Bueno, como les tengo ofrecido les presento en cuarta entrada mi ebook SAYWITE: UN HITO EN EL
ANDE, solo espero que le ofrezcan vuestro interés, sin olvidar de poner un “ME GUSTA”, pero sobretodo “COMPARTIR”
y “COMENTAR”. Si de acuerdo al
número de visitas no estoy llegando a ustedes, me limitaré a eliminarlo.
7.- EL CULTO AL AGUA EN EL INCARIO.
Algunos de los que visitamos Saywite, hemos
leído en alguna parte o, ya en el sitio, se nos ha dicho: “¡Es un lugar
destinado al culto del agua!”, pero muchas veces no hemos sabido porqué, ni de
qué se trata todo eso. A ver si lo que leamos más adelante, nos esclarece esta
duda.
El mundo andino prehispánico, esencialmente
agrario, además de haber desarrollado una ingeniería hidráulica (represas, andenes, acueductos, reservorios y sistemas de riego), llegó a establecer una relación entre
el agua, lo espiritual y el paisaje, tal vez porque, desde siempre, nuestra temporada de lluvias es bastante corta y algo azarosa debido a la cíclica perturbación climática que produce la presencia
del Fenómeno del Niño,[1] razón por la cual la relación de la
población andina con el agua perteneció y pertenece todavía a un ámbito
asociado a lo sagrado y por ello vinculado a una espiritualidad que forjó un culto al agua.
Quizá debido a esto, un buen porcentaje de los adoratorios incas fueron destinados al culto de los manantiales y a las fuentes de agua (Tipón, Tambomachay, etc.), y no hubo adoratorio emblemático (Ollantaytambo, Machupicchu, Choquequirao, Saywite, etc.) que no tuviera sus fuentes rituales que encauzara estas aguas. Estas fuentes fueron construidas para beber o para hacer abluciones rituales (bañarse o lavar a los muertos y su ropa), sin dejar de mencionar que en las inmediaciones o islotes de las grandes lagunas "ccapaccochas" se erigieron santuarios para el culto a estas aguas contenidas, como el de Sondor en las inmediaciones de la laguna Pacucha en Andahuaylas.
Quizá debido a esto, un buen porcentaje de los adoratorios incas fueron destinados al culto de los manantiales y a las fuentes de agua (Tipón, Tambomachay, etc.), y no hubo adoratorio emblemático (Ollantaytambo, Machupicchu, Choquequirao, Saywite, etc.) que no tuviera sus fuentes rituales que encauzara estas aguas. Estas fuentes fueron construidas para beber o para hacer abluciones rituales (bañarse o lavar a los muertos y su ropa), sin dejar de mencionar que en las inmediaciones o islotes de las grandes lagunas "ccapaccochas" se erigieron santuarios para el culto a estas aguas contenidas, como el de Sondor en las inmediaciones de la laguna Pacucha en Andahuaylas.
A manera de introducción a esta parte del
trabajo, estimo necesarísimo transcribir el texto íntegro de las “GENERALIDADES
SOBRE EL CULTO AL AGUA” que nos dejó Rebeca Carrión Cachot en su obra: “El culto al agua en el antiguo Perú”,[2]
para que tengamos una idea más cabal acerca de esta especial devoción al líquido elemento durante el
incario, sin dejar de advertir que las fotos son nuestras. Leamos:
“GENERALIDADES
SOBRE EL CULTO AL AGUA
Desde tiempos remotos, el
aborigen del Perú rinde culto a las cumbres nevadas de la cordillera de los
Andes, a las lagunas y manantiales, considerándolos como "pacarinas"
o lugares sagrados, como sitios de origen de ciertos linajes, donde residían
los dioses o seres míticos protectores de la vida.
Tratándose de un pueblo
esencialmente agrícola como el de los incas, que poseía un territorio escaso de
lluvias o desértico, constituyó una preocupación permanente la búsqueda del
agua para el cultivo del suelo.
