DEL
ANECDOTARIO ABANQUINO
(Narraciones de la Zona de Emergencia)
Llegaron precedidos de la fama que fácilmente
construye el imaginario colectivo de estos ingenuos y palurdos pueblos. Pues
decían ser graduados en Europa y Norteamérica y que habían ocupado altas
jefaturas en los más importantes Ministerios. Ahora venían a estos lugares del
Trapecio Andino por encargo especial del señor Presidente de la República, para
que con su conocimiento, experiencia e inteligencia inicien el despegue
económico, social y cultural de ésta zona de extrema pobreza, que además de ser
la vergüenza del Perú contemporáneo era un foco de violencia terrorista. Habían
venido a derrotar la miseria, y eso harían.
“Con razón están como están y jamás podrán estar bien
estos comechados. ¿Cómo querían trabajar mejor y rendir más en esa pocilga? ¿Si
ésta era la casa de un hacendado, cómo sería la casa de sus empleados? Sin duda
una covacha o algo así. El sol es radiante en esta tierra pero sin embargo
estos serranos le tienen un pánico mortal. Huyen de sus rayos sanadores a esos
cuartuchos húmedos y oscuros que le llaman sus oficinas. En esos ófricos
rincones no les da ni la tos porque andan protegidos con una coraza de carca
que apesta a más de diez metros. Apestar es su signo de señorío. Es increíble.
¿Cómo pretenden llamarse servidores públicos? Si el Perú fuera un país
civilizado estos no serían calificados como trabajadores, serían algo así como
una especie de voluntarios que el Estado mantiene para evitar que la vagancia
desate sus pecados, pero empleados públicos: ¡Jamás!”
“El contador no tiene ni la pinta de un tenedor de
libros; los ingenieros parecen estibadores de camiones; el abogado tiene la
pìnta de un tinterillo alcohólico; el jefe de personal sería un buen huachimán
en alguna obra remota, donde el esfuerzo humano es una desganada y gratuita
obligación comunal. ¡Qué administrador!, despensero sería su mejor ocupación,
pero lo más seguro es que a la secretaria la hago mi cocinera y en sus horas
libres que son las más, la pongo a lavar mis calzoncillos. Ni que decir del
manejo gerencial, en esta vital función, lo obsoleto ha sobrevivido como la
ancestral invocación de un chamán andino. ¡Cómo quieren avanzar, si todo lo que
hacen solo sirve para retroceder!”
Así eran, más o menos, sus irrefutables comentarios.
Pero en las acciones se lanzaron directamente a la bolsa. "¿Cuánto
hay?", "¿con qué presupuestos contamos?", "¿qué proyectos
están habilitados?" Los sumisos empleados, más temerosos que nunca, porque
les habían quebrado su ya mermado amor propio, dieron cuenta detallada de lo
habido y por haber.
En primer lugar los redentores se asignaron las
mejores camionetas y luego ordenaron se suspendan todas las adquisiciones en
trámite. A los diez días de importantes llamadas a Lima, llegó el asesor
personal del jefe, una secretaria bilingüe, porque se tenía planes para formar
empresas mixtas con capital extranjero; un administrador, "Magister en
Economía" con relaciones personales en el Ministerio de Economía y
Finanzas, muy necesario para gestionar mayores asignaciones presupuestarias; un
jefe de personal con post-grado en la especialidad, quien debía encargarse de
la capacitación, actualización, modernización y civilización de los ahora muy
bien bañados empleados, pero lo más importante de su quehacer era que iría a
formular la documentación legal necesaria para el nombramiento de todos los
contratados que pertenecían al partido y la destitución, vía moralización, de
todos los sinvergüenzas y ladrones. Con esta fórmula mágica se hizo más
diligentes a los contratados, más sumisos a los nombrados y paranoicos a los
antiguos funcionarios y de paso se desapareció a la crispada dirigencia
sindical con la monserga de: "¡Aquí no hay lugar para los terrucos!".
Completado el equipo humano se procedió a la
remodelación de los ambientes. Muebles, alfombras, ventiladores, cafeteras
eléctricas, dictáfonos, televisores, videograbadoras, tocacasetes para cada una
de las oficinas de los modernos funcionarios. Intercomunicador para todos los
demás, haciéndose conocer que con éste pequeño adminículo electrónico se controlaría
desde un lugar remoto al personal: "¡Señora Teófila!”, "¡Aló señora
Teófila! ", no está, entonces: ¡Abandono! De producirse dos veces más. ¡A
la calle!
