lunes, 10 de junio de 2019

EL TIEMPO DE OTRO TIEMPO (3)

Más tarde, cuando el rey de España vio que era muy grande el poder y el territorio que había otorgado a esos adelantados y que en su lucha por el poder en estas tierras podían hacerle perder aquella enorme y remota ganancia real, les hizo la guerra, los venció y los sometió a su soberanía, creando el 20 de noviembre de  1542 el virreinato del Perú en reemplazo de las gobernaciones entregadas a Pizarro y Almagro.

Más adelante en 1569 envió a Francisco de Toledo, el quinto de sus virreyes, para reducir a los indígenas en pequeños poblados establecidos al modo de la traza romana: Plaza Mayor rodeada de manzanas y calles que albergaban varias parcelas con puertas a la calle. Allí, en esos vecindarios debían vivir, bajo pena de muerte y despojo de sus chacras y animales, todos los habitantes de los ayllus ubicados a una legua (5 o 6 kilómetros) a la redonda.

Aunque estos pueblos no funcionaron plenamente, la verdad fue que los fundaron para saber con cuánta mano de obra contaban, y a cuántos debían cobrarles los impuestos y convertirlos a la fe de su dios, para que así pudieran salvar sus almas de los demonios que habitaban en los Apus, las huacas, las lagunas, los ríos, las plantas, los animales, el mar océano, y también para librarlos de los malos pensamientos que anidaban en sus salvajes adentros.   
    
            Así fundaron mi tierra, mi cuna, mi pacarina1. Lo hizo un Licenciado en Derecho llamado Nicolás Ruiz de Estrada, nacido en Lima y regidor vitalicio de esa ciudad, nieto de Bartolomé Ruiz de Andrade, piloto experto de Cristóbal Colón y uno de los trece de la Isla del Gallo, el día 18 de enero del año 1572, el mismo día en que Francisco Pizarro fundó en 1535 la “Ciudad de los Reyes”, (hoy Lima) que después fue la capital de virreinato del Perú, y en su honor la llamó “Villa de los Reyes”, y como además los indígenas de este valle adoraban a “Illapa” el dios del rayo, lo llamó Santiago que era el apóstol que cabalgaba sobre los cielos de España anunciando las tormentas, y para que se supiera donde quedaba esta fundación le agregó: ABANCAY.

            Así como a mí Villa de los Reyes de Santiago de Abancay, a pesar de las penurias y riesgos que en esos tiempos significaba un viaje al nuevo mundo, siguieron llegando durante los siglos XVI, XVII y XVIII, a cientos de hermosos y productivos valles interandinos apurimeños, como Cachora, Curahuasi, Huanipaca, Huancarama, Andahuaylas, Chincheros, etc., etc., miles de familias españolas salidas de los campos de Andalucía, Extremadura, Castilla, León, Asturias, Galicia y otras regiones más, como los vascos, portugueses, genoveses, alemanes, griegos, flamencos, y otros tantos que no declararon su identidad y procedencia, trayendo consigo sus lenguas, sus dioses, sus creencias, sus temores, sus supersticiones, sus vestimentas, sus comidas, su medicina, sus conocimientos, sus herramientas, sus vacas, caballos, burros, ovejas, cabras, cerdos, abejas, cepas de vid, higueras, naranjos, limoneros, manzanos, peras, duraznos, ciruelos, cerezas, caña de azúcar, trigo, cebada y otras semillas, así como sus males y sus esperanzas.

Una parte de estos recién llegados eran parientes de los que ya moraban en estas tierras, pero la mayoría vinieron animados por las buenas noticias que llevaron a España los pocos que se hicieron ricos con el oro y la plata del abatido imperio incaico. Todos llegaron al nuevo mundo con el deseo de enriquecerse, mejorar su condición social o tener una mejor vida en tierras peruanas.

            La mayoría de estos emigrantes se asentaron exitosamente en los pueblos fundados a la traza romana en tiempos de la reducción de los indios ordenada por el virrey Francisco de Toledo, o en aquellos que del mismo modo, fundaron los nuevos allegados, y si prosperaron fue gracias a que contaron con la servidumbre gratuita de miles de indígenas.

A la usanza europea en cada pueblo no faltó el panadero, el herrero, el molinero, el carpintero, el arriero que también se encargaba del servicio postal, el talabartero, el sastre y las costureras, el tendero, el preceptor, el albañil, la iglesia, el cura, el corregidor y la soldadesca; más tarde se sumaron los agricultores, pastores, constructores, alfareros y tejedores nativos y las chicheras. En los pueblos más importantes se construyó el local del cabildo (ayuntamiento o consejo), el mercado de abastos y las posadas o tambos. Tampoco faltaron los curanderos y las parteras de ambas culturas.

            Con el correr de las centurias estos pioneros, con o sin matrimonio, fueron más o menos mezclándose con los nativos y variando sus comidas con las carnes y vegetales de estas tierras. Más adelante al cabo de dos o tres generaciones modificaron sus propias costumbres en función de los inmemoriales modos de explotación agrícola y ganadera de estas tierras y praderas. Al final acabaron amamantándose en quechua, curándose con las hierbas y pócimas de los nativos, y no pocas veces, sino adorando, por lo menos temiendo las fuerzas, que aun en nuestros días,  representan los “Apus” y las demás potencias naturales y sobrenaturales que aún perviven en las profundidades del inconsciente colectivo andino.

Así, poco a poco, fueron amoldando su rusticidad europea a las nuevas exigencias de estas altas montañas, aun cuando no habían alterado significativamente el color de su piel, y por eso mismo, desde entonces y hasta ahora, no falta ni faltará quienes reclamarán su herencia española, que en muchos casos sus mismos apellidos, paternos o maternos: Hernández, López, Luna, Soto, Pérez, Garay, Camacho, Palomino, etc., etc., lo dicen: fuerte y claro, y con los cuales se identifican solemnemente, pues el apellido es una de las señas de identidad más grandes que tenemos todos los hombres.

