viernes, 6 de diciembre de 2019

POR LAS ALTURAS


DEL ANECDOTARIO ABANQUINO

Bueno pues, lo cierto es que la vida viene con todo, estés donde estés. Y así se van acumulando en tu memoria un montón de historias y anécdotas “de lo vivido” que seguramente son muy parecidas a otras que les han sucedido a ustedes, o que por algún motivo te les han contado sus protagonistas, o se las han narrado a sus allegados, o simplemente son hechos que han trascendido a sus actores y se han convertido en perdurables mitos populares o leyendas urbanas.

De modo que en forma directa o a manera de cuentos, aquí les traigo algunas muy suculentas, sólo para hacerles conocer que la gente de esta parte del país existe, se mueve y nos ofrecen con su vivir sus peculiares historias, leamos alguna de muchas otras:

POR LAS ALTURAS

(Narraciones de la Zona de Emergencia)

Acabó sus estudios en el mejor colegio que pudieron costearle. Allí aprendió que el mundo crece, prospera, camina hacia adelante llevado sobre los hombros de grandes líderes, que deben ser reemplazados por otros que se preparan para tomar la posta. Todo eso aprendió con los ojos bien abiertos y los oídos muy atentos, en tanto su alma se inclinaba a remediar todos los males de la humanidad, y como le estaba asignado, se hizo estudiante de medicina.

En la universidad comprendió que el mundo puede ir más lejos de las ambiciones de papá o los sueños de mamá. Que existían verdades menos flojas, menos contritas, que empezaban aquí en la tierra y que debían alumbrar sobre ella.

Su acción le fue reclamada y entregó generosamente su accionar, en la misma dirección y en igual medida que sus camaradas. Su vida empezó a cambiar y junto a ella el propio mundo también debía ser transformado.

El primer cambio se notó en su casa, cuando su padre culpó a su mamá por haber defendido todos sus caprichos y hacerle creer al mozalbete que todo el espacio estaba abierto en este país tercermundista, para que ahora viniera con ese peligroso cuento de la política y el socialismo. La madre replicó que todo eso era por su culpa, porque no quiso esforzarse para enviarlo  a España con esa beca barata del "Opus Dei".

Así empezó una tremenda refriega doméstica que por ser sorda y muda derrochaba sus "malas vibras" por toda la casa, y lo peor fue que el principal objeto de aquel combate no tuvo tiempo para entender, porque andaba metido en otras batallas. Aún cuando los víveres, los pertrechos y el aprovisionamiento seguían saliendo del mismo lugar. Al cabo de un año su familia por fin comprendió a su modo que su hijito no quería ser amigo de Hipócrates ni de Galeno, sino de los mayores ateos que desde hace más de dos siglos vienen repartiendo recetas, para que los hombres puedan acabar  de matarse en nombre de la humanidad.

Nunca supieron realmente en qué andanzas estaba metido su hijito, ni con quienes se juntaba. No fue que se volvió un antisocial o un resentido, sino más bien que se hizo clandestino.

Al tercer año de sus nuevas convicciones, comenzó a frecuentar los almuerzos de su casa haciendo estúpidas preguntas que no correspondían a un hombre que estaba preparándose para remediar los males ajenos. "¿Mamá, cuando tú te casaste con mi papá, lo querías?". La pregunta hasta ofendía. "¿Mamá, estás de acuerdo con el aborto?" Ese pecado ofendía la creación divina y qué pensaba él que iba a ser médico. Entre estas charlas harto pueriles, la madre le sugirió lo lindo que le quedaría una barbita tipo Freud y recortarse el pelo, sólo para mejorar su posterior crecimiento: "Como los manzanos, las peras, en fin para dar mejores frutos". Cuando al día siguiente encontró a su niño con el pelo corto y su castrista barba en los quintos infiernos, se emocionó hasta las lágrimas y advirtió que nunca se acaba de ser vieja para aprender que no son las órdenes ni los ruegos lo que quiebra la voluntad de las personas inteligentes, sino el raciocinio, por muy pobre que este sea.

