Bueno, como les tengo ofrecido les
presento en décima quinta entrada mi ebook: SAYWITE: UN HITO EN EL ANDE, solo
espero que le ofrezcan vuestro interés, sin olvidar de poner un “ME GUSTA”, pero sobretodo “COMPARTIR” y
“COMENTAR”.
8.- VIAJEROS E INVESTIGADORES:
Muchos son los viajeros, aventureros, gobernantes e investigadores, que
seguramente visitaron Saywite, pero estos son los que nos dejaron una imagen y
sus impresiones sobre este fantástico lugar.
AURELIO MIRO QUESADA SOSA
Nació en Lima el 15 de mayo de 1907 y murió en la
misma ciudad el 26 de septiembre de 1998. Hijo de Aurelio Miró Quesada de la
Guerra y de Rosa Sosa Artola. Sus estudios escolares los realiza en el Colegio
de la Inmaculada de Lima. Fue hombre multifacético: periodista, investigador,
literato, viajero y maestro universitario. Vivió profundamente vinculado a la Universidad
Nacional Mayor de San Marcos, desde su ingreso como estudiante, después
profesor, luego Decano de la Facultad de Letras y Rector entre 1962-1967.
En
el año 1938 publico una de sus primeras obras: “Costa, Sierra y Montaña”, a
través de este libro que lo reveló como el dueño de una prosa transparente,
fluida y elegante, nos conduce por las crónicas de su larga travesía al
interior del Perú.
A
su paso por el sitio, que por primera vez se le llama “Concacha o Sayhite”, en
este clásico de la bibliografía nacional, Miro Quesada nos narra:
“La sencillez actual
de Curahuasi contrasta con la importancia alcanzada en esos tiempos. Solo me
detengo unos instantes en la plaza modesta. En busca de un almuerzo frugal y de
un descanso, hago abrir la puerta del hotel silencioso. Veo un caballo inmóvil
en el patio de piedras, mientras en el zaguán, sobre el poyo de adobe, un
indígena arregla pellones y rendajes. En el comedor, de piso de tierra y anchas
puertas, se me sirve una sopa de trigo y un plato de arroz con pescados secos y
pequeños, traídos, según se me dice, desde Puno.
El camino, luego,
sigue en curvas. Veo a la izquierda campos animados por el verde brillante de
cebadales y de pastizales. Con la mirada alerta, quiero descubrir entre los
campos las viejas piedras prestigiosas de Concacha o Sayhuite. Por fortuna,
encuentro en uno de los recodos de la ruta a los propietarios de esta última
hacienda. Al saber mi interés, se ofrecen amablemente a acompañarme; y en un
caballo, cuyos cascos resbalan o se prenden en la ladera húmeda, empiezo el
recorrido por las ruinas extrañas.
Veo primero la
llamada "casa de piedra" o Rumihuasi. Es una especie de adoratorio,
cortado de arriba abajo por un rayo, a cuya parte superior se llega por una
angosta gradería tallada en la piedra o por otros tres escalones más grandes.
Al lado opuesto hay una puerta, que posiblemente antes se cerraba con un pedrón
que ahora vemos tendido en el suelo.
Pero no es esta
Rumihuasi, ni la curiosa piedra de forma curva con una escuadra perpendicular
al centro, llamada generalmente lntihuatana (o lugar donde se amarra el Sol) lo
más importante de estas ruinas. Lo que ha echado a volar la fantasía, y ha
despertado siempre la curiosidad de los viajeros y la preocupación de los
hombres de ciencia, ha sido la gran roca labrada y redondeada, que vemos
después en una altura. Amplia, atrayente, blanquecina, la encontramos solitaria
en el campo, como un gran canto rodado, en que las manos de los hombres se
hubieran ido entreteniendo en tallar figuras y paisajes.
En efecto, sobre la
cara alta de la piedra, vemos monos que saltan o que caen, cóndores, pumas,
llamas, sapos, lagartijas, serpientes; indígenas con flechas o en actitud de
centinelas. Por otras partes ríos, montañas; lagos, discos recordatorios del
Sol y de la Luna, ciudades bien trazadas con escalinatas, plataformas y
puertas. Todas las cabezas de las figuras están rotas; y la única que se
conserva es la de un puma, severa y bastante grande, en uno de los lados de la
piedra, que se nos aparece como el dios tutelar o el blasón heráldico del
extraño conjunto.