He conocido muchos de estos pueblos sumergidos en estos andes y olvidados desde los tiempos de la administración colonial, pasando por la republicana, donde la gente todavía es blanca, de pelo claro y ojos azules, verdes y grises, pero con su toquecito andino, pues como dijera Ricardo Palma: “El que no tiene de inga, tiene de mandinga”. Formidables quechua hablantes, pero sin dejar de hablar el castellano que es el idioma en que se alfabetizan. Amantes de los huaynos que expresan todas su alegrías y sus tristezas, y que lo interpretan con guitarras, mandolinas, charangos y arpas europeas, pero también con quenas, cascabeles y tambores nativos. Conozco sus bellas mujeres y sus hermosos vástagos.

Contrario a todo esto que pasaba en los valles interandinos, en las punas, estos inmigrantes fundaron estancias para la crianza de vacas, ovejas, caballos, llamas y alpacas, y en la soledad de aquellos fríos parajes fueron mezclándose más y más con los nativos hasta hacerse prietos y más rústicos aun. Como dicen sus parientes de los valles, se aindiaron, pero no por eso renunciaron a su origen transoceánico, ni aun cuando habían asumido apellidos quechuas que les llegaban de las deidades locales o como ellos querían llamarse en esas altiplanicies.

Así tenemos a los Orcco, que salieron de las profundidades de los cerros o que bajaron de sus alturas; a los Huamán que son los hijos de las águilas; a los Condori, que descienden de los poderosos cóndores; los Ccollque, que son los tenedores de la plata; etc. Magníficos apellidos que todo buen cholo citadino debía pronunciarlo y darlo con orgullo, pero sin embargo, vergüenza ajena, los esconden, abreviando sus apellidos así tenemos: un tal Wilberth C. (C. de Condori) Saavedra o un Richard Miranda H. (H. de Huamán) o simplemente Richard Miranda, como si no lo hubiera parido alguien.

Esa fue la sopa donde nos cocinamos los cholos de todas partes.

Los runas de los pueblos originarios, los descendientes de los que hace 20 mil años cruzaron el estrecho de Bering y que poco a poco hace 12 mil años llegaron y se instalaron en esta parte de los andes, que todavía son muchos, siguen sometidos a la ideología dominante que divide al mundo en blancos e indios, buenos y malos, virtuosos y  viciosos, hombres y la bestias, para justificar la violencia ejercida sobre el hombre andino, la pérdida de su libertad, para seguir tratándolos como objetos, como cosas sin derechos, sin dignidad, sin tradición y sin cultura.

En medio de este caos, plagado de discriminación y exclusiones centenarias y la extrema pobreza, muchos tuvieron que migrar a las grandes ciudades de la costa, para ser la servidumbre barata de las casas, fábricas y negocios de los ricos y poblar las barriadas y los que se quedaron, seguir siendo los condenados de esta tierra. Ellos que fueron el barro con que se creó el Perú y los peruanos.

Después de la segunda mitad del siglo XX, yo crecí en un pueblo de estos, pero que al tiempo de fundarse era un pueblo principal, corregimiento de indios  y cabecera de Curato y hasta tenía un Convento de Nuestra Señora de la O (2) que en 1575 fundó la Orden de los Agustinos, como lo es ahora, y era porque estaba cercado de grandes e importantes haciendas cañaveleras que se llamaban San Miguel de Pachachaca, San Gabriel de Ninamarca, Patibamba e Illanya con sus anexos Maucacalle y Sahuanay, donde se fabricaba el mejor azúcar de todas las Américas, con la fuerza, el sudor, las lágrimas y la vida de la servidumbre indígena y la maldición de negros esclavos, y que en su momento fueron una muy importante fuente de ingresos para la corona española y la república temprana.

Sobre estas haciendas Juan Bustamante en su obra: “Apuntes Observaciones Civiles, Políticas y Religiosas con Noticias adquiridas en este segundo viaje a la Europa”, hacia 1849, escribió:

"Salvado ya ese tan tremendo paso es preciso atravesar algunos cañaverales, entrando luego en una cuesta con cuatro leguas de descenso hasta llegar al pueblo de Abancay donde se ven otros muchos cañaverales é ingenios de un azúcar muy estimado por su consistencia y su blancura. Es pueblo bastante crecido; el vecindario muestra en su traje y en sus modales que goza de un bien estar general, y que no desconoce las leyes de la civilización, debida sin duda ninguna á varios de los principales señores argentinos allí avecindados, los, cuales vinieron brindándome con sus casas y su fina amistad. Su comercio de azúcares no está hoy tan en auge como hace algunos años por la baratura en que ha venido á caer ese artículo cuyo beneficio y cultivo cuesta sumas considerables, y no pocas víctimas entre los infelices jornaleros que concurren de diversos puntos buscando trabajo, y que vienen á ganar en el valle de Abancay unas tercianas mortíferas.

            A esa misma calamidad estan sujetos, (y aun acomete con mas fuerza), los que trabajan en las haciendas inmediatas al río Pachachaca donde se ve un hermoso puente cuyo anchor se estiende unas nueve varas, y sin mas que un arco ú ojo de extraordinaria magnitud."

         No quiero hablar de mi linaje, estirpe o casta, porque es como la de cualquiera otro paisano, aunque algunos quieran darle a este hecho una superlativa importancia para sentirse mejor de lo que están consigo mismos y/o con los demás. Sobre este punto mi abuela materna que sabía lo que todas las viejas cansadas de trabajar, parir, coser y cocinar decía, cuando algún paisano se le aparecía con ínfulas de ser descendiente de nobles o hacendados:

 “En este pueblo solo existen cuatro raleas: la de las panaderas, de las costureras, de las placeras y de las chicheras. El resto son chacareros, pastores, artesanos, comerciantes, peones, abigeos, contrabandistas de alcohol, y los otros son los empleados, aparceros, mejoreros, huacchilleros, yanaconas y huasipungos de las haciendas”.

