viernes, 24 de enero de 2020

EL ENCUENTRO DE DOS MUNDOS

DEL ANECDOTARIO ABANQUINO
(Narraciones de la Zona de Emergencia)

─¿Qué podíamos haber hecho señor Fiscal Supremo? Si los gringos venían con mucha plata y poco tiempo. Además las monjitas del orfelinato, que son de casi todos los paises de Europa, hacían sus contactos con los adoptantes allá por esas tierras, y seguramente por eso los gringos venían casi a la fija y no querían saber nada de que esto es así o aquello es asá. Qué podían saber ellos de procedimientos de adopción, cuando ni siquiera sabían ni jota del castellano. ─Respondió el Secretario del Juzgado de Menores de Atunrumi involucrado en la investigación sobre trámites irregulares en la adopción de los niños del orfelinato de la localidad.

"Atunruminos: la suerte de los niños campesinos refugiados en el orfelinato, porque sus padres han muerto por culpa de la miseria y la violencia subversiva que asola estas tierras, puede cambiar dramáticamente por obra y gracia de un envidioso vocal de la Corte de Justicia, que se dio maña para formular una descomedida y calumniosa denuncia ante la Fiscalía de la Nación, sobre la supuesta existencia en nuestra ciudad de una red de tráfico de niños con destino al extranjero. Lo curioso es que las víctimas de ese presunto negociado, resultan sacándose la lotería de la vida, porque de una muerte cierta o un doloroso destino, se van al exterior  y no a cualquier parte del exterior, porque Bolivia, Chile o Ecuador, también es el extranjero, sino a Europa: Francia, Holanda, España, Italia, Alemania, Suiza, Inglaterra, Dinamarca. ¡Lo mejor del primer mundo! Solo los ignorantes e imbéciles que no saben de qué modo se vive en esos países, los estúpidos de siempre, resultan quejándose de la buena suerte de esos niños que ni siquiera les pertenecen. Es por envidia, y porque así es la verdadera envidia. En mi opinión de comunicador social limpio y objetivo debo decirles: ¡Qué importa que se hayan violado algunas leyes y  procedimientos injustos,  si es que con estas misericordiosas acciones, se han salvado las tiernas vidas de nuestros niños comuneros! ¡Qué importa que no se haya hecho esto o no se haya hecho aquello! No por esos insignificantes  papeluchos esas pobres criaturas, no deben tener la oportunidad de cambiar su suerte. ¿Hay que esperar que se mueran de hambre en las calles o en las puertas de nuestras casas? Entonces pues, a última hora, qué importa que los adoptantes hayan abonado unos cuántos dolarillos a los notarios, jueces, fiscales y escribanos, cuando todos sabemos  que solo la muerte es gratis en estas tierras. Por último qué interesa que hayan obsequiado cinco mil dólares por cada niño al orfelinato, para que ese centro de bondad y amor pueda seguir acogiendo a los muertecitos de hambre que esta guerra sucia ha expulsado de sus pueblos, para que con la gracia de Dios y de bondadosos cristianos puedan acceder a un futuro diferente….....".

            Eran dos. Los dos de Toroccocha y no sólo eso, sino que además eran primos. Uno era el  hijo menor de don Fermín Orcco Castillo que murió en la incursión del 14 de enero, quedando desamparada la madre con cuatro hijos más, y del otro ya no se tiene memoria de cómo se apareció en Atunrumi, porque sus padres aun figuran en la lista de los desaparecidos. Solo se sabe que los dos llegaron al hospital presas de las fiebres del sarampión y se quedaron internados por casi dos meses debido a la gravedad de su mal. Más tarde, ya recuperados y porque nadie los reclamaba pasaron al orfelinato. Al cabo de seis meses se presentaron los  familiares del Ambrosio y el Casiano, que así se llamaron por algún tiempo, no para rescatarlos, sino para entregarlos en cuerpo y alma a ese paraíso de ladrillos con agua potable, luz eléctrica, cama, ropa, comida, escuela, jardines y juegos infantiles.

"¡Ni locos para sacarlos de allí!", les había aconsejado doña Alberta, la madrina urbana de toda la familia. Al décimo mes de su nueva vida y novedosos zapatos, llegaron los "B" y los "H", dos familias alemanas que durante más de un mes debieron hacer visitas al orfelinato, al juzgado, a la fiscalía, a la Notaría y también a Toroccocha. En primer lugar prometieron ser buenos padres y recordarles a los niños el origen de sus vidas. Con la alegría que obsequian las esperanzas y con las tristezas que dejan las despedidas. El Ambrosio y el Casiano partieron como Karl "B" y Martin "H", allá lejos…...al olvido.

