miércoles, 29 de abril de 2020

EL VENGADOR

 DEL ANECDOTORIO ABANQUINO¡

(Narraciones de la Zona de Emergencia)

          Como hacía dos meses que no lo veía por los lugares que reúne a nuestras amistades, fui a su casa para averiguar los motivos de su desaparición. Temí que hubiera enfermado y que a estas alturas esté maldiciendo a los amigos que en las desventuras, no lo son. Para ganar indulgencias, no bien me abrió su puerta le pregunté cuándo había llegado. Me dijo que había ido más allá de los lugares donde ningún viaje nos podría llevar, para hacer cosas que ni las aventuras consentían. A mis reclamos sobre los detalles de lo que me estaba diciendo, me hizo pasar a su cuarto y manteniendo la misma agitación que lo afectaba, después de ofrecerme un vaso de cañazo, me contó más o menos esto.

►☼◄

           No es necesario advertirte que estamos pasando por unos momentos realmente difíciles y peligrosos. Aquí el que sabe mucho se va al cielo a decirle a San Pedro los motivos de su prematura llegada. Lo que voy a contarte tiene mucho que ver con esto de la Zona de Emergencia. Creo que conoces tanto como yo que tener noticias sobre su movida puede acarrearte un grave riesgo. ¿Recuerdas lo de aquellos cuatro muchachos que murieron tratando de desarmar a unos policías? Bueno, todos eran estudiantes, menores de edad y sin antecedentes policiales. Por lo general cuando la gente se entera de quién ha muerto en esas acciones, casi de inmediato le inventan un pasado malvado, asegurando que ese malandrín, un perro sin dueño, un ladronzuelo, un borrachín, un pandillero que había golpeado a su madre antes de su desgracia. "Lo que se hace se paga",

Como yo sabía perfectamente que al menos uno de ellos no tenía nada que ver con la torcida vida que le obsequiaban las malas lenguas, decidí visitar a su madre para hacerle conocer mis opiniones sobre el muchacho y consolarla de las grandes penas que la muerte de un hijo acarrea. Después de escuchar mi discurso con la congelada atención que se presta a alguien que con mesuradas palabras te recuerda una desgracia, me vi obligado a retirarme no sin antes repetirle mis condolencias y hasta confesarle que por favor no se imaginara que yo tuviera algo que ver con las investigaciones.

Cuando estaba preparando mi apresurada despedida, después de un fugaz gesto de disculpa, la mujer rompió a llorar tomándose el rostro con las manos para recibir sus copiosas lágrimas, lamentándose con palabras que se ahogaban entre aquellos amargos sollozos. Más confundido aún, volví a disculparme y asegurarle que no había sido mi intención traerle malos recuerdos. Felizmente al cabo de un rato la sufrida madre se recuperó, hecho que facilitó un punto final a éste mi atropellado comedimiento.

Cuando como cualquier visita que camina por delante, escuché un puñado de palabras, como aquellas que lanzamos al aire cuando las cosas nos salen inesperadamente mal y no hay a quien culpar, que decían: "Si yo fuera varón o mi marido más hombre hace tiempo que hubiera matado a ese perro que ríe tras el mostrador de su librería sin importarle el terrible dolor que siembran los niños que manda a la muerte".

¡Te imaginas! O sea que detrás de todo estaba el fulano que tú, yo y cualquiera de este pueblo conoce de qué pata cojea. No contento con haber malgastado la herencia de sus padres en desmedro de los derechos de sus hermanos menores, sofocar al sindicato hasta hacerlo desaparecer con la intensidad de sus negociaciones políticas; dejar en el abandono a tres mujeres llenas de hijos y haber trajinado por todas las ideologías y credos; cuando todo el mundo se había acostumbrado a su amable resignación de librero, aparece manipulando adolescentes que la pobreza de sus padres los obliga a apostar por la quimera de sanguinarias esperanzas. ¡Por qué no toma la carne de sus hijos y lo entrega al fanatismo de un detonador, a la fría mesa de una morgue o a un entierro anónimo!

