martes, 16 de julio de 2019

EL TIEMPO DE OTRO TIEMPO (12)


[Los farfanchos] 

Otro juego peligroso y por eso no muy consentido en muchos hogares, eran los “farfanchos” por el sonido que emite: “farrr, farrr, farrr” y que en otras partes les llaman run-run, y que consistía en aplanar, incluida la corona, una chapa metálica de una botella de cerveza o gaseosa hasta volverla una lámina. Mi preferida era la de cerveza Cristal, porque tenía la figura de una esfinge egipcia con cabeza de mujer y cuerpo de león. Luego, seguramente como todos los hacedores de “farfanchos”, en el batán o en el piso de cemento de mi casa, le sacaba un filo de bisturí, después en el centro de esa lámina circular le perforaba con un clavo dos huecos perfectamente equidistantes, igual a los que tienen los botones, por donde le pasaba las puntas de una fuerte pita de algodón de más de 80 centímetros que finalmente era atado por sus extremos.

            Con los pulgares de ambas manos tomábamos el hilo y le dábamos unas diez vueltas al artefacto y juntando los pulgares y separándolos lográbamos que el “farfancho” diera muchas vueltas para adelante y para atrás. Después salíamos a la calle y cuando encontrábamos a otros niños con sus “farfanchos”, pregonábamos desafiantes hasta que alguien respondía del mismo modo: “¡NO HAY GALLO PARA MI POLLO!”

            Y empezaba la lucha que consistía en enfrentar los “farfanchos” dando vueltas como si fueran dos veloces sierras eléctricas, y ganaba quien primero cortaba el hilo de contrincante. Muchas veces estos cortes eran simultáneos, y cuando eso sucedía los “farfanchos” deshilachados salían volando y dependiendo del sentido en que estaba dando vueltas el artificio, podía cortarte o cortar al adversario, no en cualquier parte de tu cuerpo, sino precisamente en la cara. En caso de empate, inmediatamente debía producirse un desempate.

En esos tiempos, cuando ocasionalmente te sucedía un accidente de estos, que normalmente no era muy graves, tus padres acababan preguntándote, sin mayor alboroto, “¿Qué te ha pasado?” La respuesta normal era: “Me he caído”. Te trompeabas con alguien y te rompían la nariz o te dejaban el ojo morado: “Me he caído”. Te rompías la crisma trepando un árbol o nadando en el río o jugando los rudos juegos de aquella niñez: “Me he caído”. Y aunque tu respuesta no los convencía, te creían de buena gana, porque les estabas confirmando que habías nacido y crecido muy “machito” y que mañana más tarde podías enfrentarte a la vida, tal y cómo ésta viniera .      


[La instalación del desagüe] 

Cuando por fin después de haber cavado de esquina a esquina una zanja profunda por el centro de mi calle y colocado grandes tubos de cemento para conectarlo con cada una de nuestras casas, a fin de que tuviéramos conexión al nuevo desagüe y así olvidarnos del profundo y oscuro pozo séptico que todos los vecinos teníamos en un lugar apartado del fondo del patio a donde llegaba el agua por una manguera y en su momento las aguas de la lluvia, que sabe Dios a qué lugar irían a parar junto a la porquería combinada con la cal viva que cuando comenzaba a oler mal se arrojaba dentro.

Para nosotros los nocturnos jugadores callejeros esa obra fue eterna, aunque en el día los montones de tierra y piedras nos permitían construir carreteras y jugar a los carritos, pero sobre todo saltar sobre un pie, llenos de contento, en las tablas que los mayores habían colocado a lo largo de la zanja como puentes para cruzar la calle. Cuando nos familiarizamos con esos escombros, porque ya nos habíamos caído más de una vez sin mayores consecuencias, entonces fue que nos pusimos a jugar a las escondidas, pero también a las cobayadas y la guerra a hondazos con el fruto de las higuerillas que en otras latitudes llaman ricino, o a las espadas con los pedazos de algún maguey.

Todo lo que nos rodeaba valía para echar a volar nuestra imaginación en función de nuestros juegos. ¡La vida era un juego! Esa es la maravilla de ser niño y solo por eso queremos y soñamos volver a serlo, aunque sea en nuestra imaginación o a veces en la realidad cuando furtivamente nos comportamos como ellos, ya sea para disfrutar un golosina o hacer una pequeña diablura.


[El plic plac] 

Al poco tiempo que acabó la instalación de las tuberías del desagüe, mi calle se vistió de cemento, con sus veredas y todo. Ese progreso fue motivo de gran orgullo para todos los vecinos, y con tan bello motivo, hubo una gran ceremonia de inauguración plagada de discursos, sinceros agradecimientos y un gran convido a las autoridades. Ese adelanto tampoco fue ajeno a nosotros los pikis, pues fue la causa para que se popularizaban otros juegos callejeros, como el plic-plac, que en otras partes llamaban “Mundo” y en otros países Rayuela.

