Todos hablaban
con gran comedimiento, Mostrando algunos su asombro, otros su aguante a la mala
forma de las cosas que vienen y uno que otro su indignación.
Todos seguirán
hablando porque todos tenían algo que decir sobre esos oscuros asuntos que se
hacen a plena luz del día. Pero solo hablan y hablan y muchas veces hasta por
los codos, pero nadie hace nada para cambiar esa triste realidad. La verdad es
que a nadie le interesa o ya están muy bien acostumbrados a dejar que esos
"oscuros asuntos" sucedan mientras no les haga daño. Además tienen
que dejar que esas cosas ocurran, porque tarde o temprano como sin querer
queriendo, les puede servir, no solo a
ellos sino a todo el mundo.
Para que la
conversación no se vuelva un monopolio de dos o tres monosabios, que para
hablar sobre las fechorías que cualquier pinche puede hacerle al Estado
Peruano, no solo existen sino que sobran, se acordó improvisar un aceptable orden
donde todos tuvieran la oportunidad de tomar la palabra, opinar y hasta rajar,
porqué varios ex compañeros de trabajo acabaron siendo pensionistas con cargo
al Régimen de Pensiones y Compensaciones por Servicios Civiles prestados al
Estado, que permitió que la mayoría de esos flamantes jubilados se fueran a su
casa bastante jóvenes y en perfecto estado de salud.
Luego que
todos dijeron lo que tenían que decir y callaron lo que debían de callar, este
fue más o menos el resumen de aquel parloteo. Todo empezó cuando un chinito que
gobernó a su antojo este país de las maravillas, previa "metida de
yuca", dictó unas leyes que ordenaban la reorganización, reestructuración
y fusión de las oficinas públicas con el fin de achicar el aparato burocrático
a través de un cese masivo de los trabajadores del Estado y de sus empresas.
Después como todos sabemos se agravó el terrorismo de los que apostaron por las
esperanzas sangrientas y la respuesta no menos violenta del Estado, que produjo
el genocidio de más de setenta mil cristianos andinos y con ello el despojo de
los derechos sociales y las garantías civiles de los ciudadanos, Y eso no fue
todo, pues aprovechando el malbarateo de las empresas estatales, el chinito y
su comparsa robaron casi todo lo que se vendió, y mientras los grandes robaban
en grande, los chiquitos se transformaron en una plaga de filosos corruptos.
Entonces fue
cuando ese chinito le dijo a todos los empleados del Estado: “Quieren ser
sometidos a una evaluación para que yo sepa lo que saben y lo que realmente
hacen, o quieren jubilarse antes de tiempo y para eso les regalo hasta cinco
años de servicios, para que se vayan a sus casas gozando de una pensión. Además
les voy a regalar una bolsa de dinero para que puedan crear sus propias
empresas, donde estoy muy seguro que la mayoría de ustedes llegarán a ser
millonarios. Pero a los que se quieran quedar
los someteré cada seis meses a una evaluación, y si no aprueban se irán
derechito a la calle y sin un solo céntimo en los bolsillos”.
A los que les
faltaba esos cinco años y un poco menos, no lo pensaron dos veces y se fueron a
ser ricos, pero a los que les faltaban algunos años más, lo pensaron dos veces.
La primera fue, cómo iban a rendir exámenes cada seis meses para mantenerse en
sus puestos, si apenas sabían leer y escribir y hacer unos cuántos papeles que
hacía más de veinte años se lo sabían de memoria; y, la segunda fue que tenían
que inventarse las certificaciones donde aparecieran que también habían trabajado esos pocos años que les
faltaban para tener una pensión completa, y cómo nunca faltan los que saben
hacerlo por dinero, resultaron todos aptos para acogerse a los incentivos de la
jubilación anticipada y a una pensión con los beneficios de la ley anterior.
Tanta fue la
cochinada que corrió en ese corrupto manoseo, que Carlos Villaespeza Canchari
de treinta y ocho años de edad, que a la
fecha de su acogimiento a la jubilación anticipada apenas tenía dieciséis años
de servicios, pero por arte de birlibirloque, de la noche a la mañana, apareció
con unas planillas de pagos y descuentos de una oficina del Cusco que
certificaba que había trabajado casi
diez años en esa dependencia, gracias a lo cual acumuló veintiséis años de
servicios prestados al Estado Peruano, lo que quería decir que entró a trabajar
para el Estado Peruano a la tierna edad de 12 años.
