente que las tierras comunales son las originarias, las adquiridas por el derecho común, las adjudicadas por el proceso de reforma agraria e incluso las eriazas. Señores, cuando la ley nos habla de “tierras originarias” se está refiriendo a las tierras que nuestros ancestros han poseído desde el tiempo de los incas pasando por los españoles que se las vendieron. Para aclarar este punto tengo una pregunta para todos ustedes: ¿Dónde consta que todas las tierras de Hatumpampa es de nosotros desde el tiempo de los españoles?

–¡En nuestros títulos, pues doctor! –Afirmó casi gritando uno de los pocos que había entendido esa charla jurídica.

Con esa intervención se acabó la exposición del abogado. Luego se fueron a la casa del presidente de la comunidad para entregarle los 10 mil soles de adelanto por la preparación de ambas demandas. Cuando salieron, el presidente anunció a la asamblea que a partir de ese momento la comunidad estaba en juicio de tierras.

¡El juicio! “En el juicio”. “Para el juicio”. “Por el juicio”. “Con el juicio”. Y miles de miles de veces más: ¡Juicio, y más juicio!, fue el grito de guerra para alentar a unirse a la lucha jurídica y que en coro se repitió en todas partes del país donde hubiera más de dos miembros de ambas comunidades, pues este estaba destinado a durar por todo el tiempo que suele durar estos pleitos papelucheros, que muchas veces suele comprometer a toda una generación, sin dejar de marcar la suerte de la próxima.

Esa matraca estaba condenada a no acabar jamás, y lo que era peor, esta debía continuar hasta sus últimas consecuencias, porque la Minascucho Mining Company, le decía a los directivos de ambas comunidades. “No se preocupen, el dinero vuestro está en el banco, juntándose hasta convertirse en una millonada, ¿pero a quién de ustedes le vamos a pagar si todavía andan en juicio?
¡Ganen y mañana mismo le ponemos el nombre de vuestra comunidad al cheque bancario, y pasado mañana ya no tendrán necesidad de venir a reclamarnos!" Así que no quedaba más remedio que litigar en el Juzgado de la provincia, después en la Corte Superior de Justicia de la capital regional y más tarde en Lima ante la Corte Suprema de Justicia de la República.

Al quinto año de aquellos dos juicios, que por ahora ya eran cuatro y que podían ser muchos más, porque los abogados recomendaron demandar por un lado al "Ministerio de Agricultura" y por otro al Gobierno Regional. Tampoco faltó la intervención de la Minascucho Mining Company como litisconsorte necesario en todos los procesos habidos y por haber; dizque en defensa de sus derechos reales mineros y de la gobernanza de las tierras que abarcaban su concesión, y gracias a la testaruda intervención de sus abogados  estos  pleitos se complicaron hasta el punto de hacerlos casi imposibles de resolver dentro de cualquier lógica jurídica aceptable. Sumándose a estos pesares los procesos penales que se abrieron  por la comisión del delito de usurpación contra todos los directivos de Hatumpampa en agravio de Ñaupaccasa, y lesiones graves en agravio de varios comuneros de la primera, solo por haber ingresado "legalmente" a sus tierras ancestrales.

Diez años más tarde. Uno tras otro se sumaron a esta vía crucis, los memoriales que ambas comunidades presentaron al Presidente Constitucional de la República, al Congreso de la República y a varios congresistas figuretis, quienes   después de hacerse invitar un carísimo almuerzo en el mejor local del centro de Lima, les juraron y requetejuraron que al día siguiente  les solucionarían ese y cualquier otro problema más. A la Defensoría del Pueblo, a la Presidencia del Consejo de Ministros, a la Superintendencia Nacional de Registros Públicos, al Presidente Regional, a los Consejeros Regionales, a la Contraloría General de la República, a la Superintendencia de Bienes Nacionales, a la Comisión Nacional de Derechos Humanos, al  Instituto Nacional de Desarrollo de Pueblos Andinos, Amazónicos y Afro Peruanos,  etc., etc., reclamando esto o denunciando aquello. Al  cabo de más de un año, dos les dijeron que nada podían hacer porque el asunto estaba judicializado, otros dos les dijeron que no era asunto de su competencia y los demás se callaron como si nunca hubieran existido, ni las peticiones, ni ellos mismos.

En medio del fragor de estas batallas,  que no era otra cosa que la sangría de los dineros que ambas comunidades debían rebuscarse por aquí, por allá y por más allá; bajo la muy solapada asesoría de los abogados de la empresa minera, los comuneros del Anexo de Minascucho de la Comunidad  Campesina de Ñaupaccasa  se  constituyeron  en  una  asociación civil  denominada “Frente de Defensa de los Intereses de los Posesionarios de  Minascucho”- FEDIPOMINAS, para negociar directamente con la empresa concesionaria la indemnización que debían cobrar por la evacuación de las tierras donde tenían instaladas sus viviendas, cultivos, echaderos, cercos, etc., además de suscribir un documento altamente secreto en el que la empresa se comprometía a dar trabajo estable a todos los asociados que hayan pasado satisfactoriamente el examen médico y los cursos de capacitación en seguridad minera y otros. Todo esto porque la Minascucho Mining Company estaba en condiciones de iniciar la extracción de los minerales, porque ya tenía aprobado el  Estudio de Impacto Ambiental  y su Plan de Minado.

Cuando esta noticia llegó a los oídos de ambas comunidades, sus dirigentes viajaron a Lima hasta llegar a la oficina de la concesionaria para presentar su airado reclamo, al que con mucha calma y tono pausado supieron responder: “No estamos pagando ni un solo céntimo por la servidumbre minera que por derecho le corresponde al dueño legítimo de las tierras donde se encuentra la mina y sus instalaciones, solo estamos indemnizando conforme a la Ley General de Minería a los moradores de Minascucho, porque tenemos necesidad de evacuarlos de los lugares donde desde siempre han realizado sus actividades agropecuarias, para poder iniciar la etapa de explotación. ¿O es que acaso alguno de ustedes quiere que esa gente se vaya sin nada en las manos?".

