DEL ANECDOTARIO ABANQUINO
(Narraciones de la Zona de Emergencia)
–El Director de
la Oficina de Antayauyos está llamando desesperadamente para que viaje una
comisión a esa provincia a solucionar el problema de tierras de la cooperativa
agraria de Pacopampa. –Ordenó secamente,
–Señor Director,
pero ese asunto muy bien lo puede solucionar el ingeniero Avilio Malpartida
Quispecahuana, jefe de esa oficina sin necesidad que vayamos en un viaje
peligroso hasta ese lugar, porque desde que usted ha prestado las camionetas de
la institución al Comando Militar para que realicen operativos contra elementos
subversivos en las comunidades, se nos ha hecho saber que esos vehículos y sus
ocupantes pueden ser atacados. –Aclaró uno de los empleados.
–Vamos a hablar
por partes. En primer lugar si les ordeno que vayan a ese destino es porque
ustedes trabajan a mi lado y de sus propias investigaciones quiero conocer la
magnitud de ese problema, para tomar la mejor decisión que resuelva esa
cuestión y como ustedes saben el jefe de Antayauyos no está en condiciones de
informar algo que tenga sustento técnico y jurídico, porque ese inútil ocupa
ese cargo por ser cuñado del Presidente del Comité de Obras Públicas.
Además ese asunto no solo es
preocupación mía, sino del Jefe del Comando Político Militar y de los diputados
del departamento. Finalmente quiero que me aclare, de dónde conoce que los
terroristas van a atacar nuestras camionetas ¿acaso es usted terrorista o anda metido en esa vaina?
Cuando terminaron de repostar
gasolina, sacar papeletas, reparar llantas y superar otros percances que se
presentan a última hora, por fin partieron a eso del mediodía. El viaje de seis
horas se produjo con varios sobresaltos, porque la carretera estaba plagada de
trapos rojos izados en magueyes y árboles y en algunas partes quedaban filas de
grandes piedras que decían que en ese lugar se había producido una “cuadrada”.
Después de viajar más alertas que un animal en acecho, por fin llegaron a su
destino al filo del toque de queda, así que tuvieron que irse a dormir sin
almorzar ni comer siquiera un pan.
Al día siguiente en la oficina les
comunicaron que los campesinos de Pacopampa querían convertirse en una
comunidad campesina y liquidando la cooperativa agraria prexistente, parcelarse
las tierras adjudicadas por la Reforma Agraria.
–Como en el
tiempo de los incas pues ingeniero, dos topos para los hombres y un topo para
las mujeres. –Dijo el jefe de la Oficina de Antayauyos.
–Y para esa
huevada teníamos que venir desde Atunrumi por una carretera hasta el culo,
plagada de terrucos con sus banderas
y sus cuadradas, para llegar hasta este pueblo de mierda que muy bonito sabe
hacerle el juego a los subversivos.
–Ingeniero
Castro cómo puede decir semejante barbaridad, si más bien es todo lo contrario.
Porque hace décadas los Antayauyinos tiene un cuartel militar donde por varias
generaciones han servido fielmente a la patria.
–¡Claro. A punta
de leva y a los indios nomas. Ingeniero Malpartida si usted quiere ser un héroe
de la lucha contrasubversiva, por qué no deja que lo maten y nada más, en vez
de estar disparando cartas, oficios, escritos, memoriales y solicitudes a todas
las autoridades del departamento y a los ministros y diputados de Lima, sobre
una supuesta situación delicada, para enterarme después de un penoso viaje, que
los ex feudatarios de la hacienda Pacopampa no quieren ser más cooperativistas
y que simplemente, como hace miles de años, desean volver al ayllu de donde los
sacaron los españoles y sus haciendas. –Replicó malhumorado el ingeniero
Castro.
Después de esta acalorada reunión,
se dispusieron a salir a lugar de la comisión y en el preciso momento que la
camioneta se echaba a andar, de la ventana del segundo piso de la oficina llamó
la secretaria muy desesperada gritándole a su jefe que tenía una llamada
telefónica muy importante.
Luego de algunos minutos regresó
diciendo que lo necesitaban urgentemente en el Comando Político Militar de la
Zona de Emergencia de esa provincia.
–Ingeniero
Castro, seguramente es para un asunto muy puntual, no se preocupe, en media
hora yo le doy alcance con la camioneta de la oficina.
–¡Y porque mejor
no esperamos hasta que haya terminado su cita y nos vamos todos juntos sin
necesidad de usar dos camionetas y malgastar combustible.
