Más tarde, cuando el rey de España vio que era muy grande el poder y el
territorio que había otorgado a esos adelantados y que en su lucha por el poder en estas tierras podían hacerle
perder aquella enorme y remota ganancia real, les hizo la guerra, los venció y
los sometió a su soberanía, creando el 20 de noviembre de 1542 el virreinato del Perú en reemplazo de las
gobernaciones entregadas a Pizarro y Almagro.
Más adelante en 1569 envió a Francisco de Toledo, el quinto de sus virreyes,
para reducir a los indígenas en pequeños poblados establecidos al modo de la
traza romana: Plaza Mayor rodeada de manzanas y calles que albergaban varias parcelas
con puertas a la calle. Allí, en esos vecindarios debían vivir, bajo pena de
muerte y despojo de sus chacras y animales, todos los habitantes de los ayllus
ubicados a una legua (5 o 6 kilómetros) a la redonda.
Aunque estos pueblos no funcionaron plenamente, la verdad fue que los
fundaron para saber con cuánta mano de obra contaban, y a cuántos debían cobrarles
los impuestos y convertirlos a la fe de su dios, para que así pudieran salvar
sus almas de los demonios que habitaban en los Apus, las huacas, las lagunas,
los ríos, las plantas, los animales, el mar océano, y también para librarlos de
los malos pensamientos que anidaban en sus salvajes adentros.
Así fundaron mi tierra, mi cuna, mi pacarina1. Lo hizo un Licenciado en Derecho llamado Nicolás
Ruiz de Estrada, nacido en Lima y regidor vitalicio de esa ciudad, nieto de
Bartolomé Ruiz de Andrade, piloto experto de Cristóbal Colón y uno de los trece
de la Isla del Gallo, el día 18 de enero del año 1572, el mismo día en que
Francisco Pizarro fundó en 1535 la “Ciudad de los Reyes”, (hoy Lima) que
después fue la capital de virreinato del Perú, y en su honor la llamó “Villa de
los Reyes”, y como además los indígenas de este valle adoraban a “Illapa” el
dios del rayo, lo llamó Santiago que era el apóstol que cabalgaba sobre los
cielos de España anunciando las tormentas, y para que se supiera donde quedaba
esta fundación le agregó: ABANCAY.
Así como a mí Villa de los Reyes de
Santiago de Abancay, a pesar de las penurias y riesgos que en esos tiempos significaba
un viaje al nuevo mundo, siguieron llegando durante los siglos XVI, XVII y
XVIII, a cientos de hermosos y productivos valles interandinos apurimeños, como
Cachora, Curahuasi, Huanipaca, Huancarama, Andahuaylas, Chincheros, etc., etc.,
miles de familias españolas salidas de los campos de Andalucía, Extremadura,
Castilla, León, Asturias, Galicia y otras regiones más, como los vascos,
portugueses, genoveses, alemanes, griegos, flamencos, y otros tantos que no declararon
su identidad y procedencia, trayendo consigo sus lenguas, sus dioses, sus creencias,
sus temores, sus supersticiones, sus vestimentas, sus comidas, su medicina, sus
conocimientos, sus herramientas, sus vacas, caballos, burros, ovejas, cabras, cerdos,
abejas, cepas de vid, higueras, naranjos, limoneros, manzanos, peras, duraznos,
ciruelos, cerezas, caña de azúcar, trigo, cebada y otras semillas, así como sus males y sus esperanzas.
Una parte de estos recién llegados eran parientes de los que ya moraban en
estas tierras, pero la mayoría vinieron animados por las buenas noticias que
llevaron a España los pocos que se hicieron ricos con el oro y la plata del
abatido imperio incaico. Todos llegaron al nuevo mundo con el deseo de
enriquecerse, mejorar su condición social o tener una mejor vida en tierras
peruanas.
La mayoría de estos emigrantes se
asentaron exitosamente en los pueblos fundados a la traza romana en tiempos de
la reducción de los indios ordenada por el virrey Francisco de Toledo, o en
aquellos que del mismo modo, fundaron los nuevos allegados, y si prosperaron fue
gracias a que contaron con la servidumbre gratuita de miles de indígenas.
