En tiempos
pasados, casi todas las novedades que llegaban a Abancay era traídas por la
élite que residía en las casas de las haciendas o que trabajaban en la
administración de las mismas, para más tarde trasladarse a la ciudad y de allí
a la campiña.
Como ya
tenemos dicho, en la costa y especialmente en Lima, la fiesta de los
“compadres” y las “comadres” se realizaba como un modo de acercamiento entre
los hombres y las mujeres de un barrio popular o una estancia, para divertirse,
conocerse y quizás hasta enamorarse. Se realizaba generalmente el mes de
febrero durante dos jueves. Es importante aclarar que el término “compadre” y “comadre” en el argot criollo significa amigo especial o íntimo, o
simplemente contemporáneo.
El primer
jueves se llamaba “Compadres”, donde
las damas agasajaban a los varones con regalos, sabrosos potajes y baile. El
segundo se llamaba “Comadres” donde
los varones se esmeraban en hacer ricos y lujosos regalos a las damas de su
preferencia y organizaban un mejor agasajo. A estas bulliciosas y animadas fiestas
en las que a veces se cometían excesos, se les llamaba jarana, que según
algunos autores viene de la palabra quechua “rakraq”
o “rakrana” que significa comer
suculentamente, en abundancia o golosamente.
Llegada esta
fiesta a la campiña abanquina, fue asumida como una muy peculiar costumbre,
sobre la base de la burla que desde siempre el campesinado le ha hecho, a la
especial recomendación que hacen los sacerdotes al impartir el sacramento del
bautismo, cuando públicamente declaran que los padrinos del bautizado pasan a
ser: “el
segundo padre y la segunda madre del ahijado”, de modo que para el
burlón entender campechano, el ministro de la iglesia estaba declarando al
compadre y la comadre como el segundo esposo y la segunda esposa de los padres
de su ahijado. De esa chanza surgió aquel chiste que dice: “Compadre que no arrima a la
comadre, es mal compadre” y viceversa.
Probablemente
es por eso que el día que corresponde a la fiesta de “los compadres”, para
sorpresa del padre del ahijado y su vecindario, colgaban de su puerta un muñeco
de tamaño natural, mal trajeado, con orejas y narices descomunales y con
cuernos en la frente, al que además para mayor broma, lo embadurnaban con
excremento de ganado.
Un buen y
memorioso testimonio de esta fiesta de la segunda mitad del siglo pasado, nos
ha sido narrada con lujo de detalles por Lino Ballón durante su intervención en
el Dialogo Taller: “Nuestro carnaval abanquino” organizado por la Dirección
Desconcentrada de Cultura de Abancay, pero al parecer quedará sólo en su
memoria si no se escribe para trasmitirla, y así como muchas de nuestras
costumbres y tradiciones se irá yendo al tacho del olvido, pero sin embargo y
contradictoriamente siempre nos ufanaremos de amar y evocar nuestra identidad
regional.
En los últimos
tiempos, por Decreto Municipal, está costumbre se ha convertido en una sui
generis fiesta burocrática, que consiste en que la institución que ha asumido
el compromiso de ser el “carguyoc”,
con el conocimiento y consentimiento de su jefe o director, la noche anterior a
la fiesta cuelgan de los techos, balcones o postes cercanos a las entidades
públicas, unos grotescos muñecos que supuestamente representan al jefe de la
misma y por extensión a todos los trabajadores con un cartel que alude a las
negligencias de esa dependencia, por ejemplo: "Camal de Salud de
Abancay".
Al día
siguiente, los empleados de la entidad “carguyoc”,
previo rol de sus visitas, recorren cada una de las entidades públicas y
privadas, donde son recibidos por los anfitriones con chicha de jora, cerveza y
cambray. Luego de cantar, bailar y jugar con chisguetes de espuma, pica-pica y
serpentinas por espacio de más o menos una hora, los visitantes se despiden para seguir
cantando y bailando por las calles hasta llegar a la siguiente oficina, y así
esta rutina continúa hasta que en horas de la tarde, la comparsa itinerante,
cumpla con toda su hoja ruta.
La celebración
de la fiesta de los “compadres” y de
las “comadres”, tal como se realiza
ahora, es solo una burda representación, sin el alma de la verdadera costumbre
que vino del campo y de los barrios populares de la ciudad, a los que jamás
regresó, y por eso su celebración se ha reducido a un paseo borrachón, donde
los empleados públicos cantan, bailan y se arrebatan a costas del erario
público.
¿A qué
compadre o comadre de qué bautismo festeja la burocracia abanquina? ¿A quiénes
representan los muñecos cornudos y con el pene al aire que se cuelga en las
inmediaciones de las entidades públicas?, indudablemente a sus propios autores,
por qué en esta fiesta nadie es comadre, ni compadre, ni existe el ahijado de
nadie.
Ya nuestro
poeta universal César Vallejo nos ha enseñado: “¡"Todo acto o voz genial
viene del pueblo y va hacia él, de frente o transmitido por incesantes briznas…..”
Esas briznas incesantes son las vibraciones del alma del pueblo. ¡No se puede
cambiar una costumbre popular por una “mala costumbre”, solo porque alguna mala
autoridad así lo dispone.
Pero ya que
esta nueva costumbre al parecer está arraigada, debe entenderse que se trata de una comitiva de mensajeros
que coincidiendo con la fiesta de los “compadres” y de las “comadres”, llegan
anunciando a la población la próxima llegada de los carnavales abanquinos. ¡SOLO ASÍ TENDRÍA SENTIDO!
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