sábado, 25 de abril de 2020

LA TRAMPA


DEL ANECDOTARIO ABANQUINO

(Narraciones de la Zona de Emergencia)


–El Director de la Oficina de Antayauyos está llamando desesperadamente para que viaje una comisión a esa provincia a solucionar el problema de tierras de la cooperativa agraria de Pacopampa. –Ordenó secamente,

–Señor Director, pero ese asunto muy bien lo puede solucionar el ingeniero Avilio Malpartida Quispecahuana, jefe de esa oficina sin necesidad que vayamos en un viaje peligroso hasta ese lugar, porque desde que usted ha prestado las camionetas de la institución al Comando Militar para que realicen operativos contra elementos subversivos en las comunidades, se nos ha hecho saber que esos vehículos y sus ocupantes pueden ser atacados. –Aclaró uno de los empleados.

–Vamos a hablar por partes. En primer lugar si les ordeno que vayan a ese destino es porque ustedes trabajan a mi lado y de sus propias investigaciones quiero conocer la magnitud de ese problema, para tomar la mejor decisión que resuelva esa cuestión y como ustedes saben el jefe de Antayauyos no está en condiciones de informar algo que tenga sustento técnico y jurídico, porque ese inútil ocupa ese cargo por ser cuñado del Presidente del Comité de Obras Públicas. Además  ese asunto no solo es preocupación mía, sino del Jefe del Comando Político Militar y de los diputados del departamento. Finalmente quiero que me aclare, de dónde conoce que los terroristas van a atacar nuestras camionetas ¿acaso es usted  terrorista o anda metido en esa vaina?

            Cuando terminaron de repostar gasolina, sacar papeletas, reparar llantas y superar otros percances que se presentan a última hora, por fin partieron a eso del mediodía. El viaje de seis horas se produjo con varios sobresaltos, porque la carretera estaba plagada de trapos rojos izados en magueyes y árboles y en algunas partes quedaban filas de grandes piedras que decían que en ese lugar se había producido una “cuadrada”. Después de viajar más alertas que un animal en acecho, por fin llegaron a su destino al filo del toque de queda, así que tuvieron que irse a dormir sin almorzar ni comer siquiera un pan.

            Al día siguiente en la oficina les comunicaron que los campesinos de Pacopampa querían convertirse en una comunidad campesina y liquidando la cooperativa agraria prexistente, parcelarse las tierras adjudicadas por la Reforma Agraria.

–Como en el tiempo de los incas pues ingeniero, dos topos para los hombres y un topo para las mujeres. –Dijo el jefe de la Oficina de Antayauyos.

–Y para esa huevada teníamos que venir desde Atunrumi por una carretera hasta el culo, plagada de terrucos con sus banderas y sus cuadradas, para llegar hasta este pueblo de mierda que muy bonito sabe hacerle el juego a los subversivos.

–Ingeniero Castro cómo puede decir semejante barbaridad, si más bien es todo lo contrario. Porque hace décadas los Antayauyinos tiene un cuartel militar donde por varias generaciones han servido fielmente a la patria.

–¡Claro. A punta de leva y a los indios nomas. Ingeniero Malpartida si usted quiere ser un héroe de la lucha contrasubversiva, por qué no deja que lo maten y nada más, en vez de estar disparando cartas, oficios, escritos, memoriales y solicitudes a todas las autoridades del departamento y a los ministros y diputados de Lima, sobre una supuesta situación delicada, para enterarme después de un penoso viaje, que los ex feudatarios de la hacienda Pacopampa no quieren ser más cooperativistas y que simplemente, como hace miles de años, desean volver al ayllu de donde los sacaron los españoles y sus haciendas. –Replicó malhumorado el ingeniero Castro.

            Después de esta acalorada reunión, se dispusieron a salir a lugar de la comisión y en el preciso momento que la camioneta se echaba a andar, de la ventana del segundo piso de la oficina llamó la secretaria muy desesperada gritándole a su jefe que tenía una llamada telefónica muy importante.

            Luego de algunos minutos regresó diciendo que lo necesitaban urgentemente en el Comando Político Militar de la Zona de Emergencia de esa provincia.

–Ingeniero Castro, seguramente es para un asunto muy puntual, no se preocupe, en media hora yo le doy alcance con la camioneta de la oficina.

–¡Y porque mejor no esperamos hasta que haya terminado su cita y nos vamos todos juntos sin necesidad de usar dos camionetas y malgastar combustible.

