He querido abrir los archivos de su memoria, trayéndoles, poco
a poco, algunos recuerdos de mi primera infancia y la que le siguió hasta que
acabé mi educación primaria en la ciudad de Abancay – Apurímac – Perú, que transcurrió entre 1958 a 1963, y que también
es la niñez de toda una generación.
Seguramente a la edad que tengo se me han olvidado mucho de esos años maravillosos, pero eso no quiere decir que deba olvidarse todo. Si alguno que se digne en leer estas remembranzas tiene algo que agregar, le ruego que lo haga, antes que se olviden del todo. GRACIAS.
Seguramente a la edad que tengo se me han olvidado mucho de esos años maravillosos, pero eso no quiere decir que deba olvidarse todo. Si alguno que se digne en leer estas remembranzas tiene algo que agregar, le ruego que lo haga, antes que se olviden del todo. GRACIAS.
“El pasado nunca se va,
le gusta esconderse
en la música, en la calle,
en los sueños,
en los recuerdos,
en la vida”
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Yo nací y
crecí en el mundo de un pueblo sumergido en lo profundo de un gran valle que en
tiempo de los incas se le llamaba “Amancay” y fue testigo de ese nombre Inca
Roca (1350-1380), el sexto Gobernante del imperio incaico, cuando en su afán de
conquista: “….Llegó
al valle Amáncay, que quiere decir azucena, por la infinidad que de ellas se
crían en aquel valle. Aquella flor es diferente en forma y olor de la de
España, porque la flor amáncay de forma de una campana y el tallo verde, liso,
sin hojas y sin olor ninguno. Solamente porque se parece a la azucena en los
colores blanca y verde, la llamaron así los españoles. De Amáncay echó a mano
derecha del camino hacia la gran cordillera de la Sierra Nevada, y entre la
cordillera y el camino halló pocos pueblos, y ésos redujo a su Imperio.
Llámanse estas naciones Tacmara y Quiñualla…..”. (Comentarios Reales
de los Incas. Inca Garcilaso de la Vega. 1609), y de aquel que el Padre Reynaldo
de Lizarraga (1605), escribió: “….Más
adelante se sigue el valle nombrado Amancay por unas flores olorosas blancas
que en él nacen en abundancia, así llamadas. Este río nunca se vadea; tiene
puente de cal y canto….,”. (Descripción breve de toda la tierra del
Perú). Más tarde con el mal hablar y entender de los españoles
respecto de los topónimos nativos o el aprendizaje del castellano por los
indios mestizos, acabó llamándose: ABANCAY, a secas.
A este amplio valle lo bañan
cinco pequeños ríos estacionales que discurren dentro de unas quebradas que se
llaman Ñacchero, Ullpuhuayco, Sahuanay-Olivo, Kolkaqui-Condebamba y Marcahuasi,
y que bajan desde una montaña nevada que los lugareños llaman muy
respetuosamente “Apu” Ampay, que según antiguas leyendas, esta y otras montañas
nevadas eran seres prodigiosos, dotados
de conciencia y conocimiento, gracias a que recibían la energía que les llegaba
desde las lejanas estrellas. Al pie de estos poderosos dioses ancestrales, coronados de
nieves perpetuas se formaban las grandes lagunas y los riachuelos que
atravesando los valles interandinos acabarían alimentando los caudalosos ríos
que correrían a sus pies hasta llegar a los lejanos mares.
En sus faldas se formaron y
crecieron enormes bosques para albergar la vida de las plantas y animales. En
aquellos tiempos inmemoriales, eran estos dioses primordiales los que producían
las lluvias, los rayos, los relámpagos, los truenos, las nevadas, el granizo,
los fuertes vientos, los arco iris, pero también las inundaciones, las sequías
y los huaycos.
Ese “Apu” nuestro no está solo, le
acompañan “Apus” menores como el Soccllaccasa,
el Ccorahuire y el Quisapata, que vistos desde la distancia
y según la estación pueden ser verdes, marrones o azules. Las gentes de estos
pueblos señalan que estos Apus son los dueños de los animales salvajes y de las
plantas que nos curan, pero además son los guardianes de la vida en todas sus
formas y tamaños.
"Apu" Ampay (Foto: Ciro Víctor Palomino Dongo)
Vista panorámica de la ciudad de Abancay desde el Oeste
(Foto: Ciro Víctor Palomino Dongo)
(Foto: Ciro Víctor Palomino Dongo)
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