¿Qué representan
todas estas figuras tan variadas? El problema es difícil, porque se carece en
lo absoluto de puntos de comparación o referencia. Como se sabe, si los
pobladores prehispánicos alcanzaron un singular desarrollo arquitectónico, en
la escultura tuvieron límites precisos. Sus manos eran expertas en la escultura
en tono menor de los adornos, o para infundir vida y espíritu a la arcilla
dócil y blanda de los huacos; pero se encontraban contenidas cuando se
enfrentaban a la piedra. Sobre este noble material trazaban signos bellos,
estilizados, pero sin corporeidad, como en Tíahuanaco, en Chavín o en Sechín; figuras
solas, como en el mismo Tiahuanaco o Pucara; cabezas de pumas; adornos de soles
y serpientes sobre los muros incaicos del Cuzco. Pero les faltaba el sentido de
la composición, de lo que se podría llamar el cuadro escultórico, de las
figuras unidas y en relieve como personajes sobre un escenario. La piedra
labrada de Sayhuite ─y este es su mérito más peculiar y más auténtico─
seguramente el único ejemplo de esta clase en el territorio del Perú.
¿Pero se trata solo
del raro capricho de un artista? Los investigadores consideran que los grupos
esculpidos en la piedra no son figuras arbitrarias sino, según las más
aceptables presunciones, la representación de una zona geográfica. Por eso se
ven ríos, lagos, ciudades. animales correspondientes a diversas regiones: monos
de los parajes tropicales del Antisuyo, auquénidos de las serranías, cóndores
de ancho y alto vuelo, Se trataría así de la representación en piedra de un
mundo conocido; culminación extraordinaria de aquellos mapas en relieve de que
nos habla el Inca Garcilaso al describir un modelo del Cuzco, que él vio
"con sus cuatro caminos principales, hecho de barro y piedrezuelas y
palillos, trazado por su cuenta y medida, con sus plazas chicas y grandes, con
todas sus casas anchas y angostas, con sus barrios... que era admiración
mirarlo. Lo mismo era ver el campo ─añade─ con sus cerros altos y bajos, llanos
y quebradas, ríos y arroyos con sus vueltas y revueltas, que el mejor
cosmógrafo del mundo no lo pudiera poner mejor”.
En la piedra labrada
de Sayhuite o Concacha ─que con ambos nombres la han mencionado los
arqueólogos─ la semejanza con esta geografía en relieve es evidente. ¿Se
tratará del plano de la región. O más que la geografía podrá estar allí la
historia de alguna invasión; lo que explicaría, por ejemplo, la actitud
triunfante de los pumas y en cambio el aire de fuga de los monos, animales de
tierras selváticas y cálidas? En lo más alto de la piedra se ve una gran
laguna. ¿Será este el lago sagrado, el Titicaca, o su reflejo en pequeño, la laguna
de Choclocacha, considerada como el lugar simbólico de procedencia de los
chancas? Un reciente investigador ha avanzado más; y ha creído encontrar, en la
cara ovalada de la piedra, el Titicaca, los ríos Ramis, Coata, Ilave y
Desaguadero; y más al oeste, las cinco líneas casi paralelas de los ríos
Caporaque, Livitaca, Velille, Charamoray, Santo Tomás y Vilcabamba, que van a
desembocar en un cauce mayor: el Apurímac.
En todo caso, hay
siempre la referencia a la laguna legendaria y matricia. ¿Tendrá un carácter
colla este sugestivo monumento; habrá sido obra de los chancas; o será todavía
de una raza anterior? Lo que se sabe con certeza es que esta región constituyó
uno de los campos de andanzas y aventuras de dos grupos afines: los chancas con
centro en Andahuaylas y los collas de la meseta del Callao. A ambos se pueden
atribuir la laguna sagrada y el puma totémico que vemos en la piedra de
Sayhuite. Por lo demás, aunque esta zona fue originaria de los genuinos
quechuas, la influencia colla es bien visible, y se mantiene todavía ─aunque
muchas veces mestizada con palabras de "runa-simi" o de castellano─
en algunos nombres de lugar: Cotabambas, Soroya, Cotarusi, Choquequirao. Podría
considerarse como un símbolo de su vinculación tradicional el nombre de "aimaras"
con que se designa también a los collas desde hace cuatro siglos; nombre
arraigado pero impropio, que se debe ─según se afirma─ a haberse encontrado en
la provincia de Juli, en el Collao, a un grupo de mitimaes de la región
apurimeña de Aimaraes.”