DEL ANECDOTARIO ABANQUINO
EL JEFE
El Jefe es el que habla más fuerte. Es el que da las
órdenes gritando. Es el que se sienta al lado del chofer y saca la mano derecha
por la ventanilla de la puerta de la camioneta y toma con la punta de sus dedos
el bisel del techo, formando un ángulo recto con su codo y espera que le
saluden todos los peatones.
Ha viajado hasta Huacracucho a realizar una inspección
ocular para determinar si este anexo comunal, reúne los requisitos mínimos para
lograr su independencia de la Comunidad Campesina de Yanaccocha. La petición se
basa en que los directivos de la Comunidad Madre han viajado al Cusco para
asistir a un conversatorio con el señor Presidente de la República y aun cuando
este no se apareció, porque estaba combatiendo en todas las cárceles a los
terrucos crecidos, mandó a su Ministro de Agricultura, un "zorrito"
medio calvo con cara grande, que se encargó de regalar dinero a los asistentes.
Los directivos de Uspaccocha han asistido a esa
reunión, han cobrado y se han gastado toda la plata solo entre ellos. Por eso
es importante para los miembros del anexo de Huacracucho conseguir su
independencia, para poder asistir a estas reuniones donde regalan dinero. Y por
eso mismo es de vital importancia quedar bien con el Jefe, para que resuelva
favorablemente la solicitud de su desmembramiento comunal.
La camioneta ha llegado hasta la punta de carretera y
con ella se quedará el chofer hasta que el Jefe vuelva de la comisión. De allí
hasta el centro poblado hay tres horas de camino a caballo. En esta parte se ha
instalado la comisión de bienvenida y viaje. "Un vasito de cerveza para
matar el calor. Mejor un par de botellitas". El caballo más brioso del
distrito, alquilado a don Lázaro Calvo Ramos, lujosamente enjaezado es ofrecido
al Jefe. Este lo mira con asombrado respeto y lo cabalga con infantil orgullo.
El encargado de la comisión de recepción que camina a
su costado, le va explicando con lujo de detalles pero sin ninguna precisión,
los linderos del anexo, su población, sus principales cultivos y crianzas, la variedad
de sus recursos naturales y sus viejos mitos y leyendas que quieren ser
entendidos como la auténtica historia del lugar. El paisaje serrano se va
mostrando como siempre: una quebrada profunda, un caminito al borde de los
barrancos, un relicto boscoso y al fondo un frígido riachuelo cortando como un
bisturí la cordillera.
El pueblo va apareciendo lentamente. Cercos, chacras,
chozas, corrales distribuidos entre cuatro calles, dos paralelas a un barranco
y dos transversales que suben una cuesta que terminan entre dos muros de
piedras hasta unirse con el camino que enrumba hacia la puna. A medida que
avanza la comitiva las casas de piedra y techos de paja, son reemplazadas por
otras de adobe y techos de teja con pequeños huertos cercados de eucaliptos.
Precisamente cuando se está disfrutando de esos verdes
y bucólicos paisajes, el guía indica un recodo tras del cual se aparece un
rústico templo de barro y un espacio cuadrado con un árbol añoso al centro
rodeado de casas con pequeños patios traseros repletos de árboles frutales y
verduras. Ahí termina el viaje, esa es la Plaza de Armas. Han llegado. El
amplio espacio que aparece en aquel andén es el campo deportivo y más allá una
larga construcción de adobe y sin techo que muy pronto será la escuela.
De los cuatro costados de la plaza y de casi todas las
viviendas se movilizan los comuneros, porque una campana de latoso tañer está
indicando que es la hora de empezar la Asamblea General Extraordinaria para
acordar lo que ya todos saben. La reunión queda instalada con más de 50
pobladores. Mientras el secretario del anexo pasa la lista y el Teniente
Gobernador ordena el protocolo de su funcionamiento, el Presidente del anexo se
desvive para que el Jefe se sirva
"una botellita más de cerveza" como gesto de bienvenida.