Cuando se ponía de moda este juego, “pagaban pato” las casas descuidadas, porque los granujas arrancaban un pedazo de su estucado para pintar sus plic-places en toda la calle. No faltaron los mozuelos que lo hacían a colores con tizas robadas de la escuela. Aunque el juego era mixto, acabó convirtiéndose en el favorito de las mujeres y los más "joros".

            El dibujo que se hacía en la pista era siete rectángulos escalonados de más o menos un metro de largo por cincuenta o más centímetros de ancho. Los cuatro primeros eran signados con los números 1, 2, 3 y 4, el quinto se dividía en dos cuadrados que eran el 5 y el 6, el sexto quedaba tal cual y llevaba el número 7 y el séptimo también se dividía en dos cuadrados que eran signados como el 8 y el 9, para coronar el plic-plac se dibujaba un semicírculo que era el número 10 o “Cielo”.

Las reglas eran más o menos las siguientes, los jugadores que podían ser más de dos, debían tener una ficha que generalmente debía ser algo que podía pegarse al piso cuando cayera, como una pequeña torta de barro por ejemplo. Las preferidas eran las de arcilla.

Para separar el turno de salida los jugadores lanzaban de espaldas sus fichas y la ficha que caía en el rectángulo o cuadrado que tenía el número más alto, salía de primero. El ganador comenzaba lanzando su ficha al número 1 y saltaba en un pie al número 2, al 3, al 4 y abría las piernas para que ambos pies cayeran en los números 5 y 6, luego con un pie saltaba sobre el rectángulo 7 para luego caer con ambos pies a los números 8 y 9.

Para retornar debía saltar dando un giro en el aire y caer limpiamente sobre los mismos números. Pero si pisaba siquiera una raya de cualquier parte del plic-plac, perdía el turno. Otro modo de perder el turno era que al lanzar su ficha esta cayera en la raya de algún rectángulo o cuadrado o fuera del pic plac, o en la “casa” de algún jugador.  Si todo salía bien, volvía haciendo los mismos saltos y agacharse para recoger su ficha, pero sin pisar en el cuadrado o rectángulo donde estaba alojada su ficha, y así acabar con ese turno.

Si no cometía ningún error seguía en el número 2, luego el 3, después 4 y así llegar hasta el número 10. Cuando el jugador  llegaba a este punto debía lanzar su ficha lo más cerca posible a los cuadrados 9 y 10, porque cuando daba su giro sobre estos cuadrados debía recoger su ficha estirando la mano a través de las piernas, de modo que si lanzaba su ficha casi al final del semicírculo del número 10, jamás lo iría a lograr, porque en el intento era seguro que acabaría sentado y eso le haría perder el turno.

Pero si lo lograba, podía lanzar su ficha de espaldas por encima de su hombro y el cajón donde cayera sería marcado con una X y la inicial de su nombre “D” de Delia y esa sería su “casa”. Ese cuadrado o rectángulo que era la casa de alguien, ya no era parte del juego y solo su dueño podía pisarlo.

La táctica para ganar este largo e incansable juego era ganar como “casa” los números 1, 2, 3 y si era posible hasta el 4, y como nadie podía pisarlos, ni saltar tan lejos (más de dos metros) en un solo pie y sin pisar una raya, el juego ya no tenía sentido y perdía interés, y aunque nadie te declarará ganador, tú te sentías su astuto vencedor.


[El pis-pis o yacks] 

El cemento sobre la calle también permitió que las niñas se apoderaran de las veredas para ponerse a jugar, muchas veces con el calzón al aire, el pis-pis o yacks con una pelotita de rebote y seis yacks de un modo particularmente muy diestro que a mí me gustaba contemplarlas, porque de lo más simple, la partida se iba complicando.

Para escoger el turno las jugadoras hacían sendos “chuses”, que consistía en tomar con la palma de las manos los seis yacks y lanzarlos al aire y esperar que cayeran sobre el dorso de su mano y volver a lanzarlos y esperar a que caigan en la misma palma. La jugadora que en este lance conservaba más yacks en la mano, empezaba el juego.

El juego empezaba con la modalidad de común o simple, que era algo así como su introducción, entonces primero debía hacer el mismo “chuse” y solo los yacks que quedaban en el suelo era motivo de su juego, entonces comenzaba  lanzando la pelotita al aire y cuando esta daba su bote en el piso recogía velozmente los jacks del suelo antes que la pelota volviera a dar otro bote y finalmente atrapar la saltadora pelotita en el aire. Después lanzaba los yacks al suelo, lanzaba la pelotita y recogía los yack de dos en dos, en el siguiente turno de tres en tres, luego de cuatro y dos, cinco y uno y finalmente los seis juntos.

Perdía el turno la jugadora que al momento de levantar los yacks del suelo tocaba otro yacks, por ejemplo si estaba en el afán de levantarlos de dos en dos, tocaba otro yacks que no estaba dentro de su jugada. También perdía el turno aquella jugadora que por demora, impericia o distracción permitía que la bolita diera un segundo bote.