El personal deberá tomar refrigerio de 10.00 a 11.30
de la mañana. Con éste bello motivo se armaron verdaderas kermeses, donde se
vendían los deliciosos chicharrones con papas doradas y choclo, tallarines
hechos en casa, escabeche a la limeña, cuyes y picarones, un poco más y se
vende cerveza y boletos para algún sorteo. No había caso, los nuevos jefes eran
súper modernos, porque para ellos laborar con música y alegría hacía más
productivo el trabajo. Los fines de semana salían a departir en algún local
aparente. Gastaban bromas elegantes a las damas y contaban chistes
groseros con el perdón de las mismas.
Cómo se quejaban del mercado local, qué mala era la comida en éste pueblo tan
simpático, qué caro era un champú, un jabón, una camisa. Si estas cosas
domésticas eran tan costosas, cuánto costará un foco, una calamina, una bolsa
de cemento, una varilla de fierro de construcción. "Un ojo de la
cara" respondían en coro los comensales nativos.
Al día siguiente pasaron por el Despacho de los jefes
varios chismosos denunciando a todos los empleados de la oficina de
administración como los más grandes mafiosos en eso de las compras para el
Estado y que inclusive tenían montado un aparato bien aceitado para que solo
salga ganancia a su favor, pues solo de ese modo se podría explicar por qué el
fulano ha podido construir una casa de cinco pisos y de material noble; porqué
la mengana ha podido adquirir una chacra de más de seis hectáreas; porqué el
zutano anda montado en un automóvil nuevo y porqué el perencejo anda apostando
y perdiendo en las peleas de gallos, si todos ganan la misma porquería de
sueldo que sólo alcanzaba para llenar la olla, pagar alquiler de algún
cuchitril y comprarse algunas ropitas más o menos decentes solo para venir a
trabajar, porque el resto de los días se la pasaban metidos en los buzos que
generosamente les había regalado la institución.
Sobre la base de estos datos se convocó a todo el
personal de administración y se les conminó a que en el acto presenten una
Declaración Jurada de sus Bienes e Ingresos para ser remitidos a la Contraloría
General de la República a efectos de que se realicen las investigaciones que
conduzcan al esclarecimiento de sus enriquecimientos sin causa. Todos
suplicaron compasión manifestando que si algo tenían era gracias a una fuerte
herencia, pero cuando les dijeron si estaban dispuestos a aceptar que desde esa
fecha se realicen las adquisiciones en Lima u otro departamento, casi al
unísono dijeron: “Claro, porque no, además ustedes son los jefes”. “Entonces
pues, no hagan problemas y colaboren con el engrandecimiento de vuestra
tierra”. Les conminaron al tiempo que salían de esa reunión con el “rabo entre
las piernas”.
A los dos meses, luego de haberse hecho los simulacros
de varios procesos de adquisición con toda la "documentación legal
pertinente", ganaron la Buena Pro para la compra de calaminas ZINGASA E.I.R.L., para cemento CEMENTOSA
E.I.R.L., para fierros FERROSA E.I.R.L. La reparación, planchado y pintura de
todas las unidades automotor MOTORISA E.I.R.L. La reparación de la maquinaria
pesada TRACTOSA E.I.R.L., y para las compras menudas GARRASA E.I.R.L., todas
ellas empresas individuales de responsabilidad limitada con domicilio fiscal en
la ciudad de Lima, que además de garantizar la existencia de los bienes y
servicios que ofrecían, tenían la más alta calidad y los precios más bajos del
mercado nacional.
Se faccionaron las órdenes de pago y se giraron los
correspondientes cheques, porque había que aprovechar que el administrador, la
secretaria bilingüe, el jefe de personal y el propio gerente debían viajar a
Lima para realizar algunos importantes trámites que obligaban su presencia en
el Palacio de Gobierno, la Fiscalía de la Nación, el Ministerio de la
Presidencia, el Congreso de la República y la Contraloría General de la
República, en esta última entidad debían
presentar documentadas denuncias contra la conducta corrupta, inmoral,
pervertida y hasta delincuencial de los anteriores funcionarios, y de paso
enviarían en varios camiones los bienes adquiridos, pues para eso habían
llevado los dineros necesarios.
