DEL ANECDOTARIO ABANQUINO
Bueno pues, lo cierto es que la vida viene con todo,
estés donde estés. Y así se van acumulando en tu memoria un montón de historias
y anécdotas “de lo vivido” que seguramente son muy parecidas a otras que les
han sucedido a ustedes, o que por algún motivo te les han contado sus
protagonistas, o se las han narrado a sus allegados, o simplemente son hechos
que han trascendido a sus actores y se han convertido en perdurables mitos
populares o leyendas urbanas.
De modo que en forma directa o a manera de cuentos,
aquí les traigo algunas muy suculentas, sólo para hacerles conocer que la gente
de esta parte del país existe, se mueve y nos ofrecen con su vivir sus
peculiares historias, leamos alguna de muchas otras:
POR LAS ALTURAS
(Narraciones de la Zona de
Emergencia)
Acabó sus estudios en el mejor colegio que pudieron
costearle. Allí aprendió que el mundo crece, prospera, camina hacia adelante
llevado sobre los hombros de grandes líderes, que deben ser reemplazados por
otros que se preparan para tomar la posta. Todo eso aprendió con los ojos bien
abiertos y los oídos muy atentos, en tanto su alma se inclinaba a remediar
todos los males de la humanidad, y como le estaba asignado, se hizo estudiante
de medicina.
En la universidad comprendió que el mundo puede ir más
lejos de las ambiciones de papá o los sueños de mamá. Que existían verdades
menos flojas, menos contritas, que empezaban aquí en la tierra y que debían
alumbrar sobre ella.
Su acción le fue reclamada y entregó generosamente su
accionar, en la misma dirección y en igual medida que sus camaradas. Su vida
empezó a cambiar y junto a ella el propio mundo también debía ser transformado.
El primer cambio se notó en su casa, cuando su padre
culpó a su mamá por haber defendido todos sus caprichos y hacerle creer al
mozalbete que todo el espacio estaba abierto en este país tercermundista, para
que ahora viniera con ese peligroso cuento de la política y el socialismo. La
madre replicó que todo eso era por su culpa, porque no quiso esforzarse para
enviarlo a España con esa beca barata
del "Opus Dei".
Así empezó una tremenda refriega doméstica que por ser
sorda y muda derrochaba sus "malas vibras" por toda la casa, y lo
peor fue que el principal objeto de aquel combate no tuvo tiempo para entender,
porque andaba metido en otras batallas. Aún cuando los víveres, los pertrechos
y el aprovisionamiento seguían saliendo del mismo lugar. Al cabo de un año su
familia por fin comprendió a su modo que su hijito no quería ser amigo de
Hipócrates ni de Galeno, sino de los mayores ateos que desde hace más de dos
siglos vienen repartiendo recetas, para que los hombres puedan acabar de matarse en nombre de la humanidad.
Nunca supieron realmente en qué andanzas estaba metido
su hijito, ni con quienes se juntaba. No fue que se volvió un antisocial o un
resentido, sino más bien que se hizo clandestino.
Al tercer año de sus nuevas convicciones, comenzó a
frecuentar los almuerzos de su casa haciendo estúpidas preguntas que no
correspondían a un hombre que estaba preparándose para remediar los males
ajenos. "¿Mamá, cuando tú te casaste con mi papá, lo querías?". La
pregunta hasta ofendía. "¿Mamá, estás de acuerdo con el aborto?" Ese
pecado ofendía la creación divina y qué pensaba él que iba a ser médico. Entre
estas charlas harto pueriles, la madre le sugirió lo lindo que le quedaría una
barbita tipo Freud y recortarse el pelo, sólo para mejorar su posterior
crecimiento: "Como los manzanos, las peras, en fin para dar mejores
frutos". Cuando al día siguiente encontró a su niño con el pelo corto y su
castrista barba en los quintos infiernos, se emocionó hasta las lágrimas y
advirtió que nunca se acaba de ser vieja para aprender que no son las órdenes
ni los ruegos lo que quiebra la voluntad de las personas inteligentes, sino el
raciocinio, por muy pobre que este sea.
Durante el almuerzo del segundo día de la trasquilada,
le confesó a su madre que andaba enamorado. Ella comentó que esa chica debía
ser muy buena y que seguramente ella le había inspirado sus últimos cambios. Él
dijo que así era y que por eso mismo andaba con un hijo suyo en la barriga. La
madre casi se pasó la cucharita plana de los helados. De un sólo golpe lo supo
todo sin necesidad de que le dijeran algo más. Lo último que le faltaba saber
fue que la amada de su hijo era una chica provinciana, compañera consecuente y
combativa, que estaba a punto de que la echaran de su cuarto de pensión aquel
mismo fin de semana. Además le rogó que no piense del modo tan violento y
radical como lo hace toda la familia sobre los cholos, los negros o los chinos,
porque estas cosas no son como se piensan, sino que son como lo que son.
Finalmente sólo quería hacerles saber que se buscaría
un empleo y que la medicina tendría que buscarse otro remedio. Luego de esa
confesión se perdió por más de veinte días,
hasta que lo encontraron entre los cristianos defendiendo a Marx, Lenin y Mao en medio de la Facultad de
Medicina. Lo hicieron llamar y el acudió advirtiéndoles que se ocuparan de sus
vidas, su apellido, de su casa y de su hermana. Al rato se apareció la compañera
con la cara manchada y el gesto altanero. El la presentó y ellos, “que tal,
como estás”, como si no hubiera pasado nada, con clase, y ella por su parte,
pero solo pensando: “Chichu pues, acaso
no me ven”. Del restaurante pasarían por la pensión a recoger sus cosas, pero
ella dijo que lo haría después. La verdad es que no había casi nada que
recoger: una cama de somier con su colchón de cotén molido, una maleta de
cartón con algunos trapitos proletarios y unos pocos libros metidos en una caja
de cartón.
Les cedieron los dos ambientes de la azotea y el medio
baño que allí estaba. Les suplicaron que comprendieran que por motivos de
seguridad la puerta principal permanecería cerrada, así que mejor sería entrar
y salir por la puerta de servicio. Finalmente, otra cosita más que casi se les
olvidaba, que en la casa ya no se cocina porque todos comen fuera, y si algo se
calienta o huele es la dieta diabética de papá que por precaución también
aprovecha mamá. Que Sonia comía en su trabajo. Y él: "¡Por favor!"
Que estaban muy agradecidos como para discutir esas minucias y que ya verían
cómo ellos también desaparecían cuando salieran los asuntos del partido que les
obligaría a abandonar esa emergencia.
La andina Katiuska se fue hinchando bonito, desde
abajo hasta arriba, porque la sala comedor con teléfono a la mano, tenía un
tragaluz que estaba perfectamente acondicionado para hacer fugar hasta el
infinito cualquier rumor de aquel ambiente. A través de esa ventanilla se
enteró "que menos mal era blanquiñosa la cholita mostrenca, de ojitos
color caramelo". O "gota de miel" como dirían en el Medio
Oriente o "cabrañahui" como le llaman
en estas serranías, y con el pelo color castaño claro como el que
antes se teñía ella, pero nada que ver
como pareja de su Miguelito, por eso no se preocupaba de si debían casarse o
no. Ojala que cuando nazca la criatura no se parezca a Manco Capac o Mama
Ocllo, porque la maldición de los indios, los negros y los chinos puede durar
hasta ocho generaciones, así que con este riesgo que comprometía a toda la
familia no podían andar libres de preocupaciones.
También sospechó que seguramente su niño andaba
embrujado por esa suerte de mañoserías que conocen los serranos desde el tiempo
de los incas, sino cómo se explica que desafiando a una familia de alta
alcurnia abandone una brillante carrera en una prestigiosa universidad
particular, dejando de lado a las hermosas y muy educadas chicas de su misma
clase. Sólo así podría entenderse semejante desvarío.
Mientras que para su apenas conocida Sonia, lo de
Miguel era parte de una pasajera "onda" universitaria. Más adelante
verían cómo todo ese "apareamiento progresista" acabaría sin pena ni
gloria, precisamente cuando la moda de ser "progre", sea hacer otras
cosas, aunque sean al revés de lo que se hacen hoy. "¡Ya verán!"
"Menos mal que no andaba metido en las drogas o con los terroristas Eso sí
que es purita depresión".
Por su parte el padre un poco más comprometido con los
detalles de la vida de la pareja, repetía que Miguel era idéntico a su abuelo
materno: un político nato, que llegó a ser Ministro Plenipotenciario del Perú,
para aclarar no se qué cosas con un país que no recuerda. "Un hombre de
Estado a carta cabal", sólo esperaba que Miguel reaccione: "¡Ya
verán!" Lo de la mujer, normal pues, o acaso querían que resulte maricón.
Además se percató que la mujercita era bastante leída para ser provinciana y
eso valía en cualquier parte del mundo, ya sea en el Himalaya, los Alpes, los
Pirineos o los Andes.
Con menos tiempo para la universidad y mucho más para
dedicarse a los delicados asuntos del partido, Miguel fue conociendo sus
lucrativos enredos internacionales. Como producto de esas andanzas comenzaron a
llegar a esa azotea, las cosas necesarias para atender decentemente a una mujer
embarazada que manejaba un automóvil y hacía compras en los supermercados:
básico. Que vestía su preñez a la moda: normal. Que compartía almuerzos en
peñas criollas y cenas en café-teatros los jueves, viernes y sábados: también
hay que divertirse pues, no todo es trabajo.
Y así de la noche a la mañana la vida fue mejorando
para esos tortolos, porque Miguel era miembro del Directorio del Centro Para la
Supervivencia de los Indígenas Indigentes (CEPASII), sociedad civil sin fines
de lucro, que canaliza recursos de la cooperación técnica internacional, que en
definitiva casi nada tiene que ver con los afanes políticos de sus
beneficiarios, porque la ayuda que llegaba eran los dineros recaudados en
sindicatos, universidades, iglesias protestantes, clubes de ayuda al Tercer
Mundo, fundaciones constituidas por millonarios deprimidos que al borde de
abandonar este mundo habían entendido que el el templo de la muerte existe un
letrero que dice: "Aquí nadie ha traído nada y de aquí nadie ha
salido". En fin, de toda esa difusa voluntad ecuménica por cambiar el
mundo.
Al quinto día de haber nacido el niño, con más
curiosidad que amor, subió la abuela a conocerlo. Era grande, estaba sano y era
enteramente blanquito y gracias a dios que no tenía el culo verde, y
"ojala tampoco tenga el perfil esquizofrénico que muestran los serranos de
todas partes y por eso andan metidos en el terrorismo". Pero no se podía
decir con exactitud a quién se parecía. La parturienta dijo que era igualito a
su padre.
Lo que más le sorprendió a la emocionada “sapiroca”
era la cantidad y calidad de las cosas que habían llegado a esa azotea. Era
evidente que los afanes que compartía su hijo con sus socios del partido eran
más lucrativos que cualquier profesión liberal o un próspero negocio, si se
tiene en cuenta que los primeros cinco años de sus rentas sólo alcanzarían para
compensar los gastos ocasionados por la universidad, sin contar las sangrías
que acarrean la manutención de los estudiantes. En cambio, en ese centro de los
diablos comunistas o lo que fuera, se cosechaba lo que no se había sembrado sin
tener que rendirle cuenta a nadie, pero lo mejor era que ese negocio tenía
mucho que ver con los gringos de los Estados Unidos y de Europa.
"¡Waaauuu: Paris, Madrid, Roma, Londres, Atenas, Ámsterdam, Bruselas,
Estocolmo y sabe dios qué lindos lugares más!"
Y por eso pensó que la cholita blanquiñosa podía ser
hija de algún hacendado caído en desgracia por culpa de la Reforma Agraria del
cojo Velasco Alvarado y que merecía un trato más familiar. “Si deseas bañarte,
también puedes hacerlo en la tina del baño de mi dormitorio”, la respuesta fue
que gracias, pero que en tres semanas debían trasladarse a su pueblo, para
constituir un nuevo centro destinado a promover el desarrollo agrario. Allí
Miguel sería su Director Ejecutivo, tendrían dinero para comprar un local, dos
camionetas y un fundo para experimentos agroecológicos. "¡Tenía razón mi
viejo, Miguelito no era algún tonto que corría tras una loca quimera
socialista, todo lo contrario, pues ya tiene abierto un gran negocio con mucho
porvenir", pensó con orgullo la madre del nuevo líder social. Aunque le
dolió un poco saber que la cholita iba a viajar a Viena por tres meses para
cursar una pasantía, y que aprovecharía esa oportunidad para conocer Madrid,
Paris, Londres y si se puede Atenas también. “¡Carajo, la que no corre,
vuela!”, pensó como sólo piensan los envidiosos.
Por sus cientos de años de pobreza y abandono, aquel
pueblo estaba hecho para diez revoluciones, mil quinientas ONGs y más de un
juicio final. Allí Miguel halló que todo estaba por hacerse o para el quehacer
de los organismos no gubernamentales como el Instituto Nativo para la Promoción
Rural del Sur Andino (INPRUSA), que acababa de constituir con criterio
futurista. El instituto adquirió la casa de Pascual Robles Valverde residente
de Lima, por la mayor suma que jamás se haya pagado en esas comarcas por una
antigua casona. Ese hecho liquidó para siempre el mercado tradicional de
inmuebles de la localidad e incluso fue motivo para que otros vendedores
reclamaran un mayor precio por sus casas vendidas en otros tiempos. Después de
algunas mejoras a la fachada y a los ambientes de su interior, se amobló el
local, sin descuidar su decoración con caporales de chicha que hacían de
floreros, abigarradas llicllas que funjian de cortinas y una más grande para el
franelógrafo. Una pequeña biblioteca con todas las publicaciones que esas
oficinas suelen tener, afiches multicolores y lemas que exhortaban a la acción,
sacados de algún autor fuerte y comprometido hasta el martirio. Con la fijación
en la fachada de una placa de vinilo negro con letras doradas, arrancó las
actividades del INPRUSA.
Más adelante, Miguel viajó a Lima a procurarse del
personal competente que requería la programación de las actividades del
"centro de desarrollo". Allí, entre los pocos atrevidos y dispuestos a abandonar el
corazón de la cultura, la civilización y el poder republicanos, contrató a los
amigos desocupados del partido, especialmente a los que hallaban trascendental
para sus vidas un baño de serranías, ahorrar algún dinero y más tarde retornar
a su ciudad para cumplir su destino urbano.
Los empleados fueron integrándose poco a poco y los
proyectos iban ejecutándose en función de los dineros que llegaban desde las
fuentes de financiamiento. Todo podía hacerse: postas médicas, piscicultura,
apicultura, agroecología, lombricultura, protección del medio ambiente, sanidad
agraria, irrigaciones, rehabilitación de andenes, conservación de suelos,
crianza de camélidos sudamericanos, investigaciones antropológicas,
sociológicas, psicológicas, medicina tradicional, planificación familiar.......
¡Todo! A los dos años cuarenta empleados competían en el estrecho valle de
aquel pueblo con los empleados del Estado, tratando de tomar el tiempo de los
campesinos para enseñarles su arte y su parte. En alguna reunión de trabajo,
Miguel vaticinó: “Con el tiempo todos los empleados de ese ministerio serán
nuestros socios estratégicos. Ya he visto que su debilidad más penosa es el
miserable salario que perciben. Un suculento viatico a su jefe y toda esa
maquinaria pasará a ser sucursal del INPRUSA.”
Las visitas de los representantes de las entidades
financieras fueron testigos de las necesidades de aquel lugar y de los pueblos
que lo rodeaban. El instituto debía hacer mucho más y por eso se invitó a
Miguel a una gira europea para que él mismo expusiera ante el Directorio de los
organismos cooperantes, la necesidad de incrementar su contribución. Dar
conferencias ante sus desprendidos samaritanos, pero también ante los tacaños
reaccionarios que no faltan en ningún lugar del mundo y que casi siempre
terminaban insultándolo sarcásticamente. “Si en tu país existe un puñado de
ricos y un montón de muertos de hambre, por qué no inicias una revolución armada,
conquistas el poder, matas a los oligarcas
y refundas el imperio de los incas, pero no vengas con eso de que mi
gobierno tiene la obligación de regalarles nuestros ahorros”.
Lo que pasa con el alma de los latinoamericanos que
mueven sus huesos por Europa, sólo ellos lo saben. El asunto es que el joven
regresó con el propósito de cambiarlo todo de una vez y para siempre. Eso de
trabajar en agroecología sin bosta, en piscicultura sin alevinos, en apicultura
sin abejas, en planificación familiar sin condones, etc., etc., y solamente por
medio de folletitos copiados de otros folletitos curiosos y hasta bonitos, era
una mierda. Lo que ahora correspondía era hacer un estudio completo del lugar
por cuencas hidrográficas y zonificación ecológica y sobre la base de esas
herramientas planificar y programar proyectos para recibir a raudales toda la
filantrópica ayuda que impacientemente estaba esperando su destino en Europa y
Norteamérica.
Como tenemos dicho, su alma había cambiado en tan sólo
algunos meses, pero su corazón también. Al poco tiempo de reunirse con su mujer
se aburrió horriblemente de sus sugerencias, chismes, celos, reproches y pobres
ideas. Cómo le molestaba que todavía mantuviera rencor al Jefe Local del
Ministerio de la Producción que alguna vez pretendió incomodarlos con el
embuste de que el instituto era un nido de terrucos. La ceguera provincial y la
miopía criolla debían desterrarse del Perú para siempre, porque lo que se
aproximaba era un generoso y superior internacionalismo; no aquel que preconizaba
el partido, cuyo concepto se reducía a sacrificar el pellejo en tierras
extrañas, sino a uno nuevo y ecuménico, cuya principal expresión era la ayuda
material directa a los agentes del desarrollo, que podían expresarse en una
infinidad de maneras, por ejemplo: una computadora funcionando con un panel
solar en pleno funcionamiento en ese purgatorio llamado Atunrumi.
Semejante ayuda no podía venir de la esfera de los
países socialistas, porque estos siempre están al borde de la miseria, sino de
los países ricos. Ricos no solo en dinero, sino en misericordiosos pensamientos
para los indígenas de estos valles interandinos y sus inmensas punas.
"¡Nosotros debemos ser los canalizadores de esa valiosa
generosidad!", había afirmado pomposamente en una reunión de trabajo.
Esta visión postmodernista del mundo superaba
grandemente los límites de cualquier propuesta de la indigente política
nacional, por eso le resultaba ridículo que su mujercita siguiera manteniendo
su terco encono a un adefesioso y deslenguado burócrata provincial. Después de
recomendarle que desterrara de su mente esa ridícula debilidad, le anunció su
próximo viaje de coordinación a Lima, para después del cumpleaños de Manolito,
que se iba por los tres.
El viaje tuvo que ver con cuentas bancarias, giros,
alquileres de oficinas y muchas compras, el retorno al seno materno, más un
romance que él llamó de "altura", porque tenía mucho que ver con su
filantrópico quehacer. Otro nivel de contacto personal y sexual. La antropóloga
de sus alturas acabó siendo la Directora Ejecutiva de la Oficina de Enlace
del INPRUSA en la capital. Su madre
bendijo de muy buena gana esa magnífica unión y hasta llegó a ofrecerle su casa
a la distinguida muchacha, pero ella más distinguida aun, se ofreció molestarla
en cualquier momento. Papá volvió a repetir, que no en vano se parecía al
abuelo, que fue Ministro Plenipotenciario del Perú, pero aún no recordaba para
qué, ni dónde. Para sacarse el clavo le bromeaba: "Vieja, como has gastado
gratuitamente tus nervios pensando en las brujerías de la serrana, ahora
quieres recuperarte con la linda y distinguida Eloísa, porque sabes la fortuna
que maneja su familia. ¡Qué buena raza tienes vieja!"
Estando así las cosas, al cabo de tres meses regresó a
Atunrumi, para evaluar al personal que debía despedir. Se fueron los pioneros
del instituto con más rabia que dinero. Se fueron pese a la cerrada defensa de
su conviviente, que se calmó cuando le pidió que le explicara: “¿Qué hacían en
el Instituto?" "¿Para qué servían?" Esta no supo que responder,
porque tampoco sabría explicar qué hacía ella misma en ese lugar, ni para qué
servía el propio Miguel en esas tierras, dónde los hombres habían sobrevivido
por más de diez mil años sin necesidad de ninguna limosna internacional. La cosa
es que comenzó a llegar otro tipo de personal, más estudioso y hasta
sofisticado. Tomaban café y fumaban todo el día, sin llegar a creer que fuera
cierto que los indios nunca hacen el amor calatos y que no saben besar.
A los cinco meses anunció a la madre de su hijo que
viajaría a Lima para hacerse cargo directamente de la Oficina de Enlace, porque
ésta había cobrado especial importancia para los intereses del Instituto y que
en manos ajenas podría serles perjudicial, y que durante su ausencia debía
hacerse cargo de la Dirección Ejecutiva de la ONG en Atunrumi, hasta tanto él
lograra que esa oficina se comportara como un mecanismo de ingeniería.
Los chismes de su romance de "altura" con la
antropóloga pituca partieron desde la casa de su "suegra". Cuando se
apareció en Lima con su hijo en brazos, esta le recordó que no estaba casada
con su Miguel y que dentro de esa libertad tenía derecho a hacer lo que quería
con su vida o qué se creía ella. Él le dijo que se dejara de celos huevones y
quién le había autorizado abandonar sus obligaciones en la principal de
Atunrumi.
Katiuska le ordenó que se dejara de cojudeces y que
confiese abiertamente su traición, porque si no ella también se desahogaría
confesando ante el partido y la fiscalía todos los negociados que habían hecho
con el dinero de los gringos. Cuando ambos convinieron, con gran ventaja para
la mujer, el destino de sus “ahorros”, cada quien comenzó a vivir sus nuevas y
muy bien financiadas vidas, pero siguieron trabajando en el INPRUSA hasta que
se acabaran los dineros asignados a los proyectos aprobados.
Más adelante, Miguel fundó en un terreno que le cedió
la Asociación Pro-Vivienda "Atunrumi" de Lima, el Instituto de Apoyo
al Desarrollo del Refugiado Urbano Marginal (INADRUMAR). Con la inauguración de
su flamante local, terminó definitivamente su relación laboral con la madre de
su hijo, y cada quien se fue por su lado, pero siguieron viviendo de lo mismo,
porque ese era el único medio de vida que conocían. El resto, como todo, era
del partido que de todas maneras debía tener su mordida en la dulce y jugosa
manzana que generosamente les obsequiaba la cooperación extranjera.
Lo que jamás esperó que llegara, llegó. Aquella
esquela directa y violenta le invitaba a abandonar sus afanes asistencialistas,
en caso contrario era hombre muerto. Ahora está empeñado en identificar al
perverso autor de aquel miserable anónimo que podría haber venido de los
rabiosos despedidos de Atunrumi, de su ex-conviviente o para su mayor desgracia,
de los mismísimos terrucos. ¡Qué
hacer! ¿Tomar la beca para estudiar agroforestería en Bélgica durante dos años?
No, mejor comprarse la Smith & Wesson que le ofrecieron, porque la cosa
había llegado hasta la altura de no ser para nada despreciable.
Lo que ahora convenía era seguir insistiendo en eso de
la filantropía internacional hasta acumular el valor de la pequeña fortuna que
se llevó la serrana y cuando la cosa se pusiera color de hormiga, desmontar
todo el aparato hasta convertirlo en algo que se pueda llevar en los bolsillos,
aprovechando que el partido estaba en crisis al igual que el resto de la
izquierdosa movida nacional por culpa de los ultras guerreristas, y al final
decidirse a montar el negociazo que le propuso el padre de Eloísa.