─¡Oiga señor Secretario, no sea usted tan descarado o es que acaso no conoce la magnitud del lío en el que está usted metido! Todavía no se ha dado cuenta que debo informar a la señora Fiscal de la Nación: quiénes, en qué procesos y a cuánto ascienden las coimas materia de los delitos continuados  que por función, cargo y competencia investigo! Debo recordarle que es su obligación darme exacta razón sobre lo que le pregunto y no estar andándose por las ramas, ¿o es que desea que todo el peso de la ley recaiga única y exclusivamente sobre su persona? ─Le preguntó con indignación el Fiscal Supremo, haciéndole saber por el tono de su voz, que no estaba dispuesto a recibir las respuestas evasivas de un badulaque leguleyo de provincias.

─Si señor ─contestó el interrogado, haciéndole conocer, también por el tono de su voz, que además de asustado y humillado estaba dispuesto a simplificarle cualquier esfuerzo. ─El doctor Antúnez y el Fiscal Mujica cobraban mil dólares por cada demanda que resolvían a favor de los interesados y los notarios de la ciudad cobraban a razón de quinientos dólares por cada paquete de documentos falsos que legalizaban......... ─Su voz, sus palabras, sus recuerdos y sus rencores fueron envolviendo en la investigación a vivos y muertos, a justos y pecadores. ─Yo nunca supe señor Fiscal Supremo que esos niños eran llevados al extranjero para sacarles sus tripitas, sus hígados, sus riñones y sus corazoncitos, para que esos gringos cochinos pudieran vivir más.

─Esos son comentarios sensacionalistas de la prensa amarilla. ¡Limítese a los términos de la investigación! ─Ordenó el instructor.

─Después con el doctor Vaca Llanos fueron casi 587 expedientes. En esos casos no recibíamos ni siquiera una propina, porque todo era para él solito. "Estos ccoritos son el único producto de exportación no tradicional que tenemos en Atunrumi" decía frotándose las manos.

            Y siguió inculpando con su envilecida lengua de tinterillo. ─Usted sabe señor Fiscal Supremo que aquí en la Sierra apenas conocemos la primaria, el resto ha sido gracias a nuestros esfuerzos: la mecanografía, la ortografía, la caligrafía, la organización y cocido de los expedientes. Usted conoce más que todos nosotros.

─Todavía conozco muy poco y usted va a enseñarme todo lo demás. ¡Prosiga!

"....Si fuéramos realistas, haríamos leyes realistas y sólo así sería posible la justicia. Pero lo cierto es que el Perú crece a razón de un millón de personas por año, sin contar con los que mueren sin nacer o sin registrarse. También es cierto que el Ministro de Salud se siente inmensamente feliz cuando las campañas de vacunación han alcanzado al 90% de la población infantil, pero no le interesa que esos niños rescatados de la difteria, la tos convulsiva, el tétanos, el sarampión, la poliomielitis y otros males que se pueden prevenir, terminen muriéndose de hambre. A la justicia no le interesa un comino que esos desamparados puedan acceder a un hogar digno. Sin embargo a pesar del estado calamitoso en que se encuentra el país, se van a los grandes foros internacionales con cara de "Dejad que los niños vengan a mí" a firmar todos los convenios y tratados que supuestamente protegen a los menores. Y ahora con base a esos fracasos muy bonitamente  escritos en tratados internacionales, en códigos y otras leyes están tratando de ajusticiar a los magistrados  que alguna vez, inconscientemente, y solo en su afán de ganarse un puñado de dólares, se  hicieron de la “vista gorda” con la ley, para proteger siquiera por única vez y quizá sin saberlo a esos inocentes huerfanitos. ¡Seamos realistas!, si nos sobra gente que no podemos mantener y en otros lugares quieren acogerlos, simplemente hay que regalarla, sin mediar tanta tinterilla, leguleya y envilecida burocracia judicial. Hay que ofrecerlos generosamente sin hipócritas penas, pues el dolor que causa la muerte de esas pobres criaturas es más criminal, porque no admite esperanzas.....".