Ello mueve a las más
audaces empresas humanas a la construcción de trabajos hidráulicos que perduran
hasta el presente y aseguran la prosperidad y riqueza económica. El territorio
fue explotado al máximo gracias al establecimiento de redes de acequias y
canales, acueductos, reservorios, represas y otras obras de ingeniería.
Junto a estas inquietudes
surgen concepciones religiosas propias y un arte de hondo contenido simbólico,
que tipifican a la civilización peruana.
Dentro de las jerarquías
divinas ocupan prominente lugar los dioses del agua, de las lluvias, de las
tempestades; se divinizan los fenómenos naturales, y ciertos cuerpos celestes
siderales como la luna y el sol que personifican fuerzas favorables de la
producción de la tierra, surgen pléyades de seres míticos y agentes de los
dioses, a los que secundan en sus funciones benefactoras para con la humanidad.
Se les reviste de atributos y símbolos sagrados que sirven de distintivos
individuales, dentro del nutrido panteón aborigen.
A través de las
representaciones de la escultura lítica, de la alfarería y de los tejidos y
otras manifestaciones del arte, se logra identificar a los diversos dioses y
seres míticos, así como las funciones que desempeñan por su asociación a
determinados símbolos o emblemas. Tello[3]
en su monumental obra "WiraKocha"[4],
ofrece la visión más completa del complejo religioso peruano.
Simultáneamente, con estas
expresiones registradas en el arte, la mentalidad indígena crea una mitología
propia; con personajes que simbolizan los fenómenos y hechos del universo; y
emblemas de carácter ideográfico, que tienen una significación determinada. En
mitos, leyendas, fábulas y otras formas de expresión deja cristalizada su
sabiduría, su peculiar manera de explicar los fenómenos tangibles e
intangibles, y ellos forman otra rica fuente de apreciación del pasado.
En estas tradiciones,
especie de códices, están contenidas muchas de las concepciones que interesan
al tema. Figura una diosa femenina, la luna, que simboliza las lluvias, el agua
que fertiliza la tierra, en doble modalidad, como deidad celeste, en el cielo
con un cántaro de agua o paccha[5]
perforada con la que vierte las lluvias; o como deidad terrestre, personificada
en una linda doncella, que personifica la tierra, dedicada al cultivo del maíz,
papa o quinua, y que tiene como atributo o emblema, un cántaro de chicha que se
convierte en un manantial del que mana abundante agua para la irrigación de las
tierras. Un dios masculino que reside en las altas cumbres, que personifica al
sol, que fecunda a la tierra, que trasmite su poder generatriz, mediante la
"unión divina" con la diosa lunar; ejerce su obra benefactora,
auspiciando la construcción de trabajos hidráulicos y mediante el auxilio de
agentes o servidores personificados en los animales más admirados del medio
geográfico.
Se rememoran ceremonias y
actos litúrgicos, sacrificios cruentos de llamas, ofrendas presentadas a las
deidades por doncellas, que concuerdan con los registrados en la cerámica.
Copiosas referencias se
registran en las crónicas sobre los ritos y ceremonias de invocación de las
lluvias. Polo de Ondegardo manifiesta:
El
undécimo mes se llama Homa raimi
puchayquis (puquiaiquis); en el qual
sacrificauan cien carneros, y si faltauan agua, para que lloviesse ponían vn carnero todo negro atado en un llano
derramando mucha chicha al derredor y no le dauan de comer hasta que llouiesse
(Esto es por Octubre)[6].
En otro párrafo agrega:
Los
Incas, señores del Perú, después del Viracocha y del Sol, la tercera guaca o
adoratorio y de más veneración ponían al trueno al qualllamaban par tres
nombres Chuquilla, Catuilla e Intiillapa, fingiendo que es un hombre
que está en el cielo con una honda y una porra, y que está en su mano el
llover, granizar, tronar y todo lo demás que pertenece a la región del aire
donde se hacen los nublados[7].