–Ingeniero no
desconfiemos ni tampoco seamos muy austeros. No se preocupe, yo les voy a
alcanzar en menos de lo que canta un gallo. –Y se fue sin dar mayores
explicaciones.
La bella campiña de esos lugares los
distrajo. Sus ojos se iban llenando con las chacras muy bien cultivadas, los
encantadores bosques nativos, las grandes plantaciones de eucaliptos y pinos,
los inmensos verdes pastos salpicados de coloridos pueblitos, casitas remotas y
ganado por todo sitio, y muy cerca o muy lejos, la interminable cordillera de
los andes por todos lados, mostrando sus cucuruchos nevados y sus enormes
montañas azules que, una tras otra, se perdían en la lontananza de esas
alturas, y casi sin darse cuenta se encontraban ingresando a Pacopampa por una
pequeña trocha hasta tropezar con sus casitas de adobe pintadas de blanco y
techadas con vistosas tejas rojas.
Los cooperativistas ya estaban
esperando en un lado del estadio, que es una explanada que remata en una
ligera pendiente, así que cuando vieron
la camioneta alguien ordenó tocar la pequeña campana que coronaba la torre de
la capilla para que acudieran los otros. Cuando se hizo el quórum y las
presentaciones, comenzó la reunión con la intervención del abogado de la
oficina de Atunrumi, quien del modo más simple iba explicando los trámites que
debían hacerse para la reestructuración de la empresa asociativa y su
conversión en una comunidad campesina. Cuando estaba rematando su intervención
señalando: ".....son papeles nada más. ¡Eso es todo!", desde la loma
donde comienza el estadio se apareció un grupo de hasta veinte cooperativistas
retrasados para sumarse a la asamblea.
Cuando por fin llegaron al ruedo que
había formado la asamblea, gran parte de los socios los saludaron con mucho
respeto y les abrieron espacio con el objeto de que los recién llegados asuman
un puesto de honor en la reunión, al tiempo que el abogado presentaba al
ingeniero Castro, jefe de la Reforma Agraria de Atunrumi.
–Doctor son
diecisiete y todos vienen armados. –Le dijo el chofer con susurrante voz.
“¡Puta madre donde he venido a morirme y de la forma
más cojuda!”, pensó en una primera instancia el abogado y muy disimuladamente
hizo un recuento de aquel grupo de famélicos combatientes envueltos en
abigarradas chalinas y raídos ponchos, escondidos en coloridos chullos y
envejecidos sombreros y calzando muy gastadas
zapatillas; con el rostro y las manos ennegrecidas por el frio de las
punas, viendo a todas partes con una perdida y vidriosa mirada y oliendo
fuertemente a toda la malsana vida que se lleva en esas correrías.
Muy discretamente como si tuviera necesidad de soltar
los huesos comenzó a pasear por el estadio y para disimular más se sentó al
borde de la pendiente donde terminaba la cancha y se prometió: “Aquí no me voy
a morir suplicando a estos patas, para que me maten igual nomás. Si vienen por
mí voy a salvar ésta pendiente y correr todo lo que pueda por ese caminito que
se dibuja entre aquellas yerbas por donde seguramente van a rescatar las
pelotas perdidas, pero morirme de una pedrada en la cabeza, después de sufrir
la parodia de un juicio, sin juez, sin cargo y sin pruebas. ¡Jamás!” Después de
esto su mente saltó a un torbellino de imágenes lejanas, nuevas, próximas,
reales, soñadas, alucinadas, imaginadas de todo lo que había vivido y por todo
lo que seguía viviendo.
–La conversión
que piden es fácil, solo tienen que presentar una solicitud tipo memorial con
la firma de todos ustedes y como ya hemos venido a este lugar y nos hemos
enterado de la necesidad que tienen ustedes para convertir la cooperativa en
comunidad, no hay problema. Como ha dicho el doctor, sacamos la resolución de
reestructuración de la empresa asociativa y otra de reconocimiento oficial de
la comunidad y punto. –En su quechua perfecto el ingeniero Castro les ofreció
el oro y el moro. La cosa era decir, ¿quieren el cielo, la luna, las estrellas
y todas las tierras del departamento? son de ustedes. Todo lo que quieran está
al alcance de sus manos. Solo es cuestión de pedirlo y nada más.
–A nombre del
Partido que marcha por la senda refulgente hacia una nueva democracia los
comuneros quieren repartirse la tierra en forma equitativa, ¿pueden o no?
–Preguntó refunfuñando el jefe del grupo
armado.
