DEL ANECDOTARIO ABANQUINO
EL CANDIDATO
(Narraciones de la Zona de Emergencia)
Brillaba en todo su esplendor en el límpido azul, el
rubio sol de noviembre, cuando llegó al pueblo el hombre de esta historia.
Como acostumbran los paisanos que llegan a ese lugar
con algún propósito comercial, cultural, político o altruista, acudió a la
"Radio Sintonía, su mejor compañía"
para que el periodista, locutor y dueño de la emisora los entrevistara
sobre las razones que los traía y el tiempo de su estadía. A través de esa
entrevista hizo conocer al vecindario que en su condición de ex coronel,
sociólogo y antropólogo tenía muy metido en su alma el deseo de ofrecerle al
pueblo de sus entrañas alguna buena obra que su generoso corazón y su
desinteresado espíritu, le obligaban.
Para su corta permanencia en la tierra de sus amores,
había programado una serie de charlas sobre orientación vocacional dirigida a
la juventud estudiosa del departamento, para que no anduviera perdida por los
caminos del porvenir sin saber qué hacer con sus tiernas vidas.
Más tarde, después de la primera charla se enteró que
apenas llegaban a cinco los que necesitaban un guía para definir su vocación,
porque el resto no solo podía perderse en las carreteras del futuro, sino hasta
caerse en sus precipicios por encontrarse completamente ciegos para esas
jornadas. Cuando constató que todas aquellas joyas del tesoro de la juventud no
sabían qué hacer con sus vidas, comenzó a preocuparse por el estado de las
cosas que habían arrastrado a esas tiernas almas hasta esos extremos de abulia
e indolencia.
Su misión ya no sería despertar vocaciones en las
mentes de aquellos muchachos confundidos. Había que hacer algo más ambicioso.
Lo que se necesitaba con suma urgencia era abrir la mente de la gente adulta que
habitaba aquel pueblo provinciano, para que pudieran ver y comprender la
magnitud de sus desgracias. Y por eso decidió dar charlas sobre la problemática
y realidad regional y nacional en el lugar de costumbre.
A la primera, asistieron los que tienen preocupaciones
intelectuales, que por estos lugares son los que no tienen nada que hacer a la
hora que se programan estas actividades. A la segunda asistieron los curiosos,
que no se pierden toda aquella ocasión que pudiera resultarles novedosa. A la
tercera asistieron todos aquellos que les divierte las fantasías de los que
imaginan la realidad: los locos.
Pues en aquellas jornadas de avivamiento cultural el
sabihondo conferencista hablaba que la más grande desgracia histórica que le
sucedió a los hijos de Manco Capac es haber sido conquistados por la peor raza del
mundo: los españoles. Esos hombres crueles, ambiciosos, sádicos y ociosos; que
otra cosa sería la realidad del Perú si a estos lugares habrían llegado los
rubios del norte de Europa, “ahora hasta el más pobre de los peruanos tendría
una casa con jardín y automóvil estacionado en su puerta”.
También se lamentaba de que si el cojo Velasco, no
hubiera repartido entre tanto indio vago, las riquezas de las haciendas de
aquella región no habría tanta hambre y miseria, pero advertía que nada estaba
perdido del todo, porque “si dejamos que los gringos vengan a explotar los
millones de toneladas de oro y plata que esconden nuestros cerros y aprendemos
a trabajar como ellos, otro sería nuestro futuro”.
Y así iba explicando como una novedad, lo que todo el
mundo sabía que debió hacerse hace mucho tiempo, pero de algún modo el curioso
auditorio sentía que su chiflada perorata mejoraba el ambiente en esos tiempos
de toques de queda, incursiones armadas, salvajes matanzas y destrucción de
todo lo poco que se había construido a lo largo de varios siglos.
