DEL ANECDOTARIO ABANQUINO
Bueno
pues, lo cierto es que la vida viene con todo, estés donde estés. Y así se van
acumulando en tu memoria un montón de historias y anécdotas “de lo vivido” que
seguramente son muy parecidas a otras que les han sucedido a ustedes, o que por
algún motivo te les han contado sus protagonistas, se las han narrado a sus
allegados, o simplemente son hechos que han trascendido a sus actores y se han
convertido en mitos populares o leyendas urbanas.
De modo que en
forma directa o a manera de cuentos, aquí les traigo algunas muy suculentas,
sólo para hacerles conocer que la gente de esta parte del país existe, se mueve
y nos ofrecen con su vivir sus peculiares historias, leamos alguna de muchas
otras:
EL DESBARRANCADO
(Narraciones de
la Zona de Emergencia)
Allí
estaba otra vez ese toro. Al menor descuido y a tener que buscarlo siempre en
ese maldito lugar. Debía ser porque los
pastos de ese despeñadero eran muy apetitosos, ya que en esa explanada ningún
comunero pastaba sus animales, ni habían llegado jamás las quemas de
setiembre. La pequeña explanada se
extendía al filo de un barranco no muy profundo, pero lo suficientemente alto
como para que en su caída cualquier ganado de más de 50 kilos se rompiera la
crisma.
Lo peligroso
de esa rambla, era que no acababa súbitamente en el talud que tienen todos los
barrancos, sino que insensiblemente oculto por los altos pastos se iba ladeando
hacia el precipicio. Así que cuando
alguna res llegaba a cierta parte, no tenía más remedio que abandonar su peso a
la ley de la gravedad y a las medidas de las balanzas, para ser vendido como
carcasa clandestina a precio de oferta.
Cuando
don Roberto Espinoza Curasco se dirigía a proteger su toro de la inminente
caída, se tropezó con su peor enemigo: Pedro Sierra Yataco y como de costumbre,
cada vez que se encontraban en los caminos, se insultaban veladamente.
"¡Mula, mula, ccella mula!"
reprendió con dureza y severidad don Pedro a su caballo que poco tenía de
ocioso y nada de mula. El otro que conocía perfectamente la disimulada ofensa,
comenzó a gritar hacia la chacra más próxima: "!Don Bautista, don Bautista
por aquí anda un zorro, guarde sus animalitos!” Esa pendencia generalmente
duraba el tiempo que tardaban en lanzar sus velados escarnios al viento.
Casi
de inmediato, el dueño del animal en peligro se olvidó de esa lenguaraz riña.
Su toro, su mejor toro ya no estaba en el lugar. Corrió desesperadamente hacia
el caminito que se dibujaba zigzagueante un poco más arriba del barranco, lo
sorteó en un dos por tres y cuando llegó al fondo de la pendiente, olió a
sangre caliente y vio como el desgraciado animal agonizaba sangrando
profusamente por las heridas que mostraban sus quebrados huesos.
Aquella
dolorosa escena lo confundió totalmente. Lejos de hacer lo que se debe cuando
suceden estas desgracias, se fue a su casa, se lavó apresuradamente la cara y
los pies, mudó de sombrero y a paso ligero en contados minutos llegó al pueblo,
y al parecer sin darse cuenta de lo que estaba haciendo y menos diciendo, acabó
presentando ante la policía una denuncia por daño agravado contra Pedro Sierra
Yataco, por ser el autor del lanzamiento de su toro desde lo alto de aquel
derrumbadero, hecho que él mismo había visto.
Seguidamente
el policía que recibió la denuncia se fue a comunicar el suceso al Jefe de la
Comisaría. De modo que casi en el acto se vio subido en la tolva de una
camioneta de vuelta al lugar de los hechos, acompañado del jefe policial y dos
subalternos más. En menos del tiempo que
necesitó para acudir al cuartelillo policial llegaron al pie del barranco y del
moribundo animal. Le ordenaron degollarlo, sacarle el cuero, descuartizarlo y
meter las presas de la carne en varios sacos para los efectos de la
investigación que debía esclarecer los hechos y valorizar el daño.
Después
de esperar por más de tres horas sentado en la puerta del local policial, por
fin salió el oficial de guardia para ordenarle firmar el Acta de Cremación de
los restos de su ganado y entregarle una citación para Pedro Sierra Yataco, a
efectos de que responda por la denuncia. “¡Vas a ver cómo lo vamos a cagar a
ese concha su madre, no por las huevas estamos en Zona de Emergencia!”, le dijo
el policía a modo de despedida.
►☼◄
─Doctor Mellado, no sería bueno averiguar
dónde y cómo han podido quemar mi torito?
─suplicó al abogado que todo lo sabe.
─No, lo que corresponde es procurar que
el curso de las investigaciones se dirija a establecer la responsabilidad de tu
enemigo y lograr que ese malnacido te pague el precio del animal o te reponga
otro del mismo parar, sin perjuicio de hacerlo encarcelar ─respondió el abogado
que todo lo puede.
─Pero doctorcito, yo quisiera recuperar
la carnecita para venderlo aunque sea barato, sino con qué nos vamos a
defender.
─Claro que no va ser suficiente el
adelanto que me has dado a pesar que te estoy cobrando lo más mínimo que señala
la tarifa del Colegio de Abogados, pero aquí aparece que previo examen “post
morten” el semoviente ha sido incinerado con arreglo a Ley, mediante Acta de
Cremación donde aparece la firma y sello del Jefe de la Oficina de Sanidad
Animal de la municipalidad y tu propia firma, lo que nos ilustra que has
asistido a esa diligencia. ¿Entonces, qué carne quieres recuperar si en tu
delante se ha hecho humo? Además el que debe defenderse es ese desgraciado
porque nosotros no lo vamos a dejar en paz. ─Concluyó mostrando un papel y
dirigiéndolo hacia sus ojos.
Seguramente hasta los sacos que había
comprado para su próxima cosecha de papas, los habrían quemado.
►☼◄
Una
áspera pena atravesaba el corazón del calumniador cuando levantaba la cerca que
impediría el paso de sus animales hacia la trampa mortal que escondía aquella
maldita explanada. Mientras tanto a esa misma hora en la cancha de fulbito del
local policial, se jugaba un interesante partido entre el Poder Judicial y la
Policía Criminal, donde se disputaba el hermoso trofeo donado por el Jefe del
Comando Político Militar de la Zona de Emergencia, que un día antes le había
entregado un próspero empresario ferretero del pueblo, como respuesta al
elegante oficio cursado por tan alta autoridad.
Lo
más interesante de aquella reunión deportiva y social era que el abogado del
calumniador había aceptado ser el árbitro de aquel partido y el Comité de Damas
de los anfitriones iba a invitar una deliciosa y abundante parrillada a base de
una buena carne de res a los mandamases de las entidades públicas y privadas al
igual que a los miembros del "jet-set" del pueblo que tuvieron que
arrimarse a ese círculo de policías, soldados y burócratas, para garantizar su
seguridad en esa convulsionada zona de emergencia.
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