[Los farfanchos]
Otro juego peligroso y por eso no muy consentido en muchos hogares, eran los “farfanchos” por el sonido que emite: “farrr, farrr, farrr” y que en otras partes les llaman run-run, y que consistía en aplanar, incluida la corona, una chapa metálica de una botella de cerveza o gaseosa hasta volverla una lámina. Mi preferida era la de cerveza Cristal, porque tenía la figura de una esfinge egipcia con cabeza de mujer y cuerpo de león. Luego, seguramente como todos los hacedores de “farfanchos”, en el batán o en el piso de cemento de mi casa, le sacaba un filo de bisturí, después en el centro de esa lámina circular le perforaba con un clavo dos huecos perfectamente equidistantes, igual a los que tienen los botones, por donde le pasaba las puntas de una fuerte pita de algodón de más de 80 centímetros que finalmente era atado por sus extremos.
Otro juego peligroso y por eso no muy consentido en muchos hogares, eran los “farfanchos” por el sonido que emite: “farrr, farrr, farrr” y que en otras partes les llaman run-run, y que consistía en aplanar, incluida la corona, una chapa metálica de una botella de cerveza o gaseosa hasta volverla una lámina. Mi preferida era la de cerveza Cristal, porque tenía la figura de una esfinge egipcia con cabeza de mujer y cuerpo de león. Luego, seguramente como todos los hacedores de “farfanchos”, en el batán o en el piso de cemento de mi casa, le sacaba un filo de bisturí, después en el centro de esa lámina circular le perforaba con un clavo dos huecos perfectamente equidistantes, igual a los que tienen los botones, por donde le pasaba las puntas de una fuerte pita de algodón de más de 80 centímetros que finalmente era atado por sus extremos.
Con los
pulgares de ambas manos tomábamos el hilo y le dábamos unas diez vueltas al
artefacto y juntando los pulgares y separándolos lográbamos que el “farfancho”
diera muchas vueltas para adelante y para atrás. Después salíamos a la calle y
cuando encontrábamos a otros niños con sus “farfanchos”, pregonábamos
desafiantes hasta que alguien respondía del mismo modo: “¡NO HAY GALLO PARA MI POLLO!”
Y empezaba
la lucha que consistía en enfrentar los “farfanchos” dando vueltas como si
fueran dos veloces sierras eléctricas, y ganaba quien primero cortaba el hilo
de contrincante. Muchas veces estos cortes eran simultáneos, y cuando eso
sucedía los “farfanchos” deshilachados salían volando y dependiendo del sentido
en que estaba dando vueltas el artificio, podía cortarte o cortar al
adversario, no en cualquier parte de tu cuerpo, sino precisamente en la cara.
En caso de empate, inmediatamente debía producirse un desempate.
En esos tiempos, cuando
ocasionalmente te sucedía un accidente de estos, que normalmente no era muy
graves, tus padres acababan preguntándote, sin mayor alboroto, “¿Qué te ha
pasado?” La respuesta normal era: “Me he caído”. Te trompeabas con alguien y te
rompían la nariz o te dejaban el ojo morado: “Me he caído”. Te rompías la
crisma trepando un árbol o nadando en el río o jugando los rudos juegos de
aquella niñez: “Me he caído”. Y aunque tu respuesta no los convencía, te creían
de buena gana, porque les estabas confirmando que habías nacido y crecido muy
“machito” y que mañana más tarde podías enfrentarte a la vida, tal y cómo ésta viniera .
[La instalación del desagüe]
Cuando por fin después de haber cavado de esquina a esquina una zanja profunda por el centro de mi calle y colocado grandes tubos de cemento para conectarlo con cada una de nuestras casas, a fin de que tuviéramos conexión al nuevo desagüe y así olvidarnos del profundo y oscuro pozo séptico que todos los vecinos teníamos en un lugar apartado del fondo del patio a donde llegaba el agua por una manguera y en su momento las aguas de la lluvia, que sabe Dios a qué lugar irían a parar junto a la porquería combinada con la cal viva que cuando comenzaba a oler mal se arrojaba dentro.
Cuando por fin después de haber cavado de esquina a esquina una zanja profunda por el centro de mi calle y colocado grandes tubos de cemento para conectarlo con cada una de nuestras casas, a fin de que tuviéramos conexión al nuevo desagüe y así olvidarnos del profundo y oscuro pozo séptico que todos los vecinos teníamos en un lugar apartado del fondo del patio a donde llegaba el agua por una manguera y en su momento las aguas de la lluvia, que sabe Dios a qué lugar irían a parar junto a la porquería combinada con la cal viva que cuando comenzaba a oler mal se arrojaba dentro.
