Desde que se levantaron los hijos del sol sobre estos andes, lograron arrancarle al cosmos el conocimiento para moldear las piedras y hacer lo que su voluntad quisiera con ellas. Su sabiduría no tuvo parangón, ni límites.
Ese conocimiento fue transmitiéndose de generación en generación y con el correr de los tiempos, los hijos de sus hijos, le dieron formas y ajustes poligonales perfectos a las colosales piedras de sus templos, palacios y fortalezas. Ante sus prodigiosas manos la piedra se comportaba como la arcilla, y no solo eso, sino que al conjuro de sus dioses, incluso podían darle vida para que se movieran sin la intervención de los hombres o las bestias.
Bajo los dictados de este conocimiento, lograron fabricar gigantescos colosos con la forma y el movimiento de los humanos. Estos pétreos autómatas fueron los que colocaron una encima de otra las gigantescas piedras de sus más poderosas fortificaciones y de las otras extraordinarias construcciones de su tiempo.
En el cerro San Cristóbal, que es la cresta de una cuchilla que hace miles de años se afiló al abrirse el gran cañón que labró el río Apurímac, los incas decidieron construir un gigantesco puente que debía superar todas las artes y los desafíos de la prodigiosa ingeniería de su raza. Para esa empresa, recurriendo a su ciencia y arte milenario, levantaron una vez más, un autómata de piedra, que debía erguirse y subir hasta el cerro “San Cristóbal” para arrojar por sobre el río Apurímac, hasta la otra montaña la gran soga que con duras enredaderas de la selva, juncos, fibras y miles de tiras de cuero de llama y alpaca habían torcido los pueblos del Collao, hasta convertirla en una maroma de tres kilómetros de largo y del grosor de tres hombres robustos, para poder lanzar el portentoso puente.
Una mañana plena de sol y de júbilo, ante la atónita expectación de miles de incrédulos, el autómata que hoy se conoce como “Capitán Rumi”, comenzó lentamente a subir aquel cerro. Cuando el coloso ya había alcanzado la pequeña terraza de la cima de aquella cresta, rodó hecho pedazos por los suelos, haciendo el telúrico estruendo que produce el derrumbe de las montañas, quedando desperdigadas sus piernas y cadera en la cuesta de aquel cerro, y el torso, la cabeza y uno de los brazos acabaron cayendo por el precipicio que termina en el fondo del profundo cañón, donde como una mítica culebra se mueven las atronadoras aguas del río Apurímac. De toda esa monumental estructura solo quedó como señal para los tiempos venideros, la mano izquierda de aquel pétreo gigante, mostrando su palma a los cielos.
Refieren las lenguas que inmortalizan esta historia que aquella caída se produjo porque en ese mismo instante se derramó sobre la tierra sagrada de Andamarca, -la pacarina[1] de los rucanas- la primera gota de sangre de la muerte fratricida de Huáscar, el príncipe heredero, el escogido de los dioses, cuyo cuerpo lacerado fue impíamente arrojado a las oscuras aguas del río Yanamayo. En ese instante también se acabó para los runas de estos andes el poder que tenían sobre las piedras, y con ellos el mundo sin mentira, sin robo y sin ocio que gobernaba estas cordilleranas inmensidades.
A partir de esa maldita
hora, cualquier cosa podría sucederle a los runas[2] de estas tierras, porque sus dioses
retornaron al Apumayo,[3]
pues no soportaron ver destruida la vida que alzaron desde el fondo del gran
lago sagrado, para que la estirpe de sus hijos gobierne este mundo que se
yergue desde la profundidad de los océanos hasta los bordes del infinito.
A partir de ese momento solo quedaba para el futuro de esa
raza los tenebrosos y oscuros días de un
largo “inti wañuc”[4] lleno de hambre, de mentira y sufrimiento.
[1]
Los antiguos peruanos creían que los primeros habitantes de los ayllus, pueblos
o reinos andinos surgieron de las pacarinas (cuevas, lagos, lagunas o
manantiales) por orden de los dioses, especialmente Wiracocha. Antes de ser
humanos habían sido piedras o rocas del Ukupacha (mundo subterráneo), y a
través de las pacarinas salieron a poblar el Kaypacha (superficie terrestre)
[2]
Hombres de los andes peruanos.
[3]
La Vía Láctea.
[4]
Eclipse de sol.
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