Los “abuelos”
son los cuerpos de los hombres
andinos muertos y enterrados antes del tiempo en que los españoles llegaran a
estas cordilleras con todo y sus dioses. Son los que se han despedido de este
mundo en la fe de sus ancestros. Las gentes de estos pueblos, que no los
olvidan porque son sangre de su sangre, les proporcionan extrañas vidas de
ultratumba.
Cuentan las
tradiciones de estas gentes que cuando llega la luna llena, esos
"abuelos" se aparecen mudados en la forma de un paisano, para andar
delante o tras tuyo por los caminos. La única diferencia es que el
"abuelo" tiene una pálida piel desde la cabeza a los pies y anda con
la cerviz doblegada. Las más de las
veces toman el aspecto del marido viajero que vuelve a casa y se acuesta con su
mujer trasmitiéndole una enfermedad que se muestra en grandes tumores que
secretan huesecillos, provocando con el paso del tiempo la muerte de la
infestada.
Los “abuelos”
tienen el extraño poder de secar los
manantiales y la manía de esconder las piedras negras que sirven para afilar
los cuchillos, los machetes y las hachas. Cuentan también que durante las
noches de sus apariciones, en su afán por alimentarse rompen los trastos en las
cocinas de las casas que visitan. Estos “abuelos” tienen el poder de seguir moviéndose
porque nunca terminaron de morirse y podrirse de una vez por todas, solamente
se secaron igualitos nomás, como se habían despedido de la vida.
En los lugares
altos de las apachetas, donde soplan los fríos vientos que bajan de los
glaciares, descansan envueltos en finas mantas, esperando con paciencia el
retorno de los hijos del sol desde el Apumayo.[1]
En esos altos
altares existe un aire metálico que hincha las muelas y llena el cuerpo de los
hombres con horribles y dolorosas llagas por donde supuran pequeños
huesecillos, como castigo al sacrílego atrevimiento de subir hasta esas alturas
para saquear las ofrendas de sus entierros.
Cuando
llegaron los españoles murieron millones de los que ya habían nacido y vivido
bajo el imperio de los incas, pero para calmar a sus descendientes inventaron
el mito de que los “abuelos” eran parte de la legión de los demonios que
habitaban en las páginas de sus libros, y que por ser hijos de la oscuridad no
pueden soportar el brillo del sol si es de día y la luz del fuego por las
noches.
No contentos
con esas mentiras, por medio de sus curas y catequistas, les hicieron saber que
los “abuelos” nunca tuvieron un alma y por eso no pueden elevarse al cielo, ni
siquiera al purgatorio por no haber recibido el sagrado bautismo, pero tampoco
pueden ser condenados al fuego del infierno, por no haber sido pecadores de la
ley del Dios que en las lejanas tierras de una ciudad que se llama Jerusalén,
se entregó a la muerte para salvar a los hombres de su raza y de su credo, y que
por eso estos cuerpos que solo son eso, están condenados a vagar penando por las
oscuridades de este mundo por toda la eternidad.
Por eso es que
andan por aquí y por allá, y por todos los lugares de esta parte de la
cordillera, ensayando una forma de regresar a la vida, ya sea tomando el
vientre de las mujeres o metiéndose en los organismos de los sacrílegos
profanadores, pero solamente logran reproducir unos pequeños huesecillos, sin
llegar a formar, hace casi cinco siglos, un ser viviente con todo y su corazón,
porque los cuerpos de los hombres donde quieren recuperarse pertenecen a otra
fe.
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Así fueron los españoles, mataron hasta a los muertos. Pero estos jamás supieron que nuestros antepasados ya sabían que el Camac es la fuerza primordial que mueve a los hombres, los animales, las cosas y las estrellas, y que gracias a ese impulso nuestras vidas en este mundo apenas son una minúscula parte de un viaje cósmico que empieza sobre está Pachamama, pero que no acaba nunca. Y que la muerte no es el fin de nada, sino tan solo un alumbramiento a un mundo inmensamente más inteligente. Y que de ahí este viaje continúa a otro y otros mundos más, hasta no se sabe dónde ni cuándo, porque al igual que el universo material, la vida espiritual que está más allá de nuestros pensamientos, también se expande.
[1]
Vía láctea