martes, 3 de diciembre de 2019

EL ALACRAN


DEL ANECDOTARIO ABANQUINO

Bueno pues, lo cierto es que la vida viene con todo, estés donde estés. Y así se van acumulando en tu memoria un montón de historias y anécdotas “de lo vivido” que seguramente son muy parecidas a otras que les han sucedido a ustedes, o que por algún motivo te les han contado sus protagonistas, o se las han narrado a sus allegados, o simplemente son hechos que han trascendido a sus actores y se han convertido en perdurables mitos populares o leyendas urbanas.
De modo que en forma directa o a manera de cuentos, aquí les traigo algunas muy suculentas, sólo para hacerles conocer que la gente de esta parte del país existe, se mueve y nos ofrecen con su vivir sus peculiares historias, leamos alguna de muchas otras:

EL ALACRAN

Recuerda la pequeña casita que vendió su madre, para poder pagar la garantía y todos los demás gastos que de buena gana se hacen para tener en la familia, un cadete del ejército.

Por ese motivo sus hermanos menores Julio y Zenaida, debieron andar con los pies en el suelo, pero con la frente muy alta. "Mi hermano va ser oficial, puede llegar a ser General y Mariscal también, entonces ya verán cómo nos largamos de este miserable pueblo para siempre a pasear en automóvil", solían decir con mucha entereza y orgullo a los compañeros del colegio que se burlaban de sus zapatos hechos a mano de aprendiz y de exclusivo uso escolar. De su pantalón con culera o de su falda demasiado grande y gastada por ser regalada, y mucho más aún, de sus "cochinos anticuchos de tripas y carne de perro" que ofrecían en los paraderos de los camiones y ómnibus.

Lo malo es que de todo eso no se acuerda. Sólo tiene ganas de  volver a su pueblo para sacarle la mierda al malandro de su hermano que se emborracha todos los días y hace parir a su mujer cada año; que está a punto de perder su trabajo de auxiliar en la oficina del Poder Judicial y que tiene la costumbre de chupar con los morocos a quienes cuando le invitan un trago, les promete: "Le escribiré a mi hermano, para que te ascienda". A veces: "Para que te trasladen", otras "Para que te den de baja", etc., según  la generosidad del patriótico servidor. Algunos, más generosos o muy avisados, lograban en plena borrachera arrancarle una carta, que antes de recomendar, repicaba invariablemente:

"Conchudo, nos has dejado en la calle. Todo porque eras igualito al viejoymierda del abuelo que vino a morirse en medio de nuestra pobreza y encima tenía la concha de quejarse de la comida después de tragar angurrientamente y encima quería agarrarnos a latigazos, por esa o por cualquier cosa que hacíamos o hablábamos, porque le parecía cosa de indios”.

Luego continuaba:

"Teníamos que soportar a ese loco de mierda porque tu ambiciosa madrinita quería que el viejo nos saneara legalmente nuestra pobre casita que después ella misma nos compró por una miseria, para que te lucieras con capa de Batman o igual cagada y un gorro bien locazo que ni los payasos de estos pueblos se atreverían a usar".
Finalmente:

"Traidor, el portador de la presente es mi compadre Mariano Sullca Cavero, ayúdale en lo que te pida, sirve siquiera a este buen hombre para aliviar en algo tu sucia conciencia. Lo que es yo, no te pido nada, felizmente tengo un empleo seguro donde hago lo que me da la gana, sin tener quien me esté ordenando, ¡Gutiérrez, límpieme el culo!"      

Y para rematarlo:

"P.D. Saluda a tu zamba acholada".

─Tengo que recurrir a usted comadrita por mi ignorancia y mi problema ─lamentó la anciana de 54 años. ─Escríbamelo otra cartita a su ahijado con el encargo de decírmelo que le vuelvo a mandar la platita que me pidió tan urgentemente y pídamelo que se porte bien, estudie y que reciba mis bendiciones. Ya sabe usted comadrita con que hay que remacharle. No le hago escribir al Julio porque no quiero que se entere cuánto cuesta su profesión.

─¡Qué problema puede ser! Un hijo inteligente, así por así nomás, no se tiene. Es una bendición del cielo. Es cierto que es una costosa inversión, pero cuando dé el día va a dar para todos ustedes que tanto se han sacrificado. ¡Ojala no se olviden de mí ese día! Si no me hubiera vendido la casita que le arrancamos como herencia a su padre, ¿acaso se hubiera podido pagar la garantía?