Aun cuando no se había acabado con la discusión, sobre
si lo que decía este distante paisano eran locuras que se aprendió por los
lugares donde trajinó su soledad o, que tal vez desvariaba por ausentarse tanto
tiempo de su pueblo, hasta el extremo de no saber cómo pensaban por esos
tiempos sus coterráneos, que más que pensar era andar atormentados por todas
las malas noticias que llegaban de todas partes.
Un buen día anunció por la radio que el iluminado
prócer de los nuevos y buenos tiempos que se asoman, don Marco Augusto Alejandro
Salado de la Pera le había encargado alumbrar con su mensaje a las gentes de
esta parte de los andes, y anunciarles que muy pronto se produciría de un solo
golpe el gran cambio que haría todo lo que no habían hecho los catorce Incas,
Pizarro, los cuarenta virreyes, San Martín, Bolívar, todos los generales
golpistas, los dictadores, los demagogos, incluso el actual Presidente. ¡TODO!
Pero cómo cambiaría todo. ¿Cómo?, que importancia tenía saber cómo, si lo que
importaba era el cambio. Cualquier cambio podría ser mejor que continuar en esa
detestable incertidumbre.
A comienzos de diciembre se extrañó de estas tierras.
Lima lo había reclamado para que se hiciera cargo de los afanes políticos de los
tiempos electorales que no tardarían en llegar.
Cuando todo el mundo se había olvidado de los
disparates con que los divertía, se apareció hacia a mediados de enero haciendo
conocer a la opinión pública de la “eterna ciudad primaveral” o de la “perla enclavada
en los andes” a través de la "Radio Sintonía" que debían tenerlo por
el más esclarecido candidato a una diputación por el departamento, recordando a todos los paisanos que él era
quien había introducido en esta parte del Perú profundo la necesidad de
orientar a los jóvenes en el descubrimiento de su vocación profesional e ilustrar a los electores en los temas de
palpitante actualidad regional, nacional e internacional, y que si lo hacían
parlamentario todas aquellas innumerables oportunidades que ofrecía el porvenir
se harían presentes, aquí y ahora.
Y porque además solo así alcanzaría a tener vocación
la perdida juventud de ese pueblo, y ellos, los que tenían el poder de
elegirlo, podían dejar atrás la vergüenza de pertenecer al peor lugar de la
patria para pasar a ser los beneficiarios directos de las maravillas que
acarrea el progreso y el desarrollo traído a manos llenas por el gobierno que
presidiría el prohombre que lo había enviado de retorno. Así acabó enero con
alegres lluvias, campos verdes y algunas pocas langostas.
En Lima había recibido instrucciones precisas acerca
del novedoso voto preferencial de la moderna legislación electoral. Con ese
conocimiento y los otros concernientes a sus profundos estudios sobre los
pueblos olvidados de estas serranías y sobre todo para demostrar que era un
legítimo hijo de ese pueblo, porque hablaba la lengua aborigen de sus gentes,
tenía su apellido materno en quechua y otras noticias más, logró apadrinarse:
“de aquel ilustre ciudadano que desde la humilde cuna de un populoso barrio
limeño, que a pesar de ser hoy por hoy el principal centro de tráfico de pasta
básica de cocaína y marihuana, había surgido hasta las alturas de ser un
sobresaliente profesional, un próspero empresario y un exitoso hombre de
negocios, su nombre: Marco Augusto Alejandro Salado de la Pera”.
Que con tan ilustre señor había acordado, que a cambio
de ser candidato por su lista a una diputación por esta región, éste debía
hacer una intensa campaña a favor de su candidatura presidencial por esas
provincias. Para ese propósito se le haría llegar afiches, almanaques, posters,
banderines, banderolas, llaveros, solaperas y toda la carnada que se necesita
para atrapar a los incautos ciudadanos que de vez en cuando tienen la
obligación de ir a votar, bajo la amenaza de pagar una multa equivalente a
soportar un ayuno por más de diez días.