Este fragmento de leyenda
es similar a la que trascribe Garcilaso (de BIas Valera) y que hace alusión al
hermano de la diosa Luna con el cántaro celeste de agua.
Fue común en el Cusco
sacar en procesión para alcanzar agua y buenos temporales" a los ídolos
que simbolizaban estos poderes. Y Arriaga afirma:
Acabadas
las confesiones en la fiestas solemnes, que suelen ser tres cada año, la
principal cerca de la fiesta del Corpus, o en ella misma, que llaman Oncoy-Mita, que es quando aparecen las
siete Cabrillas, que llaman Oncoy, las quales adoran porque no se les sequen
los mayses; la otra es al principio de las aguas, por Navidad, o poco después,
y esta suele ser al Trueno, y al Rayo
porque embíe lluvias, la otra suele ser quando cogen el maíz, que llaman
Ayrihuay-Mita, porque bayla el bayle Ayrihua[8],
A propósito de estas
festividades, merece llamarse la atención de que ellas están nominadas con un
vocablo similar al de la Acatayrnita: Oncoymita y Ayrihuaymita, que debe
indicar "periodicidad" o "repetición" de determinada cosa.
También se atraía la
lluvia por medios mágicos, colocando en las altas cumbres o en el sitio más
elevado del templo, recipientes sagrados destinados a empozar el agua de
lluvias. Con gran celo y con ritos de carácter secreto, los sacerdotes
cautelaban el precioso líquido recolectado en ellos, haciendo los vaticinios
respectivos de buenos o malos años. En los templos de mayor celebridad existía
una capilla especial, abierta, dedicada a este propósito, como la llamada
"Sala de los morteros" de Machupicchu, que como se expresa en el
capítulo correspondiente, se halla contigua a uno de los altares de este grandioso
monumento. Este recinto, conservado a través de milenios y que se halla en la
actualidad en estado precario, merece ser protegido de su futura destrucción
por constituir un testimonio notable de las ancestrales concepciones del
aborigen del Perú acerca de los medios mágicos de obtener el precioso elemento
que contribuyó a su prosperidad económica.
Los agustinos en su "Relación
de idolatrías de Huamachuco" refieren:
Una de
las cosas que más espanta, y para que se vea cuando el demonio ciega hasta que
punto trae a los hombres, el Inga Guainacap, uno de los mayores hechiceros que
hubo en el mundo, sacerdote mayor del
demonio Zupai, porque los Ingas esta preminencia tenían que aunque era rey,
era mayor sacerdote; pues este dexó en un
cerro muy alto, cuasi tres leguas de Guamachuco, dos cantarillos de agua que
llamaban magacti, para que cuando les faltase el agua la pidiesen a estos
cantarillos, los cuales hallamos que no tenían ya más de los asientos los
cuales hedían grandemente, que no había quien lo pudiesen sufrir; y la
ceremonia que tenía cuando habían de pedir agua, juntábanse a un consejo, o
cabildo, o como le llamáremos, los más principales y nobles de la provincia,
cuando había seca y no llovía, y determinaban que era bien que enviasen los
hechiceros para que ayunasen dos días y estuviesen en aquella sierra harto fría
y ventosa, do padecían harto trabajo, según lo experimentamos cuando fuímos a
quebrar los cántaros, que no lo podíamos sufrir, y que allí pidiesen agua a los
cantarillos. Y en este año, que fué de cincuenta y siete (1557) los hechiceros
fueron por mandado de ciertos principales, y hiciéronlo más no llovió y los
hechiceros pasaron harto hambre y frío. Cuasi lo más desto vieron los padres y
algo dello contó el principal de los hechiceros, y vieron allí otras muchas
cosas, que por evitar prolexidad no cuento. Reprendieron los principales y
caciques, que por su homa no se nombran, y dieron palabra de enmendarse
quebráronse los cántaros y arrojáronse la cuesta abajo: algunas cosillas se hallaron;
no quedo memoria de la gguaca[9].