–Ingeniero no desconfiemos ni tampoco seamos muy austeros. No se preocupe, yo les voy a alcanzar en menos de lo que canta un gallo. –Y se fue sin dar mayores explicaciones.

            La bella campiña de esos lugares los distrajo. Sus ojos se iban llenando con las chacras muy bien cultivadas, los encantadores bosques nativos, las grandes plantaciones de eucaliptos y pinos, los inmensos verdes pastos salpicados de coloridos pueblitos, casitas remotas y ganado por todo sitio, y muy cerca o muy lejos, la interminable cordillera de los andes por todos lados, mostrando sus cucuruchos nevados y sus enormes montañas azules que, una tras otra, se perdían en la lontananza de esas alturas, y casi sin darse cuenta se encontraban ingresando a Pacopampa por una pequeña trocha hasta tropezar con sus casitas de adobe pintadas de blanco y techadas con vistosas tejas rojas.

            Los cooperativistas ya estaban esperando en un lado del estadio, que es una explanada que remata en una ligera  pendiente, así que cuando vieron la camioneta alguien ordenó tocar la pequeña campana que coronaba la torre de la capilla para que acudieran los otros. Cuando se hizo el quórum y las presentaciones, comenzó la reunión con la intervención del abogado de la oficina de Atunrumi, quien del modo más simple iba explicando los trámites que debían hacerse para la reestructuración de la empresa asociativa y su conversión en una comunidad campesina. Cuando estaba rematando su intervención señalando: ".....son papeles nada más. ¡Eso es todo!", desde la loma donde comienza el estadio se apareció un grupo de hasta veinte cooperativistas retrasados para sumarse a la asamblea.

            Cuando por fin llegaron al ruedo que había formado la asamblea, gran parte de los socios los saludaron con mucho respeto y les abrieron espacio con el objeto de que los recién llegados asuman un puesto de honor en la reunión, al tiempo que el abogado presentaba al ingeniero Castro, jefe de la Reforma Agraria de Atunrumi.

–Doctor son diecisiete y todos vienen armados. –Le dijo el chofer con susurrante voz.

“¡Puta madre donde he venido a morirme y de la forma más cojuda!”, pensó en una primera instancia el abogado y muy disimuladamente hizo un recuento de aquel grupo de famélicos combatientes envueltos en abigarradas chalinas y raídos ponchos, escondidos en coloridos chullos y envejecidos sombreros y calzando muy gastadas  zapatillas; con el rostro y las manos ennegrecidas por el frio de las punas, viendo a todas partes con una perdida y vidriosa mirada y oliendo fuertemente a toda la malsana vida que se lleva en esas correrías.

Muy discretamente como si tuviera necesidad de soltar los huesos comenzó a pasear por el estadio y para disimular más se sentó al borde de la pendiente donde terminaba la cancha y se prometió: “Aquí no me voy a morir suplicando a estos patas, para que me maten igual nomás. Si vienen por mí voy a salvar ésta pendiente y correr todo lo que pueda por ese caminito que se dibuja entre aquellas yerbas por donde seguramente van a rescatar las pelotas perdidas, pero morirme de una pedrada en la cabeza, después de sufrir la parodia de un juicio, sin juez, sin cargo y sin pruebas. ¡Jamás!” Después de esto su mente saltó a un torbellino de imágenes lejanas, nuevas, próximas, reales, soñadas, alucinadas, imaginadas de todo lo que había vivido y por todo lo que seguía viviendo.

–La conversión que piden es fácil, solo tienen que presentar una solicitud tipo memorial con la firma de todos ustedes y como ya hemos venido a este lugar y nos hemos enterado de la necesidad que tienen ustedes para convertir la cooperativa en comunidad, no hay problema. Como ha dicho el doctor, sacamos la resolución de reestructuración de la empresa asociativa y otra de reconocimiento oficial de la comunidad y punto. –En su quechua perfecto el ingeniero Castro les ofreció el oro y el moro. La cosa era decir, ¿quieren el cielo, la luna, las estrellas y todas las tierras del departamento? son de ustedes. Todo lo que quieran está al alcance de sus manos. Solo es cuestión de pedirlo y nada más.

–A nombre del Partido que marcha por la senda refulgente hacia una nueva democracia los comuneros quieren repartirse la tierra en forma equitativa, ¿pueden o no? –Preguntó refunfuñando el  jefe del grupo armado.