Obsesionado por las mordidas de todos los pescaditos
ansiosos por cumplir con su obligación electoral alquiló la
sala-comedor-oficina de un amigo de los otros candidatos que por esas fechas no
faltan y hasta abundan, mediante un Contrato de Arrendamiento que corría del 10
de febrero al 10 de abril de 1985, dos meses exactos, ni un minuto más.
Se estucó la fachada de abobe con una inmensa capa de
yeso y en ella se escribió con caracteres que ocupaban toda la pared su nombre
y su pretensión electoral, un símbolo y un "MARCA ASÍ" y "ESCRIBE ASÍ".
A los tres días se instaló un poderoso altavoces en la parte superior de la
puerta del novísimo y recién inaugurado local partidario, que anunció por
espacio de 14 horas diarias las bondades de su candidatura entre huaynos, vals
criollos, salsas, cumbias, chicha, marineras, rock; no faltó ni las sagradas
notas del Himno Nacional del Perú. Esta ensordecedora propaganda lo convirtió
en enemigo personal de todos los
habitantes que moraban dentro del alcance de esa alharaca, incluidos los gatos,
perros y loros.
Su rostro y sobretodo del candidato-padrino, se
repitió por millares en paredes y postes. Su nombre, apellidos y la
denominación del partido quedaron impregnados en la pintura que hizo rabiar a
más de 500 propietarios con fachada, por todo el tiempo que duró la crisis
económica y el Estado de Emergencia.
Por su parte Radio Sintonía divulgó las bondades de su
persona hasta el colmo de perder la audiencia total, porque a la miserable
programación que ofrecía, la cantaleta del candidato la hizo realmente
insufrible. Todo este bullicio sumado a la de los otros veinte candidatos
obligó a muchos ciudadanos a internarse en sus chacras, donde la paz de esas
soledades les permitiera meditar lo bueno que sería seguir votando en blanco o
viciado.
A medida que subía el tono de ese loquerío,
súbitamente se abrió el cielo y comenzó
una endiablada sequía que calcinó por completo los sesos de todos los
candidatos. Mientras que las sementeras se marchitaban anunciando más hambre y
miseria para el resto del año, el fervor y la furia de todos los aspirantes al
congreso de la república crecía incontrolablemente como las langostas que ya
iban cercando las chacras. Al promediar marzo el campo y los cerros vecinos
estaban completamente secos, las langostas eran ya una plaga y las esperanzas
de un buen año agrario, completamente perdidas.
Para finales de marzo la situación se hizo difícil para
los campesinos pobres, que son los más en esta tierra. Si no habría cosecha,
¿Qué comerían? ¿De qué vivirían los viejitos, las wawas y los animalitos? Pero al igual que los demás candidatos, el
hombre de nuestra historia, indiferente a esta desdicha, se propuso cerrar su
brillante campaña electoral con un mitin en la calle del mercado, el día jueves
ocho de abril a las ocho de la noche.
En ese mismo lugar, día y hora señalada, hizo pública
la gravedad de su desvarío, haciendo conocer a los muchos curiosos que
merodeaban por las inmediaciones de aquella reunión, que éstos deterioros
pueden ser muy contagiosos, porque además de los veinte chiflados que estaban
subidos en la tarima, al pie de ella había casi un centenar de sus partidarios
que con banderolas y pancartas en mano gritaban a voz en cuello su lealtad
hasta la victoria final, sin dejar de creer, al menos por ese momento, que
todas las ofertas que a raudales lanzaba el orador principal a los cuatro
vientos de aquella calle, eran verdades innegables, y por eso ya se sentían
estar sentados frente al escritorio de alguna dependencia pública trabajando
por el desarrollo y la prosperidad del departamento.
Al que madruga Dios le ayuda y al que no duerme, el
diablo también. El día 9 de abril despertó antes que todos los cristianos. Sus
diligencias esfumaron las horas. "¿Las mesas perfectamente
instaladas?", perfecto. "¿Los personeros perfectamente
identificados?", no todos, pero los conocidos sí, perfecto. "¿Las
elecciones perfectamente conducidas?", aún con los malestares que causan
tanto elector analfabeto, pero perfecto también. Al primer minuto de culminado
el proceso se informó por la televisión nacional que su candidato presidencial
no había alcanzado los votos ni para ser diputado. ¿Pero por qué eso tenía que
reproducirse en su pueblo y menos con él?