Villa de los Reyes de Santiago de Amancay, hoy ciudad de Abancay
(Foto: Ciro Víctor Palomino Dongo) 

Abancay, visto desde el cerro Quisapata 
Foto: Ciro Víctor Palomino Dongo)

Así fundaron cientos de pueblos a la traza romana: Plaza Mayor, cuadras y calles
(Foto: Ciro Víctor Palomino Dongo)

Cruces cristianas sobre una apacheta andina
(Foto: Ciro Víctor Palomino Dongo)



1 Mi lugar de origen.
2 La advocación de Nuestra Señora de la O, no es otra que la Virgen de la Expectación o de la Esperanza del Parto. “O Sapientia, O Adonai, O Enmanuel… veni!”

jueves, 6 de junio de 2019

EL TIEMPO DE OTRO TIEMPO (2)

Además ese mi lugar está rodeado por un río llamado Mariño, pero que los runas de otros tiempos nombraban “Amancay-mayu”, que baja de una alta laguna llamada Rontoccocha, porque tiene la forma de un huevo y por el lugar donde nace el sol; y, de otro muy grande y caudaloso que nos llega de las grandes y lejanas punas de la provincia de los aymaraes, que en tiempos de los incas se le llamaba Aukapanamayu que significa el “río de la hermana rebelde”, pero que ahora lo llaman Pachachaca, porque antes de la llegada de los españoles, las inmediaciones del antiguo puente incaico de pacpas y criznejas se llamaba “Pachakchacra” (cien chacras). Este río pone fin al valle, separando hombres, pueblos y costumbres, para finalmente confundir sus aguas en el caudaloso y rugiente río Apurímac (El poderoso que habla).

            De los libros aprendí que mi valle no era el único, ni mi río Pachachaca, pues desde que en la era Cenozoica las placas tectónicas de Cocos, Nazca y la Antártica, levantaron la cordillera de los andes, se definieron en mi departamento tres enorme ríos, uno que se llama río Pampas que tiene su origen en laguna Choclococha que está ubicada entre los distritos de Santa Ana y Pilpichaca de las provincias de Castrovirreyna y Huaytara del departamento de Huancavelica y que pasando por el departamento de Ayacucho desemboca sus aguas en el río Apurímac.

Otro que es mi río Pachachaca, que nace en el cerro Chucchurana, con el nombre de río Collpa, y que más adelante se llama río Cotaruse hasta confluir con el río Aparaya, desde donde toma el nombre de río Chalhuanca, hasta unirse en el paraje llamado Sutcunga con el río Antabamba que arribando por su margen derecha lo bautiza con el nombre de río Pachachaca, denominación que conserva hasta que hunde sus aguas en el gran río Apurímac.

El gran río Apurímac que naciendo en el Nevado Mismi de la cordillera de los andes que atraviesa Arequipa y Cusco, recorre las regiones de Cusco, Apurímac y Ayacucho, para después de mesclar sus aguas con el rio Mantaro que viene desde Junín llamarse río Ene y este nuevo torrente luego de juntarse con el río Perené forman el río Tambo y este al unirse con el río Urubamba dar lugar al nacimiento del río Ucayali que sumando sus aguas al río Marañón forman el gran río Amazonas, el más largo y caudaloso del mundo.

De este poderoso río Apurímac el Inca Garcilaso de la Vega, decía:

“Es el mayor río que hay en el Perú; los indios le llaman Apurímac; quiere decir: el principal, o el capitán que habla, que el nombre apu tiene ambas significaciones, que comprende los principales de la paz y los de la guerra. También le dan otro nombre, por ensalzarle más, que es Cápac Mayu: mayu quiere decir río; Cápac es renombre que daban a sus Reyes; diéronselo a este río por decir que era el príncipe de todos los ríos del mundo”. (Comentarios Reales de los Incas)

            De este salvaje río, el gran peruano José de la Riva Agüero, en su centenaria obra: “Paisajes Peruanos”, dijo:

“La cuesta es empinadísima, entre rocas y achaparradas malezas. A medida que avanzamos, se espesa el aire, aumenta el bochorno, y descubrimos lajas enhiestas, lisas como murallas, que se abren hendidas por un tajo soberbio. Diríase que descendemos a la cripta de un rey sobrehumano. Aún no oímos la corriente. De pronto, en una revuelta del camino, un fragor indecible nos asorda; y entre obscuros y desmesurados bastiones, graníticos y calcáreos, relumbra el Apurímac, a modo de una grande espada curva. A veces el clamor remeda el rugir de una fiera herida; otras, repercutiendo en las quiebras peñascosas, imita el redoblar de los tambores o el rodar incesante de innumerables máquinas de guerra. En este momento acuden a mi memoria versos de Manuel Adolfo García, que leí en mi niñez. Dicen:

……..las juguetonas
sirenas del Apurímac.

¡Cómo ignoraron y falsearon nuestros románticos la verdadera fisonomía del paisaje peruano! Este foso de piedra profundísimo, en el que hierve el caudal espumante de las aguas, a nadie puede ofrecerle imágenes de juego y de blandura: es un cuadro de salvaje belleza, de exaltación siniestra, suscitador de un sombrío frenesí.”

