lunes, 27 de marzo de 2017

SAYWITE: UN HITO EN EL ANDE (XV) ebook

Bueno, como les tengo ofrecido les presento en décima quinta entrada mi ebook: SAYWITE: UN HITO EN EL ANDE, solo espero que le ofrezcan vuestro interés, sin olvidar de poner un  “ME GUSTA”, pero sobretodo “COMPARTIR” y “COMENTAR”.
8.- VIAJEROS E INVESTIGADORES:
                Muchos son los viajeros, aventureros, gobernantes e investigadores, que seguramente visitaron Saywite, pero estos son los que nos dejaron una imagen y sus impresiones sobre este fantástico lugar.
AURELIO MIRO QUESADA SOSA

Nació  en Lima el 15 de mayo de 1907 y murió en la misma ciudad el 26 de septiembre de 1998. Hijo de Aurelio Miró Quesada de la Guerra y de Rosa Sosa Artola. Sus estudios escolares los realiza en el Colegio de la Inmaculada de Lima. Fue hombre multifacético: periodista, investigador, literato, viajero y maestro universitario. Vivió profundamente vinculado a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, desde su ingreso como estudiante, después profesor, luego Decano de la Facultad de Letras y Rector entre 1962-1967.

En el año 1938 publico una de sus primeras obras: “Costa, Sierra y Montaña”, a través de este libro que lo reveló como el dueño de una prosa transparente, fluida y elegante, nos conduce por las crónicas de su larga travesía al interior del Perú.


A su paso por el sitio, que por primera vez se le llama “Concacha o Sayhite”, en este clásico de la bibliografía nacional, Miro Quesada nos narra:

“La sencillez actual de Curahuasi contrasta con la importancia alcanzada en esos tiempos. Solo me detengo unos instantes en la plaza modesta. En busca de un almuerzo frugal y de un descanso, hago abrir la puerta del hotel silencioso. Veo un caballo inmóvil en el patio de piedras, mientras en el zaguán, sobre el poyo de adobe, un indígena arregla pellones y rendajes. En el comedor, de piso de tierra y anchas puertas, se me sirve una sopa de trigo y un plato de arroz con pescados secos y pequeños, traídos, según se me dice, desde Puno.

El camino, luego, sigue en curvas. Veo a la izquierda campos animados por el verde brillante de cebadales y de pastizales. Con la mirada alerta, quiero descubrir entre los campos las viejas piedras prestigiosas de Concacha o Sayhuite. Por fortuna, encuentro en uno de los recodos de la ruta a los propietarios de esta última hacienda. Al saber mi interés, se ofrecen amablemente a acompañarme; y en un caballo, cuyos cascos resbalan o se prenden en la ladera húmeda, empiezo el recorrido por las ruinas extrañas.

Veo primero la llamada "casa de piedra" o Rumihuasi. Es una especie de adoratorio, cortado de arriba abajo por un rayo, a cuya parte superior se llega por una angosta gradería tallada en la piedra o por otros tres escalones más grandes. Al lado opuesto hay una puerta, que posiblemente antes se cerraba con un pedrón que ahora vemos tendido en el suelo.

Pero no es esta Rumihuasi, ni la curiosa piedra de forma curva con una escuadra perpendicular al centro, llamada generalmente lntihuatana (o lugar donde se amarra el Sol) lo más importante de estas ruinas. Lo que ha echado a volar la fantasía, y ha despertado siempre la curiosidad de los viajeros y la preocupación de los hombres de ciencia, ha sido la gran roca labrada y redondeada, que vemos después en una altura. Amplia, atrayente, blanquecina, la encontramos solitaria en el campo, como un gran canto rodado, en que las manos de los hombres se hubieran ido entreteniendo en tallar figuras y paisajes.

En efecto, sobre la cara alta de la piedra, vemos monos que saltan o que caen, cóndores, pumas, llamas, sapos, lagartijas, serpientes; indígenas con flechas o en actitud de centinelas. Por otras partes ríos, montañas; lagos, discos recordatorios del Sol y de la Luna, ciudades bien trazadas con escalinatas, plataformas y puertas. Todas las cabezas de las figuras están rotas; y la única que se conserva es la de un puma, severa y bastante grande, en uno de los lados de la piedra, que se nos aparece como el dios tutelar o el blasón heráldico del extraño conjunto.