–No solo eso,
pueden hacer lo que quieran, porque por mandato constitucional las comunidades
campesinas son autónomas y eso quiere decir que pueden repartirse lo que
quieran y como quieran, siempre que sea para el bien de todos por igual.
–Los comuneros
no se van a repartir la tierra porque lo ordena una ley burguesa. Se van a
repartir porque lo quiere el partido y si ustedes están por aquí con sus
papeles y sus resoluciones sólo es para garantizar que, mañana o más tarde, no
se los quite el ejército.
–Lo bueno es que
se van a repartir y si eso lo quiere hacer el Partido, en buena hora, que lo
haga ahora mismo. Total la cosa es tomar una soga e ir definiendo las parcelas
familia por familia, ya más tarde nosotros nos encargaremos de sanear
legalmente esta decisión mediante los actos administrativos correspondientes.
–Dijo esto con el objeto de hacerle conocer que para eso se necesitaría que
nosotros siguiéramos trabajando.
–La gente
aplaudió este anuncio y casi a coro dijeron: “Si ahorita mismo y mejor que sea
delante de los compañeros para que todo quede bien claro”,
El ingeniero Castro aplaudió la
moción, luego fue desarrollando su participación con la sutileza más grande del
mundo, sin contradecir en lo más mínimo al jefe del grupo, hasta que éste se
cansó de tener toda la razón y le pidió que se retirara porque la asamblea
deseaba sesionar sobre sus asuntos internos.
–Ya creo que
hemos terminado señores comuneros, los dejo sesionar para que decidan lo que
mejor les convenga. –El ingeniero se fue caminando lentamente hacia la camioneta donde estaban esperándolo
el chofer y el abogado, después de un atónito cambio de miradas, tácitamente
convinieron esperar unos minutos y muy disimuladamente subirse al vehículo para
intentar largarse de aquel lugar.
Pasados unos cuarenta minutos el
Presidente salió del ruedo de la asamblea para dirigirse a los visitantes con
un libro de actas.
–Ingeniero firme
pues el acta, suplicó –el ingeniero firmó sin leer su contenido, además en esas
circunstancias qué necesidad tenía –¿Y el doctor? –preguntó.
–Está tomando
una gaseosa en tu tienda. –Contestó muy amablemente. –¿Ya terminó la Asamblea?
–Preguntó como si tuviera todo el tiempo del mundo para estar en ese lugar.
–Si ingeniero,
ahora mismo nos vamos a repartir las tierras. Mejor lo hacemos con nuestros
visitantes para que nadie se niegue después. –Comentó muy alegre el directivo.
–¡Ah, muy bien
los felicito! ¿Entonces si es así, ya podemos irnos? –preguntó como si no le
interesará.
–Si ingeniero,
pueden irse nomás. –En ese momento salieron del interior de la tienda, el
abogado junto a la mujer del comunero. Esta se adelantó para alcanzarle al
ingeniero un pequeño, caliente y oloroso
bulto, envuelto en un pedazo de tela de los sacos de harina.
–¡Muchas gracias
señora! –Y luego lentamente y uno por uno comenzaron a subirse al vehículo.
Cuando estuvieron todos, el ingeniero ordenó al chofer. –Ni tan rápido que esta
carcocha se quede votada, ni tan lento que nos alcancen.
Cuando ya estaban partiendo, el
presidente corrió tras la camioneta suplicando: “¡Doctor, fírmeme usted también
el acta¡” a lo que el abogado replicó: “En Atunrumi lo voy a firmar con mi
sello y todo”. Tras esto recién pudieron salir de Pacopampa mirando
paranoicamente a todos lados. No vaya a ser que otro grupo los estuviera esperando
para emboscarlos. A diez kilómetros del lugar seguían viajando muy temerosos de
sufrir una “cuadrada”, pero gracias a Dios siguieron avanzando a pesar de
sentir que el tiempo no avanzaba. Hasta que a falta de escasos minutos para la
hora del toque de queda, por fin llegaron a Antayauyos. Llegados al hotel, sin
hablar, cada uno se metió a su cuarto para tumbarse en su cama y ponerse a
pensar temblando en todo lo que les sucedió, en lo que quizá haya podido ser el
último día de sus vidas. Al cabo de una hora, como si lo habrían convenido
comenzaron a buscarse para comentar esta mala pasada.