Durante el almuerzo del segundo día de la trasquilada, le confesó a su madre que andaba enamorado. Ella comentó que esa chica debía ser muy buena y que seguramente ella le había inspirado sus últimos cambios. Él dijo que así era y que por eso mismo andaba con un hijo suyo en la barriga. La madre casi se pasó la cucharita plana de los helados. De un sólo golpe lo supo todo sin necesidad de que le dijeran algo más. Lo último que le faltaba saber fue que la amada de su hijo era una chica provinciana, compañera consecuente y combativa, que estaba a punto de que la echaran de su cuarto de pensión aquel mismo fin de semana. Además le rogó que no piense del modo tan violento y radical como lo hace toda la familia sobre los cholos, los negros o los chinos, porque estas cosas no son como se piensan, sino que son como lo que son.

Finalmente sólo quería hacerles saber que se buscaría un empleo y que la medicina tendría que buscarse otro remedio. Luego de esa confesión se perdió por más de veinte días,  hasta que lo encontraron entre los cristianos defendiendo a Marx,  Lenin y Mao en medio de la Facultad de Medicina. Lo hicieron llamar y el acudió advirtiéndoles que se ocuparan de sus vidas, su apellido, de su casa y de su hermana. Al rato se apareció la compañera con la cara manchada y el gesto altanero. El la presentó y ellos, “que tal, como estás”, como si no hubiera pasado nada, con clase, y ella por su parte, pero solo pensando: “Chichu  pues, acaso no me ven”. Del restaurante pasarían por la pensión a recoger sus cosas, pero ella dijo que lo haría después. La verdad es que no había casi nada que recoger: una cama de somier con su colchón de cotén molido, una maleta de cartón con algunos trapitos proletarios y unos pocos libros metidos en una caja de cartón.

Les cedieron los dos ambientes de la azotea y el medio baño que allí estaba. Les suplicaron que comprendieran que por motivos de seguridad la puerta principal permanecería cerrada, así que mejor sería entrar y salir por la puerta de servicio. Finalmente, otra cosita más que casi se les olvidaba, que en la casa ya no se cocina porque todos comen fuera, y si algo se calienta o huele es la dieta diabética de papá que por precaución también aprovecha mamá. Que Sonia comía en su trabajo. Y él: "¡Por favor!" Que estaban muy agradecidos como para discutir esas minucias y que ya verían cómo ellos también desaparecían cuando salieran los asuntos del partido que les obligaría a abandonar esa emergencia.

La andina Katiuska se fue hinchando bonito, desde abajo hasta arriba, porque la sala comedor con teléfono a la mano, tenía un tragaluz que estaba perfectamente acondicionado para hacer fugar hasta el infinito cualquier rumor de aquel ambiente. A través de esa ventanilla se enteró "que menos mal era blanquiñosa la cholita mostrenca, de ojitos color caramelo". O "gota de miel" como dirían en el Medio Oriente o "cabrañahui" como le llaman  en estas serranías, y con el pelo color castaño claro como el que antes  se teñía ella, pero nada que ver como pareja de su Miguelito, por eso no se preocupaba de si debían casarse o no. Ojala que cuando nazca la criatura no se parezca a Manco Capac o Mama Ocllo, porque la maldición de los indios, los negros y los chinos puede durar hasta ocho generaciones, así que con este riesgo que comprometía a toda la familia no podían andar libres de preocupaciones.

También sospechó que seguramente su niño andaba embrujado por esa suerte de mañoserías que conocen los serranos desde el tiempo de los incas, sino cómo se explica que desafiando a una familia de alta alcurnia abandone una brillante carrera en una prestigiosa universidad particular, dejando de lado a las hermosas y muy educadas chicas de su misma clase. Sólo así podría entenderse semejante desvarío.