El olvido borra los recuerdos, pero sin embargo hay recuerdos que entre las nieblas que arroja el tiempo se niegan al extravío. La verdad era que desde siempre, esos dos alemanes andinos tenían la sensación de no ser del lugar donde ahora se encontraban, sino de otro sitio, pues de varios modos supieron que les sobraba color en la piel, los ojos y los cabellos, y que tenían todas las del inga, pero nada de la gringa. Las muestras de cariño y hasta de excitación que recibieron sus exóticas cabecitas de nada sirvieron, cuando al llegar a los ocho años preguntaron a sus padres, por qué no se parecían a ellos y ellos mismos a los demás, les contestaron: "Porque eres distinto hijo, mejor que los demás". Más adelante cuando despertaron a la pubertad les dieron la secreta noticia que ya bastante conocían, y era que habían nacido en otro lugar y de otros padres. En un pueblo de los andes allá por Sudamérica, y que ambos no sólo eran primos por adopción, sino de sangre.

─¿Entonces por lo que usted me refiere, debo entender que de esta provincia han salido más de 2850 niños al extranjero y todo con el pleno conocimiento y consentimiento de los jueces y fiscales ricamente estimulados? ─Preguntó el alto funcionario visitante, mostrando la mueca del que tropieza con un buen negocio, que con los gestos de indignación del que se sorprende al descubrir un grave delito.

─Más o menos señor ─respondió el preguntado. ─Pero señor Fiscal Supremo yo nada tengo que ver con esos tejemanejes. Si alguien tiene que pagar, que paguen los verdaderos culpables pues, pero no los pobres auxiliares de justicia.

─¿Usted, quiere seguir siendo un auxiliar de la justicia? ─Y como fue respondido con un sí de cabeza, continuó interrogando. ─¿Quiénes son los "peces gordos"? ¡Dígamelo por tallas! ─Puntualizó con la suficiente arrogancia y autoridad para que la respuesta, aunque locuaz sea sustanciosa.

"....Tratar de rascarse donde no hay sarna, qué estúpidos somos los cholos, con razón somos descendientes de los españoles. De esa asquerosa raza de ignorantes y rateros, y por eso nos interesa más el tinterillaje, la leguleyada y el pleito. Como nos interesa sólo eso, ahora estamos tratando de hacer pedazos los derechos humanos de algunos niños que para salvar sus vidas tuvieron que viajar al extranjero,  y de paso educarse para ser profesionales y continuar con el desarrollo de la humanidad. ¡Bestias!, es que la estupidez puede ser la única insignia de nuestras mentes. No se dan cuenta que de no ir esos niños a los lugares donde los llevan, lo único que pueden esperar esas criaturas es morirse de hambre o convertirse en víctimas inocentes de esta guerra sucia. Pero si por azares del destino tienen la suerte de sobrevivir, lo máximo que podrían esperar es acabar siendo unos miserables chacareros o pastores en su comunidad, pero si llegan a las ciudades, lo más seguro es que muchos de ellos terminen siendo peligrosos delincuentes y hasta asesinos. Ni los políticos, ni sus partidos podrán mejorar esta podredumbre, porque lo único que saben es limpiarse el trasero con las leyes que con tanto afán abortan. Leyes para todo y para todos. Sobre todo leyes para mandar al diablo lo que puede estar bien o que mejora por su cuenta. Estos inútiles piensan que con los podridos frutos de sus ociosas vidas, algún día un niño comunero podrá viajar al espacio exterior, solo para demostrar que los corazones andinos son más fuertes que de los hombres de otras latitudes. ¡Váyanse al carajo, demagogos infelices!.....".

A la edad en que ya no se pregunta, ni se cree en las respuestas evasivas, ni mucho menos en las charlas y consejos. Secuestrando casi todo el tiempo a sus diversiones, los primos se reunían para documentarse sobre los increíbles paisajes, historias y vida de la República del Perú. Que a pesar de ser un país subdesarrollado y de tercer mundo, con una crisis económica desastrosa, terrorismo, cólera y sin porvenir, era el país de los Incas, de aquella raza fuerte que forjó una de las civilizaciones más grandes del mundo. Estirpe poderosa que dominó la piedra, la arquitectura y la agricultura, que hicieron su morada en la cresta de los andes, al borde del infinito. Del Koricancha, Saccsayhuamán, Machupicchu, Pisac y Ollantaytambo, la imaginación se les fue a las alienígenas líneas de Nazca, al reino del Chimur, los tesoros del señor de Sipán, la Jerusalén de Chavín, los baños y jardines de Cajamarca, el fabuloso camino inca, el Huascarán, las playas del sur y del norte, sin dejar de interesarse por el  fabuloso bosque lluvioso por donde transita el Amazonas,  el río más largo y caudaloso del mundo y donde aún está perdido el mítico y dorado  Paititi, en fin todos los sueños que puede ofrecer un milenario país tropical.