Esa trapacería
se reprodujo cientos de veces en toda la región, pero el colmo fue que el
jubilado Nicasio Castro Pancorvo llegó a acreditar, con documentación
“oficial”, que empezó a trabajar en la administración pública cuando apenas
aprendió a caminar. Pero como ya tenemos dicho, aparte de causar perplejidad y
no poca admiración debido a “sus pilas”,
"su habilidad" o "su viveza", nadie dijo nada,
porque gracias a estos chanchullos en este país, no todo está ganado, ni todo
está perdido.
De todo ese
río revuelto, llegó el momento para que los contertulios se acordaran de la
historia de Diosdado Cumpa Ríos, que apareció en las noticias policiales de los
periódicos del Cusco como el único preso fallecido durante la refriega del
penal Kent–choro, que sufría prisión preventiva como presunto autor de la
muerte de su concubina Gloria Surquislla Lopinta.
El caso fue
que por esos días se apareció por la oficina agraria, la hermana de la occisa,
para que la pensión que recibía del Estado el ex trabajador Diosdado Cumpa
Ríos, pasara al único hijo que tuvo su hermana, porque aun en vida la difunta
ya recibía de parte de ese jubilado el 50% de su pensión.
–Bueno, eso habría sido una
generosa liberalidad del cesante, porque en la oficina los descuentos con cargo
a las pensiones sólo se hacen por mandato judicial y por planilla. –Aclaró el Director de la Oficina de
Administración, y por curiosidad acabó
preguntando. –¿El niño al que usted se refiere, es hijo de Diosdado Cumpa?
–No señor, pero como si lo fuera,
porque mi hermana era el único sostén de esa criatura, y como me dijo el doctor
Paul Walker Huanaco Rivas, si el maldito que la mató ya le estaba dando el 50%
de su pensión, lo lógico era que el 100% de esa asignación pase a favor de ese
niño para su mantención y educación. –Dijo con mucha seguridad y como poseída
por ese sabio argumento.
–Lo siento mucho señora, pero si
esa criatura no es hijo del difunto, no podemos hacer nada por él, porque la
ley nos obliga a atender las peticiones de las esposas legítimamente casadas y
de los hijos reconocidos y con
partida de nacimiento firmada por los pensionistas
fallecidos y que sean menores de 18 años. –Le dijo con mucha
conmiseración. Y con la misma curiosidad anterior volvió a preguntar: –A
propósito señora, ¿cuántos años tiene el niñito?
–Diecinueve años. –Respondió la
mujer, tragándose de nervios un montón de saliva por haber dicho la verdad, aun
sabiendo que eso nunca se debe decir en las oficinas del Estado.
–¡Uf!, entonces ni hablar señora!
Nada podemos hacer por un muchacho que no es hijo del pensionista fallecido y
que seguramente tiene hasta denei.
000ººº000
Que por
cuestiones que no sabían los nuevos jefes, este Diosdado Cumpa Ríos, ya no era empleado
de esa oficina en los tiempos de Fujimori, porque había renunciado varios años
antes, debido a que llegó a tener como jefe a un ingeniero que se ufanaba
de ser seguidor
de las enseñanzas budistas, y que
gracias a los chismes de sus propios compañeros llegó a descubrir que ese
granuja había montado un gran negocio con los pases que debía otorgar a los
campesinos para que pudieran trasladar sus magueyes, carrizos, tara, cochinilla
y cueros de res y de chivos a los mercados del Cusco.
Para que su
"negocio" empezara a funcionar comenzó por hacerles casi imposible el
otorgamiento de esos pases a sus víctimas o "mis quivios" como él los
llamaba, para después cobrarles una coima para obtenerlos con gran ventaja para
los dos. Más tarde cuando aprendió el "teje y maneje" y todas las
mañas de ese oficio, acabó comprando "in situ" todos esos recursos
naturales, para luego trasladarlos al Cusco a nombre de sus propios vendedores,
por supuesto con pases fraguados. En ese negocio el hombre llegó a ganar hasta
diez veces más que su sueldo.
Cuando su jefe
acabo de enterarse de los detalles de ese fraude, le preparó un informe que
definitivamente lo iba a llevar a la cárcel, porque había recabado las
declaraciones juradas de más de veinte agraviados, de modo que no le quedó otro
camino que suplicarle a su verdugo para que por amor a Dios y a su familia no le hiciera
ese daño, porque en esos momentos estaba renunciando voluntariamente al trabajo
y que nunca más lo volvería a ver, ni en pintura.
Después de
haber perdido su trabajo el Diosdado también perdió a su familia, así que se
consiguió una mujercita, que les dijo a su madre y hermana.