Para nosotros los nocturnos
jugadores callejeros esa obra fue eterna, aunque en el día los montones de
tierra y piedras nos permitían construir carreteras y jugar a los carritos,
pero sobre todo saltar sobre un pie, llenos de contento, en las tablas que los
mayores habían colocado a lo largo de la zanja como puentes para cruzar la
calle. Cuando nos familiarizamos con esos escombros, porque ya nos habíamos
caído más de una vez sin mayores consecuencias, entonces fue que nos pusimos a
jugar a las escondidas, pero también a las cobayadas y la guerra a hondazos con
el fruto de las higuerillas que en otras latitudes llaman ricino, o a las
espadas con los pedazos de algún maguey.
Todo lo que nos rodeaba valía
para echar a volar nuestra imaginación en función de nuestros juegos. ¡La vida
era un juego! Esa es la maravilla de ser niño y solo por eso queremos y soñamos
volver a serlo, aunque sea en nuestra imaginación o a veces en la realidad
cuando furtivamente nos comportamos como ellos, ya sea para disfrutar un
golosina o hacer una pequeña diablura.
[El plic plac]
Al poco tiempo que acabó la instalación de las tuberías del desagüe, mi calle se vistió de cemento, con sus veredas y todo. Ese progreso fue motivo de gran orgullo para todos los vecinos, y con tan bello motivo, hubo una gran ceremonia de inauguración plagada de discursos, sinceros agradecimientos y un gran convido a las autoridades. Ese adelanto tampoco fue ajeno a nosotros los pikis, pues fue la causa para que se popularizaban otros juegos callejeros, como el plic-plac, que en otras partes llamaban “Mundo” y en otros países Rayuela.
Cuando se ponía de moda este
juego, “pagaban pato” las casas descuidadas, porque los granujas arrancaban un
pedazo de su estucado para pintar sus plic-places en toda la calle. No faltaron
los mozuelos que lo hacían a colores con tizas robadas de la escuela. Aunque el
juego era mixto, acabó convirtiéndose en el favorito de las mujeres y los más
"joros".
El dibujo
que se hacía en la pista era siete rectángulos escalonados de más o menos un
metro de largo por cincuenta o más centímetros de ancho. Los cuatro primeros
eran signados con los números 1, 2, 3 y 4, el quinto se dividía en dos
cuadrados que eran el 5 y el 6, el sexto quedaba tal cual y llevaba el número 7
y el séptimo también se dividía en dos cuadrados que eran signados como el 8 y
el 9, para coronar el plic-plac se dibujaba un semicírculo que era el número 10
o “Cielo”.
Las reglas eran más o menos las
siguientes, los jugadores que podían ser más de dos, debían tener una ficha que
generalmente debía ser algo que podía pegarse al piso cuando cayera, como una
pequeña torta de barro por ejemplo. Las preferidas eran las de arcilla.
Para separar el turno de salida
los jugadores lanzaban de espaldas sus fichas y la ficha que caía en el
rectángulo o cuadrado que tenía el número más alto, salía de primero. El ganador comenzaba
lanzando su ficha al número 1 y saltaba en un pie al número 2, al 3, al 4 y
abría las piernas para que ambos pies cayeran en los números 5 y 6, luego con
un pie saltaba sobre el rectángulo 7 para luego caer con ambos pies a los
números 8 y 9.
Para retornar debía saltar dando
un giro en el aire y caer limpiamente sobre los mismos números. Pero si pisaba
siquiera una raya de cualquier parte del plic-plac, perdía el turno. Otro modo
de perder el turno era que al lanzar su ficha esta cayera en la raya de algún
rectángulo o cuadrado o fuera del pic plac, o en la “casa” de algún
jugador. Si todo salía bien, volvía
haciendo los mismos saltos y agacharse para recoger su ficha, pero sin pisar en
el cuadrado o rectángulo donde estaba alojada su ficha, y así acabar con ese turno.
Si no cometía ningún error seguía
en el número 2, luego el 3, después 4 y así llegar hasta el número 10. Cuando
el jugador llegaba a este punto debía
lanzar su ficha lo más cerca posible a los cuadrados 9 y 10, porque cuando daba
su giro sobre estos cuadrados debía recoger su ficha estirando la mano a través
de las piernas, de modo que si lanzaba su ficha casi al final del
semicírculo del número 10, jamás lo iría a lograr, porque en el intento era
seguro que acabaría sentado y eso le haría perder el turno.
Pero si lo lograba, podía lanzar
su ficha de espaldas por encima de su hombro y el cajón donde cayera sería
marcado con una X y la inicial de su nombre “D” de Delia y esa sería su “casa”.
Ese cuadrado o rectángulo que era la casa de alguien, ya no era parte del juego
y solo su dueño podía pisarlo.