─Ese mi padre, Dios lo tenga en su gloria. Un hombre indolente. A pesar de los grandes fundos que su familia ha tenido y explotado en su pueblo, nos abandonó a mi madre y a mis hermanos dizque para casarse con una mujer educada. Cuando lo fregó la Reforma Agraria yo tuve que darle un plato de comida. Dónde estaba su mujer educada que jamás le dio hijos y que hasta ahora para trasladándose de enfermedad en enfermedad ─Se preguntó esto con mucho rencor y agregó. ─Para su desgracia hasta los cholos que dicen ser sus hijos naturales, a pesar de llevar su apellido, han promovido la expropiación de sus tierras alegando ser colonos de ese “maldito gamonal”.

─Se hubiera muerto como un perro sin dueño y de no ser por usted, ni siquiera entierro hubiera tenido ese canalla, y de no ser por mí, no se hubiera logrado ninguna herencia. ─Comentó la escribidora mirando al cielo.

─Será porque soy hija de buena sangre es que me encapricho en esto de educar a mi hijo en tan grande pretensión.

Se acuerda también de las tremendas cachitas que debió soportar su condición de serrano pobretón. No fue jamás a las diversiones que planeaba su promoción, para no dar a conocer que vestía un solo trapo y que calzaba un solo cuero, lo demás seguía perteneciendo a la escuela de oficiales. Con un: "Ya tengo un plancito con un cuerito fijo", solía disculparse. Los que conocían su gastada respuesta lo cargaban bromeándolo: "O sea que eres un cacherito dominguero". Pero no todo tuvo la misma respuesta. El serrano respondió bien, respondió con respeto, estudio y dedicación. Y sólo por ser malo su último año, casi: "Espada de Honor".

Se acuerda también de la chiquilla pizpireta con la que salió tres veces y que en la segunda aprendió a emborracharse y en la tercera a acostarse. Que un día se presentó con sus padres, mejor vestidos que antes y más serios que nunca a pesar de ser zambos, para arrancarle la promesa de matrimonio. Con un "así es la vida" y que se ganaba una familia, una casa y una mesa; de lo contrario, adiós a la escuela militar y cárcel por el delito de violación en agravio de una escolar adolescente. "Tenemos la certificación de la pérdida de su virginidad expedido por un prestigioso centro médico", le habían hecho saber. Después de todo no estuvo mal. Del arenal plagado de campesinos exiliados por la miseria de sus pueblos, a un barrio proletario con agua potable, luz y calles. De la ropa sola a las ropitas nuevas. De la mentira del plancito fijo, al sudor total en materia de carnes. En fin, a veces así se compone la vida.

Se acuerda de la destemplada carta de su madre, donde lo maldijo por su "casamiento a escondidas". "Habías tenido vergüenza de tu madre, para que sepas yo soy hija de un hacendado, no como tú, producto de un mercachifle ambulante y mentiroso" y "P.D. Saludos a tu esposa que debe ser una niña preciosa y bondadosa que procurará en todo momento recordarte que tienes una madre que espera mucho de ti. Dios la bendiga". A ese descomedimiento solo atinó a juzgar: “¡Carajo no pensé que esperaban tanto de mí! Si les doy bola sabe dios que más querrán sacarme. Ni que fuera de su propiedad”. Acaso no había pagado todas las ayudas. Aunque sea con un solo giro, todo estaba muy bien pagado. "Además yo no soy su único hijo".

─Comadrita se lo hemos dicho todo a ese sinvergüenza y vividor ─comentó la escribidora, al mismo tiempo que pegaba la carta con su lengua larga y jugosa.

─Yo sólo quería decirle que se acuerde de nosotros ─lamentó desfallecida.

Recuerda que se ofreció de voluntario para la Zona de Emergencia, supuestamente para hacer quedar mal al "Espada de Honor", pero que en realidad lo hizo por la prolongada insistencia de su mujercita que estaba loca por aparecerse felizmente casada, controlando su casa y criando sus hijos, aunque sea en el infierno y no escondida de los ojos de sus compañeros de promoción.    

También recuerda que primero fue la vigilia prolongada y luego el tenaz insomnio y más tarde el cansancio sin tregua. Cansancio de alarmas y movimientos a todas horas. Cansancio de las muertes escogidas. Cansancio de la caída de tanto campesino cojudo que se ponía frente a las armas de un batallador atormentado por todas las formas del miedo. Cansancio de la indolente, brutal y estúpida conducta de los panzudos jefazos. Cansancio de las noticias de genocidio y terrorismo de Estado que publicaban los periódicos, la radio y la televisión de todas partes del mundo, todas ellas santificadas por los exóticos defensores de los derechos humanos y de los pueblos indígenas y tribales que existen en todos los países del primer mundo, donde viven felices gracias al saqueo de los recursos naturales del tercer mundo. Cansancio de la pobreza de la paz y de la miseria de la guerra. "Tómate esto, casi todas las señoras del Comité de Damas lo tomamos. Se lo recetó en Lima un médico especialista a la señora del coronel Retto, sirve exclusivamente para provocar el sueño atrasado", le había recomendado su mujer, al tiempo que lo condenaba a trajinar con esas coloridas pastillitas de fina presentación plástica.