La idea de que aquella vez fueran cuatro y que más tarde fueran más. La idea de que con algunos golpes a su favor pudiera manejar muchos más adolescentes y por todo el tiempo que necesitara su abominable quehacer, me revolvía las tripas y me trastornó por completo el liviano sueño que me compadece. Tenía que hacer algo que fuera más allá de los procedimientos policiales, que lejos de resolver algo, terminarían comprometiendo a esa humilde madre y quizás a mí mismo.

Después de algunos días resolví recetar a ese maldito su propia medicina. Le hice llegar una carta donde lo felicitaba por su nuevo oficio y la brillante idea de terminar con la pobreza acabando con los pobres. Le dije que lo teníamos cercado y que el nudo de su horca se iba cerrando lento pero seguro, porque éramos los verdugos de los que fracasan con las vidas ajenas, en fin, le dije muchas cosas más, que si te detallo podría pasarte cientos de descargas eléctricas bajo la piel. Finalmente firmé la carta con el seudónimo de "Anónimo", para que el criminal no tuviera ni el consuelo de las sospechas. Al día siguiente pasé por la calle de su negocio y éste permaneció cerrado durante tres días.

A la semana siguiente me lo encontré en la puerta de la pensión donde comíamos, con un portaviandas en la mano. Ya no compartiría con nosotros las mesas de la fonda. Comería en su casa porque así le parecía más provechoso. A los quince días de la primera carta le hice llegar otra ofreciéndole cinco maneras de morir, ninguna de ellas proponía una ejecución expeditiva. Todas debían producirse dolorosa y brutalmente y con el toque de no darle la menor oportunidad de conocer a su aniquilador. Pero todo podía resolverse a su favor, si el día domingo a las cuatro de la tarde acudía  al cementerio para dejar al pie de la tumba de don Rogelio Marañón Urrutia, una lista con los nombres de la gente que comandaba cubierta con un ramo de azucenas amarrados con un lazo negro.

El siguiente domingo después de aquel, propuse a mi hermana una visita al camposanto porque había conseguido un buen ramo de flores que valía la pena ofrecerlo a nuestros ausentes. Luego de rezar por los que partieron antes, pasamos por la tumba de la beata del pueblo para encender la vela de sus devotos, entonces fue cuando vi en un rincón de aquel altar tumba, un ramo de marchitas azucenas enlazados con un crespón negro. Rogelio Marañón Urrutia no murió jamás porque no había nacido nunca. Lo hice así para que ese canalla en su afán de buscar la tumba de un no-muerto, se presentara ante todos los muertos como él pronto lo sería. Cuando se dieron las condiciones que fue diez días más tarde, le escribí una nota que decía: "Rogelio Marañón Urrutia, eres tú"!

A media semana se apareció en la pensión para hacernos saber que le habían propuesto un magnífico trabajo en Puno, en una empresa minera que pagaba en dólares y que por eso la librería estaba en realización. Anunció que los precios de los libros estaban por los suelos, pero si alguien se decidía a comprar al por mayor, le saldrían casi de regalo. A los dos días llegué a la librería y adquirí cuatro libros que en verdad estaban tan rebajados como su vendedor. Al despedirme le recomendé se hiciera un chequeo médico porque lo notaba bastante desmejorado. Agradeció mi preocupación y comentó que probablemente se trataba de una antigua úlcera resucitada.

A modo de despedida le hice llegar una última esquela donde le decía: "Ya estás muerto. ¿A dónde vas alma en pena?"! Con lo que concluí mi íntima promesa de reparar el dolor de aquella humilde mujer.

►☼◄

            Cuando terminó de hablar. Cómo quería que aquel vaso vacío que tenía en la mano, fuera la botella llena. Como no era posible, decidí reparar en la existencia  de mi reloj con el propósito de presentarle mi señal de despedida. Al levantarme para alcanzar la puerta, le pregunté si había probado que el librero estaba realmente involucrado en el asunto de la subversión y que además era el jefe de algunos rebeldes. Muy suelto de huesos con la convicción de quien merece una felicitación y espera se la cicateen, me respondió: "No lo sé, pero si era inocente por qué no acudió a la policía".

            Llegué a mi casa mareado por la pesadez de aquella torcida historia. Agarré la botella de pisco que tenía guardada para la visita de mi querida compañera y completé mi borrachera.



No hay comentarios.:

Publicar un comentario