–Es buena gente y cariñoso con mi hijito, lo trata como si
fuera su verdadero padre. Será porque con su mujer nunca tuvieron un hijo. Más
tarde se enteró que después de él, su esposa llegó a tener hasta dos hijos para
dos hombres. –Les confió.
Como lo único
que sabía hacer era trasladar esos recursos naturales y cueros, siguió
comprándolos y revendiéndolos, pero esta vez a nombre de su conviviente. Apenas
comenzaba a irle bien, de la noche a la mañana ese negocio se fue al diablo por
algunas razones del mercado nacional e
internacional que los campesinos nunca llegan a entender. Más adelante
con el cuento de que había sido víctima
de un maldito ingeniero
que sobre la base de
"falsas calumnias" le
había obligado a renunciar a su nombramiento,
consiguió algunos trabajitos por aquí y por allá, solo para pasar la
vida.
Cuando se
enteró que en la oficina donde había trabajado como empleado nombrado, el
Nicasio Castro, el Avelino Serrano, el Juan Huislla y otros veinte chivolos más se habían acogido al
programa de jubilación anticipada, sin haber cumplido jamás los veinte años de
servicios, y que por esa viveza habían resultado siendo pensionistas del Estado
con plenos derechos como si hubieran trabajado más de treinta años, se puso
loco de contento y se vino de dónde estaba para presentar su solicitud de
jubilación voluntaria, pero para su desgracia el señor Alonso Panduro Concha,
que seguía como jefe de personal de esa oficina, le dijo que la jubilación
anticipada solo correspondía a los que se encontraban trabajando el día en que
Fujimori promulgó esa Ley, más no para los que se habían retirado antes, y para que él pudiera acogerse a la jubilación
de la actual ley, le quedaban todavía ocho años de servicios que cumplir.
Cuando el ex servidor se estaba retirando muy apenado, el jefe de personal le
dijo.
–A no ser que me demuestres que
hayas trabajado en algún lugar ocho o diez años antes de que entres a trabajar
a esta oficina y nos traigas copia certificada de una planilla de pagos y
descuentos, algo podemos hacer al respecto. –Le dijo esto con un gesto
cómplice.
Cuando más
tarde se encontró con los jubilados noveles para decirle la alternativa que le
había dado el jefe de personal, y que por amor a Dios le dijeran, dónde habían
logrado obtener los papeles que los habían convertido en bisoños pensionistas,
estos negaron a pie juntillas que sus documentos hayan sido falsificados, pero
cuando Diosdado les recordó la fecha en que cada uno había llegado a trabajar
en esa oficina, estos se defendieron diciendo: "Nadie sabe lo de nadie.
¿De dónde sabes tú que solamente hemos trabajado para esa oficina y nada
más?".
Y ahí fue que
se le prendió el foquito. La clave era conseguir certificados de haber
trabajado ocho años antes de ingresar a esa oficina, ¿pero dónde? La cosa
estaba muy difícil porque esos perversos bellacos que ahora estaban gozando de
una jugosa pensión, se hacían los inocentes, diciendo que nunca habían
falsificado nada y ni siquiera querían decirle dónde habían conseguido esos
documentos "bamba". Y así estuvo como loco hasta que su conviviente
le dijo que su tío Saturnino Mendieta Jara trabajaba como jefe de personal de
la oficina de Puno, y como en ese lugar se falsifica hasta el mejor whisky de
Escocia, bien podrían falsificar esos papeles. Así que en ese mismo instante la
mujer llamó a su tío para contarle la triste historia de su esposo y al final
le mintió que su hijito también se llamaba Saturnino como él, y que como ya
había sido su padrino de corte de pelo, también debía ser su padrino de
bautismo.
El tío
Saturnino les dijo: "Haber que puedo hacer", y que lo llamaran el día
martes por la noche a su casa y que para ese asunto, nunca por nunca, al
trabajo. Cuando por fin llegó esa noche, el tío les dijo que estaba tras los
pasos de un antiguo empleado que tenía que ver con archivos y certificaciones
de su oficina; que ojala que acepte, y lo más importante de todo es que aun
conserve los sellos de aquellos tiempos; que cariños al bebé y que lo llamen el
día jueves a la misma hora, "a la casa, nunca al trabajo". A esa hora
de la noche del día jueves, el tío les
preguntó: “¿A qué Santos les rezan?” y Diosdado se alegró hasta los tuétanos,
porque el hombre aún tenía los sellos y lo que era mejor, estaba dispuesto a
trabajar en esos documentos, porque como jubilado mal pagado no podía dejar
escapar esa oportunidad para comprarse las medicinas que no tenía EsSalud. Así
que como un pago simbólico a ese enorme favor les pedía mil soles por cada año
de servicios que iba a certificar, y que se olvidaran de regatear o si no la
cosa se quedada como si nada hubiera pasado, y que también se olvidaran de él y
hasta del bautismo.
