martes, 26 de noviembre de 2019

JULIA


DEL ANECDOTARIO ABANQUINO

          Bueno pues, lo cierto es que la vida viene con todo, estés donde estés. Y así se van acumulando en tu memoria un montón de historias y anécdotas “de lo vivido” que seguramente son muy parecidas a otras que les han sucedido a ustedes, o que por algún motivo te les han contado sus protagonistas, o se las han narrado a sus allegados, o simplemente son hechos que han trascendido a sus actores y se han convertido en perdurables mitos populares o leyendas urbanas.

De modo que en forma directa o a manera de cuentos, aquí les traigo algunas muy suculentas, sólo para hacerles conocer que la gente de esta parte del país existe, se mueve y nos ofrecen con su vivir sus peculiares historias, leamos alguna de muchas otras:

JULIA

(Narraciones de la Zona de Emergencia)

            Angustiada, flaca, envejecida. Mordiéndole los labios a una gastada preocupación, irá camino a la casa del agiotista a proponerle la venta de su sueldo. Sabe que éste la mirará con la cara de compasión que tienen los bondadosos, que quisieran darlo todo, pero que no tienen nada. Se hará rogar más que un santo milagroso y al final recordará que tiene algún dinerito ajeno. Con eso le hará el favor por tratarse de ella, luego firmará un poder para que su benefactor cobre durante dos meses los seiscientos soles y pico de su sueldo, a cambió ella recibirá mil en efectivo. Eso será todo lo que ella tiene que hacer, mientras el prestamista seguirá recibiendo los poderes de cuarenta menesterosos más.

            Con el dinero de la venta de su haber, más el que ha logrado reunir su cuñado, por fin podrán girar los mil quinientos soles que pide a gritos su sobrino y ahijado Ramirito para pagar la mensualidad de la academia de preparación universitaria, que lo hará ingresar a la Facultad de Medicina de la primera universidad del Perú y América. Todos confían que ésta vez sí podrá triunfar porque en los dos años anteriores, sólo por unos cuántos puntitos no ha podido ingresar por falta de una buena academia, que además de preparar a conciencia a los postulantes esté "enganchada" con la universidad. "Allí sólo se estudia los temas que van a ser materia del examen de admisión", había dicho en su suplicante carta acompañada de recortes de periódicos y todos los otros detalles de la antesala universitaria.

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            La verdad es que la señorita Julia durante toda su vida no ha tenido tiempo para ella. Hija mayor de un matrimonio con seis hijos. A los diez años aprendió a cocinar, hacer el mercado, lavar, planchar, cuidar a los hermanos que se venían en cargamontón y llamar a la policía cuando su padre venía borracho a botar sus tristes ollas a la calle y golpear salvajemente a su madre. “¡Porqué te crees hacendada, pobretona de mierda!”

El susto que le tomó a la vida recibió su bendición en las historias que le contaban las monjitas después del catecismo. Satanás no sólo es un ángel caído, sino un hombre poseído.

            Con el tiempo el cobarde afán alcohólico de su padre le quitó el respeto temeroso que le tenían, a la vez que aumentó el coraje de ella y su madre para sacar adelante a la familia: "¡Sea como sea!". Más tarde el borracho de la casa se fue a su pueblo a llorar la muerte de su madre. Las lágrimas que perdía por sus llorosos ojos eran fácilmente reemplazadas por el aguardiente que le exigía su sedienta garganta. Entre esas dos aguas liquidó su herencia y trajinó a la locura. Al igual que las botellas, un día se vació el alma de su cuerpo y con el favor de otro miserable como él fue enterrado a la vera de un camino solitario, donde después de algún tiempo Julia hizo colocar una lápida de cemento adornada con una cruz hecha con fierro de construcción y corazones de lata, que fabricaba el único herrero de ese pueblo.

            Julia vende, compra, pide, estudia, ayuda, trabaja. Julia crece y junto a ella los demás. Se alivian las necesidades, disminuyen las angustias, pero Julia ya no administra su sudor ni su tiempo. Debe lograrlo todo. Aunque ese todo sea aquella lejana felicidad que añoran los pobres: no sentirse pobres, ¡sólo eso! No importa si lo mejor es solo para los demás. Felizmente la riqueza, la alegría, el sexo son pecados que se pagan con el infierno, además estaba  escrito que era más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el reino de los cielos.

Maestra rural diez años. Tiene la fama de ángel en la comunidad donde enseñó a construir hombres y obras. Partera, escribidora, enfermera, costurera y panadera. Fue además juez y verdugo del lujurioso propietario del pequeño fundo que existía en las orillas del gran río y al que ostentosamente llamaba Hacienda y Cañaveral “La Falca”, solo para que todos lo conocieran como hacendado, porque en las oraciones que elevaba al cielo junto con sus víctimas, esa "bestia" era entregada al infierno sin necesidad que el condenado se enterara de su triste final.