            Los primos fueron madurando proyectos. Sumaron a sus lecturas de magazín y folletería turística, un pequeño curso sobre montañismo y aprendieron a patear el castellano que les ofreció un inmigrante valenciano que compartía sus vidas en aquella comarca alemana. Fueron dóciles a las órdenes de sus padres y con esta actitud pudieron reunir algunos dineros. Cuando acabaron sus estudios secundarios manifestaron abiertamente su vivo deseo de conocer su ayllu, su panaca y su tótem.

Como a nadie se le puede negar el derecho a vivir en paz con su conciencia, se habló y planificó un económico viaje al estilo de aventura europea: cheques de viajero, algunos dólares en duro, mochila, carpa, bolsa de dormir y ropa para estaciones cálido/frio. "Hombres tienen el signo de dos mundos, alas y buen viento", les habían dicho en aquel congelado aeropuerto. No quisieron interrumpir su anhelada travesía, pues no deseaban fomentar la rebelión que ofrece la discusión de tan delicado asunto, y que algún día les arrojen en la cara las terribles preguntas que pueden resumirlo todo: "¿Por cuánto me has comprado?" o "¿Quién fue el que te regaló mi vida?". No, no había la más mínima razón para oponerse. Total, no fueron razones las que trajeron a esos chicos a Europa, sino amor y otros buenos sentimientos. Si con ellos vinieron, con ellos debían ser despedidos.

─Por último señor secretario, deseo que usted en forma personal y directa notifique a los involucrados en este crimen. ─Le ordenó al tiempo que le alcanzaba un pedazo de papel escrito.

─Si señor Fiscal Supremo, se hará lo que usted ordene, pero quiero hacerle una pequeña preguntita, si no le molesta. ─Suplicó el empleado con los gestos del que hace constar que inmediatamente después cesarían sus impertinencias.

─¡Pregunte usted y acabe de una vez! ─Ordenó seriamente.

─Señor, mi abuelo vivió 113 años, mi padre tiene casi cien años y se mueve alegremente por las chicherías del pueblo. ¿Será por esto que los gringos prefieren nuestros órganos para sus trasplantes?, por lo menos eso cuentan los paisanos que les dicen los "cholos sin fronteras", porque se van a las europas a limpiarle el poto a unos viejitos que no tienen fuerzas, pero si una buena jubilación.

─No sé si contestarle o reírme, pero mejor me callo. Vea usted eso por su cuenta. Aprenda la realidad, es su deber sobretodo en estos momentos. ─Sonrió y se fue haciéndole los gestos que se les hacen a los tontos.

─¡Somos pobres pero fuertes todavía! ─Le hizo escuchar a ese funcionario de alta jerarquía que saber esa verdad no quería.

Por allí vinieron. Llegaron a Bogotá directamente a la casa recomendada. De acuerdo con el cronograma programado por el Centro de Lengua y Comunicación Colombiano (CELCO). Al tercer día se dieron íntegramente al aprendizaje del español. Para su sazón en la lengua de Cervantes requerían de tres intensivos meses de estudios al cabo de los cuales, según les prometieron, llegarían a dominar un castellano de sobrio nivel y capaz de comunicarlos con cualquier habitante de este vasto continente latinoamericano. "Desde Nueva York hasta la Patagonia" les aseguraron. Tan pronto como terminaran, partirían a Lima. De Lima en avión al Cusco, de esa ciudad por vía terrestre a la ruta del valle de Atunrumi. De ese poblado enrumbarían hacia Toroccocha por el camino de acceso que empezaba a la altura del kilómetro 55 de la carretera Atunrumi-Puquio-Nazca. Esa tierra era el origen de sus pieles y sus pelos, de una parte de sus seres y de alguna de las palabras que desde hace años mantienen en la punta de sus lenguas.

─No tengo que darles detalles sobre los motivos de mi permanencia en esta Zona de Emergencia. Usted es un abogado a quien se le ha encomendado la sagrada potestad de administrar la justicia que emana del pueblo. ─Cuando percibió el asentimiento del juez, prosiguió. ─He recibido la más incondicional confianza de la señora Fiscal de la Nación, para llevar la presente investigación hasta sus últimas consecuencias. Dijo esto, como si estuviera en el mismísimo pellejo de tan alta autoridad. ─Quiero su absoluta cooperación si es sincera, de otro modo me veré obligado a remitirme a las denuncias y a mis investigaciones que felizmente se encuentran bastante avanzadas. ─La gran suficiencia con que le requirió su cooperación, no admitía objeción alguna.

─¿Cuánto considera que han sido sus ganancias en moneda extranjera por la comisión de los delitos de secuestro de menores, trata de personas y prevaricato? ─Lanzó ese rayo del modo más cruel posible.