–No solo eso, pueden hacer lo que quieran, porque por mandato constitucional las comunidades campesinas son autónomas y eso quiere decir que pueden repartirse lo que quieran y como quieran, siempre que sea para el bien de todos por igual.

–Los comuneros no se van a repartir la tierra porque lo ordena una ley burguesa. Se van a repartir porque lo quiere el partido y si ustedes están por aquí con sus papeles y sus resoluciones sólo es para garantizar que, mañana o más tarde, no se los quite el ejército.

–Lo bueno es que se van a repartir y si eso lo quiere hacer el Partido, en buena hora, que lo haga ahora mismo. Total la cosa es tomar una soga e ir definiendo las parcelas familia por familia, ya más tarde nosotros nos encargaremos de sanear legalmente esta decisión mediante los actos administrativos correspondientes. –Dijo esto con el objeto de hacerle conocer que para eso se necesitaría que nosotros siguiéramos trabajando.
  
–La gente aplaudió este anuncio y casi a coro dijeron: “Si ahorita mismo y mejor que sea delante de los compañeros para que todo quede bien claro”,

            El ingeniero Castro aplaudió la moción, luego fue desarrollando su participación con la sutileza más grande del mundo, sin contradecir en lo más mínimo al jefe del grupo, hasta que éste se cansó de tener toda la razón y le pidió que se retirara porque la asamblea deseaba sesionar sobre sus asuntos internos.

–Ya creo que hemos terminado señores comuneros, los dejo sesionar para que decidan lo que mejor les convenga. –El ingeniero se fue caminando lentamente  hacia la camioneta donde estaban esperándolo el chofer y el abogado, después de un atónito cambio de miradas, tácitamente convinieron esperar unos minutos y muy disimuladamente subirse al vehículo para intentar largarse de aquel lugar.

            Pasados unos cuarenta minutos el Presidente salió del ruedo de la asamblea para dirigirse a los visitantes con un libro de actas.

–Ingeniero firme pues el acta, suplicó –el ingeniero firmó sin leer su contenido, además en esas circunstancias qué necesidad tenía –¿Y el doctor? –preguntó.

–Está tomando una gaseosa en tu tienda. –Contestó muy amablemente. –¿Ya terminó la Asamblea? –Preguntó como si tuviera todo el tiempo del mundo para estar en ese lugar.

–Si ingeniero, ahora mismo nos vamos a repartir las tierras. Mejor lo hacemos con nuestros visitantes para que nadie se niegue después. –Comentó muy alegre el directivo.

–¡Ah, muy bien los felicito! ¿Entonces si es así, ya podemos irnos? –preguntó como si no le interesará.

–Si ingeniero, pueden irse nomás. –En ese momento salieron del interior de la tienda, el abogado junto a la mujer del comunero. Esta se adelantó para alcanzarle al ingeniero un pequeño, caliente y oloroso  bulto, envuelto en un pedazo de tela de los sacos de harina. 
  
–¡Muchas gracias señora! –Y luego lentamente y uno por uno comenzaron a subirse al vehículo. Cuando estuvieron todos, el ingeniero ordenó al chofer. –Ni tan rápido que esta carcocha se quede votada, ni tan lento que nos alcancen.  
    
            Cuando ya estaban partiendo, el presidente corrió tras la camioneta suplicando: “¡Doctor, fírmeme usted también el acta¡” a lo que el abogado replicó: “En Atunrumi lo voy a firmar con mi sello y todo”. Tras esto recién pudieron salir de Pacopampa mirando paranoicamente a todos lados. No vaya a ser que otro grupo los estuviera esperando para emboscarlos. A diez kilómetros del lugar seguían viajando muy temerosos de sufrir una “cuadrada”, pero gracias a Dios siguieron avanzando a pesar de sentir que el tiempo no avanzaba. Hasta que a falta de escasos minutos para la hora del toque de queda, por fin llegaron a Antayauyos. Llegados al hotel, sin hablar, cada uno se metió a su cuarto para tumbarse en su cama y ponerse a pensar temblando en todo lo que les sucedió, en lo que quizá haya podido ser el último día de sus vidas. Al cabo de una hora, como si lo habrían convenido comenzaron a buscarse para comentar esta mala pasada.