A las diez de la noche, como los genios de las
lámparas mágicas, nuestro personaje se quedó metido en el fondo de las ánforas.
Más adelante el hombre se enteró que aun contando con los votos que por error
los campesinos suelen dar, no llegó a obtener ni siquiera un tercio de la
voluntad de aquellos que le ayudaron a gastar su dinero que en realidad fueron
unos cuántos, y que don Marco Augusto Alejandro Salado de la Pera obtuvo un solo voto en esa
circunscripción territorial. ¡Ojala y fuera de su ahijado!
A los tres días el candidato se marchó de aquellas
serranías para siempre, maldiciendo a todos los cholos de mierda, cojudos y
subdesarrollados por no saber escoger lo que realmente vale la pena. Rogando a
Dios que así como les mandó la plaga de las langostas, les envié las otras
nueve de Egipto también y todas las vacas flacas más que hubiera y para
siempre. “¡Ojala que un día entren los terrucos
a este pueblo de mierda y maten uno por uno a todos estos imbéciles, porque ni
siquiera para esos malditos servirían estos hijos de perra!” "¡Jódanse indios ignorantes!".
Ya en el ómnibus que surcaba la polvorienta carretera
que llega a la costa, se consolaba pensando: "Lo que más me gusta es que
aquel huevonazo que decía que tenía más de treinta años al servicio del
campesinado, no sacó ni el voto de su mujer. Tampoco obtuvo gran cosa ese
cojudo con cara de ladrón, que por haber sido presidente de la CORPORACION
REGIONAL y que decía tener: “EXPERIENCIA Y HONESTIDAD COMPROBADA”, cuando la
verdad es que sus chupes lo animaron a lanzarse para ayudarle a gastar la plata
de sus cutras, pero ese imbécil no
intuyó que los electores lo castigarían por todo lo que le habían robado al
pueblo”.
“Tengo que reconocer que me da pena la escasa votación
del mariconcito que con la plata de los gringos lanzaron las ONGs; a pesar de
que hablaba con muy buenos modales, su lenguaje era bastante raro para las
gentes de estos sitios, porque estaba plagado de pequeños extractos de las
muchas cojudeces que sobre subdesarrollo, pobreza, discriminación y exclusión
escriben los intelectuales de los organismos cooperantes de Norteamérica y
Europa. Me cago de risa cuando pienso en ese chontril que se creía diputado seguro, y que hasta había encontrado
un reemplazante para que asuma su miserable cargo público en el hospital, ese sí se jodió de lo lindo, porque ni
siquiera puede explicarse cuáles son sus zonas erróneas, pobrecito debe estar
volviéndose loco. Como decía el gran Winston Churchill: CADA PUEBLO TIENE EL GOBIERNO QUE SE MERECE, y por eso esos
huevones han elegido a ese indio de mierda que jamás moverá un dedo por
ellos". Pero nunca se atrevió a pensar, ni por asomo, en los 50 mil soles
que le sacó su mentor y ex candidato a la presidencia: Marco Augusto Alejandro Salado de la Pera, para que ser candidato por
su movimiento político.
El 14 de abril, día de viernes Santo, el pueblo
lloraba en la procesión del Santo Sepulcro, rogando a Dios les perdone sus
pecados para que no les envíe más sequías, ni plagas de langostas y de ratas, y
suplicando a viva voz por tiempos mejores. "¡Señor, perdónanos si hemos
hecho mal a nuestros semejantes......"!, rezaba el viejo cura español a
través de un altavoz en medio de un mar de velas ambulantes con olor a incienso
y santidad, rodeado de una propaganda política súbitamente envejecida.
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