¿Qué representan todas estas figuras tan variadas? El problema es difícil, porque se carece en lo absoluto de puntos de comparación o referencia. Como se sabe, si los pobladores prehispánicos alcanzaron un singular desarrollo arquitectónico, en la escultura tuvieron límites precisos. Sus manos eran expertas en la escultura en tono menor de los adornos, o para infundir vida y espíritu a la arcilla dócil y blanda de los huacos; pero se encontraban contenidas cuando se enfrentaban a la piedra. Sobre este noble material trazaban signos bellos, estilizados, pero sin corporeidad, como en Tíahuanaco, en Chavín o en Sechín; figuras solas, como en el mismo Tiahuanaco o Pucara; cabezas de pumas; adornos de soles y serpientes sobre los muros incaicos del Cuzco. Pero les faltaba el sentido de la composición, de lo que se podría llamar el cuadro escultórico, de las figuras unidas y en relieve como personajes sobre un escenario. La piedra labrada de Sayhuite ─y este es su mérito más peculiar y más auténtico─ seguramente el único ejemplo de esta clase en el territorio del Perú.

¿Pero se trata solo del raro capricho de un artista? Los investigadores consideran que los grupos esculpidos en la piedra no son figuras arbitrarias sino, según las más aceptables presunciones, la representación de una zona geográfica. Por eso se ven ríos, lagos, ciudades. animales correspondientes a diversas regiones: monos de los parajes tropicales del Antisuyo, auquénidos de las serranías, cóndores de ancho y alto vuelo, Se trataría así de la representación en piedra de un mundo conocido; culminación extraordinaria de aquellos mapas en relieve de que nos habla el Inca Garcilaso al describir un modelo del Cuzco, que él vio "con sus cuatro caminos principales, hecho de barro y piedrezuelas y palillos, trazado por su cuenta y medida, con sus plazas chicas y grandes, con todas sus casas anchas y angostas, con sus barrios... que era admiración mirarlo. Lo mismo era ver el campo ─añade─ con sus cerros altos y bajos, llanos y quebradas, ríos y arroyos con sus vueltas y revueltas, que el mejor cosmógrafo del mundo no lo pudiera poner mejor”.

En la piedra labrada de Sayhuite o Concacha ─que con ambos nombres la han mencionado los arqueólogos─ la semejanza con esta geografía en relieve es evidente. ¿Se tratará del plano de la región. O más que la geografía podrá estar allí la historia de alguna invasión; lo que explicaría, por ejemplo, la actitud triunfante de los pumas y en cambio el aire de fuga de los monos, animales de tierras selváticas y cálidas? En lo más alto de la piedra se ve una gran laguna. ¿Será este el lago sagrado, el Titicaca, o su reflejo en pequeño, la laguna de Choclocacha, considerada como el lugar simbólico de procedencia de los chancas? Un reciente investigador ha avanzado más; y ha creído encontrar, en la cara ovalada de la piedra, el Titicaca, los ríos Ramis, Coata, Ilave y Desaguadero; y más al oeste, las cinco líneas casi paralelas de los ríos Caporaque, Livitaca, Velille, Charamoray, Santo Tomás y Vilcabamba, que van a desembocar en un cauce mayor: el Apurímac.

En todo caso, hay siempre la referencia a la laguna legendaria y matricia. ¿Tendrá un carácter colla este sugestivo monumento; habrá sido obra de los chancas; o será todavía de una raza anterior? Lo que se sabe con certeza es que esta región constituyó uno de los campos de andanzas y aventuras de dos grupos afines: los chancas con centro en Andahuaylas y los collas de la meseta del Callao. A ambos se pueden atribuir la laguna sagrada y el puma totémico que vemos en la piedra de Sayhuite. Por lo demás, aunque esta zona fue originaria de los genuinos quechuas, la influencia colla es bien visible, y se mantiene todavía ─aunque muchas veces mestizada con palabras de "runa-simi" o de castellano─ en algunos nombres de lugar: Cotabambas, Soroya, Cotarusi, Choquequirao. Podría considerarse como un símbolo de su vinculación tradicional el nombre de "aimaras" con que se designa también a los collas desde hace cuatro siglos; nombre arraigado pero impropio, que se debe ─según se afirma─ a haberse encontrado en la provincia de Juli, en el Collao, a un grupo de mitimaes de la región apurimeña de Aimaraes.”





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