Muchos de estos conceptos
y de estas prácticas sobreviven hasta la actualidad entre las comunidades
indígenas, especialmente aquellas relacionadas con la limpia de acequias,
preparación del suelo y obtención de las lluvias.
Periódicas romerías se
hacían a las lagunas y manantiales, donde se realizaban importantes ceremonias
destinadas a conseguir agua y buenas cosechas. A estas llegaba la
"pareja" de niños o adolescentes que personificaban al sol y la luna.
En las leyendas del sur andino, como se verá en el capítulo respectivo, la
pareja va en romería a varias fuentes (la de Huanacaure, Calispuquio y Yavirá):
él portando símbolos de poder y fuerza como la honda y la alabarda, y ella, el
cántaro de chicha o de agua, símbolo de las lluvias y de la fertilidad. Allí
cumplen una serie de ritos que incluyen, para el mancebo: la inmersión o
"baño” en la laguna, el trasquile del cabello, el cambio de ropas e
insignias; y para la doncella, el ofrecimiento de la chicha de su cántaro a la
laguna, al dios y a los sacerdotes; el acto de llenado posteriormente con el
agua de este lugar sagrado y regada después en el altar y en la heredad.
Después de estos ritos la pareja se unía en matrimonio, simbolizando con este
acto la fusión de fuerzas favorables a la producción de la tierra. A estos
ritos se sumaban otros, como el sacrificio de llamas o "corderos de la
tierra", cuya sangre se arrojaba al agua, después de untar con ella el
rostro del ídolo, los frutos más preciados. La presunción generalizada de
posibles sacrificios de niños a las lagunas o capacochas, debe probablemente
apoyarse en estas referencias de sacrificios de corderos o de la participación
de parejas de niños en las ceremonias. Los testimonios arqueológicos no llevan
a una afirmación de esta índole; la alfarería, tan rica en representaciones
ceremoniales, no registra sacrificios de niños; se observan ocasionalmente y en
un porcentaje mínimo, escenas de despeñamiento de mujeres y de hombres desde
elevadas cumbres, presenciadas por un dios que se halla en la parte baja. En
cambio son frecuentes los casos de sacrificios de llamas, en el propio altar de
la divinidad, como se representa en la cerámica Huaylas y, de preferencia, de
decapitación del animal, arrojándose la cabeza en la laguna o manantial
(sub-Huaylas).
Altar de sacrificios (Capachocha) de Sondor con huesos de niños ofrecidos a la laguna de Pacucha y a los dioses tutelares |
En las lagunas se arrojaba
muy variadas ofrendas: chicha, maíz, hojas de coca, polvos de concha molidas,
etc. Pero todos los ritos se iniciaban con el "derramamiento" de
chicha, acto que realizaba la bella joven -que acompañaba al mancebo vertiendo
en el agua chicha de calidad especial, no común, contenida en un simbólico
cantarito llamado paccha o calispuquio según algunos cronistas. Para la siembra
de maíz y con el objeto de que la cosecha fuera buena, se remojaban las
semillas durante varios días en las fuentes o lagunas.
Desde el Cusco se enviaba
al Titicaca a un mensajero, probablemente un sacerdote, para que sacara del
manantial contiguo a la laguna, de una "taza" o paccha labrada en las
propias peñas, el agua llamada capacchana, y la trasportara en un cántaro o
pomo. Santa Cruz Pachacuti al respecto dice:
En
este tiempo dicen que se acordó (Inca Capac Yupanqui) de yr en busca del lugar
á do el varon Ttonapa habia llegado, llamado Titicaca, y de allí dizen que las
truxo agua para ongir con ella al nuevo infante Yngaruca, diciendo muchas
alabanzas de Ttonapa, y avn dicen que en aquel manantial que está encima de las
peñas viuas como en vna ta(a, estaua el agua llamado capacchana quispisutocvno;
y después dizen que otros yngas suelen mandar traer un pomo, llamado
coriccacca, y los ponía ante ssi, para que estuviera en medio de la plaça del
Cuzco, llamado Haocaypata Cuçcapata, alabando la agua tocada de Ttonapa[10].