Mientras que para su apenas conocida Sonia, lo de Miguel era parte de una pasajera "onda" universitaria. Más adelante verían cómo todo ese "apareamiento progresista" acabaría sin pena ni gloria, precisamente cuando la moda de ser "progre", sea hacer otras cosas, aunque sean al revés de lo que se hacen hoy. "¡Ya verán!" "Menos mal que no andaba metido en las drogas o con los terroristas Eso sí que es purita depresión".

Por su parte el padre un poco más comprometido con los detalles de la vida de la pareja, repetía que Miguel era idéntico a su abuelo materno: un político nato, que llegó a ser Ministro Plenipotenciario del Perú, para aclarar no se qué cosas con un país que no recuerda. "Un hombre de Estado a carta cabal", sólo esperaba que Miguel reaccione: "¡Ya verán!" Lo de la mujer, normal pues, o acaso querían que resulte maricón. Además se percató que la mujercita era bastante leída para ser provinciana y eso valía en cualquier parte del mundo, ya sea en el Himalaya, los Alpes, los Pirineos o los Andes.

Con menos tiempo para la universidad y mucho más para dedicarse a los delicados asuntos del partido, Miguel fue conociendo sus lucrativos enredos internacionales. Como producto de esas andanzas comenzaron a llegar a esa azotea, las cosas necesarias para atender decentemente a una mujer embarazada que manejaba un automóvil y hacía compras en los supermercados: básico. Que vestía su preñez a la moda: normal. Que compartía almuerzos en peñas criollas y cenas en café-teatros los jueves, viernes y sábados: también hay que divertirse pues, no todo es trabajo.

Y así de la noche a la mañana la vida fue mejorando para esos tortolos, porque Miguel era miembro del Directorio del Centro Para la Supervivencia de los Indígenas Indigentes (CEPASII), sociedad civil sin fines de lucro, que canaliza recursos de la cooperación técnica internacional, que en definitiva casi nada tiene que ver con los afanes políticos de sus beneficiarios, porque la ayuda que llegaba eran los dineros recaudados en sindicatos, universidades, iglesias protestantes, clubes de ayuda al Tercer Mundo, fundaciones constituidas por millonarios deprimidos que al borde de abandonar este mundo habían entendido que el el templo de la muerte existe un letrero que dice: "Aquí nadie ha traído nada y de aquí nadie ha salido". En fin, de toda esa difusa voluntad ecuménica por cambiar el mundo.

Al quinto día de haber nacido el niño, con más curiosidad que amor, subió la abuela a conocerlo. Era grande, estaba sano y era enteramente blanquito y gracias a dios que no tenía el culo verde, y "ojala tampoco tenga el perfil esquizofrénico que muestran los serranos de todas partes y por eso andan metidos en el terrorismo". Pero no se podía decir con exactitud a quién se parecía. La parturienta dijo que era igualito a su padre.

Lo que más le sorprendió a la emocionada “sapiroca” era la cantidad y calidad de las cosas que habían llegado a esa azotea. Era evidente que los afanes que compartía su hijo con sus socios del partido eran más lucrativos que cualquier profesión liberal o un próspero negocio, si se tiene en cuenta que los primeros cinco años de sus rentas sólo alcanzarían para compensar los gastos ocasionados por la universidad, sin contar las sangrías que acarrean la manutención de los estudiantes. En cambio, en ese centro de los diablos comunistas o lo que fuera, se cosechaba lo que no se había sembrado sin tener que rendirle cuenta a nadie, pero lo mejor era que ese negocio tenía mucho que ver con los gringos de los Estados Unidos y de Europa. "¡Waaauuu: Paris, Madrid, Roma, Londres, Atenas, Ámsterdam, Bruselas, Estocolmo y sabe dios qué lindos lugares más!"