–¡Al toque, no importa el precio!
Si tienes que dar dinero para tener más dinero, eso no es una coima sino una
inversión. –Dijo Diosdado y como un iluminado, agregó: –Para que ese dinero me
dé más dinero, solo tengo que vivir más.
Para pagarle
al amigo del tío, ese mismo día se fue a su pueblo a pignorar por quince mil
soles la casita que le habían dejado sus padres, a un comerciante de Juliaca
que como inquilino hacía buenos negocios en ella porque estaba ubicada en la
plaza de armas de aquel lugar.
Con el dinero
necesario su conviviente viajó a Puno para recoger los muy fresquecitos
documentos de un trabajador que nunca había conocido ni en sueños ese lugar.
Al momento de
despedirla, el tío simulando las culpas de un contrito pecador, le dijo muy
seriamente: “Dile a tu esposo qué con la copia certificada de estos
instrumentos no haga más trámites de lo que me ha dicho, pero si quiere hacer
otro trámite debe obtener otras copias certificadas, sino se pueden levantar
sospechas que no nos conviene”, y a ella le dio ganas de responderle: “¡Vete a
la mierda viejo miserable, hablas como si tuvieras los originales de estos
documentos, y como si no supiéramos que tú nomás has hecho estos papeles”.
Con esas
certificaciones, más los restantes siete mil soles que el cesante en ciernes le
dio al señor Alonso Panduro para que
tramitara la resolución de su jubilación,
y todas las acciones necesarias
que deben hacerse para que comiencen a pagarle la misma pensión que los otros traferos cobraban, Diosdado se limitó a
esperar nerviosamente hasta que por fin después de seis meses comenzó a llegar
la primera mensualidad, pero el Jefe de Personal se quedó con ella hasta por
seis meses, porqué:
–Toda la documentación no solo ha
pasado por mis manos. Además he tenido que girar tres mil soles a Lima para que
el señor Mantilla del MEF meta esa resolución en la computadora de ese
ministerio. Pensándolo bien mejor no hubiese aceptado ese trámite porque para
mí no ha quedado casi nada. –A lo que
Diosdado aguantándose la cólera, pensó: “¡Juro que voy a vivir más de
cien años como mi abuelo, y que todo ese gasto lo voy a recuperar mil veces!”.
Cuando comenzó
a llegarle su pensión a la tarjeta Multired que por seis meses lo tenía en su
poder el "conchasumadre del Panduro", Diosdado por fin pudo cambiarle
la contraseña y comenzar a cobrar su logro.
Como si fuera
cosa del diablo, desde ese día comenzó a "sobrarse" con su
conviviente y su hijo. También empezó a viajar a su pueblo y quedarse en el
segundo piso de su casa por semanas enteras y sólo salía de ese lugar para
acelerar los trámites de las dos liquidaciones de su pensión que el jefe de
personal estaba preparando: una por 198 mil nuevos soles y otra más gorda de
casi 302 mil. Entonces fue cuando su conviviente se “arrechó” y se fue a
buscarle a donde vivía, para decirle que se deje de cojudeces, "si no
quieres que se acabe tu pensión bamba y te violen en la cárcel para bajarte
toda tu altanería." Además agregó que tenía muchas ganas de joder a ese su
tío pendejo.
Cuando conoció
de estos líos y el carácter peliantero de su conviviente, el jefe de personal
le aconsejó que le diera, bajo recibo, el 50% de esa pensión para que se
mantenga quieta, porque lo más jugoso vendría con las liquidaciones. Más tarde,
como ella ya había "comido" de esa plata, no podría ir a quejarse a
ningún sitio, y así no pasaría nada. O acaso creía que los que gozaban de una
pensión bamba lo hacían gratis.
–¡No señor! Ellos tienen que
pagar religiosamente hasta el 20% al pata
que les ayudó con las certificaciones de pagos y descuentos. Así es la vida.
¡Nada es gratis! –Le dijo como quien sabía los secretos de los que desde el
gobierno de Fujimori venían cobrando una pensión fraudulenta y agregó: –Además
tú nunca has falsificado ningún documento, sino que fue esa chola junto al cutrero de su tío y de remate en Puno.