Al cabo de un mes volvieron con la novedad de haber
recibido autorización para la realización de un Concurso Interno de Méritos
para el nombramiento del personal contratado, así como para el ascenso del
personal nombrado. Se ordenó a los ingenieros para que revisen los presupuestos
de las obras proyectadas, porque debían considerarse algunas mejoras para las
que se encontraban en ejecución y sustanciales modificaciones para aquellas que
estaban por iniciarse. Esta revisión debía hacerse con mucho cuidado, así que
podían disponer del tiempo necesario. Todos se alegraron y no faltó quien
propusiera un brindis por las buenas nuevas y así se hizo. La Junta Directiva
del sindicato fue la oferente y no podía ser de otro modo, porque todos sus
miembros tenían dos, tres y hasta cuatro parientes trabajando como personal
contratado.
La moderna rutina fue girando cheques a favor de las
empresas proveedoras para la adquisición de más materiales y la prestación de
muchos más servicios, por dos sencillas razones: el transporte del material
adicional de las nuevas adquisiciones sería gratuito porque resultaba igual
traer 20,000 o 100,000 calaminas y aprovechar que las nuevas ofertas mantenían
los mismos precios a pesar de la galopante inflación.
El abastecimiento barato y suficiente de todo lo
requerido permitiría un avance ininterrumpido de las obras y su inauguración simultánea
a cargo del propio señor Presidente de la República. Acaso no resultaba
revolucionario que pueblitos como Chaya tuvieran de una sola vez y para
siempre: escuela, posta médica, local comunal, agua potable, desagüe,
minicentral hidroeléctrica, reservorio, canal de riego, plaza de acho,
cobertizos para el ganado, vivero frutícola y forestal y una buena carretera?
Esto también merecía un brindis, para matar de rabia a los desconfiados que
graciosamente estaban preguntando cuándo llegarían las adquisiciones, los
carros y los tractores mandados a
reparar. “¿Con qué derecho se atrevían a desconfiar esos infelices?, como si se
tratara de sus dineros”.
Pero antes que cualquier adquisición, primero llegó la
capacitación y en grande. La Universidad Particular del Pueblo ofrecía a
cualquier persona que tuviera secundaria completa y aspiraciones profesionales
varios derroteros: computación, manejo de personal, contabilidad,
administración, secretariado ejecutivo-computarizado y bilingüe, topografía,
dibujo técnico, arquitectura, periodismo, oratoria, derecho, enfermería y
veinte profesiones más a través de su programa de Educación a Distancia. Así,
al final de cada carrera se otorgaría un título "A Nombre de la
Nación" y su primera bondad sería lograr la recategorización automática
del telegraduado.
El
Jefe de Personal hizo circular una directiva que autorizaba a todos los
empleados sin excepción para que pudieran inscribirse en los cursos de su
vocación. Los 350 soles que costaba la matrícula sería asumida por el Proyecto
de Desarrollo Institucional. Los trabajadores que por razones personales
querían exonerarse de ésta única
oportunidad para capacitarse, no tendrían derecho a reclamos ulteriores.
El sábado 12 a las cuatro sería la exposición del plan
de estudios a cargo de las autoridades de la universidad en el teatrín
municipal. Ese día a las tres de la tarde hervía el auditorio, el hall y la
calle se inundaba con los empleados de otras instituciones que pugnaban por
hacerle un lugar a sus orejas. A las cuatro hablaron dos señores elegantemente
vestidos. Con gran verbo y seriedad explicaron las facilidades que brindaba
estos tiempos de satélites a la educación a distancia. Manifestaron que en la
actualidad más del 70% de los profesionales de lugares tan remotos como
Atunrumi habían sido educados a distancia y esperaban en el futuro desplazar a
la universidad tradicional. A modo de singular anécdota contaron que el
político ruso Serguei Malinosky había sido alfabetizado, educado,
profesionalizado y postgraduado por el mismo sistema que ellos ofrecían, “¿Qué
no sabían quién era Malinosky?”, bueno, eso también aprenderían en esta gran
labor de instrucción.
El asunto sólo exigía el tiempo libre del estudiante,
aquel que puede fácilmente sustraerle a la televisión o a las ociosas
tertulias. "¿Tenemos tiempo o no tenemos?" , preguntaron.