Fuera de los ritos estrictamente religiosos o de veneración a las lagunas y fuentes, se hacían otros destinados a diversos fines. Cuando moría una persona, después de realizados los ritos de uso, el deudo más próximo era "bañado" en una fuente cercana, y las ropas del difunto lavadas en ella. Los mancebos que recibían las insignias que los premunían como ciudadanos o "caballeros", debían cumplir previamente con el rito de "bañarse en las fuentes" inmediatas al templo o huaca.
Comuneros de Saywite realizando el ritual de "Bañado" y lavado de ropas de su difunto, cerca de Rumihuasi |
En algunas oportunidades,
como en la fiesta de la Citua, dedicada al culto de la diosa Luna o fiesta de
la coya, grupos numerosos de personas que participaban en las festividades,
salían del Cusco en peregrinación a las fuentes representativas de cada una de
las cuatro provincias del imperio y allí se bañaban, y cambiaban de ropas e
insignias para eliminar las enfermedades.
Muchos ejemplos se podrían
acumular de esta veneración a las lagunas, de origen muy antiguo. Años después
de la conquista, los indios seguían rindiendo culto público a dichos lugares;
haciendo romerías y aun cumpliendo con su ostentoso ceremonial. Así el padre
Arriaga dice:
En la
provincia de Chinchacocha, cuando se visitó, se averiguó que llevaban en la
procesión del Corpus dos corderos de la
tierra, vivos, cada uno en sus andas, por vía de fiesta y de danza, y se
supo, que realmente eran ofrendas, y sacrificios, ofrecidos a dos lagunas, que
son Urcococha y Choclococha, de donde dicen que salieron, y tuvieron origen las
Llamas[11].
Severas reglas había en la
antigüedad acerca del uso del agua de las lagunas y manantiales o puquios. A
través de las tradiciones míticas se concluye que existían guardianes o
custodios de tales lugares, personificados en ciertos seres como Llacsamisa,
-en la laguna de Yansa-, encargados de abrir o cerrar las tomas, de distribuir
el agua de acuerdo a medidas establecidas o "kaspi", de desviar su
curso, de reparar y custodiar las represas, etc. Estos seres protectores
figuran en estatuas o encantados en peñones; eran servidores de un dios de
mayor jerarquía, dueño de la laguna que radicaba o no en un pequeño islote de
la misma, como el caso del dios Collquiri, de la leyenda de Huarochirí.
Ciertos animales vinculados
al agua por su propia naturaleza o cuya presencia coincidía con la aparición de
las lluvias, fueron divinizados por el aborigen, y sus imágenes colocadas en
las fuentes, en las lagunas, ya sea también como custodios o guardianes, o como
símbolos para obtener el favor divino. Aparecen reproducidos en estatuas o
esculpidos en relieve en las rocas; se les ve enseñoreados de la fuente, unas
veces al centro de los estanques o cisternas como simbolizando al habitante de
este; otras, arrastrándose hacia los canalitos o bebedores y, a veces, como
durmiendo a la orilla de dichos lugares, enrollados o echados plácidamente.
Importante papel juegan en estas representaciones determinados animales, en
especial la rana y el sapo, batracio vinculado en la mitología
peruana a los corpúsculos vivificantes de los manantiales o a las semillas de
ciertas plantas alimenticias como el maíz, los frijoles y la yuca; y
representado permanentemente, ya sea al centro de la fuente o en los bordes
saltando o nadando. (Véase el capítulo respectivo con las ilustraciones
pertinentes). Igualmente los lagartos y serpientes, que figuran en dichas
fuentes en grupos numerosos y bellamente esculpidos en bulto; así como monos,
felinos y ciertas aves frecuentemente asociados a estos centros de origen del
agua.
