domingo, 19 de julio de 2020

EL PENSIONISTA


Todos hablaban con gran comedimiento, Mostrando algunos su asombro, otros su aguante a la mala forma de las cosas que vienen y uno que otro su indignación.

Todos seguirán hablando porque todos tenían algo que decir sobre esos oscuros asuntos que se hacen a plena luz del día. Pero solo hablan y hablan y muchas veces hasta por los codos, pero nadie hace nada para cambiar esa triste realidad. La verdad es que a nadie le interesa o ya están muy bien acostumbrados a dejar que esos "oscuros asuntos" sucedan mientras no les haga daño. Además tienen que dejar que esas cosas ocurran, porque tarde o temprano como sin querer queriendo, les  puede servir, no solo a ellos sino a todo el mundo.

Para que la conversación no se vuelva un monopolio de dos o tres monosabios, que para hablar sobre las fechorías que cualquier pinche puede hacerle al Estado Peruano, no solo existen sino que sobran, se acordó improvisar un aceptable orden donde todos tuvieran la oportunidad de tomar la palabra, opinar y hasta rajar, porqué varios ex compañeros de trabajo acabaron siendo pensionistas con cargo al Régimen de Pensiones y Compensaciones por Servicios Civiles prestados al Estado, que permitió que la mayoría de esos flamantes jubilados se fueran a su casa bastante jóvenes y en perfecto estado de salud.

Luego que todos dijeron lo que tenían que decir y callaron lo que debían de callar, este fue más o menos el resumen de aquel parloteo. Todo empezó cuando un chinito que gobernó a su antojo este país de las maravillas, previa "metida de yuca", dictó unas leyes que ordenaban la reorganización, reestructuración y fusión de las oficinas públicas con el fin de achicar el aparato burocrático a través de un cese masivo de los trabajadores del Estado y de sus empresas. Después como todos sabemos se agravó el terrorismo de los que apostaron por las esperanzas sangrientas y la respuesta no menos violenta del Estado, que produjo el genocidio de más de setenta mil cristianos andinos y con ello el despojo de los derechos sociales y las garantías civiles de los ciudadanos, Y eso no fue todo, pues aprovechando el malbarateo de las empresas estatales, el chinito y su comparsa robaron casi todo lo que se vendió, y mientras los grandes robaban en grande, los chiquitos se transformaron en una plaga de filosos corruptos.

Entonces fue cuando ese chinito le dijo a todos los empleados del Estado: “Quieren ser sometidos a una evaluación para que yo sepa lo que saben y lo que realmente hacen, o quieren jubilarse antes de tiempo y para eso les regalo hasta cinco años de servicios, para que se vayan a sus casas gozando de una pensión. Además les voy a regalar una bolsa de dinero para que puedan crear sus propias empresas, donde estoy muy seguro que la mayoría de ustedes llegarán a ser millonarios. Pero a los que se quieran quedar  los someteré cada seis meses a una evaluación, y si no aprueban se irán derechito a la calle y sin un solo céntimo en los bolsillos”.

A los que les faltaba esos cinco años y un poco menos, no lo pensaron dos veces y se fueron a ser ricos, pero a los que les faltaban algunos años más, lo pensaron dos veces. La primera fue, cómo iban a rendir exámenes cada seis meses para mantenerse en sus puestos, si apenas sabían leer y escribir y hacer unos cuántos papeles que hacía más de veinte años se lo sabían de memoria; y, la segunda fue que tenían que inventarse las certificaciones donde aparecieran que también  habían trabajado esos pocos años que les faltaban para tener una pensión completa, y cómo nunca faltan los que saben hacerlo por dinero, resultaron todos aptos para acogerse a los incentivos de la jubilación anticipada y a una pensión con los beneficios de la ley anterior.

Tanta fue la cochinada que corrió en ese corrupto manoseo, que Carlos Villaespeza Canchari de treinta y ocho años de edad,  que a la fecha de su acogimiento a la jubilación anticipada apenas tenía dieciséis años de servicios, pero por arte de birlibirloque, de la noche a la mañana, apareció con unas planillas de pagos y descuentos de una oficina del Cusco que certificaba  que había trabajado casi diez años en esa dependencia, gracias a lo cual acumuló veintiséis años de servicios prestados al Estado Peruano, lo que quería decir que entró a trabajar para el Estado Peruano a la tierna edad de 12 años.

