sábado, 7 de noviembre de 2020

EL UCUMARI - DE: "CUENTOS PARA CCOROS" - 02

 

En los profundos abismos que desde el comienzo del movimiento de sus aguas el río Apurímac sigue tallando en los cimientos de las altas montañas, pueblan los bosques de este inmenso cañón los legendarios y poderosos osos de anteojos que los naturales llaman: "Ucumaris".

Cuenta la memoria de los viejos que, en una de las estribaciones de la gran montaña que cae desde las altas nieves hasta el poderoso río, vivía una hermosa pastora que horadaba el corazón de sus pretendientes con terribles heridas que jamás lograban sanar. Su fama de mujer bella y fría sonó en todas las quenas y se entonó en las más desesperadas canciones de amor. Cuanto más tristes eran los sufrimientos, suspiros, lágrimas y lamentos que por su amor lanzaban a sus oídos después al aire los mozos de su comunidad, más inútiles se hacían sus súplicas amorosas y más aún de otros más ardientes enamorados venidos de lejanos lugares.

Refieren que el día de la fiesta de los carnavales, la esquiva muchacha se quedó sola en su casa, para huir del acoso de los atrevidos por su amor. Ese mismo día llegó a esa morada el Ucumari, quien sin hacer preguntas, ni mucho menos confesión de amor, se la llevó en vilo a una cueva lejana, que desde tiempos inmemoriales había perforado el río Apurímac en una roca gigantesca e inaccesible, que se encuentra en la otra orilla del caudaloso torrente. Dentro de ella, el Ucumari, la hizo su mujer y dos hijos también. Con cabeza y forma de los hombres hasta la cintura y con las señas de un oso desde la cintura hasta los pies; pero ambos con evidente corpulencia osuna.

Para asegurar la permanencia de la muchacha, el Ucumari la mantenía cautiva en aquella profunda gruta, sellada con una enorme piedra plana parecida a un gran batán circular, que solo podía ser movida por el propio carcelero. Si bien podía acusársele de cruel centinela, no podría decirse lo mismo de su generosidad, pues jamás les hizo faltar comida, ricos vestidos, y hasta auténticas joyas de los tiempos de los incas llegaron a ese encierro. Esa prisión no afectaba a los humanos oseznos pues estos salían con su padre a cazar, pescar, comer los dulces frutos silvestres y jugar con los demás ucumaris de aquella ceja de selva, aprendiendo en esos paseos las cosas de los osos, pero cuando estaban encerrados en la cueva, aprendían de su madre, las cosas que andan metidas en la cabeza de los hombres.

Con  el  paso  del tiempo  los  niños  del Ucumari se fueron haciendo fuertes como su padre, pero además podían hablar el lenguaje de su madre y conocer de oídas las costumbres  de  las  gentes que  vivían  en  las  partes altas de las montañas y eso los mantenía muy ansiosos por reunirse con los otros niños de la aldea materna. Conocer a sus abuelos, tíos y primos tal y como habían conocido a los parientes de su padre, y donde según les había asegurado su madre, tendrían libertad y todas las fantásticas cosas del mundo de los humanos. Aprovechando esos ávidos deseos, un día que andaba lejos el Ucumarí, por órdenes de su madre, los oseznos movieron la gran losa que sellaba la cueva y cruzando juntos el caudaloso río, tomaron el sinuoso y apenas visible camino que llega hasta el pueblo.

Al atardecer del día siguiente el Ucumari se apareció en el hogar de la fugitiva, tan preocupado como enfadado. La mujer lo calmó asegurándole que había retornado tan solamente  para  llevarse  algunas  cosas  que  pudieran servirle  a  los  muchachos  que después de todo, además de su fuerza y generosidad, también tenían el entendimiento de los hombres. En seguida, con mucho comedimiento, le hizo tomar asiento sobre un poncho tendido que tapaba un gran perol de agua hirviendo, donde cayó el Ucumari, para quedar sancochado junto a su bestial ingenuidad.

Los niños del Ucumari quedaron muy desconsolados después de haber conocido la astucia y crueldad del mundo de los hombres, y por muchos días lloraron como lo hacen los osos, frente al pelado pellejo de su padre, que para escarmiento de otros audaces ucumaris, había sido clavado por orden de las autoridades en la pared de la iglesia del pueblo.

Llegado el tiempo del consuelo y la resignación, con su fuerza e inteligencia los ucu-humanos hicieron muchas cosas para su madre y la gente de la aldea. Ellos construyeron el puente, los caminos anchos y seguros y las altas terrazas de la comunidad, donde podía sembrarse hasta doscientos topos de maíz. Cumplida estas tareas, un día partieron al lejano lugar de la floresta paterna, por culpa del frío amor de una pastora que abría sangrantes heridas en el corazón de sus anhelantes enamorados.

Llegados a las altas selvas preguntaron por sus parientes y les contaron que un arma asesina había partido el corazón de su tío y mientras corría con su agonía a cuestas, otro vómito de fuego le atravesó la cabeza, y que con tan solo su pellejo se alejó el asesino. Preguntando por su tía,  les dijeron que esta desapareció para siempre cuando salió desesperada tras los hombres que habían robado a sus primos, y cuando estaba a punto de alcanzar a los ladrones estos hicieron caer sobre ella un montón de grandes piedras que la arrastraron hasta un profundo barranco sin salida donde murió de hambre y pena. Cuando indagaron por el hermano menor, por el tío juguetón, les contaron que por goloso y retozón se fue tras unos viajeros, que lo vendieron a un circo, y que ahora por un poco de comida, tiene que trabajar primero.

Les aconsejaron que si no querían morir, se fueran con ellos a la profundidad de la selva, porque muy pronto los  cazadores vendrían por  los  pocos ucumaris que aún quedaban en aquellos bosques y quizá también por  ellos;  pero  al  enterarse de  las  pocas posibilidades que tenían como osos humanos para sobrevivir en ese infierno verde, es que apelando a los usos aprendidos de la gente de la aldea de su madre, decidieron hacer los graves daños que hacen el engaño y la doblez de los hombres, y para esto los hermanos cubrieron con pantalones y botas de hule sus partes de oso.

Avisando ser colonos de las altas selvas llegaban a los pueblos, y alardeando de ser los más grandes conocedores de aquellas montañas y el gran río Apurimac, pero sobre todo de la vida y las costumbres de los ucumaris, acompañaban a los codiciosos cazadores a las profundidades del  gran  cañón,  para  arrojarlos  por  los  barrancos  por  donde  suelen merodear los pumas, para que aprendieran a tomarle gusto a la carne humana, y así más tarde estos felinos pudieran acecharlos y cazarlos por su cuenta y para su provecho, hasta acabar con ellos.

Cuentan algunos que estos terribles ucu-humanos que aún siguen vivos, o tal vez sus hijos, mantienen encerrados a otras de sus  víctimas  en  aquella  profunda cueva  que  se  encuentra en  la  otra  orilla  del río Apurímac, y que desde allí piden a gritos un desesperado auxilio que el viento se lo lleva.






NOTA.- Fotos anónimas de Internet

1 comentario:

  1. el cuento esta inconpleto de ucumari solo el comienso casi los demas no es asi cuento de muy bonito

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