─No he ganado ni un solo céntimo señor Fiscal Supremo. ─Le respondió con tanto odio que estuvo a punto de perder la cabeza y estallar. ─Lo que he ganado con este maldito encargo de administrar justicia en estos parajes sin Dios y sin orden, es que más de cincuenta subversivos hayan prometido matarme. Así que con tamaña espada de Damocles sobre mi cabeza, usted más no podrá intimidarme con eso de ser representante de la Fiscal de la Nación. También he ganado la soledad, al verme obligado a tener que mantener a mi familia en algún lugar ajeno a este infierno.

─Bueno, su espectacular respuesta me tiene sin cuidado. Su negativa no afecta en absoluto la solidez de las pruebas que he recaudado. Pero por lo menos podrá decirme, ¿por qué los expedientes sobre adopción de menores por ciudadanos extranjeros, no contienen los requisitos y no se ajustan a los procedimientos legales de la materia? ─Esta pregunta la hizo con tono de burlona súplica.

─De esto último si respondo, pero solo por aquellos expedientes donde he participado en forma significativa que no deben pasar de seis, considerando la cantidad de expedientes que ya han sido revisados. ─Respondió con el empacho de quien tiene la suerte echada. 

─¡Yo sabré de que tiene usted que responder! ─Advirtió el Fiscal instructor y culminó. ─Finalmente, deseo conocer, ¿por qué razón ustedes los jueces de estos pueblos en sus resoluciones, introducen términos tan extraños como A-quo, Cognocitor, Actore non probante, reus absolvitur,  ab uno disce omnes, ad litem, audi alteram partem, dura lex, sed lex, etc., acaso saben hablar latín? ─Preguntó el visitante aparentando sufrir las sensaciones de angustia que ataca a los ignorantes.

─No señor Fiscal Supremo, utilizamos estos términos porque es de suma importancia para los hombres de derecho y para los fines de la buena presentación de las sentencias. ─Contestó con la certeza de que estaba respetando una tradición jurídica digna de emularse.

─Así que, no solamente venden, sino que saben presentar con buena envoltura su mercancía, en otras palabras: ¡Calidad total! ─Y lo despidió con una mueca de asco y desprecio.

Llegados al valle de Atunrumi, los extranjeros de esta parte del Perú causaron gran asombro y muchos comentarios, no sólo por mostrar pasaportes alemanes en los puestos de la policía de carreteras, sino por el verdadero acento foráneo de su hablar, la tersura de su piel y los finos modales contenidos en aquellas facciones andinas. Valgan verdades, caían bien y además de admirados eran gentilmente tratados. No eran extranjeros, aquí jamás podrían serlo. A pesar de tener el aire flemático de los nórdicos, estos eran de aquí, de estas sierras y de estos andes, así que estaba muy lejos de ellos la actitud indiferente y hasta hostil que se mantiene a los verdaderos extraños. En cambio estos eran como la papa y el maíz, frutos de estas tierras, y por eso todos se comedían a hablarles, contarles, hacerles hablar y pedir que les cuenten sus vidas como si se tratará de cualquier paisano. Grandiosa resultaba la vuelta a casa de estos otrora niños comuneros.

Como su presencia superaba grandemente los estrechos límites de los sentimientos atunruminos, fueron tomados como los próceres de algún buen signo que se asoma cuando los siglos cambian. Así que todos se comidieron a brindarles las mejores atenciones en el viejo ómnibus que cubría la ruta de Cusco a Atunrumi. Una señora les dio a probar turrón de doña Pepa; otros viajeros les recomendaban los buenos chicharrones del pueblo, otros la buena chicha con cañazo de bajamar. Algún bromista, los sabrosos e incomparables rocotos rellenos y finalmente uno, los sabrosos tallarines hechos en casa con gallina y japchi de chuño. Nadie les dijo donde debían hospedarse, porque todos dieron por descontado que lo harían en el Hotel de Turistas.

─En efecto señor Fiscal Supremo, vengo atendiendo completamente solo el indicado Juzgado, que en realidad son como tener cuatro, haciéndome cargo en no pocas oportunidades del Juzgado Penal, de reemplazar a los vocales licenciados o de vacaciones y en muy escasas oportunidades, solo para efectos de mera tramitación, los asuntos de los Juzgados de Ejecución Penal y de Menores. ─Contestó con la convicción de quien se merece una felicitación.

─No he venido hasta esta provincia para averiguar cuán útil es usted al Poder Judicial, sino para investigar las serias irregularidades dentro de los procesos de adopción de menores por ciudadanos extranjeros. En sus respuestas a mis preguntas quiero puntualidad.

