jueves, 21 de noviembre de 2019

EL DESBARRANCADO

DEL ANECDOTARIO ABANQUINO

            Bueno pues, lo cierto es que la vida viene con todo, estés donde estés. Y así se van acumulando en tu memoria un montón de historias y anécdotas “de lo vivido” que seguramente son muy parecidas a otras que les han sucedido a ustedes, o que por algún motivo te les han contado sus protagonistas, se las han narrado a sus allegados, o simplemente son hechos que han trascendido a sus actores y se han convertido en mitos populares o leyendas urbanas.

De modo que en forma directa o a manera de cuentos, aquí les traigo algunas muy suculentas, sólo para hacerles conocer que la gente de esta parte del país existe, se mueve y nos ofrecen con su vivir sus peculiares historias, leamos alguna de muchas otras:

EL DESBARRANCADO
(Narraciones de la Zona de Emergencia)

            Allí estaba otra vez ese toro. Al menor descuido y a tener que buscarlo siempre en ese maldito lugar.  Debía ser porque los pastos de ese despeñadero eran muy apetitosos, ya que en esa explanada ningún comunero pastaba sus animales, ni habían llegado jamás las quemas de setiembre.  La pequeña explanada se extendía al filo de un barranco no muy profundo, pero lo suficientemente alto como para que en su caída cualquier ganado de más de 50 kilos se rompiera la crisma.

Lo peligroso de esa rambla, era que no acababa súbitamente en el talud que tienen todos los barrancos, sino que insensiblemente oculto por los altos pastos se iba ladeando hacia el precipicio.  Así que cuando alguna res llegaba a cierta parte, no tenía más remedio que abandonar su peso a la ley de la gravedad y a las medidas de las balanzas, para ser vendido como carcasa clandestina a precio de oferta.

            Cuando don Roberto Espinoza Curasco se dirigía a proteger su toro de la inminente caída, se tropezó con su peor enemigo: Pedro Sierra Yataco y como de costumbre, cada vez que se encontraban en los caminos, se insultaban veladamente. "¡Mula, mula, ccella  mula!" reprendió con dureza y severidad don Pedro a su caballo que poco tenía de ocioso y nada de mula. El otro que conocía perfectamente la disimulada ofensa, comenzó a gritar hacia la chacra más próxima: "!Don Bautista, don Bautista por aquí anda un zorro, guarde sus animalitos!” Esa pendencia generalmente duraba el tiempo que tardaban en lanzar sus velados escarnios al viento.

            Casi de inmediato, el dueño del animal en peligro se olvidó de esa lenguaraz riña. Su toro, su mejor toro ya no estaba en el lugar. Corrió desesperadamente hacia el caminito que se dibujaba zigzagueante un poco más arriba del barranco, lo sorteó en un dos por tres y cuando llegó al fondo de la pendiente, olió a sangre caliente y vio como el desgraciado animal agonizaba sangrando profusamente por las heridas que mostraban sus quebrados huesos.

            Aquella dolorosa escena lo confundió totalmente. Lejos de hacer lo que se debe cuando suceden estas desgracias, se fue a su casa, se lavó apresuradamente la cara y los pies, mudó de sombrero y a paso ligero en contados minutos llegó al pueblo, y al parecer sin darse cuenta de lo que estaba haciendo y menos diciendo, acabó presentando ante la policía una denuncia por daño agravado contra Pedro Sierra Yataco, por ser el autor del lanzamiento de su toro desde lo alto de aquel derrumbadero, hecho que él mismo había visto.

            Seguidamente el policía que recibió la denuncia se fue a comunicar el suceso al Jefe de la Comisaría. De modo que casi en el acto se vio subido en la tolva de una camioneta de vuelta al lugar de los hechos, acompañado del jefe policial y dos subalternos más.  En menos del tiempo que necesitó para acudir al cuartelillo policial llegaron al pie del barranco y del moribundo animal. Le ordenaron degollarlo, sacarle el cuero, descuartizarlo y meter las presas de la carne en varios sacos para los efectos de la investigación que debía esclarecer los hechos y valorizar el daño.
    
            Después de esperar por más de tres horas sentado en la puerta del local policial, por fin salió el oficial de guardia para ordenarle firmar el Acta de Cremación de los restos de su ganado y entregarle una citación para Pedro Sierra Yataco, a efectos de que responda por la denuncia. “¡Vas a ver cómo lo vamos a cagar a ese concha su madre, no por las huevas estamos en Zona de Emergencia!”, le dijo el policía a modo de despedida.

►☼◄

─Doctor Mellado, no sería bueno averiguar dónde y cómo han podido quemar mi torito?  ─suplicó al abogado que todo lo sabe.

─No, lo que corresponde es procurar que el curso de las investigaciones se dirija a establecer la responsabilidad de tu enemigo y lograr que ese malnacido te pague el precio del animal o te reponga otro del mismo parar, sin perjuicio de hacerlo encarcelar ─respondió el abogado que todo lo puede.

─Pero doctorcito, yo quisiera recuperar la carnecita para venderlo aunque sea barato, sino con qué nos vamos a defender.

─Claro que no va ser suficiente el adelanto que me has dado a pesar que te estoy cobrando lo más mínimo que señala la tarifa del Colegio de Abogados, pero aquí aparece que previo examen “post morten” el semoviente ha sido incinerado con arreglo a Ley, mediante Acta de Cremación donde aparece la firma y sello del Jefe de la Oficina de Sanidad Animal de la municipalidad y tu propia firma, lo que nos ilustra que has asistido a esa diligencia. ¿Entonces, qué carne quieres recuperar si en tu delante se ha hecho humo? Además el que debe defenderse es ese desgraciado porque nosotros no lo vamos a dejar en paz. ─Concluyó mostrando un papel y dirigiéndolo hacia sus ojos.

          Seguramente hasta los sacos que había comprado para su próxima cosecha de papas, los habrían quemado.
►☼◄

            Una áspera pena atravesaba el corazón del calumniador cuando levantaba la cerca que impediría el paso de sus animales hacia la trampa mortal que escondía aquella maldita explanada. Mientras tanto a esa misma hora en la cancha de fulbito del local policial, se jugaba un interesante partido entre el Poder Judicial y la Policía Criminal, donde se disputaba el hermoso trofeo donado por el Jefe del Comando Político Militar de la Zona de Emergencia, que un día antes le había entregado un próspero empresario ferretero del pueblo, como respuesta al elegante oficio cursado por tan alta autoridad.

        Lo más interesante de aquella reunión deportiva y social era que el abogado del calumniador había aceptado ser el árbitro de aquel partido y el Comité de Damas de los anfitriones iba a invitar una deliciosa y abundante parrillada a base de una buena carne de res a los mandamases de las entidades públicas y privadas al igual que a los miembros del "jet-set" del pueblo que tuvieron que arrimarse a ese círculo de policías, soldados y burócratas, para garantizar su seguridad en esa convulsionada zona de emergencia. 



No hay comentarios.:

Publicar un comentario