La táctica para ganar este largo
e incansable juego era ganar como “casa” los números 1, 2, 3 y si era posible
hasta el 4, y como nadie podía pisarlos, ni saltar tan lejos (más de dos metros)
en un solo pie y sin pisar una raya, el juego ya no tenía sentido y perdía
interés, y aunque nadie te declarará ganador, tú te sentías su astuto vencedor.
[El pis-pis o yacks]
El cemento sobre la calle también permitió que las niñas se apoderaran de las veredas para ponerse a jugar, muchas veces con el calzón al aire, el pis-pis o yacks con una pelotita de rebote y seis yacks de un modo particularmente muy diestro que a mí me gustaba contemplarlas, porque de lo más simple, la partida se iba complicando.
Para escoger el turno las jugadoras hacían sendos “chuses”, que consistía en tomar con la palma de las manos los seis yacks y lanzarlos al aire y esperar que cayeran sobre el dorso de su mano y volver a lanzarlos y esperar a que caigan en la misma palma. La jugadora que en este lance conservaba más yacks en la mano, empezaba el juego.
El cemento sobre la calle también permitió que las niñas se apoderaran de las veredas para ponerse a jugar, muchas veces con el calzón al aire, el pis-pis o yacks con una pelotita de rebote y seis yacks de un modo particularmente muy diestro que a mí me gustaba contemplarlas, porque de lo más simple, la partida se iba complicando.
Para escoger el turno las jugadoras hacían sendos “chuses”, que consistía en tomar con la palma de las manos los seis yacks y lanzarlos al aire y esperar que cayeran sobre el dorso de su mano y volver a lanzarlos y esperar a que caigan en la misma palma. La jugadora que en este lance conservaba más yacks en la mano, empezaba el juego.
El juego empezaba con la
modalidad de común o simple, que era algo así como su introducción, entonces
primero debía hacer el mismo “chuse” y solo los yacks que quedaban en el suelo
era motivo de su juego, entonces comenzaba
lanzando la pelotita al aire y cuando esta daba su bote en el piso
recogía velozmente los jacks del suelo antes que la pelota volviera a dar otro
bote y finalmente atrapar la saltadora pelotita en el aire. Después lanzaba los
yacks al suelo, lanzaba la pelotita y recogía los yack de dos en dos, en el
siguiente turno de tres en tres, luego de cuatro y dos, cinco y uno y
finalmente los seis juntos.
Perdía el turno la jugadora que
al momento de levantar los yacks del suelo tocaba otro yacks, por ejemplo si
estaba en el afán de levantarlos de dos en dos, tocaba otro yacks que no estaba
dentro de su jugada. También perdía el turno aquella jugadora que por demora,
impericia o distracción permitía que la bolita diera un segundo bote.
Después del modo “común” se entraba a
la modalidad de “laive”, luego “laive” con palmada. “Martillo”, “martillo” con
palmada. “Clavo”, “clavo” con palmada. “Abrazos”, “abrazos” con palmada.
“Besos”, “besos” con palmada. “Mosca”, “mosca” con palmada. Luego las jugadoras
podían jugar otras variantes como “orejas”, “ojos”, “nariz”, “boca”, “rodilla”,
la simple y la con palmada. El juego acababa con la modalidad de “mundo” y
“mundo” con palmada, donde no se esperaba que la pelotita cayera en la palma de
la mano, sino cogerla de un zarpazo que debía llegar de arriba para abajo,
hasta que por fin ganaba la más diestra, a la que las envidiosas perdedoras la
llamaban la “ociosa”, porque como no hacía nada en su casa, se dedicaba solo a
jugar el pis-pis. Este juego podía jugarse entre dos o en equipos de dos.
[Los zancos de latas]
Otro juego que se ponía de moda en determinado momento eran los zancos de latas, que consistía en ponerle una larga pita a los huecos que se le hacen a los tarros de lata de leche para vaciarlos, introduciendo una pequeño palito de carrizo o un clavo atado a una gruesa pita de algodón o cabuya, de modo que al tratar de sacarlo quedara atascado. Lo mismo se hacía en el otro hueco con la otra punta de la pita que daba como resultado la formación de un asa en cada lata que debía llegar a la altura de la cintura.
Luego los niños, especialmente
las niñas, se subían a la lata y sujetándolo a la planta de sus zapatos tirando
de la pita para que no se despegara, comenzaban a caminar haciendo un latoso
ruido: “Tac, tac, tac” y esos tacs sonaban por toda la calle, al comienzo
pasito a paso y luego los más duchos lo hacían casi corriendo. Hasta que
después de múltiples caídas con heridas en las rodillas y los codos, y
algunas torceduras de tobillo, esta moda
pasaba.