─Lo haré señor Fiscal Supremo, tenga por descontado que lo haré. ─Prometió con resignada humillación.

─¿Por qué en más de 1,400 expedientes revisados no se han cumplido con los requisitos y procedimientos de ley? ─Preguntó amablemente.

─Señor Fiscal Supremo, se hizo así porque contaban con el dictamen favorable del Fiscal Provincial. ─Cualquier respuesta tenía ese bendito sello.

─¿Señor Juez, qué cree usted que debo pensar, si de las manifestaciones de la administradora del orfelinato, me he enterado que usted ganaba a razón de 1,500 dólares por cada caso que resolvía? ─Preguntó con la malicia de un incrédulo.

─Señor Fiscal Supremo, yo creo que usted es un funcionario de la más alta jerarquía y que por eso mismo se encuentra más allá de las intrigas provincianas, que casi siempre son fruto de las envidias que trajinan por las mentes de las personas de escaso bagaje cultural. Personalmente estoy convencido que desde su alto criterio y profesionalidad, desechará estos infundios.

─De desecharlos los desecharía, pero no puedo, porque la Interpol ha preguntado a unos cuantos adoptantes allá por Italia y todos han declarado ante los Consulados del Perú, que tanto usted como los representantes del Ministerio Público les han cobrado la suma que indico y lastimosamente todo eso consta en documentos oficiales que como usted conoce tienen la calidad de prueba plena. ¿Cómo cree usted que puedo desecharlos? ─Los gestos de burla llenaban sus ojos, la comisura de sus labios y hasta su nariz y orejas.

─Me quita argumentos señor, pero déjeme explicarle. ─Y comenzó a exponer una serie de argumentos que iban desde la extrema pobreza hasta confesarse simpatizante de los movimientos políticos alzados en armas con el objeto de intimidarlo. ─Señor Fiscal Supremo, la vida en estas provincias no es fácil. ─Concluyó.

"¿Toroccocha? ¡Sabe Dios donde quedará ese paraje!", les dijo el administrador del hotel, prometiéndoles comunicarse con el capitán comisario para tener más datos. Al cabo de un tiempo les informó: "Deben tomar un camión de pasajeros en las afueras de la ciudad y apearse a la altura del kilómetro 53 de la carretera hacia Puquio, cruzar el río por un puente oroya y seguir la senda que allí empieza hasta el pueblo. Mañana les acompañará el conserje del hotel para indicarles qué camión deben abordar". Luego de despedirse, pensó: "Huevonazos. Venir desde Alemania para subir hasta ese pueblo, de seguro lleno de terrucos y tan cojudo como éste. Total estos patitas tienen cara de indios".

            Los muchachos hicieron el viaje montados en un destartalado camión, mesclados y sacudidos junto a cubas repletas de alcohol, pollos BB de doble pechuga, un gato sucio, galoneras de kerosene y aguardiente, bateas de plástico, bolsas de pan y los innumerables bultos de las más de cuarenta personas harapientas y malolientes que los acompañaba.

En éstas travesías no falta algún quebradeño criollo, que para olvidar el polvo y el viento que azota a los viajeros, se pone a bromear a las mozas o a conversar con los extraños. No sabiendo si decir mister o hermanos a esos raros extranjeros, les dio los buenos días y les preguntó por su destino, los muchachos respondieron con detalle a esa gentil pregunta, recibiendo a cambio mayor información sobre Toroccocha. Que era un pueblo de altura, ni frio ni caliente, bien pobre, escaso de tierras y agua; que en tiempos de los españoles tenía minas de oro y plata; que había una iglesia colonial y una gran fiesta el 12 de agosto. "Buenas gentes los paisanos de ese lugar, pero muy pobres también". Les decía esto entre los muchos sucesos de sus aventuras por esos sitios. La charla hubiera continuado indefinidamente sino fuera porque el narrador que se encontraba a la mitad de una  interesante historia sobre guerra sucia, destrucción y muerte, silbó aguda y prolongadamente hasta lograr que el camión se detuviera. "Aquí es su paradero compadres, pasando esa oroya toman el camino de la derecha hasta llegar a Toroccocha, ¡Saluden a don Aquilino de parte del ccorilazo!", concluyó riéndose de buena gana.

Siempre subiendo por la ruta indicada, paso a paso conocieron un paisaje insólito, agresivo, estéril, grande, fantástico, de gigantescos cerros azules, de árboles y arbustos extraños, de rara maleza, tierra y roquedales con senderos rasgados al borde de barrancos y precipicios. Cuando pensaban que al final de aquel cerro podrían descubrir el paisaje de la comunidad, se les presentaba una profunda quebrada que debían salvar sobre escalones de resbaladizas piedras y cruzar un riachuelo del grosor de una lágrima, para nuevamente volver a subir.

