lunes, 17 de junio de 2019

EL TIEMPO DE OTRO TIEMPO (5)

       [Los juegos con pelota] 

        Cuando había una bola y alguien traía el mango de una escoba se formaban dos equipos para jugar una especie de béisbol que llamábamos “Bata”, probablemente su nombre provenía del palo que en ese juego llaman bate. Se señalaba tres o cuatro “casas”. El juego tenía un bateador, un lanzador de la pelota y un corredor que era el mismo que acabando de batear se dirigía corriendo a la primera “casa”, pero si en esa carrera era alcanzado por la pelota que los oponentes lanzaban contra su cuerpo era expulsado del juego, porque estaba “muerto”, pero si llegaba a la primera y con mucha suerte a la segunda “casa”, podía esperar a que la pelota siga en juego, porque otro de sus compañeros iba a batear, para alcanzar la otra “casa”, pero esta vez había la posibilidad de matar a alguien más, porque ya eran dos los que estaban en carrera y a veces tres y hasta cuatro jugadores.

Cuando uno de los jugadores lograba dar la vuelta entera sin parar, ganaba “una vida” y uno de los jugadores “muertos” podía reintegrarse al juego. La partida podía perderse súbitamente si la bola era “chapada” en el aire por un jugador del equipo contrario, entonces era cuando los roles se invertían. No sé por qué, pero este juego les encantaba de manera muy especial a las mujeres.

Con la misma pelota y el mismo entusiasmo jugábamos a la “matagente”, que consistía en formar dos equipos de dos, tres o cuatro jugadores, luego de sortearlo al “yanquempó” que en otros sitios llaman “piedra, papel y tijeras”. Los perdedores divididos en dos se llamaban los “matadores” y se situaban, unos de otros, a más o menos diez metros de distancia, mientras que los ganadores quedaban al centro, y comenzaban a correr de un lado a otro de modo que la bola no los alcanzara, mientras los otros afinaban la puntería para pegarle a uno de los que estaban en el centro.

Si uno de ellos era alcanzado por la pelota, los “matadores” y el público que estaba esperando ansiosamente su turno de jugar gritaban: “¡muerto!” y  debía dejar de jugar y así hasta morir todos, entonces los “matadores” pasaban a ser los matados, pero si uno del centro lograba coger la bola en el aire, gritaba: “¡Vida!” y podía ingresar uno de sus compañeros “muertos” o ahorrar una vida para el caso de que uno de ellos resultara muerto más tarde. Este alocado y sudoroso juego acababa cuando nuestras madres nos llamaban para irnos a dormir y cerrar la puerta.

Otro juego con bola era marcar un círculo y colocar una piedra al centro, luego a cierta distancia que podían ser unos 10 o más metros, los jugadores formaban una fila, el primero pasaba la bola por encima de su cabeza al siguiente de la fila y salía corriendo para dar la vuelta al círculo, cuando llegaba tocaba al que tenía la bola y se iba al final de la fila. El que tenía la bola se la pasaba al siguiente, pero esta vez de un modo diferente, por ejemplo entre las piernas y salía corriendo para dar su vuelta al círculo, tocar al compañero de la bola y formarse al final de la fila.

El que tenía la pelota debía inventar un nuevo modo de pasar la bola al que estaba a sus espaldas, por ejemplo por el costado derecho, y así se formaba un orden, que debía repetirse tal cual, que podía ser: 1) Por encima de la cabeza; 2) Por entre las piernas; 3) Por el costado izquierdo; 4) Por el costado derecho; 5) De frente; 6) Poniéndolo en el suelo. Y la carrera continuaba hasta que alguno de los jugadores pasaba por el costado derecho cuando le tocaba pasar por encima de la cabeza, era expulsado del juego y así se iban depurando los jugadores hasta que quedara uno solo: ¡EL GANADOR! Con este juego además de sudar como un caballo, podías entrenar la memoria.

[La gallinita ciega] 

También con la ayuda de las mujeres y para divertir a los más joritos, se jugaba a “la gallinita ciega”, que consistía en cubrir los ojos con un pañuelo a uno de los jugadores, luego alguien que hacía de Juez, le daba unas tres vueltas para que se maree. Después el resto de los jugadores moviéndose dentro de un área previamente delimitada y controlada por el Juez, lo rodeaban llamándolo de todos lados por su nombre para despistarlo. Cuando finalmente el niño o niña que hacía de “la gallinita ciega” lograba atrapar a uno de los jugadores, el “chapado” debía ser la nueva gallinita ciega.

