Bueno, como
les tengo ofrecido les presento en décima cuarta entrada mi ebook: SAYWITE: UN
HITO EN EL ANDE, solo espero que le ofrezcan vuestro interés, sin olvidar de
poner un “ME GUSTA”, pero sobretodo “COMPARTIR” y “COMENTAR”.
8.- VIAJEROS E INVESTIGADORES:
Muchos son los viajeros,
aventureros, gobernantes e investigadores, que seguramente visitaron Saywite,
pero estos son los que nos dejaron una imagen y sus impresiones sobre este
fantástico lugar.
José de la Riva
Agüero y Osma
Fue historiador, polígrafo, ensayista y
político. Nació en Lima el 26 de febrero
de 1885 y murió en su misma ciudad el 25 de octubre de 1944. Su título
nobiliario fue VI Marqués de Montealegre de Aulestia. Estudió en la Universidad
Nacional Mayor de San Marcos, de la cual fue posteriormente catedrático.
Fue miembro de la llamada Generación del 900
o “generación arielista”, junto a Víctor Andrés Belaunde, Francisco García
Calderón Rey, Ventura García Calderón, Óscar Miró Quesada de la Guerra, José
Gálvez Barrenechea y otros. Entre sus obras se cuentan tratados de derecho,
historia literaria, historia del Perú, filosofía jurídica y pensamiento
religioso, las cuales han tenido gran impacto e influencia fundamental en el
desarrollo de la cultura peruana. A su muerte la mayor parte de su fortuna –
predios rústicos, bienes raíces y obras de arte- los legó a la Pontificia
Universidad Católica del Perú.
Después de graduarse de Bachiller en
Jurisprudencia, en 1912 inició un largo viaje por los pueblos de Bolivia y la
sierra sur peruana, de esas experiencias escribió sus memorias de viaje, siendo alguna de ellas
publicadas en la revista el Mercurio Peruano fundada por Víctor Andrés Belaunde
entre 1918 a 1929 con el nombre de “Paisajes andinos”, las que luego serían
reunidas y publicadas como “Paisajes peruanos” en 1955.
En todo su relato nos muestra tres aspectos,
el primero está referido al rescate del pasado colonial peruano, tema dejado de
lado por el gran suceso de la independencia nacional, pero sin dejar de prestar
atención a nuestro pasado incaico, porque como muchos de su generación creía
que este era el origen de nuestra nacionalidad y para eso era necesario
reivindicarlo. El segundo es el paisaje, en esta obra Riva Agüero se maravilla
describiendo los cerros, los ríos, el cielo, la lluvia, pastos, la niebla, las
distancias, el viento, la flora, la fauna y todo lo que embriaga su espíritu de
hombre culto y bien leído, de modo que el paisaje pasa a ser el personaje principal de la crónica. Finalmente
el tercero son las gentes y sus costumbres que describe a lo largo de su viaje.
Este valioso libro que todo peruano debiera
leer, nos permite conocer y apreciar el enorme valor de nuestro país. A su paso
por Saywite, que en 1912 seguía llamándose Concacha, este ilustre estudioso,
nos narra:
“IV
LAS PIEDRAS LABRADAS DE CONCACHA
Al
oeste de Curahuasi, en collados y cañadas de lentas curvas, suben largas
praderas de pastos naturales. Tardías lluvias de Mayo los han reverdecido y
mullido; y en su lozana alfombra apenas se imprime todavía, con levísimo toque,
la huella dorada de la sequedad invernal. Los pueblan ovejas y cabras,
guardadas por indiecitos de corta edad. La senda, como una cinta blanquecina,
se tiende entre la verdura de las gramas y los ichos. Dos veces nos topamos con
partidas de esbeltos llamas, también a cargo de muchachitos de ocho a diez años
y ya con ponchos y grandes sombreros de paja. Hay profunda consonancia entre la
huraña dulzura de los animales indígenas y la asustadiza ingenuidad de los llamamichic niños. Del horizonte se
elevan delgadas columnas de humo, efectos de alguna quemazón rústica. Gime a lo
lejos una quena pastoril. En derredor de la puna, como intercolumnios
gigantescos, aparecen los calvos picos de las cordilleras, cuyos nevados y
nubes en la serenidad azul semejan las marejadas espumosas que ciñen los
arrecifes y peñascos de un mar diáfano. Se acerca el mediodía, nunca fatigoso
en la frescura de estas altiplanicies; hora de belleza extraña, la plenitud de
la luz en la frialdad del aire.
Llego
a la frágil casa de una hacienda de pastos. En su ramada pajiza almuerzo los
platos más comunes de la sierra: chupe de papas blancas, charqui, pan de mote y
leche recién ordeñada. Al continuar mi marcha, tuerzo algo a la izquierda y
tomo un pajonal, cercado de lomas y muy abundante en manantiales y vertederas.