            Llegada al pueblo, Julia fue la primera aspirante que coronó los cursos de profesionalización y con ello la fortuna del Título a Nombre de la Nación. Eso le enseñó la senda que debían seguir sus hermanos para lograr el orgullo de ser profesionales y tener un “sueldito seguro” en siete años más. Julia dijo adelante y se entregó con alma, vida y corazón a la causa de la salvación familiar. Las cosas fueron arreglándose para todos y poco a poco todos fueron componiéndose a sí mismos, cada quien logrando un pequeño empleo y cada cual casándose malo que bueno, pero entregándose con mejores armas al sufrido destino de los hombres de esta parte de la patria.

Más tarde Julia comenzó a mejorar la apariencia de la modesta casita familiar, haciéndole los toques y retoques que exigía la decencia de esos tiempos. En primer lugar mandó estucar y pintar la fachada, porque según su parecer: "solamente la casa de los corruptos esconde su cara". Terminada esta mejora, comenzaron a llegar los sobrinos. Los hijos de sus hermanos traían en sus vidas recién encendidas la posibilidad de ser mejores porque venían a este mundo en el seno de un hogar donde la pareja contribuía con pequeños pero seguros ingresos y al cabo de unos cuantos años, el tiempo pasa volando, estarían listos para cruzar el umbral de una universidad. De allí saldrían médicos, abogados,  ingenieros, arquitectos, educadores, es decir, pertenecerían a esa especie de humanos peruanos que tienen el privilegio de olvidar para siempre las penurias de un mezquino destino, más la posibilidad de elevar hasta sus alturas a la familia toda. "Ese es el padre del Dr. Martínez", tiene el sonido que hace la gloria en la mente de aquellos paisanos.

Cuando cumplió veinte años al servicio del magisterio, tenía catorce sobrinos. Todos bien amados, pero ninguno como los hijos de su hermana Zulema y su correcto cuñado Alberto: Ramiro, Alejandro, Julia, Marcos y Esther fueron a su parecer sus sobrinos más inteligentes y educados. A ellos les ofreció todo su tiempo y dinero. La envidia de los otros cuñados y hermanos dispararon a todo sitio, pero el tiro que dio en el blanco y resolvió sus buenas intenciones en un objetivo vital, fue aquel rumor infamante que la hacía amante de su cuñado dizque con el consentimiento de su hermana. De esa herida se murió para los demás y dedicó todo su amor solo a los hijos de Zulema.

Sus veinticinco años de servicios dedicados a la enseñanza de las nuevas generaciones de aquel pueblo, fueron festejados con una recepción ofrecida por sus colegas y la asociación de padres de familia de la escuela. Hubo flores, brindis, discursos, poesías, canciones, danzas, diplomas, lágrimas y renovación de compromisos. La señorita Julia jamás cumplía años. Sólo ella y su familia sabían que tenía cuarenta y ocho en "éste valle de lágrimas" y en este punto de su vida, la soledad sería la única moneda que recibiría por haber batallado por su familia.

            La señorita Julia era la Secretaria de Actas del Círculo Cultural "Ariel", asesora de la Asociación de Padres de Familia, cursillista de la parroquia, Presidenta de las devotas de “María Reyna y Señora”, además de conducir un programa radial que tenía algo que ver con la difusión de temas culturales y religiosos. Odiaba la informalidad, la política, los chistes groseros, todos los nombres de algunos autores que jamás leyó. Todas las ideas y hechos que admitía y defendía eran aprendidos de los documentos del Vaticano. Condenaba atrozmente el amor libre y no era libre para el amor. Maldecía la muerte de los abortos que jamás tocarían sus entrañas. Contradecía todas las razones del divorcio porque lo que Dios había unido sólo la muerte debía separarlo, a pesar de saber que su muerte de nadie la separaría. Todo estaba hecho para acabarse y la salvación solo sería para los escogidos. Lo demás eran espejismos del pecado.

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Un poco más acabada salió de la casa del agiotista, con la corazonada de que esta faena, que obliga al bien a pensar mal, no se iría a terminar nunca. Con cierto desgano llegó a su casa donde le anunciaron muy desafinadamente que una grave desgracia le había alcanzado a su ahijado Ramirito. El alma se le estremeció y cruzó raudamente por su mente la imagen de un cuerpo joven arrollado por un carro, apuñalado, abaleado, quemado, muerto. Esperó a que se le secara la persistente humedad de sus ojos. Su palidez no importaba. Tomó temblorosa la carta que le ofrecieron y sin ni siquiera fijarse en las letras, absorbió las palabras con su angustiosa mirada:

“Lima, 02/01/89

Señora Zulema de Martínez.