[Pan se quemó] 

También jugábamos al “¡Pan se quemó!”. Cuando todos los jugadores acababan de hacer un ruedo, uno de ellos que generalmente era el mayor de todos o el más vivo, con un juego de palabras comenzaba a contar a cada uno de ellos señalándolos con el dedo índice a la par que les asignaba una sílaba de esta cantinela: “Ca-de-na/ca-de-na/ti-ti-pop/mi-abue-lita-se-abom-bó/en-los-cal-zon-ci-llos-de-mi-abue-lito/chiss-¡POP!/” Al jugador que le tocaba el ¡POP!, era el escogido. Este debía esconder un pedazo de soga o una correa, mientras tanto todos debían estar de espaldas a él y sin mirar sus movimientos, mientras la patota contaba lentamente del 1 al 20. “¡Uno..., dos..., tres..., cuatro...., cinco…!” Cuando por fin llegaban al “¡VEINTE!”, ya el escogido estaba entre ellos, entonces el grupo se dispersaba en distintas direcciones, y a medida que se alejaban buscando el objeto escondido, con señas preguntaban al escogido, que estaba a unos 30 metros de distancia, si estaban en la buena dirección, y él podía contestarles: “¡Frio, frio, frio!” que significaba que estaban lejos del objetivo, en cambio a otros: “¡Tibio, tibio, tibio!” lo que quería decir que estaban en la buena dirección, pero cuando alguien se acercaba al objeto escondido, gritaba: “¡Caliente, caliente, caliente!”, y era entonces cuando el que encontraba el látigo escondido salía gritando con el azote en la mano: “¡PAN SE QUEMÓ!”, y todos debían correrse de él y ponerse detrás del que guiaba el juego, porque éste tenía el derecho de azotarlos.

Esa estampida se producía con un gran griterío, que hacía que alguna gente nerviosa saliera de sus casas para saber qué estaba pasando. Generalmente el que encontraba el látigo azotaba a otro que antes lo había latigado a él. Un día trajeron un poderoso “San Martín” de tres puntas y casi un metro de largo, y nadie quiso jugar, porque ese azote además de doler mucho dejaba marcas, y porque al final de cuentas, sólo estábamos jugando.

[El gato y el ratón] 

Otro juego para la gente menuda era el “Gato y el ratón”, que se jugaba en ronda, y previo el clásico: “Ca-de-na/ca-de-na/ti-ti-pop/…”, se ponía en el centro del ruedo al “ratón”, mientras que el “gato” quedaba por fuera de la ronda. La ronda comenzaba a girar, cantando a voz en cuello: “¡Taláaan uno!, ¡taláaan dos!, ¡taláaan tres!…” y así hasta diez. Entonces paraba la ronda y el “gato” preguntaba al “ratón”: “¿Ratoncito, ratoncito qué haces en mi huerta?” “Comiendo maní” respondía el ratón. “¡Dame un pedacito!”, suplicaba el gato, y el ratón le contestaba: “¡No quiero!” Entonces el gato amenazaba: “¡Aquí te pesco!”, y cuando el ratón respondía: “¡Aquí no!”, el gato trataba de entrar dentro de la ronda, acción que era impedida por todos los miembros de la rueda, como si se tratara de una buena cerca, mientras que por otro lado aflojaban la ronda para que escape el ratón, y por otra parte la abrían cuando el gato estaba por atraparlo por fuera y la volvían a cerrar para su seguridad. Si al cabo de un momento el gato no lograba atrapar al ratón, el juego se repetía, pero con otros gatos y ratones, porque los joritos quedaban muertos de cansancio y sus corazoncillos muy agitados por la emoción. Si el minino lograba atrapar al ratón era un buen gato, pero sino era muy malo.

[Que pase el rey] 

Otro juego para pasar esas noches solo con nuestra imaginación y movimientos, se llamaba: “Que pase el Rey”. Para este juego los niños debían formarse en una fila, y dos niños que generalmente eran los mayores de todos, asumían el rol de líderes, que podían ser varones o mujeres o mixto, eso jamás nos interesó, porque para nosotros todos éramos iguales. Luego que ambos guías se pusieran de acuerdo  en secreto que uno debía ser un “Durazno” y el otro una “Pera”, los dos se tomaban de la mano y formaban un arco por donde debían pasar tomados de la cintura y en una fila que daba vueltas cantando esta canción: “Que pase el rey / que ha de pasar / que el hijo del conde / se ha de quedar/”. Al terminar la frase en la palabra “quedar”, los dos líderes bajaban las manos y atrapaban a uno de los jugadores, para preguntarle: “¿Te gustan las frutas?” el atrapado decía que sí, entonces le preguntaban: “¿Cuál te gusta más, el durazno o la pera?”, y si respondía: “¡La pera!”, entonces pasaba a formar fila con el líder que había escogido ser una pera.

