La tenue llovizna del 30 de agosto ha sido prometedora. Otros signos más han revelado que habrá una buena temporada de lluvias, pues han llegado las dos semanas de cielos cubiertos de nubes entre la luna nueva y el cuarto creciente de la segunda quincena de septiembre. Más tarde, ya en octubre, arderá a fuego un corto veranillo, para abrir la sedienta tierra, y afines de ese mes deberán caer algunos ventosos chaparrones con todo el deslumbrante y atronador fogonazo de relámpagos, rayos y truenos que harán resucitar dentro de aquellas almas esos miedos instalados desde la profundidad de los tiempos.
De allí para adelante podrá sembrarse sin temor las semillas del bendito maíz, la kiwicha, la quinua, el trigo, las ocas, las papas, las mashuas y los otros granos y raíces venidos desde los inmemoriales tiempos de los ancestros. Y después de todo solo el esfuerzo de los hombres, las mujeres y la milenaria ayuda comunitaria, asegurará una buena cosecha y con ella volverá la alegría de la vida y de existir dentro de ella.
Sin embargo a estas alturas de afines de noviembre, luego que Atanasio Cumba, el más terrible y maldito nacacho[1] y abigeo de estas comarcas, fuera muerto por disparos con destino a fugitivo, un fuerte viento, como los de agosto, ha barrido las nubes del cielo y el sol está quemando sin piedad las tiernas sementeras.
Por las
lomas de Sahuinto que linda con las tierras altas de Matará, en las últimas noches se ha
escuchado el grito de un condenado que viaja por entre
las ramas de los patis,[2] llevando
el nombre de la Anselma hasta las altas moradas de los pastores solitarios,
donde mesclado con el ronco ulular de un áspero viento, está espantando a los ganado hasta obligarles a desbarrancarse.
Como el primer domingo de diciembre ha azotado un viento fiero y persistente que arrancó los techos de las casas, tumbando los más altos eucaliptos y pisonaes,[3] seguido de una abundante y pesada granizada que ha rematado la sedienta agonía de los pequeños maizales, han llamado a la Anselma para que ante la asamblea del pueblo dé cuenta sobre el fantasmal grito que la reclama por todas partes. Con el rostro desencajado y bañada en lágrimas llenas de dolor y vergüenza, la niña ha confesado haber sido víctima del pecado mortal de los ccarccachas.[4]
Para el domingo siguiente la asamblea acordó confrontar y atrapar al condenado, que seguramente anda metido en el cuerpo de algún chancho, un perro, un chivo, una llama o qué será.
–Ya en las lomas cuando termine el rodeo, descubriremos por su cerda, pelo o lana erizada y su desordenado andar, qué animal anda poseído por el alma torcida del maldito. –Dijo don Amancio Cusi Rojas, viejo conocedor de los asuntos de aquí y del más allá.
Al borde de las cinco de la tarde se capturó una llama, que sin dejar de ser castigada llegó hasta la plaza del caserío, donde las mujeres han preparado una gran hoguera para quemar vivo al condenado. Cuando de la candela comenzó a salir un olor a lana y carne chamuscada; como si fuera cosa del demonio, el atormentado animal comenzó a lanzar esta amenaza:
–!Yo soy el viento, soy el granizo, yo soy la helada. Si perdonan a la Anselma, que fue la hija más querida de mi padre, me iré a soportar mi merecido castigo en otros pueblos y parajes, pero si le causan algún daño, yo me quedaré en las puertas de sus casas para devorarme a sus hijos y seguirdestruyendo sus cultivos y sus vidas!
Después de este terrible ultimátum, se levantó del fogón un serpentín de chispas que se llevó el viento, y fue entonces cuando recién el pueblo pudo oír el quejido de muerte del inocente animal poseído. Luego de apagar apresuradamente la fogata, lo degollaron para acabar su sufrimiento y cargando el cuerpo muerto de su víctima, con los ojos llorosos y coreando un antiguo canto sagrado, se fueron todos en procesión a enterrarlo en la más alta apacheta, donde a su turno cada comunero con mucha devoción agregó una piedra más sobre aquella tumba andina como muestra de sincero arrepentimiento y súplica de perdón.
Esa
misma noche, Anselma, la dulce y alegre muchacha de la aldea, tuvo que
abandonar su casa porque su maldito violador le había sembrado una desgracia
en el vientre, y además porque no era bueno que en la comunidad naciera un
niñito con cachitos y con rabo.
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