Y por eso pensó que la cholita blanquiñosa podía ser hija de algún hacendado caído en desgracia por culpa de la Reforma Agraria del cojo Velasco Alvarado y que merecía un trato más familiar. “Si deseas bañarte, también puedes hacerlo en la tina del baño de mi dormitorio”, la respuesta fue que gracias, pero que en tres semanas debían trasladarse a su pueblo, para constituir un nuevo centro destinado a promover el desarrollo agrario. Allí Miguel sería su Director Ejecutivo, tendrían dinero para comprar un local, dos camionetas y un fundo para experimentos agroecológicos. "¡Tenía razón mi viejo, Miguelito no era algún tonto que corría tras una loca quimera socialista, todo lo contrario, pues ya tiene abierto un gran negocio con mucho porvenir", pensó con orgullo la madre del nuevo líder social. Aunque le dolió un poco saber que la cholita iba a viajar a Viena por tres meses para cursar una pasantía, y que aprovecharía esa oportunidad para conocer Madrid, Paris, Londres y si se puede Atenas también. “¡Carajo, la que no corre, vuela!”, pensó como sólo piensan los envidiosos.

Por sus cientos de años de pobreza y abandono, aquel pueblo estaba hecho para diez revoluciones, mil quinientas ONGs y más de un juicio final. Allí Miguel halló que todo estaba por hacerse o para el quehacer de los organismos no gubernamentales como el Instituto Nativo para la Promoción Rural del Sur Andino (INPRUSA), que acababa de constituir con criterio futurista. El instituto adquirió la casa de Pascual Robles Valverde residente de Lima, por la mayor suma que jamás se haya pagado en esas comarcas por una antigua casona. Ese hecho liquidó para siempre el mercado tradicional de inmuebles de la localidad e incluso fue motivo para que otros vendedores reclamaran un mayor precio por sus casas vendidas en otros tiempos. Después de algunas mejoras a la fachada y a los ambientes de su interior, se amobló el local, sin descuidar su decoración con caporales de chicha que hacían de floreros, abigarradas llicllas que funjian de cortinas y una más grande para el franelógrafo. Una pequeña biblioteca con todas las publicaciones que esas oficinas suelen tener, afiches multicolores y lemas que exhortaban a la acción, sacados de algún autor fuerte y comprometido hasta el martirio. Con la fijación en la fachada de una placa de vinilo negro con letras doradas, arrancó las actividades del INPRUSA.

Más adelante, Miguel viajó a Lima a procurarse del personal competente que requería la programación de las actividades del "centro de desarrollo". Allí, entre los  pocos atrevidos y dispuestos a abandonar el corazón de la cultura, la civilización y el poder republicanos, contrató a los amigos desocupados del partido, especialmente a los que hallaban trascendental para sus vidas un baño de serranías, ahorrar algún dinero y más tarde retornar a su ciudad para cumplir su destino urbano.

Los empleados fueron integrándose poco a poco y los proyectos iban ejecutándose en función de los dineros que llegaban desde las fuentes de financiamiento. Todo podía hacerse: postas médicas, piscicultura, apicultura, agroecología, lombricultura, protección del medio ambiente, sanidad agraria, irrigaciones, rehabilitación de andenes, conservación de suelos, crianza de camélidos sudamericanos, investigaciones antropológicas, sociológicas, psicológicas, medicina tradicional, planificación familiar....... ¡Todo! A los dos años cuarenta empleados competían en el estrecho valle de aquel pueblo con los empleados del Estado, tratando de tomar el tiempo de los campesinos para enseñarles su arte y su parte. En alguna reunión de trabajo, Miguel vaticinó: “Con el tiempo todos los empleados de ese ministerio serán nuestros socios estratégicos. Ya he visto que su debilidad más penosa es el miserable salario que perciben. Un suculento viatico a su jefe y toda esa maquinaria pasará a ser sucursal del INPRUSA.” 

Las visitas de los representantes de las entidades financieras fueron testigos de las necesidades de aquel lugar y de los pueblos que lo rodeaban. El instituto debía hacer mucho más y por eso se invitó a Miguel a una gira europea para que él mismo expusiera ante el Directorio de los organismos cooperantes, la necesidad de incrementar su contribución. Dar conferencias ante sus desprendidos samaritanos, pero también ante los tacaños reaccionarios que no faltan en ningún lugar del mundo y que casi siempre terminaban insultándolo sarcásticamente. “Si en tu país existe un puñado de ricos y un montón de muertos de hambre, por qué no inicias una revolución armada, conquistas el poder, matas a los oligarcas  y refundas el imperio de los incas, pero no vengas con eso de que mi gobierno tiene la obligación de regalarles nuestros ahorros”.