Esa trapacería se reprodujo cientos de veces en toda la región, pero el colmo fue que el jubilado Nicasio Castro Pancorvo llegó a acreditar, con documentación “oficial”, que empezó a trabajar en la administración pública cuando apenas aprendió a caminar. Pero como ya tenemos dicho, aparte de causar perplejidad y no poca admiración debido a “sus pilas”,  "su habilidad" o "su viveza", nadie dijo nada, porque gracias a estos chanchullos en este país, no todo está ganado, ni todo está perdido.

De todo ese río revuelto, llegó el momento para que los contertulios se acordaran de la historia de Diosdado Cumpa Ríos, que apareció en las noticias policiales de los periódicos del Cusco como el único preso fallecido durante la refriega del penal Kent–choro, que sufría prisión preventiva como presunto autor de la muerte de su concubina Gloria Surquislla Lopinta.

El caso fue que por esos días se apareció por la oficina agraria, la hermana de la occisa, para que la pensión que recibía del Estado el ex trabajador Diosdado Cumpa Ríos, pasara al único hijo que tuvo su hermana, porque aun en vida la difunta ya recibía de parte de ese jubilado el 50% de su pensión.

–Bueno, eso habría sido una generosa liberalidad del cesante, porque en la oficina los descuentos con cargo a las pensiones sólo se hacen por mandato judicial y por planilla.  –Aclaró el Director de la Oficina de Administración,  y por curiosidad acabó preguntando. –¿El niño al que usted se refiere, es hijo de Diosdado Cumpa? 

–No señor, pero como si lo fuera, porque mi hermana era el único sostén de esa criatura, y como me dijo el doctor Paul Walker Huanaco Rivas, si el maldito que la mató ya le estaba dando el 50% de su pensión, lo lógico era que el 100% de esa asignación pase a favor de ese niño para su mantención y educación. –Dijo con mucha seguridad y como poseída por ese sabio argumento.

–Lo siento mucho señora, pero si esa criatura no es hijo del difunto, no podemos hacer nada por él, porque la ley nos obliga a atender las peticiones de las esposas legítimamente casadas y de los hijos reconocidos  y  con  partida  de  nacimiento firmada por los pensionistas fallecidos y  que  sean menores de 18 años. –Le dijo con mucha conmiseración. Y con la misma curiosidad anterior volvió a preguntar: –A propósito señora, ¿cuántos años tiene el niñito?

–Diecinueve años. –Respondió la mujer, tragándose de nervios un montón de saliva por haber dicho la verdad, aun sabiendo que eso nunca se debe decir en las oficinas del Estado.

–¡Uf!, entonces ni hablar señora! Nada podemos hacer por un muchacho que no es hijo del pensionista fallecido y que seguramente tiene hasta denei.

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Que por cuestiones que no sabían los nuevos jefes, este Diosdado Cumpa Ríos, ya no era empleado de esa oficina en los tiempos de Fujimori, porque había renunciado varios años antes, debido a que llegó a tener como jefe a un ingeniero  que  se  ufanaba  de  ser  seguidor  de  las enseñanzas budistas, y que gracias a los chismes de sus propios compañeros llegó a descubrir que ese granuja había montado un gran negocio con los pases que debía otorgar a los campesinos para que pudieran trasladar sus magueyes, carrizos, tara, cochinilla y cueros de res y de chivos a los mercados del Cusco.

Para que su "negocio" empezara a funcionar comenzó por hacerles casi imposible el otorgamiento de esos pases a sus víctimas o "mis quivios" como él los llamaba, para después cobrarles una coima para obtenerlos con gran ventaja para los dos. Más tarde cuando aprendió el "teje y maneje" y todas las mañas de ese oficio, acabó comprando "in situ" todos esos recursos naturales, para luego trasladarlos al Cusco a nombre de sus propios vendedores, por supuesto con pases fraguados. En ese negocio el hombre llegó a ganar hasta diez veces más que su sueldo.