            Los antiguos moradores de esta región debieron construir un sinnúmero de puentes colgantes para pasar ellos, sus animales y el fruto de sus cosechas sobre las torrentosas aguas de los ríos Apurímac, Pachachaca y Pampas y para ello tuvieron que fabricar una infinidad de cuerdas y maromas a base de cabuya y paja, que en su idioma nativo se llama “q'eswa” o soga torcida, y por extensión a los torcedores de estas sogas les llamaron: “q'eswas” y de allí nos nació el gentilicio de los “Quechuas”, que fue el pueblo originario sobre el que se fundó y construyó el imperio de los incas, y la lengua de estos “quechuas”, que poblaron los valles y las punas ubicadas entre el río Apurímac y el río Pampas, pasó a ser el idioma oficial del Tahuantinsuyo.

            De otros libros aprendí que la historia de este país nunca dejará de parecerse a una fábula, porque las crónicas de esos tiempos dicen que Francisco Pizarro junto a más o menos 180 españoles y 39 caballos, también españoles, conquistaron el Tahuantinsuyo, apresaron al Inca Atahualpa, que a pesar de haber pagado mucho oro para que lo dejaran vivo, igual nomás lo mataron el día 26 de julio de 1533 en la Plaza de Cajamarca, acusado de asesinar a su hermano Huáscar. A los que llegaron después para asegurar la conquista y ser parte de la administración colonial, les encomendaron las tierras y las almas de los indígenas, para que con sus cuerpos hicieran lo que les viniera en gana.


Río Mariño, llamado antiguamente "Amancaymatu" 
(Foto: Ciro Víctor Palomino Dongo)

Río Pachachaca, llamado en tiempo de los incas "Aukapanamayu" o 
"Río de la hermanda rebelde (Foto: Ciro Víctor Palomino Dongo)

Río Apurímac (Foto: Ciro Víctor Palomino Dongo)

Río Pampas pasando por Chincheros (Foto Internet)

martes, 4 de junio de 2019

EL TIEMPO DE OTRO TIEMPO (1)

           He querido abrir los archivos de su memoria, trayéndoles, poco a poco, algunos recuerdos de mi primera infancia y la que le siguió hasta que acabé mi educación primaria en la ciudad de Abancay – Apurímac – Perú,  que transcurrió entre 1958 a 1963, y que también es la niñez de toda una generación.

          Seguramente a la edad que tengo se me han olvidado mucho de esos años maravillosos, pero eso no quiere decir que deba olvidarse todo. Si alguno que se digne en leer estas remembranzas tiene algo que agregar, le ruego que lo haga, antes que se olviden del todo. GRACIAS.  


“El pasado nunca se va,
le gusta esconderse
en la música, en la calle,
en los sueños,
en los recuerdos,
en la vida”
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            Yo nací y crecí en el mundo de un pueblo sumergido en lo profundo de un gran valle que en tiempo de los incas se le llamaba “Amancay” y fue testigo de ese nombre Inca Roca (1350-1380), el sexto Gobernante del imperio incaico, cuando en su afán de conquista: “….Llegó al valle Amáncay, que quiere decir azucena, por la infinidad que de ellas se crían en aquel valle. Aquella flor es diferente en forma y olor de la de España, porque la flor amáncay de forma de una campana y el tallo verde, liso, sin hojas y sin olor ninguno. Solamente porque se parece a la azucena en los colores blanca y verde, la llamaron así los españoles. De Amáncay echó a mano derecha del camino hacia la gran cordillera de la Sierra Nevada, y entre la cordillera y el camino halló pocos pueblos, y ésos redujo a su Imperio. Llámanse estas naciones Tacmara y Quiñualla…..”. (Comentarios Reales de los Incas. Inca Garcilaso de la Vega. 1609), y de aquel que el Padre Reynaldo de Lizarraga (1605), escribió: “….Más adelante se sigue el valle nombrado Amancay por unas flores olorosas blancas que en él nacen en abundancia, así llamadas. Este río nunca se vadea; tiene puente de cal y canto….,”. (Descripción breve de toda la tierra del Perú). Más tarde con el mal hablar y entender de los españoles respecto de los topónimos nativos o el aprendizaje del castellano por los indios mestizos, acabó llamándose: ABANCAY, a secas.

A este amplio valle lo bañan cinco pequeños ríos estacionales que discurren dentro de unas quebradas que se llaman Ñacchero, Ullpuhuayco, Sahuanay-Olivo, Kolkaqui-Condebamba y Marcahuasi, y que bajan desde una montaña nevada que los lugareños llaman muy respetuosamente “Apu” Ampay, que según antiguas leyendas, esta y otras montañas nevadas eran seres prodigiosos, dotados de conciencia y conocimiento, gracias a que recibían la energía que les llegaba desde las lejanas estrellas. Al pie de estos poderosos dioses ancestrales, coronados de nieves perpetuas se formaban las grandes lagunas y los riachuelos que atravesando los valles interandinos acabarían alimentando los caudalosos ríos que correrían a sus pies hasta llegar a los lejanos mares.

En sus faldas se formaron y crecieron enormes bosques para albergar la vida de las plantas y animales. En aquellos tiempos inmemoriales, eran estos dioses primordiales los que producían las lluvias, los rayos, los relámpagos, los truenos, las nevadas, el granizo, los fuertes vientos, los arco iris, pero también las inundaciones, las sequías y los huaycos.

Ese “Apu” nuestro no está solo, le acompañan “Apus” menores como el Soccllaccasa, el Ccorahuire y el Quisapata, que vistos desde la distancia y según la estación pueden ser verdes, marrones o azules. Las gentes de estos pueblos señalan que estos Apus son los dueños de los animales salvajes y de las plantas que nos curan, pero además son los guardianes de la vida en todas sus formas y tamaños.