¿Todo en orden? ¡Sí! Se iza la bandera peruana y se
canta el himno nacional.
Después toma la palabra el mandamás de los recurrentes
y en menos de tres minutos logra expresar claramente los motivos y la
justificación de su petición. Los otros veinte los invierte en las fervorosas
súplicas, halagos desmedidos y quejas seculares aprendidas por todos los
pueblos andinos desde hace casi quinientos años. A su turno hablan los que
jamás dejarán de hablar en esas reuniones, porque si no hablan les reprocharán
su silencio y porque además están convencidos de que hablan bonito y por eso se
dejan entender.
No extraña al pueblo que don Segundino Cachay Miranda
increpe a los asambleístas su afán de convertirse en una comunidad
independiente, cuando todos ellos saben que el anexo de Huacracucho es su
hacienda, herencia de su abuelo materno Pedro Pablo Miranda Farfán de los
Godos. Tampoco les extraña que Bernabé Caytuiro Machicao, natural de Puno y
yerno de la comunidad, señale lo inútil de esta majadera independización,
cuando lo que corresponde es pedirle al Jefe para que les haga el favor de
otorgarles títulos de propiedad de los terrenos que conducen en forma
individual: "Si no somos dueños de la tierra que trabajamos, entonces para
qué nos desvivimos por hacerle una casa decente, cercos, acequias y corrales,
si todo siempre va a ser comunal. ¡Para qué nos sirve, si las tierras comunales
son de todos y de nadie!". Mientras tanto el Jefe va apurando otra
cerveza, porque el sol quema y porque además es gratis. "¿Alguien
más"? Mejor nadie más, porque algún imbécil con un discurso extraviado
puede arruinar el trámite.
Luego el Jefe se levanta y sin contestar los buenos
días que el pueblo le está deseando, pide al Presidente Gestor para que le
indique la localización del cementerio, la posta sanitaria, la escuela, el
canal de irrigación, el local del juzgado y de la gobernación, el trazo de la
carretera, el local comunal y los linderos de las tierras que posee el anexo de
Huacracucho. Todos callan.
Un domado silencio va apagando los ánimos y sólo
cuando los vencidos están a punto de sacrificar con sus miradas a los
inventores de aquella costosa aventura, el Jefe se compadece y los exhorta a
procurarse lo más pronto posible de éstos servicios básicos. Los corazones recuperan
su compás, las miradas su serenidad y las almas espantadas retornan a sus
cuerpos. "¡Viva el Jefe!", que viva y que beba, pero que coma
también. Cinco gallinas asadas, diez kilos de lechón, diez cuyes al palo, una
arroba de cancha y una batea de mote es el humilde convido. Se acabó la
cervecita, pero menos mal que el Jefe le entra a la chicha con su aguardiente
de bajamar.
Durante el convido, los comuneros han expuesto ante el
Jefe sus quejas personales. "La chacra de Amaruyoc es mi herencia, hágame
justicia Jefecito". "Yo le suplico que a mi hijo Amadeo no se lo
lleven al cuartel, tengo miedo que lo manden a luchar contra los terrucos, si
se muere sería bueno, pero cojo o manco y sin educación va a ser mi cruz para
toda la vida". "Jefe yo quisiera que les advierta a todos que los
ganados cerreros de Pampapuna son de los Abarca"..... El Jefe contesta:
"Has valer tu testamento pues". Salud. "Hay que esconderlo en
Lima". Salud. "Presenta un escrito al Ministerio". Salud.
"Porque no". Salud. "No te preocupes". Salud con todos.
Al final de la tarde le dice salud a su alma y se
aleja del pueblo montado en un humilde pero decente borrico, jalado por un
muchacho que maldice el tener que tirar a viva fuerza un enorme carnero negro,
regalo de la comunidad para la familia del Jefe, además de cargar con los
manjares del convido.