[El teléfono con latas]
Otro juego con envases vacíos de leche evaporada era el teléfono de latas, que se componía de dos latas abiertas por un lado, que se conectaban con un hilo resistente de algodón de varios metros de largo, mejor si era hilo nylon de pescar. Los dos extremos de la pita se unían a un agujero central en la parte inferior de la lata. Para hablar y escuchar el hilo debía mantenerse en tensión, entonces uno hablaba dentro de su lata y el otro con el oído en el hueco de su lata podía oír los que le decían.
Otro juego con envases vacíos de leche evaporada era el teléfono de latas, que se componía de dos latas abiertas por un lado, que se conectaban con un hilo resistente de algodón de varios metros de largo, mejor si era hilo nylon de pescar. Los dos extremos de la pita se unían a un agujero central en la parte inferior de la lata. Para hablar y escuchar el hilo debía mantenerse en tensión, entonces uno hablaba dentro de su lata y el otro con el oído en el hueco de su lata podía oír los que le decían.
Ese invento lo encontramos en el
“Tesoro de la Juventud” o algo así, pero un día sacamos ese aparato a la calle.
Tenía una pita de casi 50 metros de largo y nos pusimos a hablar. Cuando los
otros niños se nos acercaban para curiosear lo que estábamos haciendo, le pegaba
la lata al oído y del otro lado escuchaba: “¡Sonso
me estás escuchando!”, y el sonso se quedaba más sonso aun, y maravillado
gritaba: “¡Aló, aló!, ¿a ver que te he
dicho?” “Me has dichos aló, aló y nada más, ¿y yo que te he dicho?”. “¡Me has dicho, sonso me estás escuchando,
no!” “¡Dime algo más!” “¡Esta noche hay cine gratis de Kolinos y
Anacín en la pared de la catedral!” “¡Si
sé. No me lo voy a perder!”. Y así seguimos maravillando a los demás
curiosos.
A los pocos días había como
veinte teléfonos en toda la calle, pero al poco tiempo podías verlos como parte
de la basura. Nosotros rescatábamos sus pitas para nuestros trompos y
“farfanchos” y para muchas cosas más que hacíamos en nuestros paseos por la
campiña.
[Los cocos, un juego con pitas]
De un momento a otro, especialmente entre las niñas se ponía de moda el juego de “los cocos” que son las figuras de los diamantes ♦♦♦, que consistía en formar estas figuras en una pita anudada con la ayuda de los dedos de ambas manos. Este juego es un reto de habilidad y competencia por realizar 2, 3, 4, 5, 6, 7, y no faltó alguien que logró impresionarnos con hasta 12 cocos, aunque tampoco faltaron los que podían mostrarte cómo sabían hacer la araña, el pescado, la escoba o el poto de gallina, ayudándose con los dedos de las manos y los labios. Esta distracción perdía rápidamente su apogeo, pero en cualquier momento del año regresaba.
De un momento a otro, especialmente entre las niñas se ponía de moda el juego de “los cocos” que son las figuras de los diamantes ♦♦♦, que consistía en formar estas figuras en una pita anudada con la ayuda de los dedos de ambas manos. Este juego es un reto de habilidad y competencia por realizar 2, 3, 4, 5, 6, 7, y no faltó alguien que logró impresionarnos con hasta 12 cocos, aunque tampoco faltaron los que podían mostrarte cómo sabían hacer la araña, el pescado, la escoba o el poto de gallina, ayudándose con los dedos de las manos y los labios. Esta distracción perdía rápidamente su apogeo, pero en cualquier momento del año regresaba.
[Un idioma nuevo invade el pueblo]
Casi todo el tiempo, aunque en unas temporadas más, las niñas hablaban anteponiendo una “che” a cada silaba de una palabra, y hablaban con tanta destreza que ellas mismas se creían que hablaban otro idioma, que supuestamente nadie más que ellas podía entender, de modo que para decirte que no eras bienvenido, conversando entre ellas, te decían: “Che-a, chehí, chevie-chene, chee-chese, cheson-cheso. Cheno, chehay, cheque, chaha-checer-chele, checa-cheso” (Ahí viene ese sonso, no hay que hacerle caso), pero lo hablaban con tanta fluidez que había que agudizar muy bien los oídos, para saber qué diablos más estaban hablando.
Casi todo el tiempo, aunque en unas temporadas más, las niñas hablaban anteponiendo una “che” a cada silaba de una palabra, y hablaban con tanta destreza que ellas mismas se creían que hablaban otro idioma, que supuestamente nadie más que ellas podía entender, de modo que para decirte que no eras bienvenido, conversando entre ellas, te decían: “Che-a, chehí, chevie-chene, chee-chese, cheson-cheso. Cheno, chehay, cheque, chaha-checer-chele, checa-cheso” (Ahí viene ese sonso, no hay que hacerle caso), pero lo hablaban con tanta fluidez que había que agudizar muy bien los oídos, para saber qué diablos más estaban hablando.
Muchas gracias por la información.
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