En las altas punas, cerca de una inmensa laguna alimentada por las límpidas aguas que como lágrimas bajaban de un majestuoso nevado que orgulloso se reflejaba en su cristalino espejo, se levantaba una abrigada cabaña donde vivían una niña solo con su padre, porque su madre murió al nacer aquella criatura, que por su hermosura la llamaban Sumactika[1]. En aquellas alturas se dedicaban a pastar un considerable hato de llamas y alpacas junto a un pequeño rebaño de vacunos ayudados por “Chaski” y “Ollanta”, sus fieles perros guardianes y pastores.
Por el tiempo en que los fuertes vientos anunciaban la llegada de las lluvias y el retorno de la vida a esas montañas, el padre le dijo a la niña:
–Voy a bajar a las chacras que tenemos en el valle para sembrar maíz, frijoles, calabazas, ajíes y todos esos otros frutos que tanta falta nos hacen a lo largo del año. No quiero hacerlo, pero esta vez vas a tener que quedarte sola al cuidado de los animales, porque tus primos que por estos tiempo nos ayudaban, han crecido y cada quien tiene su propia familia.
La niña sin temor ni pena alguna, aceptó la responsabilidad de atender el rebaño durante las tres semanas que duraría la anunciada ausencia.
–Ya sabes que debes pastar el ganado solo por los lugares desde donde puedas ver la cabaña y los corrales. También sabes que mientras estés sola no puedes acercarte a la orilla de la laguna, para evitar que su encantamiento te obligue, aunque no quieras, a lanzarte y ahogarte en sus frías aguas. –Le advertía esto por temor a los traicioneros pumas y zorros que merodeaban aquellos parajes, pero sobre todo para que la niña aprendiera a respetar y temer los tabúes de aquellas alturas.
La despedida no fue triste, pero sí muy preocupante para el padre por la soledad en que se quedaba su niña. Pero de todos modos hizo el viaje, pues ya tenía hecho los aperos y las llamas ya estaban cargadas con el fino charqui[2] que había tasajeado en los fríos meses de junio y julio para trocarlos en los pueblos del valle. Pero para Sumactika, los días de aquella ausencia serían especialmente felices porque tendría a su disposición la rica ulpada[3] con cancha y charqui y todo el mote con queso que ella quisiera y a la hora que le antojara.
Al quinto día de aquella despedida, a la hora en que el sol se perdía en las ásperas líneas que marcaban las lejanas sierras del poniente y los vientos bajaban desde las alturas del nevado para enfriar esas vastedades. De pronto y como de ningún lugar se apareció en toda aquella puna una gran nube negra trayendo la oscuridad y los antiguos miedos que avivan los rayos, truenos y relámpagos, que terminaron su luminoso y atronador espectáculo con una tormenta de grandes granizos y una infinidad de gotas gordas de lluvia que acabaron espantando al ganado y haciendo correr a la niña al seguro refugio de su cabaña. Desde el fondo de sus miedos sacó las fuerzas para hacer el fuego que alumbrara la estancia, secara sus ropas y mudara la palidez de su rostro.
Al cabo de unos minutos, como si nada hubiera pasado, volvió la paz a esas punas, que encendió en la niña la resolución de salir a juntar el ganado y guardarlo en sus corrales, así como de levantarse temprano para buscar el resto del hato que seguramente andaba escondido en las cuevas que bordeaban la laguna. Cuando acabó de comer decidió salir a lograr esa penosa tarea.
Ya afuera, vio que a lo lejos bajaban en una larga fila de peregrinación, las llamas por delante seguidas de las alpacas y las vacas y al final los perros meneando alegremente sus colas, todos precedidos por un inmenso, altivo, hermoso y extraño toro que tenía en los ojos el fulgor de las estrellas. La maravillosa comitiva se fue acercando a la cabaña y en su momento como si respondieran a una mágica orden, cada rebaño fue tomando su lugar en los corrales y solo en medio de todo y delante de la niña quedó el soberbio animal, que antes de seguir su camino, le dijo con cariñosa voz: “Mañana ven a la laguna, por el lado donde se encuentran las flores raras y bonitas que tanto te gustan”. La niña apenas pudo dormir por causa de aquel asombroso prodigio y de la singular invitación.
Al día siguiente, cuando Sumactika terminó de desayunar y soltar el ganado, con un temor que la curiosidad se atrevía a dominar, acompañada de sus perros se acercó a la laguna por el lugar que le indicó la aparición. Cuando estaba viendo la imagen de su rostro en sus límpidas aguas, de pronto se rompió ese brillante espejo por la repentina aparición del mítico animal, que muy amablemente la calmó diciéndole: “No temas porque no te va a pasar nada malo. Agárrate de mí cola, cierra los ojos y sigue mi andar”. La niña, deseando más que a su propia vida la aventura que aquella insólita propuesta le ofrecía en medio de esas alturas tan monótonas y solitarias, hizo lo que la aparición le propuso y se hundió tras él en la laguna.