"Apu" Ampay (Foto: Ciro Víctor Palomino Dongo)

Vista panorámica de la ciudad de Abancay desde el Oeste 
(Foto: Ciro Víctor Palomino Dongo)

viernes, 8 de febrero de 2019

NOSOTROS LOS ABANQUINOS: MARIA DELFINA DUQUE MATTASOGLIO




Nació en la ciudad del Cusco el día 19 Abril 1908 y murió en la hacienda Tambobamba del distrito de Huanipaca el día 25 de febrero de 1953 a la edad de 45 años.

Sus padres fueron don Alberto Duque nacido en el Cusco en el año 1888, quien contrajo matrimonio el día  20 de mayo 1907 con doña Cesárea Mattasoglio, nacida en la ciudad de Abancay en el año de 1886. Este matrimonio tuvo dos hijos más, a saber:

-   Pedro María Duque Matasoglio, que nació en el Cusco el día 18 de mayo de 1909, y murió en la misma ciudad, el día marzo 1987 a la edad de 77 años. Contrajo  matrimonio con doña Dora Margarita García del Carpio; y

-   La señorita Leonor Elvira Duque Mattasoglio, que nació en la ciudad de Cusco en el año 1912 y murió en esa misma ciudad en el año 1936, a la temprana edad de 24 años.

            El matrimonio Duque Mattasoglio fueron los penúltimos propietario de la otrora poderosa hacienda cañaveral Tambobamba ubicada en el distrito de Huanipaca de la provincia de Abancay, que en la época de los incas fueron extensos cocales, y en tiempos de la colonia hacia el siglo XVII, fue propiedad de Juan Salas y Valdez, vecino principal del Cusco, y hacia el siglo XVIII estuvo vinculada a las propiedades del marqueses de Valleumbroso del Cusco.

Casa- Hacienda de Tambobamba


En la primera mitad del siglo XX, ya en poder de los Duque-Mattasoglio, buenas parte de sus tierras estaba dedicada a la crianza de ganado de las razas Santa Gertrudis y Brown Swiss, ovinos de la raza Merino y renombrados caballos peruanos de paso, que llegaron a venderse en los EE.UU.

Más adelante, dentro del proceso de Reforma Agraria fue afectada y expropiada en una extensión superficial de 5,559 hectáreas y adjudicada a la Cooperativa Agraria de Producción "Tambobamba" Limitada Nº 030-B-VII. Posteriormente se rescindió totalmente el Contrato de Compra-venta otorgado a favor de la acotada empresa asociativa agraria, revirtiendo la totalidad del predio a dominio del Estado Peruano, para su posterior adjudicación en Unidades Agrícolas Familiares o Unidades Agrícolas Ganaderas a sus poseedores.

No se conoce con certeza las circunstancias del deceso de María Delfina, solo se sabe que fue en la hacienda Tambobamba del distrito de Huanipaca de la provincia de Abancay.

Según los vecinos de la casa-hacienda de Tambobamba
esta sería la habitación donde habría sido recluida

Sobre la vida y muerte de este personaje existe un mito, que en diferentes versiones orales, corre entre los pobladores de Abancay y Huanipaca, y está referido a los supuestos sufrimientos que esta señorita padeció por parte de sus familiares, cuyo origen estaría en el hecho de haberse enamorado de un apuesto joven cusqueño, que no convenía a los intereses de su familia, y como ella había decidido casarse en secreto fue confinada a vivir encerrada en una habitación de la casa-hacienda Tambobamba, donde dicen que soportó las privaciones de una alimentación adecuada e incluso a vivir semidesnuda, para que no pudiera escaparse. Pero que gracias a su natural vocación de mujer piadosa y su enorme devoción por nuestro Señor Jesucristo, pudo sobrellevar sus muchas pesadumbres. A la larga esos maltratos mermaron su salud y murió de una pulmonía.

Esta es una imagen cuya autoría se adjudica a María Delfina

Algunos pobladores de Huanipaca relatan -como si fuera cierto- que su mfierer o de su civivir encerrada en un cuarto de la hacienda Tambobamba donde sufriayor pesar fue soportar el asesinato de su joven enamorado a manos de sus parientes familiares, cuando este se apareció por las inmediaciones de la hacienda para rescatarla de aquel  abusivo secuestro.

También cuentan que producida su muerte, fue sepultada en la capilla de hacienda Tambobamba, pero cuando numerosos lugareños comenzaron a venerarla como a una mártir cristiana por todos los padecimientos que en vida tuvo que soportar, sus familiares optaron por trasladar sus restos mortales al Cementerio General de la ciudad de Abancay.

Capilla de la ex hacienda Tambobamba 

Pero sus familiares no pudieron lograr que los vecinos de Huanipaca la olvidaran, más bien los pobladores de Abancay y sus alrededores se sumaron a sus fieles devotos, dizque por los milagros que concede a las personas que con mucha fe y ante su tumba le suplican. 

A pesar de los muchos testimonios sobre estos prodigios aún no ha alcanzado el grado de beata”[i] (Bienaventurada), porque aún no se ha pronunciado la Iglesia Católica en ese sentido para que su culto público sea un hecho aceptado por ese credo.

En razón de no disponerse de una imagen, sus devotos la llaman “La almita Delfina”, y a la actualidad tiene un lugar especial y muy visitado en ese camposanto, donde sus fieles nunca le hacen faltar oraciones, flores y velas en su tumba.









[i] Beato es actualmente el título que se concede a un siervo de Dios por decisión del Papa, concluido el proceso de beatificación, que declara solemnemente que ha vivido de modo heroico las virtudes y se ha producido al menos un milagro, o que su muerte se ha producido por odio a la fe y se considera martirio.

viernes, 25 de enero de 2019

NOSOTROS LOS ABANQUINOS: JOSE CIRILO TRELLES PEREZ





Como no tenemos una imagen de este personaje abanquino  
hemos puesto una vista  panorámica de las haciendas 
Illanya, Pachachaca y al fondo San Gabriel


El prominente hacendado cusqueño Juan Antonio Trelles Cáceres, dueño de las haciendas Pincos, Sotccomayo y Cavira de la provincia de Andahuaylas, contrajo matrimonio con doña María Antonia Montes, con la que tuvieron cinco hijos: Juan Antonio Trelles Montes, Efraín Trelles Montes, Óscar Trelles Montes,[1]Federico Trelles Montes (dueño de la hacienda Amoray en la provincia de Aymaraes) y Plácida Trelles Montes casada con Hans Joaquín Duda (últimos dueños de la hacienda Pincos).

