[El ángel y el diablo]
Otro juego recurrente era el “Ángel y el diablo”, que consistía en escoger dentro del grupo un Juez con otro modo que teníamos para contar: “La-chin/la-chin/chui/des-de/la-puer-ta/san-mi-guel/¡ANGEL!". Luego con la misma cantinela se escogía al Ángel y al Diablo. Después todo el grupo convenía en jugar a los nombres de las frutas, pero también podía jugarse con los nombres de las verduras, los juguetes, las golosinas y otros objetos. Después todos los niños se acercaban al Juez para revelarle su nombre: “Yo soy el plátano”. “Yo quiero ser la mandarina”, Yo voy a ser la naranja” y así, hasta que todos tuvieran un nombre.
Otro juego recurrente era el “Ángel y el diablo”, que consistía en escoger dentro del grupo un Juez con otro modo que teníamos para contar: “La-chin/la-chin/chui/des-de/la-puer-ta/san-mi-guel/¡ANGEL!". Luego con la misma cantinela se escogía al Ángel y al Diablo. Después todo el grupo convenía en jugar a los nombres de las frutas, pero también podía jugarse con los nombres de las verduras, los juguetes, las golosinas y otros objetos. Después todos los niños se acercaban al Juez para revelarle su nombre: “Yo soy el plátano”. “Yo quiero ser la mandarina”, Yo voy a ser la naranja” y así, hasta que todos tuvieran un nombre.
Luego el ángel se acercaba al
juez diciendo: “¡El ángel viene con una bola de oro!” “¿Que desea?” preguntaba
el Juez. “¡Una fruta!” “¿Qué fruta?” preguntaba. “¡Un plátano!”. “¡Luis, sal!”
ordenaba el juez y Luis se convertía en ángel y se iba para su lado. A su turno
se acercaba el demonio diciendo; “¡El diablo viene con 7 mil cachos¡” “¿Que
desea?” preguntaba el Juez. “¡Una fruta!” “¿Qué fruta?” preguntaba. “¡Un
mango!” Sonia sal, y Sonia se convertía en diablo. Y así continuaba el
juego hasta que todas las frutas eran
pedidas. Pero si el ángel o el diablo pedía una fruta que no existía perdían el
turno, de modo que al final el ángel podía tener cuatro frutas y el diablo seis
o viceversa.
Después se trazaba una línea en
el suelo y el ángel con el diablo se tomaban de las manos y se jalaban
mutuamente. Si el ángel le ganaba haciendo que cruzara la línea el diablo, uno
de los niños del diablo se convertía en ángel, pero si ganaba el diablo ganaba
un diablito más. Si en este forcejeo el ángel y el diablo se cansaban podían
pedir la ayuda de uno de sus compañeros. Al final, si todos los niños eran
ganados por el ángel, todos se irían al cielo, pero si era el diablo el que
había ganado la partida, todos se irían al infierno bailando y cantando.
[Los cantaritos]
Otro juego que jugábamos, pero para distraer a los más pequeñitos del grupo, era uno que se llamaba: “Los cantaritos”, que consistía en reunirlos en una fila y llamarlos uno a uno por su nombre, entonces dos de los niños mayores que se les llamaba “los pesadores”, le ordenaba sentarse y cogerse las manos cruzando los dedos por detrás de las rodillas, ambos jueces debían percatarse que lo hicieran muy bien, y que sus bracitos quedaran como las asitas de un cántaro. Luego lo levantaban de las dos “asitas” y lo balanceaban contando: “Uno, dos, tres, cuatro…”, cuando el jorito se soltaba por el cansancio, se registraba su aguante diciéndole: “¡Pesas cinco!”. Luego se llamaba al siguiente niñito y se le “pesaba” igual, y así a todos. El jorito que más había “pesado”, era declarado ganador y se le premiaba con gran pompa y ceremonia, regalándole un caramelo, un pan, una humita o una fruta, que a nadie le faltaba en su casa.
Otro juego que jugábamos, pero para distraer a los más pequeñitos del grupo, era uno que se llamaba: “Los cantaritos”, que consistía en reunirlos en una fila y llamarlos uno a uno por su nombre, entonces dos de los niños mayores que se les llamaba “los pesadores”, le ordenaba sentarse y cogerse las manos cruzando los dedos por detrás de las rodillas, ambos jueces debían percatarse que lo hicieran muy bien, y que sus bracitos quedaran como las asitas de un cántaro. Luego lo levantaban de las dos “asitas” y lo balanceaban contando: “Uno, dos, tres, cuatro…”, cuando el jorito se soltaba por el cansancio, se registraba su aguante diciéndole: “¡Pesas cinco!”. Luego se llamaba al siguiente niñito y se le “pesaba” igual, y así a todos. El jorito que más había “pesado”, era declarado ganador y se le premiaba con gran pompa y ceremonia, regalándole un caramelo, un pan, una humita o una fruta, que a nadie le faltaba en su casa.