Estas fuentes, compuestas
por numerosos estanques o cisternas, cascadas, canalitos trazados en diversas
direcciones y pocitos o "moyitas" en los bordes, a través de los
cuales corre el agua formando un conjunto de extraordinaria belleza, son pacchas
talladas en las rocas; son materializaciones de los conceptos indios acerca de
aquel mundo, pletórico de vida que rodea a los sitios de nacimiento del agua,
con los seres del medio ambiente, principalmente con los que directamente están
asociados a este, con los dioses protectores del precioso líquido, simbolizados
por estatuas y relieves de seres antropomorfos. La fecunda imaginación del
artista milenario, perennizó en la piedra aún las romerías a estos lugares
sagrados, los sacrificios de llamas que se realizaban, las ofrendas de chicha
que se llevaban. Todo ello puede apreciarse en ciertos monumentos
extraordinarios del arte indio, como en las fuentes simbólicas denominadas
"Las moyitas" y Lavapatas en San Agustín, Colombia, y en los
monolitos de carácter ecológico de Saywite, en Abancay, Perú.”
La sagrada laguna de Pacucha vista desde el "intihuatana" de Muyumuyu en Sondor. |
[1] El
Niño, también llamado ENSO ("El Niño Southern Oscillation"), es un
cambio en el sistema océano - atmósfera que ocurre en el Océano Pacífico
ecuatorial, que contribuye a cambios significativos del clima, y que concluye
abarcando a la totalidad del planeta. Se conoce con el nombre de "El
Niño", no solamente a la aparición de corrientes oceánicas cálidas en las
costa de América, sino a la alteración del sistema global océano-atmósfera que
se origina en el Océano Pacífico Ecuatorial (es decir, en una franja oceánica
cercana al Ecuador), generalmente durante un periodo comprendido entre
diciembre y marzo. Este fenómeno es cíclico, Arthur Strahler habla de ciclos de
entre tres y ocho años.
[2] CARRION CACHOT, Rebeca. El
Culto al agua en el antiguo Perú. INC, Lima. 2005.
[3] Este pie de página es nuestro. Julio
César Tello Rojas (n. Huarochirí, Perú, 11 de abril de 1880-m. Lima, 3 de junio
de 1947), fue un destacado médico y antropólogo peruano. Es considerado el
padre de la arqueología peruana. Descubrió las culturas Chavín y Paracas, e
impulsó y creó el Museo de Arqueología, Antropología e Historia del Perú. En su
expedición arqueológica al Urubamba de 1942, hizo un estudio detallado del conjunto
arqueológico y levantó un plano de las figuras del monolito. Esta investigación
inédita se conserva en los archivos de la Universidad Mayor de San Marcos en
Lima.
[4] (Pie de página del texto
que se transcribe) TELLO, Julio César: 1923, pp. 93-320, 583-606
[5] Este pie de página es nuestro. phaqcha. s. Chorro, chorrera, cascada
de agua u otro líquido que se precipita de cierta altura. EJEM: unu phaqcha,
cascada de agua. Bol: phajcha. Diccionario Quechua - Español – Quechua/Qheswa -
Español – Qheswa Simi Taqe Academia Mayor de la Lengua Quechua/ Qheswa Simi
Hamut'ana Kurak Suntur Segunda edición Cusco, Perú, 2005.
[6] (Pie de página del texto
que se transcribe) POLO DE ONDEGARDO, Juan [¿1585?]: 1916, p. 23.
[7] (Pie de página del texto
que se transcribe) Ibid.
[8] (Pie de página del texto
que se transcribe) ARRIAGA, Pablo Joseph de [1624]:1920, p. 52.
[9] (Pie de página del texto
que se transcribe) RELIGIOSOS AGUSTINOS [1557]:1865, p. 31.
[10] (Pie de página del texto
que se transcribe) SANTA CRUZ PACHACUTI, Juan de [1613]:1879, pp. 165-66.
[11] (Pie de página del texto
que se transcribe) ARRIAGA,
Pablo Joseph de [1621]: 1920, p. 76.