        Sobre los orígenes de la familia Trelles Montes en Apurímac, Harald O. Skar en su libro “Gente del valle caliente”[2][ii], nos refiere lo siguiente:

“Durante el periodo colonial clásico (1569-1700) la propiedad original o encomienda, se convirtió en corregimiento. Bajo los virreyes de los Borbones (1700-1821) fue designado un partido. Finalmente, la encomienda original devino una provincia durante la república (1823- ). Sin embargo, en los tiempos republicanos, la propiedad original había sido dividida en las varias haciendas que encontramos en la época de la Reforma Agraria de 1969. Aunque eran propiedades nominalmente independientes, algunas de estas haciendas habían sido administradas como una sola empresa. Este fue mayormente el caso bajo los jesuitas hasta que es tos fueron expulsados de la tierra a comienzos del siglo XIX, momento en el cual las familias oligárquicas de los Andes se apropiaron de ellas.

Sabemos de un viaje hecho en la década de 1640 por Don Vasco de Contreray (Contreras?) y Vaberde (Valverde?) (Jiménez de la Espada 1956: 14) que se habían establecido grandes plantaciones de caña de azúcar en el valle de Pincos en la época de los jesuitas. Por el diario de viaje de José María Blanco (1834) sabemos que las familias de hacendados continuaban con esta forma de producción (ver Capítulo IV). En la misma fuente es mencionado don Ignacio Samanez como el dueño de la hacienda Colpa y don Toribio Mendieta como el propietario de Pincos. En esta época el cura de Abancay se dice que era un Dr. Miguel Aranívar. Fueron los descendientes de los Aranívar quienes llegaron a ser los dueños de la hacienda Palmira. Las haciendas Colpa, Pincos y Palrnira están todas (como hemos visto en el capítulo IV) en operación hoy día en el Valle de Pincos (como cooperativas).

Es cuando la familia Trelles-Montes vino por primera vez al valle que nosotros podemos hablar de nuevo de una empresa unida a gran escala, aunque de un tipo diferente a la encomienda. El control sobre los recursos del valle ya no estaba en las manos de una sola persona, sino más bien en las manos de un grupo extendido de parientes (ver la tabla genealógica en la siguiente página). Los Trelles-Montes eran descendientes de la Condesa de Valdelirios Escolástica de Segura y Aldasaval, y del Juez de la Corte Superior del Cuzco Dr. Pedro José Montes. Ambos eran de familias cuzqueñas muy ricas, pero cuando las oportunidades se les presentaron en el vecino departamento de Apurímac, ellos se trasladaron. Durante las tres últimas generaciones la familia se había lentamente establecido llegando a la cima del poder aproximadamente tan tarde como 1950. En esta época ellos eran una de las familias más ricas del departamento de Apurímac, con una concentración de sus propiedades e influencia en Abancay. Sin embargo, a comienzos del siglo ellos ya habían dominado inmensas extensiones de tierras. La evidencia nos la da un informante que relata como en su juventud él había recibido el encargo de conducir algún ganado de la Hacienda Pincos al sur del departamento de Apurímac. Después de pastear el ganado por cuatro días, cuando se estaba aproximando a su destino, él fue atacado por ladrones. Él les grito diciendo que el ganado que ellos estaban tratando de robar pertenecía a su propio hacendado, Antonio Trelles (hacendado aproximadamente de 1860 a 1910), y que ellos serían castigados si le robaban. Los ladrones lo dejaron ir, temerosos de los castigos que podría n sufrir a manos de su patrón.

El terror a la ira del hacendado estaba particularmente extendido entre los indios que sirvieron Antonio Trelles, quien tenía una reputación de crueldad. Una historia del valle relata como su crueldad lo llevó finalmente a su caída. Una vez un grupo de matapuqueños se pusieron tan furiosos con la crueldad de Antonio Trelles que decidieron matarlo. De algún modo Trelles se enteró del complot y consiguió huir, oculto en una canasta de aves. Sin embargo, los matapuqueños lo descubrieron y lo asesinaron por el camino. En memoria de este evento toda una familia de matapuqueños tomaron el nombre de Yuto (un faisán, un ave que es a menudo enjaulada y que los aldeanos aprecian mucho).”


Fuera de este matrimonio fue concebido J. Cirilo Trelles Pérez, que según testimonios de las gentes de Abancay, habría nacido en la hacienda de Pincos del distrito de Huancarama. Ya de adulto contrajo matrimonio con doña Mercedes Gamboa Ibarra. Pero en buena cuenta nadie sabe a ciencia cierta, porque no hay documento que lo confirme, dónde y cuándo nació o murió.

A parte de estos detalles, sólo conocemos que inició su periplo de terrateniente con la adquisición de la pequeña hacienda denominada Pampatama Baja, ubicada en el distrito de Tintay de la provincia de Aymaraes, de apenas 169.00 hectáreas, que si bien era pequeña, tuvo el beneficio de que casi toda su extensión estaba bajo riego, y que gracias a eso en su momento era una prospera hacienda cañavelera, donde se fabricaba grandes volúmenes de aguardiente de caña.