Cuando su jefe acabo de enterarse de los detalles de ese fraude, le preparó un informe que definitivamente lo iba a llevar a la cárcel, porque había recabado las declaraciones juradas de más de veinte agraviados, de modo que no le quedó otro camino que suplicarle a su verdugo para que  por amor a Dios y a su familia no le hiciera ese daño, porque en esos momentos estaba renunciando voluntariamente al trabajo y que nunca más lo volvería a ver, ni en pintura.

Después de haber perdido su trabajo el Diosdado también perdió a su familia, así que se consiguió una mujercita, que les dijo a su madre y hermana.

–Es buena gente  y cariñoso con mi hijito, lo trata como si fuera su verdadero padre. Será porque con su mujer nunca tuvieron un hijo. Más tarde se enteró que después de él, su esposa llegó a tener hasta dos hijos para dos hombres. –Les confió.

Como lo único que sabía hacer era trasladar esos recursos naturales y cueros, siguió comprándolos y revendiéndolos, pero esta vez a nombre de su conviviente. Apenas comenzaba a irle bien, de la noche a la mañana ese negocio se fue al diablo por algunas razones del mercado nacional e  internacional que los campesinos nunca llegan a entender. Más adelante con el cuento de que había sido  víctima de un  maldito  ingeniero  que sobre la base de  "falsas  calumnias" le había obligado a renunciar a su nombramiento,  consiguió algunos trabajitos por aquí y por allá, solo para pasar la vida.

Cuando se enteró que en la oficina donde había trabajado como empleado nombrado, el Nicasio Castro, el Avelino Serrano, el Juan Huislla y otros veinte chivolos más se habían acogido al programa de jubilación anticipada, sin haber cumplido jamás los veinte años de servicios, y que por esa viveza habían resultado siendo pensionistas del Estado con plenos derechos como si hubieran trabajado más de treinta años, se puso loco de contento y se vino de dónde estaba para presentar su solicitud de jubilación voluntaria, pero para su desgracia el señor Alonso Panduro Concha, que seguía como jefe de personal de esa oficina, le dijo que la jubilación anticipada solo correspondía a los que se encontraban trabajando el día en que Fujimori promulgó esa Ley, más no para los que se habían retirado antes, y  para que él pudiera acogerse a la jubilación de la actual ley, le quedaban todavía ocho años de servicios que cumplir. Cuando el ex servidor se estaba retirando muy apenado, el jefe de personal le dijo.

–A no ser que me demuestres que hayas trabajado en algún lugar ocho o diez años antes de que entres a trabajar a esta oficina y nos traigas copia certificada de una planilla de pagos y descuentos, algo podemos hacer al respecto. –Le dijo esto con un gesto cómplice.

Cuando más tarde se encontró con los jubilados noveles para decirle la alternativa que le había dado el jefe de personal, y que por amor a Dios le dijeran, dónde habían logrado obtener los papeles que los habían convertido en bisoños pensionistas, estos negaron a pie juntillas que sus documentos hayan sido falsificados, pero cuando Diosdado les recordó la fecha en que cada uno había llegado a trabajar en esa oficina, estos se defendieron diciendo: "Nadie sabe lo de nadie. ¿De dónde sabes tú que solamente hemos trabajado para esa oficina y nada más?".

Y ahí fue que se le prendió el foquito. La clave era conseguir certificados de haber trabajado ocho años antes de ingresar a esa oficina, ¿pero dónde? La cosa estaba muy difícil porque esos perversos bellacos que ahora estaban gozando de una jugosa pensión, se hacían los inocentes, diciendo que nunca habían falsificado nada y ni siquiera querían decirle dónde habían conseguido esos documentos "bamba". Y así estuvo como loco hasta que su conviviente le dijo que su tío Saturnino Mendieta Jara trabajaba como jefe de personal de la oficina de Puno, y como en ese lugar se falsifica hasta el mejor whisky de Escocia, bien podrían falsificar esos papeles. Así que en ese mismo instante la mujer llamó a su tío para contarle la triste historia de su esposo y al final le mintió que su hijito también se llamaba Saturnino como él, y que como ya había sido su padrino de corte de pelo, también debía ser su padrino de bautismo.