La camioneta está sola. El Jefe borracho ha rendido su
punto de apoyo contra la llanta delantera, a su lado una manta con comida y más
allá en el parachoques trasero, el carnero amarrado. El chico grita y silba por
más de diez minutos para llamar la atención del chofer y como nadie acude se
regresa al pueblo, porque la noche será de luna llena y los terrucos podrían
sorprenderlo en medio camino y llevárselo "a las filas".
A las doce de la noche su mujer lo recibe con
escandalosos reproches, mientras el Jefe ordena amenazante al chofer para que
guarde la camioneta en el garaje de la oficina y no en otra parte. “No vayas
estar dedicando el carro a traer los tomates de tu chacra, suficiente ha sido
que en mi delante hayas cobrado pasajes a la gente que recogiste en la
carretera. ¡Déjate de huevadas o te vas a la mierda!”
Dos semanas después, llegó a la oficina el Presidente
del anexo con el propósito de lograr la materialización de las ofertas del Jefe.
Este lo recibió con gran curiosidad porque quería enterarse de los detalles de
su retorno de Huacracucho. “¿Cómo me subí al caballo?” "¿Cómo pasé el
derrumbe?” "¿Cómo pasé el río?" Las respuestas fueron invariables:
"Pasando nomás Jefecito". Luego ordenó al empleado encargado de los
asuntos comunales, para que preparara un informe normal con opinión favorable
sobre la independización del anexo de Huacracucho, respecto de la Comunidad
Madre de Yanacocha.
El técnico señaló que no podría hacerlo, porque no
había participado en la Inspección Ocular. El Jefe le recordó la vez que desde
una cantina del pueblo y totalmente borracho había hecho una inspección ocular
de un lugar que distaba a más de 160 kilómetros, de donde resultó que su
anfitrión, un limaco recién llegado, era poseedor de más de 60 hectáreas de
pastos naturales donde pacían felices 40 cabezas de ganado con lo que logró un
jugoso préstamo del Banco Agrario y con las mismas se volvió para Lima.
De dónde pues sacaba esa altanería, sería acaso porque
todavía no se le había ocurrido hacer conocer ese delito al señor Ministro,
para que ordenara la apertura de un proceso disciplinario en su contra, y
¡zúas! a la calle. “Yo estoy tratando de ayudar a nuestra pobre gente, pero tú
sin embargo has ayudado a un sinvergüenza a robar a un banco del Estado.
¿Cuánto te ha caído por esa trafería?”
El empleado lo miró con odio y dirigiéndose al gestor comunal le dijo casi
gritando: "¡Vuelve la próxima semana!".
Al momento de despedirse el campesino le hizo una
señal cómplice para decirle algo fuera de la oficina. Cuando la conversación se
hizo privada el tramitador, muy avergonzado le rogó al Jefe para que le
devolviera la manta que envolvió el convido y la soga que ataba al carnero
porque no eran suyos, sino de doña Simona que era una vieja muertadehambre.
El Jefe le preguntó de qué le estaba hablando y porqué
le pedía esas cosas. El comunero más confundido aún, le refirió las razones de
su reclamo, más con la esperanza de que le perdone su atrevida petición, que
con el propósito de recuperar las prendas. "Sólo queríamos saber si había
disfrutado del carnerito", le dijo finalmente. Por su parte el Jefe
agradeció la bondad del anexo de Huacracucho y le aseguró que para cuando
vuelva le devolvería la manta y la soga.
Para el próximo fin de semana ordenó al chofer
preparar la camioneta para una inspección ocular en el distrito de
Huancarvilca. El chofer se alegró porque ese lugar tenía carretera hasta el
mismo pueblo, allí podría comprar maíz, trigo, carneros, chanchos, gallinas,
cuyes o cualquier otro producto barato, para que su mujer lo vendiera en la
feria dominical.