Además en esta hacienda se engordaba casi todo el ganado vacuno que criaban las comunidades de los distritos de San Juan de Chacña, Tintay y Lucre, que luego eran conducidos a los camales de la ciudad de Lima. Cabe señalar que en los años 70' esta hacienda fue afectada y expropiada por el proceso de Reforma Agraria del Decreto Ley Nº 17716 y adjudicada a la Comunidad Campesina de Tintay.

Lo que si podemos enfatizar es que gracias a esos dineros y sus habilidades financieras, poco a poco, comenzó a adquirir las famosas haciendas del valle de Abancay, que para el momento en que él las adquiría prácticamente se encontraban en la ruina financiera.



La principal causa de esta debacle fue que una vez inaugurada la carretera Abancay – Puquio – Nazca – Lima, los colonos, yanaconas, aparceros, arrendires, allegados, mejoreros, precarios y huacchilleros, obligados a la prestación de servicios personales sin retribución salarial, por el usufructo de las tierras de las haciendas, comenzaron a migrar principalmente a las principales ciudades y haciendas de los departamento de Lima e Ica donde si podían acceder a un salario por su trabajo.

Como ya dejó de existir en estas haciendas la mano de obra gratuita que le proporcionan esta servidumbre, sumado al hecho que a nuestra región comenzó a llegar en grandes cantidad el alcohol más barato que producían los ingenios de las grandes haciendas cañaveleras del norte de la costa, dio como resultado que las haciendas de Abancay y Apurímac comenzaran a colapsar económicamente y a malbaratarse.

Esa situación fue hábilmente aprovechada por nuestro personaje, en la siguiente medida.

En 1940, J. Cirilo Trelles y su esposa doña Mercedes Gamboa de Trelles, aparecen como propietarios de la Hacienda San Gabriel de Ninamarca, esta situación se mantiene hasta el año 1949, cuando la persona jurídica denominada “Negociación Agrícola Cirilo Trelles”, integrada además por J. Trelles Montes y Walter Hauspach, pasaron a ser propietarios de la mencionada hacienda valorizada 2’490,000 soles. Más adelante por orden del Segundo Juzgado en lo Civil del Cusco, se inscribe el mayor valor de esta hacienda y su Anexo Chinchichaca por el monto de 4’482,846.33 soles.

Luego fue la hacienda Patibamba, de la Sociedad Agrícola Ganadera Patibamba S.A. de los señores Carlos de Luchi Lomellini, Dolores Pretriconi de Carenzi, José Emilio Carenzi Galezi  y Juan Luchi Lomellini, quienes asumieron su propiedad a partir del año 1940, que para ese entonces estaba valorizada en 450,000 soles. En 1944, esta sociedad hipotecó la hacienda al Banco Hipotecario. Probablemente la sociedad no pudo deshipotecarla, así que en el año 1947, J. Cirilo Trelles Pérez, integrándose a la sociedad, se subroga en la hipoteca, y a su vez, la hipoteca al mismo banco por 450,000 soles, para pagar a sus socios y hacerse dueño de la misma.


Después fue hacienda Pachachaca, que en el año 1932 era la propiedad de Antonio Araoz y Atuza y su esposa Mercedes Cereceda, inmueble que heredaron sus hijos María Cristina de las Mercedes Letona Zereceda y José Aurelio Antonio Letona Zereceda, que en 1947, constituyeron la persona jurídica Negociación Letona y Cia., cuyo representante legal fue J. Cirilo Trelles, que en 1949, luego de sanear su documentación, junto a la hacienda Illanya, paso a ser propiedad de J. Cirilo Trelles y esposa Mercedes Gamboa Ibarra.   

Así en menos de una década José Cirilo Trelles Peña, se hizo propietario de las más grandes e históricas haciendas de los valles de Abancay y Pachachaca. Remitiéndonos a los documentos del Proceso de Reforma Agraria que en Apurímac empezó en el año 1970, tendríamos el siguiente cuadro:

HACIENDA
EXTENSION Has.
NORMA
DISTRITO

Patibamba
6,372.77
Ley Nº 17716
Abancay
Illanya-Pachachaca
8,576.45
D.S. Nº 091-72-AG
Abancay
San Gabriel
19,860.30
D.S. Nº 387-70-AG
Abancay
TOTAL
34,809.52



            Si tomamos en cuenta que la extensión del distrito de Abancay, resulta que nuestro personaje era dueño de casi todo el territorio del  distrito.


Este es más o menos el territorio de las haciendas Patibamba, Illanya, Pachachaca y San Gabriel que fueron propiedad de J. Cirilo Trelles Pérez
  
Como todos los poderosos terratenientes de su época, fue elegido al único puesto de Senador por Apurímac en el periodo 1945-1950 y reelegido para el periodo 1950-1955; de esa representación los apurimeños no tenemos ni un solo recuerdo benéfico, ya sea una Ley o una obra, salvo que gracias a su gestión se construyó el puente Pampatama que beneficiaba a la hacienda Pampatama Baja de su propiedad. Total eran los hacendados o lo que ahora calificamos como terratenientes, latifundistas o gamonales de esos tiempos no tenían que darle cuenta a nadie. ¡Era los amos!  

Gracias a sus relaciones con otros hacendados encajados en el parlamento, logró que el Congreso de la República aprobará la Ley Nº 12706, del 25 de enero de 1957, mediante la cual se declaró de  necesidad y utilidad pública la expropiación del área de terreno, las  construcciones  e instalaciones de la hacienda Patibamba, para los fines de la expansión urbana de la ciudad de Abancay y para el fomento de la pequeña propiedad rural.

Sobre este traslado de dominio, tengo todavía en la memoria una anécdota que me contó don Leonidas Espinoza Garibay, y que más o menos era así:

Resulta que el pueblo de Abancay, hacia la segunda mitad del siglo XX ya estaba harto de que desde Andahuaylas y otras partes del Perú, se dijera burlonamente que: “Abancay era la única hacienda con Prefectura y Corte Superior de Justicia”,  porque la ciudad estaba cercada por la hacienda Patibamba. Así que un buen día de esos el pueblo se reunió en una sesión multitudinaria en el local de la Sociedad de Artesanos, con el objeto de poner fin a ese sarcasmo.