            Después del modo “común” se entraba a la modalidad de “laive”, luego “laive” con palmada. “Martillo”, “martillo” con palmada. “Clavo”, “clavo” con palmada. “Abrazos”, “abrazos” con palmada. “Besos”, “besos” con palmada. “Mosca”, “mosca” con palmada. Luego las jugadoras podían jugar otras variantes como “orejas”, “ojos”, “nariz”, “boca”, “rodilla”, la simple y la con palmada. El juego acababa con la modalidad de “mundo” y “mundo” con palmada, donde no se esperaba que la pelotita cayera en la palma de la mano, sino cogerla de un zarpazo que debía llegar de arriba para abajo, hasta que por fin ganaba la más diestra, a la que las envidiosas perdedoras la llamaban la “ociosa”, porque como no hacía nada en su casa, se dedicaba solo a jugar el pis-pis. Este juego podía jugarse entre dos o en equipos de dos.


[Los zancos de latas] 

Otro juego que se ponía de moda en determinado momento eran los zancos de latas, que consistía en ponerle una larga pita a los huecos que se le hacen a los tarros de lata de leche para vaciarlos, introduciendo una pequeño palito de carrizo o un clavo atado a una gruesa pita de algodón o cabuya, de modo que al tratar de sacarlo quedara atascado. Lo mismo se hacía en el otro hueco con la otra punta de la pita que daba como resultado la formación de un asa en cada lata que debía llegar a la altura de la cintura.

Luego los niños, especialmente las niñas, se subían a la lata y sujetándolo a la planta de sus zapatos tirando de la pita para que no se despegara, comenzaban a caminar haciendo un latoso ruido: “Tac, tac, tac” y esos tacs sonaban por toda la calle, al comienzo pasito a paso y luego los más duchos lo hacían casi corriendo. Hasta que después de múltiples caídas con heridas en las rodillas y los codos, y algunas  torceduras de tobillo, esta moda pasaba. 


[El teléfono con latas] 

Otro juego con envases vacíos de leche evaporada era el teléfono de latas, que se componía de dos latas abiertas por un lado, que se conectaban con un hilo resistente de algodón de varios metros de largo, mejor si era hilo nylon de pescar. Los dos extremos de la pita se unían a un agujero central en la parte inferior de la lata. Para hablar y escuchar el hilo debía mantenerse en tensión, entonces uno hablaba dentro de su lata y el otro con el oído en el hueco de su lata podía oír los que le decían.

Ese invento lo encontramos en el “Tesoro de la Juventud” o algo así, pero un día sacamos ese aparato a la calle. Tenía una pita de casi 50 metros de largo y nos pusimos a hablar. Cuando los otros niños se nos acercaban para curiosear lo que estábamos haciendo, le pegaba la lata al oído y del otro lado escuchaba: “¡Sonso me estás escuchando!”, y el sonso se quedaba más sonso aun, y maravillado gritaba: “¡Aló, aló!, ¿a ver que te he dicho?” “Me has dichos aló, aló y nada más, ¿y yo que te he dicho?”. “¡Me has dicho, sonso me estás escuchando, no!” “¡Dime algo más!” “¡Esta noche hay cine gratis de Kolinos y Anacín en la pared de la catedral!“¡Si sé. No me lo voy a perder!”. Y así seguimos maravillando a los demás curiosos.

A los pocos días había como veinte teléfonos en toda la calle, pero al poco tiempo podías verlos como parte de la basura. Nosotros rescatábamos sus pitas para nuestros trompos y “farfanchos” y para muchas cosas más que hacíamos en nuestros paseos por la campiña. 

Agregar leyenda

[Los cocos, un juego con pitas] 

De un momento a otro, especialmente entre las niñas se ponía de moda el juego de “los cocos” que son las figuras de los diamantes ♦♦♦, que consistía en formar estas figuras en una pita anudada con la ayuda de los dedos de ambas manos. Este juego es un reto de habilidad y competencia por realizar 2, 3, 4, 5, 6, 7, y no faltó alguien que logró impresionarnos con hasta 12 cocos, aunque tampoco faltaron los que podían mostrarte cómo sabían hacer la araña, el pescado, la escoba o el poto de gallina, ayudándose con los dedos de las manos y los labios. Esta distracción perdía rápidamente su apogeo, pero en cualquier momento del año regresaba. 


[Un idioma nuevo invade el pueblo]  

Casi todo el tiempo, aunque en unas temporadas más, las niñas hablaban anteponiendo una “che” a cada silaba de una palabra, y hablaban con tanta destreza que ellas mismas se creían que hablaban otro idioma, que supuestamente nadie más que ellas podía entender, de modo que para decirte que no eras bienvenido, conversando entre ellas, te decían: “Che-a, chehí, chevie-chene, chee-chese, cheson-cheso. Cheno, chehay, cheque, chaha-checer-chele, checa-cheso” (Ahí viene ese sonso, no hay que hacerle caso), pero lo hablaban con tanta fluidez que había que agudizar muy bien los oídos, para saber qué diablos más estaban hablando.

1 comentario: