EL PUENTE PACHACHACA
EN LA RUTA DE LOS CONQUISTADORES.
En los
primeros años de la colonia, mediante la Ordenanza de tambos. Distancias de unos a
otros. Modo cargar a los indios y obligaciones de las justicias respectivas[1]
dictada en la ciudad de Cusco por el gobernador Cristóbal Vaca de Castro,[2] en mayo de 1543, se
restableció el servicio de los tambos,[3] vigente en la época de
Huayna Cápac, donde se menciona uno a uno todos los puntos de descanso de esta
ruta. El camino inca al Chinchaysuyo que partía del Cusco pasando por
Jaquijahuana (nombre antiguo de la actual pampa de Anta), Limatambo,
Huaynarimac (Mollepata), Curahuasi para llegar a Abancay y continuar por el
resto de la ruta, fue transitada por los españoles, pero en los primeros años
de la colonia fue rediseñado para ser recorrida por caballos, mulas, asnos y
para el tráfico de ganado vacuno. Para la atención y descanso de los viajeros,
en lugar de los tambos incaicos, se establecieron postas al estilo de las
ventas[4] españolas. Veamos algunos
términos de esta Ordenanza a su paso por la antigua provincia de Abancay:
“Y del dicho Tambo de Limatambo se tiene que ir al Tambo
de Guarina en el cual an de servir los indios y Pueblos siguientes,
Pitocalla o Cacho o Tila que son de Antonio Ruiz de Guebara. Cotormalca o
Ayaranga o Bambate que son de Setiel y todos los Pueblos aldeas y lugares el
fator lllan Suárez de Carbajal en la Província de Cotabamba que es de la otra
parte del Río de Apurima.
Y del dicho tambo de Apurima se tiene de ir al Tambo de
Curaguasi en el qual han de servir los indios de los Pueblos de Chotopoca,
Carpeta, Camacanche que son de Orbaneja con todos los otros indios que sirven a
Orbaneja y los Pueblos de Curaguasi. o Hurco Aymara o Lava y las ingas que son
todos de Pedro de León y los pueblos Chuquitambo o Urcos que son de Hernando
Pizarro.
Y del dicho Pueblo da Curaguasi se tiene de ir al Tambo
de Abancay en el cual an de servir los Pueblos Coya y Curac o Víchuica o
Tasmara o Surco o Tamaran que son de Peralonso Carrasco o Caramba o
Guayllabamba o huchuri que son de Juan Rodríguez con todas las otras de
Peralonso o Juan Rodríguez o Pancorvo y todos los Pueblos aldeas y lugares que
tiene el Capitán Garcilaso de la otra parte del Río que fueron del Obispo que
haya gloria.
Y del dicho Tambo de Cabana se ha de ir a Cochacajas
en el qua an de servir el poblezuelo que está en Cochacajas o Mayo y todos los
otros Pueblos del Repartimiento de Candia que es ahora del Capitán Peranzures,”
EL CAMINO REAL DE
BUENOS AIRES A LIMA
Se conoce como Camino Real[5]
de Buenos Aires a Lima, a la ruta que durante el virreinato del Perú y del Río
de la Plata enlazaba el puerto de Buenos Aires con el Alto Perú (actual
Bolivia), hasta la Ciudad de los Reyes (Lima). Gran parte de este camino
recorría el Ccapacñan incaico, según lo reseñó en 1567, Juan Matienzo, miembro de la Audiencia de
Charcas.
En un inicio su objetivo fue poblar desde el
Perú -con españoles o sus descendientes- la provincia de Tucumán y las miras eran
lograr una interconexión con el océano Atlántico. En ese afán en 1573 quedó
conectado el Alto Perú (Bolivia) con la provincia de Córdoba, y posteriormente se
llegó a Buenos Aires, que en 1778 sería la sede administrativa del Virreinato
del Río de La Plata fundado por Carlos III[6].
En el año de 1663, este camino fue elevado al
rango de Camino Real por orden del gobernador José Martínez de Salazar y a
fines de ese siglo ya se encontraba consolidado y era de enorme utilidad para
las comunicaciones, posibilitando a través del comercio el crecimiento de las
localidades que a lo largo de los más de 4,000 kilómetros que separaban Buenos
Aires y Lima.
Esta ruta fue descrita en diversas crónicas,
como las de Acarette du Biscay[7],
Alonso Carrión de la Vandera[8],
alías “Concolocorvo” y el Capitán Andrews, entre otras que enriquecen con sus
comentarios este camino que a lo largo de los siglos fue el tránsito de personas
(pobladores, gobernantes, emigrantes, religiosos, militares, comerciantes,
educadores, estudiosos, aventureros, etc.), bienes muebles, noticias, arte, cultura
y de las ideas libertarias de las que surgieron las repúblicas de Argentina,
Bolivia y Perú.
Más adelante se creó un servicio postal a lo
largo de la ruta, pero a pesar de que las ordenanzas sobre postas exigían una
serie de comodidades para el viajero, éstas eran por lo general, bastante
precarias, a tal punto que, de acuerdo al relato de algunos viajeros de la
época, en muchas de ellas debían conseguirse hasta la leña para el fuego. Estas
postas llegaron a ser verdaderas posadas y algunas hasta contaban con una
tienda de abarrotes. Este viaje de postas no permitía a ningún viajero llevar caballos propios, debiendo
tomarlos en cada posta del camino, pagando los derechos de acuerdo a la tarifa
establecida que variaba de posta a posta.
En la época colonial las distancias se medían
en leguas[9].
Existían variantes sobre la extensión de una legua pero en general se considera
que la legua equivalía aproximadamente 5
km. Según esta métrica, la distancia que separaba Buenos Aires de Lima, era la
siguiente:
-
LIMA a POTOSÍ : 410 leguas = 2,050 Kilómetros.
-
POTOSÍ a SALTA : 125 leguas = 625 kilómetros.
-
SALTA a TUCUMÁN : 92
leguas = 460 kilómetros.
-
TUCUMÁN a CÓRDOBA : 130 leguas = 650
kilómetros.
-
CÓRDOBA a BUENOS AIRES: 160
leguas = 800 kilómetros
¿En cuánto tiempo se podía recorrer ese prolongadísimo
trayecto? Las cifras variaban de acuerdo con las condiciones climáticas y el
medio de transporte. Marchando a caballo la distancia promedio que podía
recorrer un jinete era de seis leguas por día, entonces este necesitaba 152
días de viaje, sin parar un solo día, es decir, más de 5 meses.
En esta parte reproducimos algunas notas de
la obra: “El Lazarillo de los ciegos caminantes”[10]
de Concolorcorvo a su paso por
Abancay y el puente colonial de Pachachaca.
“En
Andaguaylas y Abancay, que son los dos únicos pueblos grandes, desde Guamanga
al Cuzco, se ven de alguna cosa. El visitador es de dictamen que no se entre al
Cuzco con rezagos sino con el fin de sacrificarlos a un ínfimo precio. Tiene
por más acertado que se pase con ellos a la feria de Cocharcas, sobre que
tomarán sus medidas los pequeños comerciantes, a quienes se previene que no
pierdan venta desde el primer día que se abra la feria, porque ha observado que
todos los días van en decadencia los precios. Estas advertencias son inútiles,
y aun pudieran ser perjudiciales a los mercaderes gruesos que pasan con destino
al Cuzco, Paz, Oruro o Potosí, a donde se hacen dependencias crecidas y quieren
surtimentos completos; pero siempre sería conveniente que estos comerciantes
entregasen toda la carga gruesa de lanas, lienzos y mercerías a los arrieros
comunes y que llevasen consigo por las postas los tejidos de oro y plata, sedas
y de mayor valor, que no ocupen más de diez mulas, que con corta detención
pueden habilitar los maestros de postas.
(…..)
Todo el país restante, hasta Guamanga,
se compone de cuestas y barrancos, quebradas y algunos llanos, en que están los
cañaverales y trapiches de la provincia de Abancay y Andaguaylas. La primera
tiene una cuesta formidable, porque se forman en tiempo de aguas unos
camellones o figura de camellos, que apenas tienen las mulas en donde fijar sus
pies.
Tránsito verdaderamente
contemplativo, y en que los correos se atrasan, como asimismo en las sartenejas
anteriores, que se forman de unos hoyos que hacen las mulas de carga en
territorio barroso y flojo, en donde no se puede picar o acelerar el paso sin
riesgo de una notable caída. Al fin de la bajada se presenta el gran Puente de
Abancay, o Pachachaca con impropiedad.
Este es el tercero de
arquitectura que hay desde Chuquisaca, de un sólo arco, que estriba sobre dos
peñas de la una y la otra banda, que dividen la provincia de Abancay de la de
Andaguaylas. Este puente es de los primeros o acaso el primero que se fabricó a
los principios de la conquista, para dar tránsito al Cuzco, y de esta ciudad a
las demás provincias posteriores, por atravesarle un gran río que la dividía.
El puente fue fabricado con todas las reglas del arte, como lo manifiesta actualmente.
Se ha hecho más célebre, y lo será de perpetua memoria, por las dos célebres
batallas que cerca de él ganaron los realistas, pero es [344] digno de
admiración que un puente tan célebre se haya abandonado y casi puesto en estado
de arruinarse, si se desprecia el remedio. El observantísimo don Luis de
Lorenzana, actual gobernador de la provincia de Jauja, que hizo viaje a esta
capital desde Buenos Aires, por el Tucumán y Potosí, presentó a este superior
gobierno una relación o informe muy conciso, pero discreto y acertado en sus
reparos. Algunos son irreparables, por falta de gente y de posibles. Los
ridículos cercados, que llaman pilcas, para defensa de sus sembrados, son
providencia para poco más de medio año en las tierras de poco migajón, o
estériles y pedregosas, que no dan fruto anual. Los montones de piedra que vio
este caballero en las heredades, son el mayor fruto de ellas, y se tiene por más
conveniente amontonarlas y perder un corto terreno, que sacarlas al camino. La
excavación que hicieron las aguas y el continuo trajín de caballerías de la
banda de Pachachaca al gran puente, es digna de lamentarse, no solamente por la
molesta y riesgo de su subida y bajada, sino porque se puede recelar que
creciendo la excavación hasta el sitio adonde estriba el extremo del arco, se
puede caer el puente con un gran terremoto, o imposibilitarse el ascenso o bajada
a las mulas cargadas. Lo cierto es que al presente se transita con riesgo, y
que es fácil el remedio a costa de la mucha piedra que hay cercana y pocas
hanegas de [345] cal y arena para unirla bien, asegurar el puente y dar un
tránsito correspondiente a su grandeza, que todo se puede hacer con un tenue gravamen
de los provincianos y si fuere necesario, se impone algún derecho corto a los
transeúntes, como sucede hasta en las reales calzadas que necesitan continuos
reparos por el mucho trajín de coches, calesas, carromatos y galeras, cuyos
bagajes fueron los más beneficiados y que hacen más destrozos.
Pasando el puente se
entra en la provincia de Andaguaylas, que toda se compone de eminencias,
barrancos y quebradas calientes, a donde están los cañaverales y trapiches que
aprovechan algunas lomadas. Parece que los dueños de estas haciendas son
personas de poca economía, o que las haciendas, en la realidad, no se costean, porque
a los cañaverales llaman engañaverales y a los trapiches trampiches. Todo este
país, como el de Abancay, a excepción de algunos altos, es muy caliente y
frondoso……”
[1] Ordenanzas de tambos. Distancias de unos a otros. Modo
cargar a los indios y obligaciones de las justicias respectivas. Hecho en la
ciudad del Cusco el 31 de mayo de 1543. Vaca de Castro.
[2] Cristóbal Vaca de Castro (Izagre, León, c. 1492 - Valladolid, 1566) fue un
administrador colonial español en Perú. Oidor de la audiencia de Valladolid
(1536), fue enviado como juez pesquisidor por Carlos I de España a Perú en 1540
para restaurar el orden entre las facciones de Gonzalo Pizarro y Diego de
Almagro, y con la facultad de, en caso de fallecimiento de Francisco Pizarro,
hacerse cargo de su gobernación.
[3] Los tambos eran los albergues de los emisarios, chasquis,
gobernadores o incluso del propio Inca, cuando éste recorría su territorio. Se
repartían en los caminos, cada 20 o 30 kilómetros (una jornada de camino a
pie). También eran centros de acopio de alimentos, lana, leña u otros
materiales básicos para la supervivencia. De este modo, en épocas de penurias
climáticas o desastres naturales, los tambos alimentaban y proveían de algunos
materiales para la supervivencia de los pueblos y aldeas afectados.
[5] Camino real era aquel construido por el Estado, más ancho de lo
común y que unía ciudades importantes
[6] Carlos III de España, llamado «el Político»b o «el Mejor Alcalde de
Madrid» (Madrid, 20 de enero de 1716-ibídem, 14 de diciembre de 1788), fue
duque de Parma y Plasencia —como Carlos I— entre 1731 y 1735, rey de Nápoles
—como Carlos VII— y rey de Sicilia —como Carlos V— de 1734 a 1759 y de España
desde 1759 hasta su muerte en 1788.
[7] Acarette du Biscay fue un francés, posiblemente de origen vasco,
del que se conoce muy poco. En diciembre de 1657 se embarcó en Cádiz, España,
hacia la región del Río de la Plata en Sudamérica, haciéndose pasar por el
sobrino de un caballero español para eludir la prohibición española de recibir
visitantes extranjeros en sus posesiones en el Nuevo Mundo. En 1658, viajó por
tierra a través de la pampa argentina hasta las minas de plata de Potosí,
situadas en la actual Bolivia. En 1672, Acarete publicó un relato de este viaje
en su francés natal. Una versión posterior de la obra se publicó en París en
1696 bajo el título `Relation des voyages dans la rivière de la Plate`. Esta
traducción al inglés de una edición posterior fue publicada en Londres en 1698.
Forma parte de una obra mayor titulada `Viajes y descubrimientos en
Sudamérica`, que contiene relatos de tres de sus primeros viajes al continente.
Acarete hizo observaciones detalladas sobre los lugares que visitaba y la gente
que encontraba, y su obra es una fuente importante para la historia de Argentina
y Perú durante los primeros años del asentamiento español.
[8] Alonso Carrió de la Vandera (Gijón, 17151 - Lima, 1783), también
conocido como La Vandera, fue un alto funcionario, escritor, comerciante,
viajero y cronista de Indias español, que pasó la mayor parte de su vida en el
Virreinato del Perú, donde fue durante varios años administrador del Correo
Real. Utilizó el seudónimo de Concolorcorvo como autor del Lazarillo de ciegos
caminantes, en que hizo aparecer como autor a su propio amanuense, Calixto Bustamante
Carlos Inca.
[9] La legua castellana legal (antigua) era una medida de longitud
utilizada para establecer las dimensiones de predios y que se conoció como
legal porque era utilizada en los tribunales. Se fijó originalmente en 5000
varas castellanas de Burgos, es decir, unas 2,6 millas romanas, 15 000 pies
castellanos o 4190 metros. Siguió usándose de forma profusa mucho después que
la aboliera Felipe II en 1568 ordenando que se la sustituyese por la legua
común o vulgar.
La legua común que era una
unidad itineraria que se utilizaba en las crónicas de las exploraciones y
viajes terrestres. Era una medida muy imprecisa ya que variaba con las
circunstancias que rodeaban al viajero, tales como si iba a pie, a caballo, en
mula, o en carruaje, si iba en grupo o con carga, así como también del tipo de
terreno, los obstáculos y el clima. Quedó establecida por el uso en el siglo
XVI en 20 000 pies castellanos; es decir, 5572,7 metros o 6666,66 varas
castellanas
[10] El lazarillo de ciegos caminantes desde Buenos Aires, hasta Lima
con sus itinerarios según la más puntual observación, con algunas noticias
útiles a los Nuevos Comerciantes que tratan en Mulas ; y otras históricas sacado
de las memorias que hizo Don Alonso Carrió de la Vandera en este dilatado viaje
...
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