Cuando reclamaron por sus derechos como propietarios de las tierras de Minaschucho, la empresa les volvió a decir la misma monserga de siempre:

–No se preocupen, el dinero vuestro está en el banco, juntándose hasta convertirse en una millonada, ¿pero a quién de ustedes le vamos a pagar si todavía andan en juicios? ¡Ganen  y mañana le ponemos el nombre del ganador al cheque bancario, y pasado mañana ya no tendrán necesidad de venir a reclamarnos!

Y ahí nomás la empresa minera se ganó hasta dos juicios con ambas comunidades, porque no tenía derecho para hacer negocios a espaldas de sus asambleas generales y de sus personeros legales con quienes no tenían la más mínima representación para negociar a su nombre, y tanto más porque cuando se constituyeron en el FEDIPOMINAS, ambas asambleas habían acordado por unanimidad quitarles la condición de comuneros calificados a todos los traidores de Minascucho. A eso se sumó la demanda de una millonaria indemnización que la concesionaria debía hacerle a la comunidad de Ñaupaccasa por las 200 hectáreas del layme de Viscachayoc que se encuentra en Minascucho, y que es un lugar donde la comunidad  entera realiza sus cultivos temporales. En ese juicio entró como litisconsorte la comunidad de Hatumpampa, porque si la demandante obtenía esa indemnización, sus juicios estaban perdidos para siempre, porque en el Perú solo ganan los que tienen dinero.

Como en este país la justicia tarda tanto, que parece que nunca va a llegar. Los juicio se pusieron cada vez más y más pelianteros, porque aun cuando cada comunidad había hecho más de seis marchas de sacrificio ante el Juzgado de la Provincia Alta y ante la Corte Superior de Atunrumi para que de una vez por todas se resuelvan esos pleitos a su favor, esas movilizaciones no tuvieron ningún resultado, aun a pesar de que estos pleitos amenazaban con provocar una batalla campal con muchos muertos y heridos.

Al final lo cierto fue que dentro del proceso donde se ventilaba la nulidad del título de propiedad de la comunidad de Ñaupaccasa y su reconvención se habían acumulado, justa o ilegalmente, los otros varios pleitos hasta que el expediente llegó a tener 52 tomos con más de mil páginas cada uno, donde sin ningún resultado habían metido las narices hasta nueve jueces, y también porque ambos bandos habían cambiado por lo menos diez veces de abogados que lo habían confundido más y más, especialmente aquel ex magistrado que los jueces y vocales recomendaban a ambas partes como el mejor letrado de aquellos tribunales, hasta convertirlo en un “nudo gordiano”, que nadie podía desatar, mucho menos resolver. Y tanto más porque la minera, con dinero de por medio, se ocupaba de que aquella ruma papeluchera que ella misma había empezado con el apoyo de un tal Juan Clímaco Colca Flores, no acabara jamás.

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–Ingeniero, ¿usted está a cargo de la mina? –preguntó el anciano dirigente que estaba acompañado por un gran séquito.

–Sí señor. –Contestó el joven y risueño profesional.

–Mire ingeniero, quiero informarle que soy el Presidente de la comunidad de Ñaupaccasa y gracias a Dios, después de más de veinte años por fin hemos ganado ante la Corte Suprema de Justicia de la República, todos los juicios que hemos tenido con la comunidad de Hatumpampa, porque le hemos demostrado que desde siempre hemos sido los verdaderos dueños del Anexo de Minascucho, y estamos queriendo ponernos de acuerdo con usted para que nos gire el cheque bancario que nos corresponde por el uso de nuestras tierras.

–¿Se está refiriendo a la Minascucho Mining Company? –Preguntó el ingeniero.

–¡Sí ingeniero! –Respondió con firmeza y mucho orgullo el directivo comunal.

–Mire señor, la verdad es que yo soy el ingeniero residente de la empresa de saneamiento minero “La arboleda”, y nuestra misión es hacernos cargo de la recuperación del terreno afectado por la actividad minera. En este caso estamos cubriendo toda esta superficie con la materia orgánica que años  atrás se retiró y se acumuló en  aquella pequeña colina, para luego reforestarla con especies nativas. –Explicó el profesional.

–¿Entonces usted no es jefe de la Minascucho Mining Company? –Preguntó el comunero.

–No señor, la Minascucho Mining Company hace más de nueve meses que no trabaja en este lugar, porque ya ha terminado de explotar sus recursos mineros, así que llegado a ese punto se ha retirado para siempre de esta región.

–¿Pero porque están todavía las barracas y los mismos mineros? –Preguntó con muy angustiada voz.

–No están todos, sino los que han querido trabajar para nosotros en las acciones de mitigación de los daños que produjo la empresa que explotó este yacimiento. –Respondió esta vez con impaciencia, porque no quería meterse en el problema de tener que dar cuenta de sus acciones a otros, y menos aún a los comuneros de estas punas que tenían la fama de ser los más grandes tinterillos de la comarca.

Luego los comuneros se retiraron en fila india con la cabeza agachada y oliendo en el aire la desgracia que les había acarreado esa maldita tierra preñada de minerales y ésa mil veces maldita empresa minera, que los había envuelto en toda esa inmensa e interminable maraña judicial para no pagarles nada.

Todos ganaron: jueces, abogados, especialistas, policías, la minera, todos. Pero como hace casi cinco siglos, solo ellos habían perdido.



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