Seis o siete veces hicieron el mismo esfuerzo, sobre sitios cada vez más altos y más fríos. Cuando sintieron que esos esfuerzos se repetirían una vez más, hacia la quinta hora, toparon con los muros de un alto andén que  sostenía un campo de fútbol al borde de un barranco. Más allá, más o menos cuarenta casuchas de barro con techos de paja que se arremolinaban en torno a un cuadrilátero de treinta metros de lado que en uno de sus ángulos mostraba una antigua iglesia casi derruida con fachada de columnas, dinteles y urnas de arcos lanceolados de piedra, y al costado derecho de su destartalada puerta, una cruz de madera enchalinada en sucias túnicas de blanco tocuyo y adornos de metal en cada una de sus extremidades.

A pesar que toda la aldea se percató de su llegada, sólo cuatro niños descalzos con la ropa improvisada de los harapos de lo que alguna vez fuera ropa de adultos, se acercaron para conversarles con aquel lenguaje extraño que los visitantes alguna vez conocieron, pero que olvidaron para siempre. "Este es el lenguaje de los incas" pensaron. Sus caritas sucias de barro y de mocos, alumbradas por unos ojos vivarachos e inocentes conmovieron a los viajeros. Karl saco de uno de los bolsillos de su mochila un puñado de caramelos para regalarles a los rapazuelos. Todos recibieron ese aguinaldo con esta pregunta: "¿Conoces a Fermín Orcco Castillo?", la única respuesta de los niños era saltar sobre el caramelo y salir corriendo radiantes de alegría.

Casi al final de ese reparto, cruzó la explanada un mocito de unos diez años de edad, bien resuelto no solo a obtener el obsequio, sino a lograr algo más. "¡Hola!", dijo y "¡Hola!" le respondieron. "¿Ustedes son de Lima? Yo soy de Lima, pero hace un año que vivo aquí, porque mi padrastro se fue al penal de Lurigancho por ratero y tuvieron que traerme, porque no querían recibirme en la casa  de los petisos". "¿Conoces a Fermín Orcco Castillo?". "No, pero los Orccos, viven en esa casa", contestó señalando una muy pobre casucha de barro con techo de paja. '"Ahora vive su cuñada, la esposa de Segundino Poma. Los Orccos se largaron a la costa, dicen que porque fueron autoridades aquí, sus vidas no valen nada". Al oír el nombre de Segundino Poma, Martin se estremeció. Aquel podría ser su padre y aquella mujer, "la cuñada", su madre biológica.
 
─¡Señor Fiscal Supremo, el juez Baca ya está llegando con sus maletas y yo aquí estoy tapando las botellas de cañazo  y el  hidromiel que le ofrecimos con mis compañeros de trabajo! ─Le  aseguró casi gritando el secretario.

─¡Deje eso en algún lugar y déjame sólo con los señores jueces ─ordenó visiblemente indignado. El auxiliar de la justicia se retiró haciendo venias de perdón, de agradecimiento y de humillación.

─!Señores! ─dijo el viajero. ─Que hayamos zanjado nuestras diferencias no les da derecho a seguir haciendo los cobros ilegales que he detectado y que ustedes han aceptado haberlos  hecho. ¡Adiós! ─El juez, el fiscal y el Notario Público fiscalizados, expresaron su adiós de mala gana y con los bolsillos vacíos.

".....Como ustedes habrán podido notar, he sido muy fuerte en mis palabras y quizá hasta grosero, es decir lo  suficientemente grueso como para entrar en los oídos de la señora Fiscal de la Nación, que de la noche a la mañana mandó a uno de sus adjuntos, dizque para investigar a nuestros rectos y probos jueces y fiscales sólo porque una oveja negra, un quintacolumnista envidioso se atrevió a suponer que nuestras caritativas madres religiosas estaban involucradas en un supuesto tráfico de niños, que de delito no tiene nada, pero si mucho de compasión, conmiseración y caridad cristianas. ¿Pero qué resultó de esa impecable y minuciosa investigación?: ¡Nada! Lo que más nos emociona es que el Fiscal Supremo se fue sorprendido de la calidad de nuestros jueces y fiscales a quienes extendió su felicitación a nombre del Presidente de la Corte Suprema de Justicia de la República, la Fiscal de la Nación y del propio Presidente del Perú a quien conoce personalmente por razones sociales y de función. Ya con el corazón quieto y la mente despejada se despide de ustedes amables radioescuchas, Lamberto Sonaja Mosjo su periodista amigo para volver a encontrarnos mañana a la misma hora y en el mismo punto del dial de esta su emisora amiga: Radio Sintonía, su mejor compañía. ¡Hasta entonces!"
 