[A
correr como locos]
Cuando no había bola o soga, pero si muchas ganas de jugar, concursábamos a correr alrededor de la manzana que tenía más o menos 300 metros de distancia. Los corredores, hombres entre hombres y mujeres entre mujeres pero contemporáneos, debíamos correr desde el poste de la esquina, pero en direcciones contrarias a la voz de orden del organizador del juego, que simplemente se resumía en: “¡Uno, dos y tres!”, y los competidores prácticamente volaban. Ganaba el primero, que dándole la vuelta a la manzana, tocaba el poste de partida, pero no solo lo tocaba sino se abrazaba a él jadeando de puro cansancio.
Cuando no había bola o soga, pero si muchas ganas de jugar, concursábamos a correr alrededor de la manzana que tenía más o menos 300 metros de distancia. Los corredores, hombres entre hombres y mujeres entre mujeres pero contemporáneos, debíamos correr desde el poste de la esquina, pero en direcciones contrarias a la voz de orden del organizador del juego, que simplemente se resumía en: “¡Uno, dos y tres!”, y los competidores prácticamente volaban. Ganaba el primero, que dándole la vuelta a la manzana, tocaba el poste de partida, pero no solo lo tocaba sino se abrazaba a él jadeando de puro cansancio.
Nadie perdía de buena gana, pues
como el público no veía más que dos calles, es decir el de la partida y el de
la llegada, el perdedor podía disculpar su derrota alegando: “¡Un perro me ha
querido morder!”, “¡Me he tropezado con un borracho!” o “¡Me he caído por culpa
de una piedra!”, esto último era muy cierto, porque muchos le echaban a culpa a
la misma piedra zafada del rústico empedrado de esa vereda, pero con la
velocidad con que se desplazaban y la tenue luz amarillenta del pequeño foco que pendía de un alto poste,
no se veía casi nada.
[La paca-paca]
En esas noches también se jugaba a las escondidas o como nosotros lo llamábamos: la “paca-paca”, que consistía en que todos los jugadores menos uno, que era al que la suerte del “Ca-de-na/ca-de-na/ti-ti-pop/…”, lo había escogido, debían esconderse. Mientras estos buscaban su escondite, el buscador con los ojos mirando al suelo o hasta vendado debía contar hasta diez, veinte o treinta, según lo convenido. Cuando terminaba la cuenta salía a buscar a los escondidos, pero si lo notaban que estaba viendo la acción de los demás, debía repetir la cuenta.
En esas noches también se jugaba a las escondidas o como nosotros lo llamábamos: la “paca-paca”, que consistía en que todos los jugadores menos uno, que era al que la suerte del “Ca-de-na/ca-de-na/ti-ti-pop/…”, lo había escogido, debían esconderse. Mientras estos buscaban su escondite, el buscador con los ojos mirando al suelo o hasta vendado debía contar hasta diez, veinte o treinta, según lo convenido. Cuando terminaba la cuenta salía a buscar a los escondidos, pero si lo notaban que estaba viendo la acción de los demás, debía repetir la cuenta.
Después se afanaba en buscar a
los escondidos y si veía a algunos gritaba sus nombres: “¡Ya te vi Maruja,
estás detrás de la puerta!”, ¡Ya te vi Coco estás a la vuelta de la esquina!”,
etc., entonces los “chapados” (capturados) debían aparecerse del todo. El juego
terminaba cuando todos los escondidos habían sido capturados. Si a todos les
había gustado la partida, entonces el juego comenzaba de nuevo resultando como
el nuevo buscador, el jugador que había sido atrapado primero. No había límite
de jugadores.
[Ampay chanca la lata]
Otra variante de la “paca-paca” era el “Ampay chancalalata”, que consistía en que el buscador debía realizar la cuenta desde un lugar donde estaba un envase de lata vacía, luego dejando la lata en ese mismo lugar salía a buscar a los escondidos, si atrapaba en su escondite a alguno, debía correr hasta el lugar de la lata, tomar esta y chancarla haciendo bulla y gritando: “¡Ampay Maruja, estás detrás de la puerta!”, ¡Ampay Orlando estas a la vuelta de la esquina!” y los atrapados debían salir de su escondite y esperar que alguien los salve.