Lo que pasa con el alma de los latinoamericanos que mueven sus huesos por Europa, sólo ellos lo saben. El asunto es que el joven regresó con el propósito de cambiarlo todo de una vez y para siempre. Eso de trabajar en agroecología sin bosta, en piscicultura sin alevinos, en apicultura sin abejas, en planificación familiar sin condones, etc., etc., y solamente por medio de folletitos copiados de otros folletitos curiosos y hasta bonitos, era una mierda. Lo que ahora correspondía era hacer un estudio completo del lugar por cuencas hidrográficas y zonificación ecológica y sobre la base de esas herramientas planificar y programar proyectos para recibir a raudales toda la filantrópica ayuda que impacientemente estaba esperando su destino en Europa y Norteamérica.

Como tenemos dicho, su alma había cambiado en tan sólo algunos meses, pero su corazón también. Al poco tiempo de reunirse con su mujer se aburrió horriblemente de sus sugerencias, chismes, celos, reproches y pobres ideas. Cómo le molestaba que todavía mantuviera rencor al Jefe Local del Ministerio de la Producción que alguna vez pretendió incomodarlos con el embuste de que el instituto era un nido de terrucos. La ceguera provincial y la miopía criolla debían desterrarse del Perú para siempre, porque lo que se aproximaba era un generoso y superior internacionalismo; no aquel que preconizaba el partido, cuyo concepto se reducía a sacrificar el pellejo en tierras extrañas, sino a uno nuevo y ecuménico, cuya principal expresión era la ayuda material directa a los agentes del desarrollo, que podían expresarse en una infinidad de maneras, por ejemplo: una computadora funcionando con un panel solar en pleno funcionamiento en ese purgatorio llamado Atunrumi.

Semejante ayuda no podía venir de la esfera de los países socialistas, porque estos siempre están al borde de la miseria, sino de los países ricos. Ricos no solo en dinero, sino en misericordiosos pensamientos para los indígenas de estos valles interandinos y sus inmensas punas. "¡Nosotros debemos ser los canalizadores de esa valiosa generosidad!", había afirmado pomposamente en una reunión de trabajo.

Esta visión postmodernista del mundo superaba grandemente los límites de cualquier propuesta de la indigente política nacional, por eso le resultaba ridículo que su mujercita siguiera manteniendo su terco encono a un adefesioso y deslenguado burócrata provincial. Después de recomendarle que desterrara de su mente esa ridícula debilidad, le anunció su próximo viaje de coordinación a Lima, para después del cumpleaños de Manolito, que se iba por los tres.

El viaje tuvo que ver con cuentas bancarias, giros, alquileres de oficinas y muchas compras, el retorno al seno materno, más un romance que él llamó de "altura", porque tenía mucho que ver con su filantrópico quehacer. Otro nivel de contacto personal y sexual. La antropóloga de sus alturas acabó siendo la Directora Ejecutiva de la Oficina de Enlace del  INPRUSA en la capital. Su madre bendijo de muy buena gana esa magnífica unión y hasta llegó a ofrecerle su casa a la distinguida muchacha, pero ella más distinguida aun, se ofreció molestarla en cualquier momento. Papá volvió a repetir, que no en vano se parecía al abuelo, que fue Ministro Plenipotenciario del Perú, pero aún no recordaba para qué, ni dónde. Para sacarse el clavo le bromeaba: "Vieja, como has gastado gratuitamente tus nervios pensando en las brujerías de la serrana, ahora quieres recuperarte con la linda y distinguida Eloísa, porque sabes la fortuna que maneja su familia. ¡Qué buena raza tienes vieja!"