            Le escribo esta nota por encargo de Ramirito que en estos momentos se encuentra detenido en la carceleta del Palacio de Justicia de Lima, dice que para declarar ante el Juez sobre asuntos de manejar armas y propaganda subversiva, o sea parece que está metido en eso de los “tucos”. Él ha recomendado que si ustedes pueden moverse rápidamente con dinero, todo se solucionaría felizmente.

            Yo quiero decirle que nada tengo que ver con esto. Aquí en el Palacio de Justicia soy practicante del cuarto año de derecho y por casualidad me he tropezado con él. Menos mal que me ha reconocido y llamado y por eso hemos podido conversar un ratito.

Señora Zulemita, por favor dígale a mi mamá que no se olvide de mandarme la platita del torito que era mío y le supliqué me lo vendiera. Sabe, quiero hacerme una ropita decente, porque aquí en Lima sin terno y sin corbata no se abren las puertas para alguien como nosotros.

            Esperando que se encuentre bien de salud en compañía de todos los que la rodean, me despido:

Atentamente:

Augusto Minaya Solano.

P.D. Saludos a mi profesora Julia.”

Con la carta en la mano voló donde el colega que además era abogado. Este le dijo que si estaba en la carceleta esperando prestar su declaración instructiva ante el Juez Penal de Turno, era porque ya había sido investigado por espacio de quince días y denunciado por el Fiscal Provincial Antiterrorismo y que sin duda acabaría en el Penal de Lurigancho esperando ser juzgado en uno de esos largos procesos penales contra los  delincuentes terroristas. Todo lo que tendría que hacer era viajar a Lima, averiguar la situación jurídica  y el grado de responsabilidad que tendría el muchacho en los hechos materia de la investigación, pero para todo eso debía contar con una pequeña fortuna.

A las dos horas llegó a su casa con aquella larga y pesada fatiga que acumulan las miles de horas de angustiosa lucha y que de un sólo golpe anochecen todos los días de una vida. Estaba cansada, muy cansada, con aquel gastado cansancio que llama a gritos a la bien amada muerte.

Se retiró a su cuarto y rezando en voz alta pidió al Señor Dios Padre Todopoderoso para que arregle el mundo; que una vez más derrote al mal; que se apiade de su creación y de las criaturas hechas a su imagen y semejanza que a falta de un poco de compasión tienen que andar en las cosas del demonio. Después siguió rezando en voz baja, casi musitando. Finalmente concluyó que su sobrino como hijo de Dios y bautizado en la fe de la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana: "¡Tenía el  deber de rechazar al maligno!" Luego fue meditando sobre algunos otros asuntos que debían ocuparla al día siguiente, hasta que se quedó mortalmente dormida. Despertó como a eso de las seis de la tarde. Bastante recuperada y vestida de negro, anunció que se iba a la iglesia a rezar el Santo Rosario.

            Días después se enteró algo más acerca de las correrías de su sobrino, pero no mostró ningún interés. Algo le dolió saber que quizás no podría verlo más.

            Si Julia el motor de aquella casa se apagó para éste asunto, los demás también quedaron quietos.

Ramirito, expósito de 20 años, podía morirse sin preocupación por que su tía-madrina estaba mandando construir en el Cementerio General del pueblo, un mausoleo para doce ocupantes, con azulejos negros y unas letras doradas que desde el interior advierten:

"NO SELLES LAS PALABRAS DE LA PROFECÍA DE ESTE LIBRO, PORQUE EL MOMENTO SE ACERCA. EL QUE HACE INJUSTICIAS, HÁGALOS AUN MAS; EL JUSTO HAGA AUN MAS JUSTICIAS, Y EL SANTO QUE SE SANTIFIQUE MAS. HE AQUÍ QUE VENGO DE PRISA, Y MI RECOMPENSA CONMIGO, PARA DAR A CADA UNO SEGÚN SUS OBRAS.

                        YO SOY EL ALFA Y EL OMEGA, EL PRIMERO Y EL ULTIMO, EL PRINCIPIO Y EL FIN. FELICES LOS QUE LAVAN SUS VESTIDOS, PARA TENER DERECHO AL ÁRBOL DE LA VIDA, Y PARA ENTRAR EN LA CIUDAD POR SUS PUERTAS. ¡FUERA LOS PERROS, LOS ENVENENADORES, LOS FORNICARIOS, LOS ASESINOS, LOS IDOLATRAS Y EL QUE AMA LA MENTIRA Y LA HACE!".

APOCALIPSIS 22 (10-14).




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