En medio de la conversación el
chofer dijo que el bulto que la esposa del presidente les había alcanzado era
una pierna de cordero asado y que sería bueno que comieran algo, a lo que el
ingeniero preguntó: “¿Tienes todavía hambre después de esa cagada?” “No
ingeniero lo que tengo ganas es de tomarme un trago para irme a dormir
tranquilo”. Todos dijeron que esa era también su necesidad, pero
desgraciadamente ya se encontraban en pleno toque de queda y ese antojo debía
esperar, pero el chofer se dio maña para que a cambio del asado el conserje del
hotel les comprara, sabe Dios cómo, una caja de cerveza. A las dos botellas y
media y casi completamente borrachos cada uno se fue a su cuarto a terminar
aquel maldito día.
–¡Terruco de
mierda! ¡Si querías repartir las tierras de la cooperativa junto a tus
compañeros, porque carajo no lo has hecho tú mismo! –Grito el ingeniero Castro
al entrar en la oficina del Jefe.
–¡Qué le pasa
ingeniero, de qué me está hablando! –inquirió el aludido.
–¡No te hagas el
cojudo! No me quieras decir que no sabías que en Pacopampa se iban a reunir los
cooperativistas con los terrucos para
matarnos. ¡Terruco de mierda, ahora mismo me voy al Cuartel para denunciarte!
¡Maricón de mierda!
–¡Ingeniero
Castro, cómo puede decir eso! Cómo se atreve siquiera a insinuar que yo pueda
ser un subversivo, si todo el mundo sabe que soy el cuñado del Presidente del
Comité de Obras Públicas del departamento y por eso soy el funcionario más
amenazado y pedido de esta provincia. ¿Cómo ingeniero? ¿Cómo? –se defendió casi
llorando.
Luego se dirigió
a la Secretaria y le conminó a que sin mentir nos dijera, si el día de ayer por
la mañana su jefe había tenido una reunión en el Comando Político Militar. La
empleada que tenía cara de pizpireta en vez de hablar se puso a llorar.
–¡Vámonos! –Dijo furiosamente el ingeniero Castro y salieron.
Ya en la calle y dentro de la
camioneta se pusieron a charlar sobre el asunto de la denuncia y como todo lo
que sucedía en la zona de emergencia, la conversación terminó en esta
conclusión: 1. Que Malpartida era miembro de la organización subversiva, no
había duda. 2. Qué sacaban denunciando a ese hijo de puta y encima cuñado del
Presidente, si no tenían pruebas. 3. Si iban a denunciar a un terruco de
verdad, este no tardaría en vengarse mandándolos matar. Finalmente convinieron
que mejor sería desayunar, luego ir a
visitar la iglesia del patrono del lugar y con su bendición salir de ese
infierno.
►☼◄
A las dos semanas se dio cuenta por
las radios y diarios nacionales que doce delincuentes terroristas habían caído
en un duro combate con las fuerzas armadas en el paraje denominado Pacopampa de
la provincia de Antayauyos. Un mes después, el ingeniero Castro fue despedido
de la Dirección de Reforma Agraria por haber participado activamente junto a
delincuentes terroristas en el reparto de las tierras de la cooperativa agraria
de ese lugar, conforme era de verse del acta del día 22 de marzo donde aparecía
su firma. En su lugar se designó al ingeniero Avilio Malpartida Quispecahuana.
Al cabo de seis meses, solo el
personal de la oficina de Atunrumi y algunos familiares, después de velarlo muy
discretamente, trasladaron los restos del que en vida fue el ingeniero Malpartida al cementerio local.
Durante la borrachera en la que acabó ese funeral, sus colegas especulaban
sobre las causas de su muerte, así: 1. Que había sido “pepeado” por las putas
de la tragoteca “Luna de miel”. 2. Que el ingeniero Castro, que tenía un
carácter de mierda, lo mandó matar con unos sicarios por haberlo hecho caer en
la trampa que este le había tendido junto con los terroristas para ser el nuevo
Director de Reforma Agraria. 3. Que fue aniquilado en su cuarto de la calle
Puno por haber conducido al ejército en el operativo de Pacopampa, donde él
personalmente leía los nombres de los campesinos que habían firmado el Acta del
22 de marzo, fecha en que conjuntamente con miembros de la subversión se habían
parcelado las tierras de esa cooperativa.
Desde hace ya un buen tiempo, la madre del único hijo que dejó el ingeniero Malpartida, viene infructuosamente
solicitando se incluya a su vástago en la lista de las víctimas de la violencia
político social, pero no tiene modo de probar lo que reclama, porque su cuñado
que por ese entonces era la máxima autoridad administrativa del departamento,
había ordenado esconder la causa real de su muerte y quemado las fotos, su ropa
ensangrentada, sus documentos e incluso el cartel que cubría su cuerpo y que
rezaba: "¡ASÍ MUEREN LOS
SOPLONES!"