Después los lideres escogían en secreto ser una golosina: “Yo una perita”. “Yo un monterrico” y otra vez empezaba la ronda y de nuevo el atrapado debía escoger cuál caramelo de gustaba más y después a formar fila tras el líder de su preferencia. Y el juego continuaba hasta atrapar al último de la fila. El líder que había reunido más preferencias era el ganador, y con él todo el equipo, porque ahí estaban los que mejores gustos tenían.    
    
[La salta soga] 

Si alguien se aparecía con una soga se jugaba a "la salta soga" que era el juego predilecto de las mujeres. Se hacían varios equipos que generalmente estaban compuesto por dos miembros.  Las jugadoras entraban y salían cuando la soga estaba en lo alto. El batido podía ser “Frio” (lento), y a la orden de un Juez pasaba a ser “Caliente” (batido moderado) y luego se ordenaba la “Quema” (muy rápido). Si alguna jugadora por impericia o cansancio hacía que el batido de la soga se detuviera con alguna de las partes de su cuerpo, debía abandonar el juego, y así sucesivamente, de manera que la suerte del equipo quedaba en manos de la última, a quien, según se haya convenido previamente, podían batirle 30 o 50 veces en todas las velocidades, entonces todas gritaban contando: “Uno, dos, tres, cuatro cinco…..”. Si superaba el desafío, todas sus compañeras quedaban salvadas y ellas seguían de saltadoras, pero sino superaban la prueba, pasaban a ser las batidoras de la soga.

[Pakanki, pakanki] 

Otro juego que necesitaba solo de la imaginación que en abundancia se derramaba sobre esa edad, era el “Pakanki” que era un adjetivo de la palabra quechua “Paka” que significa escondite, un lugar secreto o algo oculto, pero para nuestro entender “pakanki” significaba “ocúltalo o hazlo perder”. Todos los jugadores nos sentábamos a la orilla de la vereda y alguien con el mismo juego de palabras: “Ca-de-na/ca-de-na/ti-ti-pop/….”, escogía a dos jugadores. El primero sería el encargado de hacer perder un objeto pequeño, podía ser una pepa de durazno, de pacae, un tiro o canica o simplemente una piedrita, y en segundo escogido era el encargado de adivinar qué niño tenía el objeto entre sus manos.

El primer escogido escondía el objeto entre las palmas de sus manos, mientras los demás jugadores los esperaban con las palmas de las manos también juntas como rezando, entonces comenzando del primero de la fila que hacían los sentados en la acera de la calle, introducía sus manos juntas en las palmas que abrían los jugadores, canturriando esta frase en quechua: “Pakanki, pakanki. Allinta mancata tikranqui” (Ocúltalo, ocúltalo y voltea bien la olla), y en una de ellas dejaba el objeto y seguía haciendo el mismo ademán para despistar, hasta que daba por terminada su misión. Entonces el segundo escogido tenía que adivinar cuál de todos los jugadores tenía entre sus manos el objeto, diciendo: “Lo tiene el Hugo”, si fallaba, entonces el ocultador decía el nombre del que lo tenía, recogía el objeto y empezaba otra vez el “Pakanki, pakanki…..”. Si el grupo era de hasta 10 jugadores podía seguir adivinando una vez más, pero si los jugadores eran más de 15 tenía hasta tres oportunidades, y si aun así fallaba el juego empezaba otra vez.

      Para este juego había que ser algo así como un psicólogo, pues si te tocaba ser el adivinador, primero debías mirar fijamente a las manos de cada uno de los niños y si notabas que alguien las movía, siquiera un poquito con algo de nervios, debías sospechar de él. Luego retornabas mirando fijamente a sus ojos y si notabas en alguno de ellos algo de nerviosismo, un gesto sospechoso o un rubor en el rostro, especialmente en el de las mujeres, te indicaba que uno de ellos lo tenía, entonces decías: “Lo tiene la América”, sino era ella, entonces era el siguiente. Cuando lograbas adivinar quién tenía el objeto perdido, tú pasabas a ser el que debía esconder el objeto repitiendo la cantaleta del “Pakanki, pakanki…..”, y el “chapado” pasaba a ser el adivinador.

Fotos: Ciro Víctor Palomino Dongo





.....////Continuará.......

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