El tío Saturnino les dijo: "Haber que puedo hacer", y que lo llamaran el día martes por la noche a su casa y que para ese asunto, nunca por nunca, al trabajo. Cuando por fin llegó esa noche, el tío les dijo que estaba tras los pasos de un antiguo empleado que tenía que ver con archivos y certificaciones de su oficina; que ojala que acepte, y lo más importante de todo es que aun conserve los sellos de aquellos tiempos; que cariños al bebé y que lo llamen el día jueves a la misma hora, "a la casa, nunca al trabajo". A esa hora de la noche del  día jueves, el tío les preguntó: “¿A qué Santos les rezan?” y Diosdado se alegró hasta los tuétanos, porque el hombre aún tenía los sellos y lo que era mejor, estaba dispuesto a trabajar en esos documentos, porque como jubilado mal pagado no podía dejar escapar esa oportunidad para comprarse las medicinas que no tenía EsSalud. Así que como un pago simbólico a ese enorme favor les pedía mil soles por cada año de servicios que iba a certificar, y que se olvidaran de regatear o si no la cosa se quedada como si nada hubiera pasado, y que también se olvidaran de él y hasta del bautismo.

–¡Al toque, no importa el precio! Si tienes que dar dinero para tener más dinero, eso no es una coima sino una inversión. –Dijo Diosdado y como un iluminado, agregó: –Para que ese dinero me dé más dinero, solo tengo que vivir más.

Para pagarle al amigo del tío, ese mismo día se fue a su pueblo a pignorar por quince mil soles la casita que le habían dejado sus padres, a un comerciante de Juliaca que como inquilino hacía buenos negocios en ella porque estaba ubicada en la plaza de armas de aquel lugar.

Con el dinero necesario su conviviente viajó a Puno para recoger los muy fresquecitos documentos de un trabajador que nunca había conocido ni en sueños ese lugar.

Al momento de despedirla, el tío simulando las culpas de un contrito pecador, le dijo muy seriamente: “Dile a tu esposo qué con la copia certificada de estos instrumentos no haga más trámites de lo que me ha dicho, pero si quiere hacer otro trámite debe obtener otras copias certificadas, sino se pueden levantar sospechas que no nos conviene”, y a ella le dio ganas de responderle: “¡Vete a la mierda viejo miserable, hablas como si tuvieras los originales de estos documentos, y como si no supiéramos que tú nomás has hecho estos papeles”.

Con esas certificaciones, más los restantes siete mil soles que el cesante en ciernes le dio al señor Alonso Panduro  para que tramitara la resolución de su jubilación,  y todas las  acciones necesarias que deben hacerse para que comiencen a pagarle la misma pensión que los otros traferos cobraban, Diosdado se limitó a esperar nerviosamente hasta que por fin después de seis meses comenzó a llegar la primera mensualidad, pero el Jefe de Personal se quedó con ella hasta por seis meses, porqué:

–Toda la documentación no solo ha pasado por mis manos. Además he tenido que girar tres mil soles a Lima para que el señor Mantilla del MEF meta esa resolución en la computadora de ese ministerio. Pensándolo bien mejor no hubiese aceptado ese trámite porque para mí no ha quedado casi nada. –A lo que  Diosdado aguantándose la cólera, pensó: “¡Juro que voy a vivir más de cien años como mi abuelo, y que todo ese gasto lo voy a recuperar mil veces!”.

Cuando comenzó a llegarle su pensión a la tarjeta Multired que por seis meses lo tenía en su poder el "conchasumadre del Panduro", Diosdado por fin pudo cambiarle la contraseña y comenzar a cobrar su logro.

Como si fuera cosa del diablo, desde ese día comenzó a "sobrarse" con su conviviente y su hijo. También empezó a viajar a su pueblo y quedarse en el segundo piso de su casa por semanas enteras y sólo salía de ese lugar para acelerar los trámites de las dos liquidaciones de su pensión que el jefe de personal estaba preparando: una por 198 mil nuevos soles y otra más gorda de casi 302 mil. Entonces fue cuando su conviviente se “arrechó” y se fue a buscarle a donde vivía, para decirle que se deje de cojudeces, "si no quieres que se acabe tu pensión bamba y te violen en la cárcel para bajarte toda tu altanería." Además agregó que tenía muchas ganas de joder a ese su tío pendejo.