A la usanza europea en cada pueblo no faltó el panadero, el herrero, el
molinero, el carpintero, el arriero que también se encargaba del servicio
postal, el talabartero, el sastre y las costureras, el tendero, el preceptor,
el albañil, la iglesia, el cura, el corregidor y la soldadesca; más tarde se
sumaron los agricultores, pastores, constructores, alfareros y tejedores
nativos y las chicheras. En los pueblos más importantes se construyó el local
del cabildo (ayuntamiento o consejo), el mercado de abastos y las posadas o
tambos. Tampoco faltaron los curanderos y las parteras de ambas culturas.
Con el correr de las centurias estos
pioneros, con o sin matrimonio, fueron más o menos mezclándose con los nativos
y variando sus comidas con las carnes y vegetales de estas tierras. Más
adelante al cabo de dos o tres generaciones modificaron sus propias costumbres
en función de los inmemoriales modos de explotación agrícola y ganadera de
estas tierras y praderas. Al final acabaron amamantándose en quechua, curándose
con las hierbas y pócimas de los nativos, y no pocas veces, sino adorando, por
lo menos temiendo las fuerzas, que aun en nuestros días, representan los “Apus” y las demás potencias naturales y sobrenaturales que aún
perviven en las profundidades del inconsciente colectivo andino.
Así, poco a poco, fueron amoldando su rusticidad europea a las nuevas
exigencias de estas altas montañas, aun cuando no habían alterado significativamente
el color de su piel, y por eso mismo, desde entonces y hasta ahora, no falta ni
faltará quienes reclamarán su herencia española, que en muchos casos sus mismos
apellidos, paternos o maternos: Hernández, López, Luna, Soto, Pérez, Garay,
Camacho, Palomino, etc., etc., lo dicen: fuerte y claro, y con los cuales se
identifican solemnemente, pues el apellido es una de las señas de identidad más
grandes que tenemos todos los hombres.
He conocido muchos de estos pueblos sumergidos en estos andes y olvidados
desde los tiempos de la administración colonial, pasando por la republicana,
donde la gente todavía es blanca, de pelo claro y ojos azules, verdes y grises,
pero con su toquecito andino, pues como dijera Ricardo Palma: “El que no tiene de inga, tiene de mandinga”.
Formidables quechua hablantes, pero sin dejar de hablar el castellano que es el
idioma en que se alfabetizan. Amantes de los huaynos que expresan todas su
alegrías y sus tristezas, y que lo interpretan con guitarras, mandolinas,
charangos y arpas europeas, pero también con quenas, cascabeles y tambores
nativos. Conozco sus bellas mujeres y sus hermosos vástagos.
Contrario a todo esto que pasaba en los valles interandinos, en las punas,
estos inmigrantes fundaron estancias para la crianza de vacas, ovejas, caballos,
llamas y alpacas, y en la soledad de aquellos fríos parajes fueron mezclándose
más y más con los nativos hasta hacerse prietos y más rústicos aun. Como dicen
sus parientes de los valles, se aindiaron,
pero no por eso renunciaron a su origen transoceánico, ni aun cuando habían
asumido apellidos quechuas que les llegaban de las deidades locales o como
ellos querían llamarse en esas altiplanicies.
Así tenemos a los Orcco, que salieron de las profundidades de los cerros o
que bajaron de sus alturas; a los Huamán que son los hijos de las águilas; a
los Condori, que descienden de los poderosos cóndores; los Ccollque, que son
los tenedores de la plata; etc. Magníficos apellidos que todo buen cholo
citadino debía pronunciarlo y darlo con orgullo, pero sin embargo, vergüenza
ajena, los esconden, abreviando sus apellidos así tenemos: un tal Wilberth C.
(C. de Condori) Saavedra o un Richard Miranda H. (H. de Huamán) o simplemente
Richard Miranda, como si no lo hubiera parido alguien.
Esa fue la sopa donde nos cocinamos los cholos de todas partes.
Los runas de los pueblos originarios, los descendientes de los que hace 20
mil años cruzaron el estrecho de Bering y que poco a poco hace 12 mil años
llegaron y se instalaron en esta parte de los andes, que todavía son muchos,
siguen sometidos a la ideología dominante que divide al mundo en blancos e
indios, buenos y malos, virtuosos y viciosos, hombres y la bestias, para justificar
la violencia ejercida sobre el hombre andino, la pérdida de su libertad, para
seguir tratándolos como objetos, como cosas sin derechos, sin dignidad, sin
tradición y sin cultura.