La llegada del Jefe a Huancarvilca causó asombro por
su prontitud y sobre todo por su sorpresa. A la media hora se apareció el
encargado de los negocios del lugar, agitado y sudoroso, manifestando que no
contaba con tan grata visita y que apenas tuvo noticias de su llegada había
corrido desde su chacra que dista a media
legua. El visitador le explicó que así era el trabajo ahora, y que de
inmediato le hiciera conocer los terrenos materia de su queja.
El presidente le suplicó un poquito de paciencia
porque debía llamar a las demás autoridades y hacer comparecer al usurpador
para poder arreglar ese problema de una vez por todas. Por su parte el chófer
pidió permiso para meterse chacras adentro y ver con qué negocio podría
beneficiarse. El Jefe, contra su costumbre, accedió al favor solicitado. Cuando
el conductor desapareció de aquel lugar, pidió al presidente le prestara una
talega. Así se hizo y el Jefe la llenó con dos espejos retrovisores, una llave
de ruedas, una gata, un inflador de llantas y otras pequeñas herramientas más.
Cuando llegó uno de los citados por el notificador, le preguntó quién era, este
le respondió con su nombre y cargo. A ese paisano le suplicó le guardara la
talega y cuando tuviera oportunidad de bajar a la ciudad le hiciera el favor de
llevársela a su casa. Así se haría.
Al poco rato se completó la comparsa. Se fueron los
denunciantes y denunciados a inspeccionar el terreno invadido. En ese lugar el Jefe
dio a cada quien el tiempo necesario para reclamar, explicar y replicar, de
modo que la diligencia terminó pasada la media tarde. Concluyendo que los
terrenos invadidos eran de propiedad comunal y que el usurpador debía desocuparlo
después de las cosechas.
Con las últimas luces del día llegaron hasta la plaza
de la parcialidad. El chofer muy agitado le comunicó sobre el robo de los
documentos, las herramientas y repuestos de la camioneta. Lejos de escucharlo,
el Jefe le ordenó que pusiera en marcha el vehículo sin hacer más comentarios,
porque le habían avisado que elementos subversivos estaban rodeando la
comunidad, seguramente para hacer una incursión nocturna.
Al finalizar el mes y al día siguiente del pago de los
sueldos, el Jefe ordenó al chofer dar unas vueltas por la ciudad. Al tiempo que
iban paseando le preguntaba si era cierto que por el robo sufrido en
Huancarvilca, a partir de ese mes y hasta diciembre le iban a descontar casi la
mitad de su salario, él se quejó en sentido afirmativo; entonces el Jefe con
aire despreocupado le propuso:
─Conozco a
alguien que nos puede devolver la tarjeta de propiedad de la camioneta y las
herramientas a cambio de dos grandes carneros negros, dos sogas y una manta
llena de comida.
─Jefecito la
verdad es que de hambre me fui a ver si por algún lugar de esos parajes podía
encontrar algunas tunas. Cuando volví usté estaba tendido y vomitado en plena
carretera rodeado por más de cinco perros que lo habían lamido antes, y que
estaban esperando que volviera a vomitar para seguir comiendo. Si yo no llegaba
a tiempo hasta se hubieran atrevido a devorarlo. Le juro por mi santa madre que
yo no sabía que esas cosas eran para usté ingeniero, si no había nadie para
advertirme. Si usté quiere yo le puedo reparar pero solo un carnero, la soga y
la manta ─suplicó con una mezcla de mala sorpresa y de súbita alegría por la
paga recuperada.
─Eso no te lo
creo ni por la santa concha de tu madre. ¿Por qué me iban a devorar cinco
perros si había una manta con suficiente comida como para reventarles la panza
a más de diez? Escúchame con atención ─señaló con voz de sabio. ─Yo soy el Jefe,
porque me he preparado en una de las mejores universidades del Perú, donde he
logrado obtener un título profesional y por eso quiero que te metas muy dentro
de tu aychauma, huevón de mierda, que
soy tu Jefe: sano o borracho. ¡Llévame a la oficina carajo y no te olvides que son dos carneros!
─¡Gracias
ingeniero!
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