En esa sesión se nombró a una comisión para que en representación de la población Abanquina fueran a la hacienda Patibamba a proponerle a “don Cirilo” la compra-venta de la hacienda Patibamba.

Me contó, que el hacendado les dijo de buena gana que no había problema: “Todo se vende, todo se compra, todo tiene su precio” y que mejor si el pueblo abanquino quería adquirirla, y si entre todos podían reunir 3 millones de soles, la hacienda era suya. La comisión corrió traslado de la respuesta del hacendado al pueblo, y después de un año, sin todavía acotar ningún dinero sino promesas ciertas de pago en efectivo que se escribieron en un libro de actas, no alcanzaron ni siquiera a comprometer el 5% del dinero que quería el hacendado.

Los abanquinos, los que se creían ricos y los verdaderamente pobres, prefirieron olvidarse de este episodio porque según mi narrador: "Cómo los empleados de la misma hacienda, los escasos servidores públicos y algunos pobres artesanos, ganaderos y chacareros, podían reunir dinero para comprarse una hacienda de 3 millones de soles, y en esos tiempo cuando los millones eran de verdad millones. Era como si tu peón pretendiera compararte tu chacra. ¡El viejo tagarote se habría matado de risa!".

Más adelante, cuando es clamor se hizo un justo y profuso el reclamo social, que no solamente era de los miembros de la sociedad de artesanos sino de los dirigentes políticos y sociales y del pueblo en general, el Senador y hacendado Enrique Martinelli Tizón, propuso ante el Congreso de la República la expropiación de la misma, la que se aprobó mediante Ley Nº 12706, del 25 de enero del 1957. En el mes de abril de ese mismo año, los ingenieros Leopoldo Alencastre y Emilio Turpaud, profesionales designados por el Ministerio de Fomento y Obras Públicas para su valorización, formularon su Informe, donde concluyeron que la hacienda Patibamba estaba valorizada en S/. 6’245,118.88 ¡¡¡¡SEIS MILLONES DOSCIENTOS CUARENTICINCO MIL CIENTO DIECIOCHO SOLES ORO CON 88/100!!!!

Fue entonces que ante tan enorme precio, todos los hacendados de Apurímac querían venderle sus haciendas al Estado Peruano porque resultaba un gran negocio, pero para su mala suerte solo lograron venderle J. Cirilo Trelles los fundos Maucacalle y Sahuanay de 707.2380 hectáreas, ubicado en el distrito y provincia de Abancay; y, Julio Óscar Trelles Montes, la estancia ganadera Cavira de 4,870 hectáreas, ubicado en el distrito de Kishuará de la provincia de Andahuaylas.



Me hubiera gustado acceder a conocer la fecha y lugar exacto de su nacimiento y muerte y otros detalles de su vida personal y hasta quizá contar con alguna fotografía de este interesante personaje, pero no hubo ocasión ni suerte. De modo que quién quisiera colaborar conmigo para  completar esta biografía, y sobretodo aclarar lo que he escrito, por ser parte de la historia de Abancay, pueden remitírmela al correo electrónico cirovictor@yahoo.com ¡GRACIAS POR ANTICIPADO!  



[1]Julio Óscar Trelles Montes, nació en Andahuaylas el día 23 de agosto de 1904 - Lima, 2 de octubre de 1990) fue un médico y político peruano. Se desempeñó como Presidente del Consejo de Ministros y Ministro de Gobierno y Policía de julio a diciembre de 1963, en el primer gobierno del presidente Fernando Belaúnde Terry. También fue ministro de Salud Pública y Asistencia Social (1945-1946), senador de la República (1980-1985) y presidente del Senado (1980-1981).
Fue hijo de Juan Antonio Trelles y María Antonia Montes. Realizó sus estudios secundarios en las ciudades del Cusco y Lima; viajó luego a Francia, donde siguió la carrera de medicina en la Universidad de París hasta graduarse de doctor en 1935.
Trabajó en París en la fundación Dejerine, desde 1930 hasta 1935, con el profesor Jean Lhermitte, bajo cuya dirección con F. Masquin publicaron el libro Précis d'anatomo-physiologie normale et pathologique du système nerveux. Su labor en el campo de la Medicina mereció, en atención a sus trabajos de clínica psiquiátrica, que la Sociedad Médico–Psicológica de París le diera el premio Trevel en 1934.
Después de intensa actividad científica regresó al Perú, en 1936. Revalidó su grado en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos presentando una tesis sobre los “Reblandecimientos protuberanciales”, que mereció el premio de la Academia Nacional de Medicina. Casi inmediatamente comenzó a trabajar en el asilo de incurables "El refugio" en el que creó el primer hospital neurológico en el Perú, llamado Santo Toribio de Mogrovejo, del que fue director (1940-1974). Gracias a su impulso este hospital se puso a la vanguardia de los conocimientos modernos en neurociencias a nivel nacional (actualmente Instituto Nacional de Ciencias Neurológicas (INCN) "Oscar Trelles Montes").
Optó también por la carrera docente y fue catedrático de Neurología en San Marcos (1936-1961). Fue uno de los fundadores de la Universidad Peruana Cayetano Heredia. Junto con Honorio Delgado fundó en 1938 la Revista de Neuropsiquiatría.
[2] SKAR, Harald O. GENTE DEL VALLE CALIENTE Dualidad y Reforma Agraria entre los runakuna (quechua hablantes) de la Sierra peruana. Pontificia Universidad Católica del Perú – Fondo Editorial 1997. Lima. 1997.