Cuando conoció de estos líos y el carácter peliantero de su conviviente, el jefe de personal le aconsejó que le diera, bajo recibo, el 50% de esa pensión para que se mantenga quieta, porque lo más jugoso vendría con las liquidaciones. Más tarde, como ella ya había "comido" de esa plata, no podría ir a quejarse a ningún sitio, y así no pasaría nada. O acaso creía que los que gozaban de una pensión bamba lo hacían gratis.

–¡No señor! Ellos tienen que pagar religiosamente hasta el 20% al pata que les ayudó con las certificaciones de pagos y descuentos. Así es la vida. ¡Nada es gratis! –Le dijo como quien sabía los secretos de los que desde el gobierno de Fujimori venían cobrando una pensión fraudulenta y agregó: –Además tú nunca has falsificado ningún documento, sino que fue esa chola junto al cutrero de su tío y de remate en Puno.

Cuando la Gloria comenzó a recibir el 50% de esa ganancia, ya no le importó más el hombre sino su derecho. Así que se hizo amiga de la señora Graciela que trabajaba en esa oficina para saber cuánto era realmente la pensión del Diosdado. En esas idas y venidas con chocolatitos y perfumitos baratos de regalo se enteró de las jugosas liquidaciones, y como era su derecho lo cuadró como correspondía para que no se hiciera el vivo con su 50% de la primera liquidación y la mitad de la segunda.

De repente dos semanas más tarde la conviviente apareció muerta en el Cusco. Dicen que atropellada por un carro en la carretera que lleva al santuario del señor de Huanca. Cuando la hermana de la difunta le hizo saber esa desgracia al Diosdado, este se  puso a llorar amargamente e inmediatamente salió de su pueblo para viajar al Cusco y arreglar la entrega del cadaver y  su entierro en ese mismo lugar, pero su hermana se negó hasta que se hicieran todas las investigaciones, porque todo apuntaba a que esa muerte no era un accidente de tránsito, sino otra cosa.

Después de la autopsia los médicos dijeron que la occisa  había tenido relaciones sexuales recientes y que todavía había semen en su vagina,  y que si alguien deseaba y pagaba para que se sacara un perfil de ADN de esa secreción, no había ningún problema.

–¡Yo voy a pagar ese examen doctor!, porque quiero saber con quién ha estado mi hermana antes de que la maten. –Dijo la mujer.

Cuando salieron los resultados del ADN, por orden del Fiscal a cargo de la investigación se tomaron muestras de la saliva del Diosdado. Después de ese examen que también pagó la hermana de la difunta, los forenses dijeron que al 99.99% se trataba del mismo perfil genético. Así fue cómo Diosdado Cumpa Ríos fue a parar a la cárcel como el principal inculpado en la muerte de Martha Surquislla Lopinta.

Mucho antes de ese examen, la autopsia reveló que la habían ahorcado el día anterior al hallazgo de su cadáver con un cable de luz número 14 y probablemente con la fuerza de dos hombres. Que sus autores  al momento de abandonar sus restos la pasaron dos veces con las llantas del automóvil donde trasladaron el cadáver, para simular que se trataba de una devota peregrina que había sido cruelmente atropellada por algún irresponsable conductor. Que las huellas de las dos llantas estaban perfectamente impregnadas en la piel y los vestidos de la asesinada y solo  era cuestión de dar con el paradero del vehículo para confirmar ese hecho y dar con el otro autor.

Sobre la base de esas conclusiones, más todo lo que sabía de los negocios que tenía la muerta con el jefe de personal  y con el criminal Diosdado, a la hermana de la víctima se le metió en la cabeza que el otro asesino era Panduro Ríos y nadie más, y porque además ese desgraciado tenía cara de hampón, así que consultando a la siempre servicial Graciela, que ahora era también su amiga, averiguó que justo el día del crimen de su hermana, Panduro había pedido permiso por motivos de salud, pero en la oficina desconocían  si había viajado a alguna parte para buscar ayuda profesional.

Con esa información, Cleofé Surquislla Lopinta se averiguó en todas las agencias y comités para saber si ese día un tal  Alonso Panduro Concha había viajado al Cusco, pero no encontró ninguna respuesta. Así que no le quedó más remedio que acudir a un amigo de PROVIAS para saber si el día 14 de agosto, las cámaras de video de la garita de peaje de esa ruta habían grabado a un automóvil, marca Toyota Yaris, color azulino, de Placa de Rodaje GC–4132.

