Capítulo I
“Él subiría la cumbre de la cordillera que se elevaba al otro lado del
Pachachaca; pasaría el río por un puente de cal y canto, de tres arcos.[1]
Desde el abra se despediría del valle y vería un campo nuevo. Y mientras en
Chalhuanca, cuando hablara con los nuevos amigos, en su calidad de forastero
recién llegado, sentiría mi ausencia, yo exploraría palmo a palmo el gran valle
y el pueblo; recibiría la corriente poderosa y triste que golpea a los niños,
cuando deben enfrentarse solos a un mundo cargado de monstruos y de fuego, y de
grandes ríos que cantan con la música más hermosa al chocar contra las piedras
y las islas.
Capítulo III
“A veces, podía llegar al río, tras varias horas de andar. Llegaba a él
cuando más abrumado y doliente me sentía. Lo contemplaba, de pie sobre el
releje del gran puente, apoyándome en una de las cruces de piedra que hay
clavadas en lo alto de la columna central.
El río, el Pachachaca temido, aparece en un recodo liso, por la base de
un precipicio, donde no crecen sino enredaderas de flor azul. En ese precipicio
suelen descansar los grandes loros viajeros; se prenden de las enredaderas y
llaman a gritos desde la altura.
Hacia el este, el río baja en corriente tranquila, lenta y temblorosa;
las grandes ramas de chachacomo que rozan la superficie de sus aguas se
arrastran y vuelven violentamente, al desprenderse de la corriente. Parece un
río de acero líquido, azul y sonriente, a pesar de su solemnidad y de su
hondura. Un viento casi frío cubre la cima del puente.
El puente del Pachachaca fue construido por los españoles. Tiene dos ojos altos, sostenidos por
bases de cal y canto, tan poderosos como el río.[2]
Los contrafuertes que canalizan las aguas están prendidos en las rocas, y
obligan el río a marchar bullendo, doblándose en corrientes forzadas. Sobre las
columnas de los arcos, el río choca y se parte; se eleva el agua lamiendo el
muro, pretendiendo escalarlo, y se lanza luego en los ojos del puente. Al
atardecer, el agua que salta de las columnas, forma arcoíris fugaces que giran
con el viento”.
“Yo no sabía si amaba más al puente o al río. Pero ambos despejaban mi
alma, la inundaban de fortaleza y de heroicos sueños. Se borraban de mi mente
todas las imágenes plañideras, las dudas y los malos recuerdos.
Y así, renovado, vuelto a mi ser, regresaba al pueblo; subía la temible
cuesta con pasos firmes. Iba conversando mentalmente con mis viejos amigos
lejanos: don Maywa, don Demetrio Pumaylly, don Pedro Kokchi... que me criaron,
que hicieron mi corazón semejante al suyo.
[...]
–¡Como tú, río Pachachaca ! –decía a solas
[...]
¡Sí!
Había que ser como ese río imperturbable y cristalino, como sus aguas
vencedoras.
¡Como tú, río Pachachaca! ¡Hermoso caballo de crin brillante,
indetenible y permanente, que marcha por el más profundo camino terrestre!”
He extraído esto párrafos de los Capítulos II y III de la novela “Los ríos profundos” de José María Arguedas, para señalar que la descripción del puente colonial sobre el río Pachachaca, es básicamente literaria y por tanto irreal, porque en uno se describe este puente como que: “Tiene dos ojos altos, sostenidos por bases de cal y canto, tan poderosos como el río”, que si no se tratara de una novela, que es una narración extensa que cuenta una historia de ficción, considero yo que el autor se estaría refiriéndose al puente colonial sobre el río Chumbao del distrito de Andahuaylas, su lugar de nacimiento.
En otro párrafo
lo describe como:
Sobre este puente
colonial sabremos decir que se encuentra en las inmediaciones de la Av. Martinelli
y la Av. del Ejercito de la ciudad de Andahuaylas, y que fue construido durante
el gobierno del virrey Manuel de Amat y Junyent Planella Aymerich y Santa Pau, que
tomó posesión de su cargo en el año de 1761 y gobernó hasta 1776, siendo reemplazado
por el virrey José Manuel de Guirior Portal de Huarte Herdozain y González de
Sepúlveda, primer Marqués de Guiriose.