            En medio de la conversación el chofer dijo que el bulto que la esposa del presidente les había alcanzado era una pierna de cordero asado y que sería bueno que comieran algo, a lo que el ingeniero preguntó: “¿Tienes todavía hambre después de esa cagada?” “No ingeniero lo que tengo ganas es de tomarme un trago para irme a dormir tranquilo”. Todos dijeron que esa era también su necesidad, pero desgraciadamente ya se encontraban en pleno toque de queda y ese antojo debía esperar, pero el chofer se dio maña para que a cambio del asado el conserje del hotel les comprara, sabe Dios cómo, una caja de cerveza. A las dos botellas y media y casi completamente borrachos cada uno se fue a su cuarto a terminar aquel maldito día.

–¡Terruco de mierda! ¡Si querías repartir las tierras de la cooperativa junto a tus compañeros, porque carajo no lo has hecho tú mismo! –Grito el ingeniero Castro al entrar en la oficina del Jefe.

–¡Qué le pasa ingeniero, de qué me está hablando! –inquirió el aludido.

–¡No te hagas el cojudo! No me quieras decir que no sabías que en Pacopampa se iban a reunir los cooperativistas con los terrucos para matarnos. ¡Terruco de mierda, ahora mismo me voy al Cuartel para denunciarte! ¡Maricón de mierda!

–¡Ingeniero Castro, cómo puede decir eso! Cómo se atreve siquiera a insinuar que yo pueda ser un subversivo, si todo el mundo sabe que soy el cuñado del Presidente del Comité de Obras Públicas del departamento y por eso soy el funcionario más amenazado y pedido de esta provincia. ¿Cómo ingeniero? ¿Cómo? –se defendió casi llorando.

Luego se dirigió a la Secretaria y le conminó a que sin mentir nos dijera, si el día de ayer por la mañana su jefe había tenido una reunión en el Comando Político Militar. La empleada que tenía cara de pizpireta en vez de hablar se puso a llorar. –¡Vámonos! –Dijo furiosamente el ingeniero Castro y salieron.

            Ya en la calle y dentro de la camioneta se pusieron a charlar sobre el asunto de la denuncia y como todo lo que sucedía en la zona de emergencia, la conversación terminó en esta conclusión: 1. Que Malpartida era miembro de la organización subversiva, no había duda. 2. Qué sacaban denunciando a ese hijo de puta y encima cuñado del Presidente, si no tenían pruebas. 3. Si iban a denunciar a un terruco de verdad, este no tardaría en vengarse mandándolos matar. Finalmente convinieron que mejor sería  desayunar, luego ir a visitar la iglesia del patrono del lugar y con su bendición salir de ese infierno.

►☼◄

            A las dos semanas se dio cuenta por las radios y diarios nacionales que doce delincuentes terroristas habían caído en un duro combate con las fuerzas armadas en el paraje denominado Pacopampa de la provincia de Antayauyos. Un mes después, el ingeniero Castro fue despedido de la Dirección de Reforma Agraria por haber participado activamente junto a delincuentes terroristas en el reparto de las tierras de la cooperativa agraria de ese lugar, conforme era de verse del acta del día 22 de marzo donde aparecía su firma. En su lugar se designó al ingeniero Avilio Malpartida Quispecahuana.

            Al cabo de seis meses, solo el personal de la oficina de Atunrumi y algunos familiares, después de velarlo muy discretamente, trasladaron los restos del que en vida fue el  ingeniero Malpartida al cementerio local. Durante la borrachera en la que acabó ese funeral, sus colegas especulaban sobre las causas de su muerte, así: 1. Que había sido “pepeado” por las putas de la tragoteca “Luna de miel”. 2. Que el ingeniero Castro, que tenía un carácter de mierda, lo mandó matar con unos sicarios por haberlo hecho caer en la trampa que este le había tendido junto con los terroristas para ser el nuevo Director de Reforma Agraria. 3. Que fue aniquilado en su cuarto de la calle Puno por haber conducido al ejército en el operativo de Pacopampa, donde él personalmente leía los nombres de los campesinos que habían firmado el Acta del 22 de marzo, fecha en que conjuntamente con miembros de la subversión se habían parcelado las tierras de esa cooperativa.

Desde hace ya un buen tiempo, la madre del único  hijo que dejó el ingeniero Malpartida, viene infructuosamente solicitando se incluya a su vástago en la lista de las víctimas de la violencia político social, pero no tiene modo de probar lo que reclama, porque su cuñado que por ese entonces era la máxima autoridad administrativa del departamento, había ordenado esconder la causa real de su muerte y quemado las fotos, su ropa ensangrentada, sus documentos e incluso el cartel que cubría su cuerpo y que rezaba: "¡ASÍ MUEREN LOS SOPLONES!"


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