En medio de este caos, plagado de discriminación y exclusiones centenarias
y la extrema pobreza, muchos tuvieron que migrar a las grandes ciudades de la costa, para
ser la servidumbre barata de las casas, fábricas y negocios de los ricos y
poblar las barriadas y los que se quedaron, seguir siendo los condenados de
esta tierra. Ellos que fueron el barro con que se creó el Perú y los peruanos.
Después de la segunda mitad del siglo XX, yo crecí en un pueblo de estos,
pero que al tiempo de fundarse era un pueblo principal, corregimiento de
indios y cabecera de Curato y hasta
tenía un Convento de Nuestra Señora de la O (2) que en 1575 fundó la Orden de los Agustinos, como
lo es ahora, y era porque estaba cercado de grandes e importantes haciendas
cañaveleras que se llamaban San Miguel de Pachachaca, San Gabriel de Ninamarca,
Patibamba e Illanya con sus anexos Maucacalle y Sahuanay, donde se fabricaba el
mejor azúcar de todas las Américas, con la fuerza, el sudor, las lágrimas y la
vida de la servidumbre indígena y la maldición de negros esclavos, y que en su
momento fueron una muy importante fuente de ingresos para la corona española y
la república temprana.
Sobre estas haciendas Juan Bustamante en su obra: “Apuntes Observaciones
Civiles, Políticas y Religiosas con Noticias adquiridas en este segundo viaje a
la Europa”, hacia 1849, escribió:
"Salvado ya ese tan tremendo paso es preciso atravesar
algunos cañaverales, entrando luego en una cuesta con cuatro leguas de descenso
hasta llegar al pueblo de Abancay donde se ven otros muchos cañaverales é
ingenios de un azúcar muy estimado por su consistencia y su blancura. Es pueblo
bastante crecido; el vecindario muestra en su traje y en sus modales que goza
de un bien estar general, y que no desconoce las leyes de la civilización,
debida sin duda ninguna á varios de los principales señores argentinos allí
avecindados, los, cuales vinieron brindándome con sus casas y su fina amistad.
Su comercio de azúcares no está hoy tan en auge como hace algunos años por la
baratura en que ha venido á caer ese artículo cuyo beneficio y cultivo cuesta
sumas considerables, y no pocas víctimas entre los infelices jornaleros que
concurren de diversos puntos buscando trabajo, y que vienen á ganar en el valle
de Abancay unas tercianas mortíferas.
A esa
misma calamidad estan sujetos, (y aun acomete con mas fuerza), los que trabajan
en las haciendas inmediatas al río Pachachaca donde se ve un hermoso puente
cuyo anchor se estiende unas nueve varas, y sin mas que un arco ú ojo de
extraordinaria magnitud."
No quiero hablar de mi linaje, estirpe o casta, porque es como la de
cualquiera otro paisano, aunque algunos quieran darle a este hecho una
superlativa importancia para sentirse mejor de lo que están consigo mismos y/o
con los demás. Sobre este punto mi abuela materna que sabía lo que todas las
viejas cansadas de trabajar, parir, coser y cocinar decía, cuando algún paisano
se le aparecía con ínfulas de ser descendiente de nobles o hacendados:
“En este
pueblo solo existen cuatro raleas: la de las panaderas, de las costureras, de
las placeras y de las chicheras. El resto son chacareros, pastores, artesanos,
comerciantes, peones, abigeos, contrabandistas de alcohol, y los otros son los empleados,
aparceros, mejoreros, huacchilleros, yanaconas y huasipungos de las haciendas”.
Villa de los Reyes de Santiago de Amancay, hoy ciudad de Abancay
(Foto: Ciro Víctor Palomino Dongo)
Abancay, visto desde el cerro Quisapata
Foto: Ciro Víctor Palomino Dongo)
Así fundaron cientos de pueblos a la traza romana: Plaza Mayor, cuadras y calles
(Foto: Ciro Víctor Palomino Dongo)
Cruces cristianas sobre una apacheta andina
(Foto: Ciro Víctor Palomino Dongo)
1 Mi lugar de
origen.
2 La advocación de Nuestra Señora de la O, no es otra que
la Virgen de la Expectación o de la Esperanza del Parto. “O Sapientia, O Adonai, O Enmanuel… veni!”
No hay comentarios.:
Publicar un comentario