Uno de ellos, lumbroso a la verdad, lleva el lírico nombre de Punchaypuquio, la
fuente del día. Por terrenos de la estancia de Sayvite, me dirijo a las ruinas
de Concacha.
Ocupan
éstas el poniente de un prado muy verde, blando y jugoso por las ciénagas que
lo alimentan. Entre malezas y arboledas de alisos hay dos monolitos labrados.
El primero es una de aquellas peñas talladas en asientos y escalerillas, que el
vulgo denomina tronos del Inca o Incamisanas, (altares en que imaginan que el
Inca oficiaba). Por sus cavidades y conductos secretos, debe de haber sido una
ara sacrificatoria, destinada probablemente a inmolaciones humanas. La otra
piedra es mucho más rara y curiosa. Es una roca redondeada, Con huequecillos en
los bordes de sus lisas superficies laterales, y cuya mesa o cara superior está
toda ella esculpida en profusos altorrelieves, que representan serpientes,
monos, lagunas y ríos. Las figuras se hallan muy maltratadas, muchas
descabezadas y rotas, intencionalmente al parecer. Recuerdan con bastante
exactitud las toscas esculturas de animales en las iglesias de la primitiva
Edad Media europea. No presenta su agrupación la simetría escrupulosa de casi
todo el arte incaico. La porción eminente de la peña no está en el centro, sino
arrimada a uno de los lados. Simboliza un lago, del cual descienden canalillos
que simulan ríos y cataratas. Esta distribución de cursos de agua y montañas
que bajan de un elevado mar interior, situado hacia el oriente de la esferoide
irregular, no puede ser sino la imagen del mundo (Tahuantinsuyu) como lo
hubieron de concebir los antiguos peruanos: en forma oval imperfecta, cuya
excéntrica cima, origen de los ríos, la constituían el Titicaca y la
circundante llanura del Callao. La interpretación más verosímil de este
monolito es, en consecuencia, la de una pachamama,
ídolo representativo del Universo, de la Tierra Madre.25
Su importancia para el estudio de la civilización indígena es considerable en
lo religioso y artístico, y apenas inferior a los vestigios de Tiahuanaco y
Chavín de Huántar. Los naturales del Perú, aunque no soportan cotejo con los
Mayas de Centro América y Yucatán, que han dejado tan magníficos relieves, no
carecieron de dotes escultóricas como pretenden algunos. Ni podían faltar en
pueblo que llevó a florecimiento tan extraordinario las artes análogas de la
cerámica y los dibujos en tejidos. Buena prueba de sus aptitudes para el
moldeado, nos da la lujosa ornamentación de animales fantásticos en los muros
de Chanchán. Numerosas eran las estatuas, ya de dioses, ya de soberanos,
príncipes y señores ilustres (llamadas éstas huauquís); las planchas de oro y plata repujadas en forma de aves, amarus y cabezas de pumas, con que
revestían las paredes de los santuarios y aposentos reales; y las grandes
labores de orfebrería que por su tamaño venían a componer grupos escultóricos,
como los espléndidos jardines de oro y pedrería fina con figuras de rebaños y
zagales de lo mismo, en el Coricancha y varios templos y palacios. Pero
cinceladas o vaciadas casi todas estas piezas en metales preciosos, fueron
cuando la Conquista fundidas en barras para los españoles u ocultadas por los
indios. En piedra esculpieron menos, por falta de instrumentos idóneos; y por
lo general se redujeron a labrar en ella algunas sierpes y otras temas de fauna
mítica en las cornisas y portadas, como se ve en el Cuzco y Vilcas, y más a
menudo artefactos, vasos (queros),
idolillos antropomorfos y breves conopas
que retratan llamas y choclos (o sean mazorcas de maíz). A veces incrustaron
delicadamente pedrezuelas de diversos colores, como en la minúscula e
interesantísima imagen del Inca Yáhuar Huácjaj de la colección Caparó Muñiz,
tan animada y expresiva. De crecidos bultos trabajados en piedra, la historia
rememora la célebre efigie del dios Huiracocha en Cacha, derribada en los
primeros años de la Conquista; bastantes otras quebraron o deshicieron,
especialmente en el siglo XVII, los visitadores para la extirpación de
idolatrías; y casi no se conservan hoy sino los misteriosos y antiquísimos
gigantes de Tiahuanaco, los dibujos de Chavín y algunas cabezas humanas en las
serranías del Norte, y este altorrelieve de Concacha. De aquí su imponderable
valor y la lástima que infunde su deterioro.26
Wiener,
siguiendo a Angrand, supone que la piedra esculpida servía de fuente o
surtidor. No la he examinado con el detenimiento necesario para permitirme
opinión sobre tal hipótesis. En lo que nadie puede disentir es en considerarla
objeto sagrado y símbolo del Universo. A corta distancia de ella y del altar de
sacrificios, hacia el levante, se hallan restos de cimientos y paredones, entre
los que hay una cascada muy pequeña, que parece artificial. ¿Pertenecerían a un
templo? ¿Sería la habitación de los ministros destinados al culto de la
Pachamama, o, como quieren Angrand y Desjardins, la residencia campestre de
algún inca o sinchi poderoso, ornada
de juegos de aguas y de esculturas grotescas como una villa clásica? Todo es
posible; porque al lado de los santuarios levantaban casi siempre palacios y
hospederías; y las casas de los soberanos y curacas albergaban con frecuencia o
tenían en sus inmediaciones adoratorios y huacas tales como piedras y fuentes
divinizadas.