Este puente construido sobre el río Chumbao a base de cal y piedra sillar tiene dos arcos; un terraplén de aproximadamente quince metros de largo y cuatro de ancho, más sus barandas o "quitamiedos", fue mandado edificar por el Corregidor de Andahuaylas José Ordóñez Natera, Teniente de Navío de la Real Armada y Caballero de la Orden de Calatrava, nacido en Málaga - España el 11 de enero de 1730 y fallecido en la misma ciudad en el mes de julio de 1788 (hijo de Miguel Ordóñez Barrientos, regidor perpetuo de Málaga y de María Natera y Cea), quien fue designado por Amat y Junyent como Corregidor de la Provincia de Andahuaylas la Grande, el día 14 de octubre de 1768.
Su
construcción duró cuatro años, durante los cuales a la usanza de esos tiempos y para los fines de garantizar el financiamiento
de una obra pública de importancia, los corregidores recurrían a los “repartos”, que consistía
en la distribución compulsiva de mercaderías de origen europeo o proveniente de
otras subregiones del virreinato entre la población
indígena y mestiza de su jurisdicción, y para esto el Corregidor Ordóñez Natera
organizó varias ferias en las inmediaciones de la obra, donde obligatoriamente
debían acudir los súbditos andinos a comprar con dinero o en especies (lana,
cueros, ganados, etc.) los productos que esta autoridad ofrecía. Los desposeídos tenían
la obligación de ofrecer su mano de obra gratuita.
Los principales costos de un puente el cal y piedras eran el diseño del mismo y la dirección de su construcción por un maestro de obra, los gastos de carpintería para el levantamiento de las cimbras, los gastos en la cantería que eran pagados por cada piedra debidamente tallada, el pago a los que proveían la cal, el salario de los obreros especializados, la alimentación de los peones gratuitos y por supuesto el pago que debía hacerse el propio Corregidor.
Estas ferias duraron
los cuatro años que duró la construcción del puente de cal y piedra sobre el
río Chumbao, que finalmente se inauguró en el año 1776. Pero las ferias que el Corregidor de Andahuaylas organizará para colocar sus "repartos" persistieron, pero como una feria anual organizada por los vecinos del pueblo de Andahuaylas y sus alrededores.
En esta parte
cabe agregar la descripción que hacia 1786 hizo Pablo José Oricain acerca del Corregimiento
de Andahuaylas en su obra: “Compendio Breve de Discursos Varios Sobre
Diferentes Materias, Y Noticias Geográficas, Comprensivas, a Este Obispado Del
Cuzco, Que Claman Remedios Espirituales”, para conocer qué pueblos estaban
obligados a participar en los “repartos” que organizaba el Corregidor de Andahuaylas y quiénes debían aportar su trabajo obligatorio y gratuito a la obra, veamos:
“Corregimiento
de Andaguaylas
Honze Curas, los cuatro en los
pueblos de Andaguaylas, San Gerónimo, Talavera y Mayomarca, y los siete
restantes en esta manera: uno en el pueblo de Guancarac y Tierpo, otro en los
Colay y Chulicana, otro en los de Guayana, Vlcay, Huanichacarampa, otros en los
de Pampachire ó Mamarca y Pomacocha, otro en los de Guancarama y Cotarma, otro
en los Oncoy, Piscobamba, Omaca, Yacobamba, otro en los Oripa Cayara, Cocharca,
Mollepampa, Yuchupampa, todos clérigos”
Acerca del
puente sobre el río Pachachaca, sabremos decir, porque nos consta, que este
tiene un solo “ojo” o un solo arco en toda su extensión, no dos ni tres, y debido a que está construido sobre dos inmensos pedrones a una altura de 1706 m.s.n.m., y sus aguas discurren a 1676
m.s.n.m. estas no tienen “las grandes
ramas de chachacomo que rozan la superficie de sus aguas se arrastran y vuelven
violentamente, al desprenderse de la corriente”, ni mucho menos que: “Sobre las columnas de los arcos, el río
choca y se parte; se eleva el agua lamiendo el muro, pretendiendo escalarlo, y
se lanza luego en los ojos del puente. Al atardecer, el agua que salta de las
columnas, forma arcoíris fugaces que giran con el viento”.
Es probable
que a José María Arguedas esta última figura se le haya grabado en la mente, contemplando maravillado desde el puente colonial andahuaylino las aguas del río Chumbao, y que más tarde lo ha reproducido
en su famosa novela, como si se tratara de las aguas de otro rio y de otro puente,
porque desde lo más profundo y sublime de nuestro Ser, la tierra nos llama y nos seguirá llamando siempre y fuerte.
Pero a mí como abanquino me resulta generoso que literariamente las haya trasladado al puente colonial que se levanta sobre las aguas de nuestro río Pachachaca. ¡QUE MARAVILLA!
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