Una semana más tarde le confirmaron que ese carro había pagado su peaje a las 6.24 de la tarde de ese día  y que incluso se grabó parte de la cara de su conductor. Con esa información quedó totalmente convencida que fueron esos dos malditos los que habían matado a su pobre hermana, y cuando estaba a punto de denunciar al otro asesino, ahí nomás, como cosa de Dios o del diablo, una bala perdida mató al Diosdado en la revuelta carcelera que por esos días se había producido en el penal de "Kent–choro".

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La señora Cleofé no hizo nada más que esperar. Y esperó pacientemente a que la comedida Graciela, le dijera que el señor Panduro había convocado a la esposa de Diosdado Cumpa Ríos, para decirle que como su viuda tenía derecho a cobrar la cesantía de su difunto esposo, además de las liquidaciones de sus pensiones devengadas que ascendían casi a 500 mil.

Cuando por fin la viuda se acercó a la oficina de personal con la Sucesión Intestada que la declaraba como su única y universal heredera, dispuesta y alegre para cobrar todos los derechos que como un milagro le otorgaba la ley al difunto que pensaba cobrar hasta más allá de los cien años. Panduro le dijo que lo sentía muchísimo porque el Estado Peruano no debería pagar ni un sólo céntimo, pues los papeles que había presentado su esposo para llegar a ser pensionista eran falsificados, especialmente los que correspondían a la ciudad de Puno, y que lo único que podían hacer los dos para no entrar a la cárcel, era olvidarse de ese asunto y denunciar este grave hecho ante el Ministerio Público, y punto.

Después Panduro esperó casi un mes, hasta que se apareció la mujer para decirle que si le permitía cobrar los 500 mil soles, a él le podría corresponder el 30%, y de la pensión mensual le daría religiosamente el 10%. "Total, de este asunto sólo sabemos usted y yo". A esa propuesta Panduro le respondió secamente: "De las liquidaciones la mitad y de la pensión el 30% ", y así quedó cerrado el trato.

Todo estaba como sobre ruedas, hasta que a Panduro le llegó una extensa carta donde la hermana de la occisa le recomendaba que le dijera a la "avivata" viuda, que a ella le tocaba el 50% de todo lo que se iba a cobrar, incluso de la pensión y adjuntaba a su misiva una certificación oficial de la oficina de Puno,  donde se hacía constar  que don    Diosdado  Cumpa Ríos,  jamás  había trabajado en esa dependencia estatal. La carta terminaba señalando: "Y no creas que el crimen de mi hermana va a quedarse archivado provisionalmente por toda una eternidad. Tengo la grabación de la garita de peaje de PROVIAS donde apareces tú, el Diosdado y el cuerpo muerto de mi hermanita Gloria. Si te atreves a tocarme siquiera aun solo pelo, te mueres maldito, porque no solo tú puedes matar por el cochino dinero".

Más adelante el jefe de personal le hizo llegar una carta a ella y a la viuda,  con la copia de un oficio dirigido al Jefe de la Oficina, adjuntando la copia de la certificación que le había enviado la hermana de la occisa, recomendando se curse una comunicación a esa oficina de Puno para saber si la certificación era verdadera, y de ser cierto que el difunto Diosdado Cumpa Ríos, jamás había trabajado en esa dependencia, se paralicen todos los trámites correspondientes a la pensión y al pago de sus dos liquidaciones y se devuelva el dinero al Tesoro Público.

Tras esa desesperada amenaza, las negociaciones a tres bandas se intensificaron, hasta llegar al siguiente acuerdo: 1.- El dinero de las liquidaciones se repartirían en tres partes iguales. 2.- La pensión se repartiría así: 40% para la viuda del ex pensionista; 30% para Cleofé Surquislla Lopinta que sería destinado para la educación del hijo de la difunta; y, 30% para el señor Alonso Panduro Concha.

Ahora solamente les quedaba a Gloria Surquislla Lopinta y Alonso Panduro Ríos, guardarse las espaldas para que a lo largo del cumplimiento de ese acuerdo, no se les ocurra morirse de un momento a otro.


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