Cuando abrió los ojos no estaba tomada de la cola de ningún animal, ni siquiera estaba mojada sino asida de la mano de un dulce anciano que la llevaba por un sendero que no estaba en el fondo de ninguna laguna, sino en medio de hermosas huertas y grandes chacras que se perdían en lontananza. El anciano tomó de unos árboles extraños un fruto que le ofreció a la niña diciéndole: “Prueba”: Entonces ella, por primera vez en su vida conoció el sabor de la fruta más dulce y carnosa que jamás había probado, ni siquiera en sus sueños, pues su paladar solo estaba acostumbrado al atenuado dulzor de las tunas y los sankis que nacieron con estos andes. Luego le enseñó el sabor y la textura de otra, y otra y otras más, hasta que se quedó pasmada de asombro y felicidad.
–Si quieres venir a este lugar, puedes hacerlo cuando quieras. –Le invitó el anciano haciéndole en seguida esta advertencia. –Pero nunca traigas a nadie, pues las puertas de este lugar se han abierto tan solo para ti.
Cuando el anciano la despidió con una tierna caricia y un pesado atado de esas extrañas frutas, la niña salió de aquel fantástico mundo por la orilla de otro jardín de flores primorosas, que precisamente era el sitio que más temía su padre, pues la bella rareza de su entorno le sugerían que ese podría ser un lugar encantado por la malvada sirena que habitaba en la laguna y por eso muy peligroso.
Está demás decir que la visita de Sumactika se repitió a diario. Después de atender la seguridad del ganado, volvía llena de alegría aquel vergel sumergido a disfrutar del sabor de otros muchos frutos más, hasta que un día de esos en que ya ni siquiera se acordaba de su padre, éste se apareció en la cabaña, mostrándose sorprendido de la diligencia con que la niña había cuidado de la casa y el ganado. A la hora de la comida le contó muy satisfecho que las siembras en el valle fueron puntualmente cumplidas, porque habían acudido al ayni[4] todos los familiares y amigos y él como siempre, les había invitado los más sabrosos potajes hechos con la carne seca de sus animales. Luego el padre le obsequió la ropa nueva, los dulces, las humitas[5] al horno y la muñeca que había comprado para ella en el pueblo y como todo estaba en orden se dispusieron a dormir.
La tarde del día siguiente, el padre un tanto alterado por lo novedoso del hallazgo, le preguntó a la niña de dónde habían salido todas aquellas extrañas semillas y cascaras que andaban desperdigadas por los caminos y los campos de pastoreo. La niña le narró con detalle toda aquella maravilla que le había sucedido en su ausencia, a lo que el padre respondió con la voz temblorosa del que recita una piadosa oración ante un milagro, afirmando que aquel prodigio se había producido porque esa laguna estaba habitada por un “Ccorisoncco”[6], una deidad andina que desde que el Dios creador Wiracocha le infundió la fuerza primordial o su “camac” a todo lo que existe en este mundo, que puede expresarse desde una conciencia hacia afuera como las plantas y los animales o vibrar hacia adentro como lo hacen las piedras y los otros objetos inanimados, existe. Y que tiene la tarea de cuidar los huertos y jardines que desde el comienzo de los tiempos el Padre Sol había hecho crecer en las entrañas de escogidas lagunas, para que sus frutos sean entregados a los hijos de los hijos de los primeros padres que salieron del fondo del gran lago para fundar una gran nación sobre estas cordilleras.
Entre
los dos reunieron devotamente todas las semillas que ingenuamente la niña había
esparcido en su frugal andar. Al año siguiente, el padre de la Sumactika sembró
con mucho amor aquellas pepitas a la orilla de las chacras que tenía en el valle y con el tiempo crecidos y
multiplicados en hermosos árboles, arbustos y plantas nos obsequiaron los pacaes, chirimoyas,
lúcumas, aguaymantos, guayabas, tumbos, tomates, sachatomates y capulíes que
ahora disfrutamos gracias a la valentía de una niña y al generoso amor de
Ccorisoncco, el hortelano de los dioses de nuestros ancestros.
[1] Flor
hermosa.
[2] Cecina. Carne deshidratada, la
que se cubre con sal y se expone al sol.
[3]
Ulpada, bebida que se prepara con harina de maíz, habas, quinua,
kiwicha, y otros granos andinos mezclada
con agua y endulzada.
[4]
Ayni, era un sistema de
trabajo de reciprocidad familiar entre los miembros del Ayllu (ahora Comunidad
Campesina), consiste en la ayuda mutua que se prestan las familias entre sí y
todos los integrantes de la comunidad. “Hoy por ti, mañana por mí!
[5]
Humitas, comida basada en el maíz que se consume en el área andina:
Chile, Perú, Argentina, Bolivia, Ecuador y el sur de Colombia. Consiste
básicamente en una pasta o masa de maíz levemente aliñada, envuelta y
finalmente cocida o tostada en las propias hojas (chala o panca) de una mazorca
de maíz.
[6] Literalmente: Corazón de oro.
Me encanto, tengo el placer de tener un profesor que me dejo tarea de esta leyenda. Interesante. felicitaciones
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