Otra variante de la “paca-paca” era el “Ampay chancalalata”, que consistía en que el buscador debía realizar la cuenta desde un lugar donde estaba un envase de lata vacía, luego dejando la lata en ese mismo lugar salía a buscar a los escondidos, si atrapaba en su escondite a alguno, debía correr hasta el lugar de la lata, tomar esta y chancarla haciendo bulla y gritando: “¡Ampay Maruja, estás detrás de la puerta!”, ¡Ampay Orlando estas a la vuelta de la esquina!” y los atrapados debían salir de su escondite y esperar que alguien los salve.
La salvada consistía en que
mientras el buscador estaba averiguando donde más estaría algún escondido,
alguien que salía de su escondite corría hasta el lugar donde estaba la lata,
la tomaba y chancaba gritando: “¡AMPAY,
SALVO A TODOS MIS COMPAÑEROS!” “¡AMPAY,
SALVO A TODOS MIS COMPAÑEROS!”, y el juego volvía a empezar y el buscador
repetir su rol. Pero si el salvador no lograba su propósito y le ganaba en la
carrera el buscador que tomando la lata al tiempo que la chancaba gritaba:
“Ampay Carlos”, el juego debía empezar nuevamente, pero esta vez el buscador
sería el salvador frustrado.
Desde la
distancia en que nos sitúa el tiempo, estos juegos parecieran que fueran muy
simples y hasta ociosamente repetitivos, pero su magia consistía en que para
nosotros eran muy serios, y eran tanto así, que metíamos en ellos todas
nuestras emociones: alegrías, cóleras, risas, ambiciones, sobresaltos, temores,
etc.
[Matan-tiru-tirula]
Alguna de esas noches las niñas jugaban al Matan-tiru-tirula, que consistía en formar un grupo de 10 o más niñas que tomadas de la mano en una fila tenían una madre, y del otro lado habían dos niñas que eran las empleadoras, entonces una de ellas se ponía frente a la fila saludando con voz cantarina:
Alguna de esas noches las niñas jugaban al Matan-tiru-tirula, que consistía en formar un grupo de 10 o más niñas que tomadas de la mano en una fila tenían una madre, y del otro lado habían dos niñas que eran las empleadoras, entonces una de ellas se ponía frente a la fila saludando con voz cantarina:
1ra. empleadora: -¡Buenos días su señoría! Todas en coro: -¡Matan-tiru-tirula!
La madre: -¿Qué quería su señoría? Todas en coro: -¡Matan-tiru-tirula!
1ra. empleadora: -¡Yo quería una de sus hijas! Todas en coro: -¡Matan-tiru-tirula!
A esta petición salía de la fila
una de las niñas adelantando un paso, y la madre preguntaba.
La madre: -¿De qué oficio la pondría? Todas en coro: -“¡Matan-tiru-tirula!”.
Si la niña no era de su agrado,
la empleadora contestaba.
1ra. empleadora: -¡La pondría de lavaplatos! Todas en coro:
-“¡Matan-tiru-tirula!”.
La madre: -¡Ese oficio no me gusta! Todas en coro:
-“¡Matan-tiru-tirula!”.
Y la niña volvía a la fila.
Y el juego volvía a repetirse,
hasta que una de las empleadoras, tenía delante de ella a una niña de su
agrado, y contestaba.
2da. empleadora: -¡La pondría de profesora! Todas en coro:
-“¡Matan-tiru-tirula!”.
La madre: -¡Ese oficio si me gusta! Todas en coro: -“¡Matan-tiru-tirula!”.
Y la niña pasaba al bando de
esta.
El juego volvía a repetirse,
hasta que los dos bandos quedaban en números pares. Entonces para definir al
equipo ganador, se trazaba una línea en el suelo, y las dos empleadoras se
tomaban de las manos, mientras que la niña que le seguía tomaba de la cintura a
su empleadora, y a esta la otra, hasta formar una cadena en ambos equipos. A la
cuenta de tres comenzaban a tirar con todas sus fuerzas. Ganaba el equipo que
hacía pasar la línea al otro o perdía el equipo cuya jefa se había soltado de
las manos de la otra líder.
Eso se notaba porque todo su bando se caía de espaldas. Si había ganas,
el juego continuaba, pero con la condición que no volvieran a armarse los
mismos equipos.
Fotos: Ciro Víctor Palomino Dongo.
.....////Continuará.......
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