Estando así las cosas, al cabo de tres meses regresó a Atunrumi, para evaluar al personal que debía despedir. Se fueron los pioneros del instituto con más rabia que dinero. Se fueron pese a la cerrada defensa de su conviviente, que se calmó cuando le pidió que le explicara: “¿Qué hacían en el Instituto?" "¿Para qué servían?" Esta no supo que responder, porque tampoco sabría explicar qué hacía ella misma en ese lugar, ni para qué servía el propio Miguel en esas tierras, dónde los hombres habían sobrevivido por más de diez mil años sin necesidad de ninguna limosna internacional. La cosa es que comenzó a llegar otro tipo de personal, más estudioso y hasta sofisticado. Tomaban café y fumaban todo el día, sin llegar a creer que fuera cierto que los indios nunca hacen el amor calatos y que no saben besar.

A los cinco meses anunció a la madre de su hijo que viajaría a Lima para hacerse cargo directamente de la Oficina de Enlace, porque ésta había cobrado especial importancia para los intereses del Instituto y que en manos ajenas podría serles perjudicial, y que durante su ausencia debía hacerse cargo de la Dirección Ejecutiva de la ONG en Atunrumi, hasta tanto él lograra que esa oficina se comportara como un mecanismo de ingeniería.

Los chismes de su romance de "altura" con la antropóloga pituca partieron desde la casa de su "suegra". Cuando se apareció en Lima con su hijo en brazos, esta le recordó que no estaba casada con su Miguel y que dentro de esa libertad tenía derecho a hacer lo que quería con su vida o qué se creía ella. Él le dijo que se dejara de celos huevones y quién le había autorizado abandonar sus obligaciones en la principal de Atunrumi.

Katiuska le ordenó que se dejara de cojudeces y que confiese abiertamente su traición, porque si no ella también se desahogaría confesando ante el partido y la fiscalía todos los negociados que habían hecho con el dinero de los gringos. Cuando ambos convinieron, con gran ventaja para la mujer, el destino de sus “ahorros”, cada quien comenzó a vivir sus nuevas y muy bien financiadas vidas, pero siguieron trabajando en el INPRUSA hasta que se acabaran los dineros asignados a los proyectos aprobados.

Más adelante, Miguel fundó en un terreno que le cedió la Asociación Pro-Vivienda "Atunrumi" de Lima, el Instituto de Apoyo al Desarrollo del Refugiado Urbano Marginal (INADRUMAR). Con la inauguración de su flamante local, terminó definitivamente su relación laboral con la madre de su hijo, y cada quien se fue por su lado, pero siguieron viviendo de lo mismo, porque ese era el único medio de vida que conocían. El resto, como todo, era del partido que de todas maneras debía tener su mordida en la dulce y jugosa manzana que generosamente les obsequiaba la cooperación extranjera.

Lo que jamás esperó que llegara, llegó. Aquella esquela directa y violenta le invitaba a abandonar sus afanes asistencialistas, en caso contrario era hombre muerto. Ahora está empeñado en identificar al perverso autor de aquel miserable anónimo que podría haber venido de los rabiosos despedidos de Atunrumi, de su ex-conviviente o para su mayor desgracia, de los mismísimos terrucos. ¡Qué hacer! ¿Tomar la beca para estudiar agroforestería en Bélgica durante dos años? No, mejor comprarse la Smith & Wesson que le ofrecieron, porque la cosa había llegado hasta la altura de no ser para nada despreciable.

Lo que ahora convenía era seguir insistiendo en eso de la filantropía internacional hasta acumular el valor de la pequeña fortuna que se llevó la serrana y cuando la cosa se pusiera color de hormiga, desmontar todo el aparato hasta convertirlo en algo que se pueda llevar en los bolsillos, aprovechando que el partido estaba en crisis al igual que el resto de la izquierdosa movida nacional por culpa de los ultras guerreristas, y al final decidirse a montar el negociazo que le propuso el padre de Eloísa.






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