─Comadrita estoy muy preocupada porque a su ahijado me lo han mandado a la Zona de Emergencia, no me lo vayan a matar esos terroristas malnacidos y entrenados en Cuba, Rusia y la China. Escríbamelo una carta recomendándole que se cuide mucho y suplíquemelo para ver si se da un viajecito por aquí, para poner en vereda a su cuñado que abusa demasiado de su pobre hermana que tanto se ha sacrificado por su carrera.

─¡Ese desagradecido! Voy a escribirle sólo porque me da pena que la Zenaida venga a mi trabajo del hospital con fuertes golpes en la cabeza. Estoy segura que con su carácter de militar va a poner las cosas en su sitio. ¡Sólo por eso! ─Concluyó la cartista.

Y comenzó a escribir sus letanías sobre el papel: "Cuídate del agua mansa que de la brava me cuido yo", escribió ese dicho para decir no se sabe qué. "Saludos a tu esposa que debe ser una niña muy distinguida, porque todos los militares se casan con la gente de la “jay-lay", opinó con la certeza de que la "condenada" que así la llamaba, leería; y, porque sabía que ninguna chica decente se encama con un hombre a los 16 años, y también porque los militares no siempre andan con la mejor gente. Eso lo sabía con la exacta realidad de un recuerdo vivo que come, calza y viste. "P.D. Tu madrina te saluda y pregunta qué es del capitán Juan Pablo Chamubrio Suárez, dónde vive y que grado tiene. Ella te recuerda y te quiere mucho, no le hagas esperar tu respuesta".

─¡Yo soy el alacrán, cuando pico mato y cuando me quieren cagar, me mato! ¡Yo no me rindo! ─Gritaba el capitán Gutiérrez al pelotón. ─¡Cualquiera puede ser el enemigo en esta guerra de mierda. Esos indios que con su cara de cojudos se acercan con una tuna en la mano, pueden traer una granada en la otra. No se olviden, tienen ganas de morir, eso quiere decir, que tienen más ganas de matar!

Finalmente recuerda que fue en esa especie de cantina con mesitas alcahuetes que llamaban "La Diskotec"; que estaba borracho; que quería encontrar a la "Pacharaca" para que le rasque las cabecitas; de la gente de porquería que se divertía manoseándose rico y quejándose del toque de queda porque les privaría de meterse otro polvo en su sucio rincón; que vino un chiquillo huevón con la "Pacharaca"; que le dijo que la "Pacharaca" era su amor; y que "a la mierda los militares, yo chupo con mi plata"; y la "Pacharaca" dale con eso de que los dos eran sus amores pero que: "esta noche nada contigo porque eres un abusivo y sólo quieres que te haga todo lo que no te hace tu mujer y después me dejas botada"; que ¡ ja, ja, ja, ja!; que sacó su revólver y metió un tiro al techo; que salió corriendo de esa porquería de invento; que se tomó todas las pastillas para dormir; que clareaba; que vomitaba; que sonaba un avión; que vomitaba; que anochecía.

En todo momento jura y requete jura por su santa madre que jamás había disparado, ni mucho menos había arrojado una granada en ese tugurio, para que se murieran la “Pacharaca” junto a su huevoncito malcriado y cinco parroquianos más con el poto al aire.

─¡Quién le recetó ese psicofármaco! ─Le amonestó un jovencito de mandil blanco con el pecho descubierto.

─¡El alacrán! ─Respondió bostezando desde el borde de la cama de aquel viejo hospital.

─¿Quién es el alacrán? ─Volvió a preguntar el joven galeno de guardia con la esperanza de derivar el caso a psiquiatría.

─¡El que mata o se mata! ─Respondió casi gritando.

Y por la carretera bordeada de las miserables casuchas desoladas de aquel insignificante poblado andino que olvidar no puede, sigue motivando al pelotón que corre al paso ligero de su desbocada mente: "¡Los valientes no se mueren!", y el pelotón que responde: "¡¡¡No se mueren!!!” "¡¡¡No se mueren!!!"

Más tarde, luego de exhaustivas investigaciones, la comisión a cargo del caso acabó concluyendo que la masacre de "La Discotec”, no fue obra del capitán Gutiérrez, sino de un comando terrorista que lo venía siguiendo por todos lados, porque en nombre de nuestro glorioso ejército y de la patria, este valeroso soldado les venía ganando todas las  batallas y por eso se la tenían jurada. Lo cierto fue que ese oficial ya no estaba presente después de la inspección de ese antro, pero aun así los pérfidos terroristas hicieron estallar una granada de guerra, sin importarles que con esa su demencial acción podían causar la muerte de varios inocentes.
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