Hay
que reconocer en los Incas la instintiva pero profunda comprensión del paisaje
para sus moradas de campo. A más de Yucay, tan justamente afamado, recuerdo
ahora Tambomachay en una lomada al este del Cuzco y camino de Calca; palacete
vuelto de espaldas a la capital y la ciudadela, como personificando el
desengaño cortesano; escondido entre rocas musgosas, tallado en una ladera
verde junto a un limpio arroyo y puquios sagrados, indemnes de sangre humana,
en la quieta concha de la encañada florecida por los yantues (flores del Inca) y los amancaes; lecho de paz y de olvido
maravillosamente propio para su huésped Amaru Yupanqui, el conquistador de
Chile, derrotado luego por los Araucanos y los Mojos, y destronado por los
suyos en provecho de su hermano Túpaj Yupanqui.27
En la pastoricia tranquilidad de ese rincón, el blando monarca desposeído,
"el que sólo se aplicaba a los edificios y las chácaras" (Relación de
Juan Santa Cruz Pachacuti), debió de consolarse con los goces del recogimiento
más apacible. El Baño de la Ñusta, en la estrecha y sinuosa quebrada próxima a
San Sebastián, a la orilla de un ágil torrente que destella entre juncos, tiene
la encantadora esquivez virginal evocada por su nombre. Y este suave prado de
Concacha, plantado de arbustos, vivificado por manantiales, erguido sobre los
cerros entre las honduras del Apurímac y Abancay como una ara egregia, rodeado
por las cimas arremolinadas de las cordilleras como una isla de reposo en medio
de amargo y revuelto océano, fue digno en verdad de enamorar a un loca o a un
sacerdote de la soñadora raza quechua. Para templo o palacio, retiro de
adivinos y amautas, o recreo de príncipes, el sitio estuvo escogido con acierto
singular.
Por
el abra de Sojllacasa bajé a la llanura de Abancay. El descenso es pendiente, y
se retuerce entre montes de espeso arbolado. Hay hermosísimos cedros
gigantescos. En sus frondosidades, toros altos, recios y fornidos, que
contrastan con el ganado raquítico que he visto hasta aquí, pacen y retozan; y
el sol declinante ilumina entre las ramas sus testuces con una aureola
encendida. Abajo el valle, festoneado de vegetación boscosa, es como una gran
copa orlada de una guirnalda obscura. En el fondo, el verde claro de los
cañaverales anticipa en la imaginación el abrigado ambiente de sus campos y el
dulzor regalado de sus mieles. Y por todo el contorno, formando un circo
titánico, los Andes soberbios, coronados de blancos cirros y armiñados de
nieve, se encumbran imponiendo su religiosa majestad en la solemne armonía azul
y oro de la tarde."
25 Vid. sobre estos relieves geográficos Garcilaso, Comentarios
Reales, Primera Parte, Libro II, Cap. XXVI.
26
Es probable que el deliberado destrozo de la presunta pachamama de Concacha haya sido obra de los misioneros coloniales;
pero expuesta por siglos a los ultrajes de estúpidos caminantes y pastores, que
por diversión la han apedreado sin duda, y a la intemperie de este páramo, tan
azotado por rayos y granizo en la estación tempestuosa, se halla a punto de
borrarse y obliterarse del todo. Mediando buena voluntad ¿no podría la Junta
Departamental o el Gobierno cobijarla con techo debidamente defendido y pagar
un guardián, para evitar la total pérdida de una de las más notables reliquias
arqueológicas del Perú? No sería por cierto muy costoso; y nos ahorraría la
vergüenza de nuevas destrucciones contemporáneas, de que con razón acusan a los
habitantes y transeúntes los escritores extranjeros. Más aún que por escasez de
recursos, las antigüedades peruanas se estropean y perecen por la desidia y la
ignorancia.
27
Véanse, Historia del Nuevo Mundo por
el Padre Bernabé Cobo, Libro XIII, Cap. XIV; y mi libro La Historia en el Perú, págs. 139 y 140.
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