"¡¡¡¡Síííí!!!!", contestó el auditorio. Lo que realmente interesaba
era la voluntad del estudiante, sin ese motor humano no podía hacerse nada.
Voluntad, voluntad, mucha voluntad era el secreto de la educación a distancia.
Si no hay voluntad para seguir solicitando los prospectos, silabus, separatas,
libros y exámenes, no habría curso. Si no hay voluntad para remitir el resultado
de los exámenes, no habrá educación a distancia.
Después hasta tres asistentes entregaron un cupón a
cada uno de los interesados, donde debían consignar sus nombres y apellidos
completos, su dirección correcta, ocupación, las profesiones que deseaban seguir
y la dependencia donde laboraban. Se advirtió que los empleados de la entidad
auspiciadora no tendrían la obligación de pagar los derechos correspondientes a
la matrícula, porque este gasto había sido íntegramente asumido por la Oficina
de Personal de esa institución, lo único que deberían regularizar era el pago
correspondiente a la remisión de las primeras separatas en la Cuenta Corriente
Nº 16820 del Banco Nacional.
Al día siguiente se realizaron asambleas generales
extraordinarias de trabajadores en las otras instituciones, reclamando justicia
y trato equitativo con los empleados de la entidad promotora. En todas se
acordó que la matrícula correría a cargo de la patronal, porque si ellos
también lograban una profesión a distancia, el único y directo beneficiario
sería el centro de trabajo.
El curso de profesionalización a distancia matriculó a
más de 1,000 alumnos. Los derechos para la remisión del primer bloque de
separatas fluctuaban entre 250 a 400 soles, según el grado de dificultad
académica de la profesión elegida. Todo se pagó al contado y los cursos
comenzarían a partir de la primera semana de agosto. "La Universidad
Popular revolucionará los signos culturales de ésta bella ciudad",
manifestó con suma satisfacción el director de la Oficina de Personal de la
entidad auspiciadora a través de las ondas sonoras de “Radio Sintonía, su mejor
compañía”.
Después de éste alboroto cultural, los ejecutivos
volvieron a viajar a Lima con el propósito de traer a sus familias para vivir y
disfrutar de ésta cálida y generosa tierra y de paso apurar el envío de las
compras, que en total superaban los cuarenta millones de soles. Casi a los dos
meses llegó un nuevo Jefe con su asesor personal, informando que sus
antecesores habían renunciado voluntariamente, porque no podían soportar las
constantes amenazas a muerte recibidas de parte de la subversión y que no pocas
de ellas provenían de los propios trabajadores de la institución cobardemente
escondidos detrás de llamadas telefónicas, cartas anónimas y reclamos sindicales.
El nuevo mandamás les advirtió que no le tenía miedo a
ningún terruco concha su madre, ni al mismísimo Satanás y que a partir de esa
fecha su principal esfuerzo se centraría en instalar la Oficina de Defensa
Nacional con la colaboración de las autoridades militares y si tenía que rendir
su vida en el altar de la patria, ese sería el más grande honor y orgullo para
él y su familia. También hizo saber que confiaba en el personal de la zona y
les rogó que le ayudaran a erradicar a los renegados sociales del seno de la
institución. Lo más importante, no atendería chismes, ni quejas porque su
misión era trabajar y punto.
–¡Que me traigan
el estado de avance presupuestal de los proyectos y los requerimientos de
materiales para las obras! –Ordenó secamente.
Cuando vio el estado de la ejecución presupuestal y
los fuertes desembolsos que ya se habían hecho, pensó con una cólera mezclada
de envidia: “Nunca terminaré de enjuiciar y encarcelar a esta recua de mulas
que firmaron todos los documentos sin permitir que los renunciantes dejaran en
ellos, siquiera una huella digital”. “Qué pendejos esos hijos de puta para
meterme ese cuento de los terrucos asesinos que se habían metido hasta debajo
de sus camas”. “¡Qué rico han robado esos miserables, no solo al Estado sino a
todos estos pobres huevones también¡”. “Aquí ya no hay más hueso que roer,
mejor será largarme antes que toda esta ratería me embarre”, pensó al momento
de echar un último vistazo al modesto local del Comité de Obras Públicas de
Atumrumi – COPATUN y se fue como había llegado, sin hacer el más mínimo ruido.
Vinieron a derrotar, y eso hicieron.
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