Un antiguo cerco de piedras coronado por una hilera de tunales y otras malezas punzantes y arañantes, se interrumpía en una abertura de aproximadamente un metro de ancho, donde a manera de una puerta se había instalado una vieja calamina mal clavada a un marco de palos que giraba gracias a unos improvisados goznes de alambrón. Allí se acercaron los visitantes conducidos por el limaquito, que bien hubiera cruzado aquella portezuela, sino fuera por el ladrido pertinaz y dispuesto al ataque de un chusco, petiso, lanudo, flaco y pulgoso perro. A la señal de ese animal acudió la sombra encarnada de una mujer sin rostro, sin mirada, sin tiempo y sin apuro de vivir o de morir. Al ver a  los extraños se limpió las legañas y los mocos con la manga de lo que pudiera haber sido una chompa. Se acercó temblando pero dispuesta a defenderse y salvar su pellejo del inminente ataque de aquellos extraños: ¿soldados o compañeros?

El limeño le puso al corriente de las intenciones de los extranjeros, de su deseo de conocerle y preguntarle por su salud y los otros detalles de la familia, a lo que respondió con un ahogado grito de agonía. Solamente gracias a la entereza del presentador la mujer fue recobrando el equilibrio de su cuerpo y súbitamente se llenó de una emoción hostil cuando escuchó: "Son visitantes que han venido desde Alemania". ¡Alemania!,  alguna parte de su alma y de sus días tenían que ver con ese lugar. El pasado le recorrió por la mente como una taruca que perseguida a balazos trepa colinas escarpadas, se avienta a los barrancos profundos, atraviesa muros de cactus... como ese animal que se mata por la vida.

Lo de los niños y Alemania había sido una ¿buena jugada o una mala pasada? ya no recordaba. Solo sabía que aquel lejano día tomaron “una decisión de valor” moralmente justificada por las madrecitas del orfelinato y que en su momento tuvo sus penas y remordimientos, pero también sus consuelos al ver cómo se fueron muriendo, como hasta ahora, los otros niños de aquel poblado comunal. Pero eso de que se aparecieran preguntando por sus antepasados y por ella misma, no le pareció agradable, ni oportuno, ni nada de nada. "¿A que habrán venido?" "¿Qué querrán?" "Seguro que los gringos que se los llevaron se habrán cansado de ellos y nos los están devolviendo con una carta, sin saber que el único que leía las cartas en Toroccocha era el maestro de la escuela que ahora está preso, dicen que por colaborar con los compañeros". "Solo a morir pueden haber venido porque en estos lugares o bien te reclutan o te aniquilan los de este bando o te desaparecen los del otro bando".

Los pensamientos de la mujer giraban como un remolino por toda su mente hasta hacerla contorsionar en extraños gestos y muecas de confusión y desasosiego. ¿Por qué a pesar de ser gigantes y bien fornidos no han podido conseguirse un trabajo en el sitio donde los criaron? ¿Porqué tenían que venir a ese pueblo miserable donde ni siquiera ella tenía para comer? "Seguramente confiándose en los dos topos de esta pobre chacra que a duras penas y una vez al año hacemos producir unas cuantas cargas de maíz”.

            En ese clima de absoluta sequía afectiva, de preguntas con respuestas monosilábicas y evasivas. En esa profusión de la nada, los alemanes andinos comenzaron a extrañar su lejano hogar. Después se miraron sorprendidos y con los ojos se preguntaron que si huyendo velozmente de esa pesadilla podrían llegar a tiempo a la carretera, para tomar ese camión que viniendo de retorno podría alojarlos en aquel viejo hotel de turistas.

El  cruce de esa mirada fue lo único inteligente que sucedió en Toroccocha desde que salió el último que se fue a otras tierras. Esa chispa sutil les convenció que desde allí podrían partir a conocer las maravillas de ese pais milenario y después retornar a su querida comarca alemana y abrazar amorosamente a quienes habían decidido ofrecerles un mejor destino.

Corrieron de ese lugar, como corrieron sus antepasados desde hace casi quinientos años, y por eso no pudieron escuchar, ese despedazado llanto que se raspaba contra las ásperas paredes de aquellas montañas, que a desgarradores gritos suplicaba: ¡¡¡Ambrosio, Casiano no se vayan, llévenme!!!




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