Cuando la
Gloria comenzó a recibir el 50% de esa ganancia, ya no le importó más el hombre
sino su derecho. Así que se hizo amiga de la señora Graciela que trabajaba en
esa oficina para saber cuánto era realmente la pensión del Diosdado. En esas
idas y venidas con chocolatitos y perfumitos baratos de regalo se enteró de las
jugosas liquidaciones, y como era su derecho lo cuadró como correspondía para
que no se hiciera el vivo con su 50% de la primera liquidación y la mitad de la
segunda.
De repente dos
semanas más tarde la conviviente apareció muerta en el Cusco. Dicen que
atropellada por un carro en la carretera que lleva al santuario del señor de
Huanca. Cuando la hermana de la difunta le hizo saber esa desgracia al
Diosdado, este se puso a llorar
amargamente e inmediatamente salió de su pueblo para viajar al Cusco y arreglar
la entrega del cadaver y su entierro en
ese mismo lugar, pero su hermana se negó hasta que se hicieran todas las
investigaciones, porque todo apuntaba a que esa muerte no era un accidente de
tránsito, sino otra cosa.
Después de la
autopsia los médicos dijeron que la occisa
había tenido relaciones sexuales recientes y que todavía había semen en
su vagina, y que si alguien deseaba y
pagaba para que se sacara un perfil de ADN de esa secreción, no había ningún
problema.
–¡Yo voy a pagar ese examen
doctor!, porque quiero saber con quién ha estado mi hermana antes de que la
maten. –Dijo la mujer.
Cuando
salieron los resultados del ADN, por orden del Fiscal a cargo de la
investigación se tomaron muestras de la saliva del Diosdado. Después de ese
examen que también pagó la hermana de la difunta, los forenses dijeron que al
99.99% se trataba del mismo perfil genético. Así fue cómo Diosdado Cumpa Ríos
fue a parar a la cárcel como el principal inculpado en la muerte de Martha
Surquislla Lopinta.
Mucho antes de
ese examen, la autopsia reveló que la habían ahorcado el día anterior al
hallazgo de su cadáver con un cable de luz número 14 y probablemente con la
fuerza de dos hombres. Que sus autores
al momento de abandonar sus restos la pasaron dos veces con las llantas
del automóvil donde trasladaron el cadáver, para simular que se trataba de una
devota peregrina que había sido cruelmente atropellada por algún irresponsable
conductor. Que las huellas de las dos llantas estaban perfectamente impregnadas
en la piel y los vestidos de la asesinada y solo era cuestión de dar con el paradero del
vehículo para confirmar ese hecho y dar con el otro autor.
Sobre la base
de esas conclusiones, más todo lo que sabía de los negocios que tenía la muerta
con el jefe de personal y con el
criminal Diosdado, a la hermana de la víctima se le metió en la cabeza que el
otro asesino era Panduro Ríos y nadie más, y porque además ese desgraciado
tenía cara de hampón, así que consultando a la siempre servicial Graciela, que
ahora era también su amiga, averiguó que justo el día del crimen de su hermana,
Panduro había pedido permiso por motivos de salud, pero en la oficina
desconocían si había viajado a alguna
parte para buscar ayuda profesional.
Con esa
información, Cleofé Surquislla Lopinta se averiguó en todas las agencias y
comités para saber si ese día un tal
Alonso Panduro Concha había viajado al Cusco, pero no encontró ninguna
respuesta. Así que no le quedó más remedio que acudir a un amigo de PROVIAS
para saber si el día 14 de agosto, las cámaras de video de la garita de peaje
de esa ruta habían grabado a un automóvil, marca Toyota Yaris, color azulino,
de Placa de Rodaje GC–4132.
Una semana más
tarde le confirmaron que ese carro había pagado su peaje a las 6.24 de la tarde
de ese día y que incluso se grabó parte
de la cara de su conductor. Con esa información quedó totalmente convencida que
fueron esos dos malditos los que habían matado a su pobre hermana, y cuando
estaba a punto de denunciar al otro asesino, ahí nomás, como cosa de Dios o del
diablo, una bala perdida mató al Diosdado en la revuelta carcelera que por esos
días se había producido en el penal de "Kent–choro".
000ººº000
La señora
Cleofé no hizo nada más que esperar. Y esperó pacientemente a que la comedida
Graciela, le dijera que el señor Panduro había convocado a la esposa de
Diosdado Cumpa Ríos, para decirle que como su viuda tenía derecho a cobrar la
cesantía de su difunto esposo, además de las liquidaciones de sus pensiones
devengadas que ascendían casi a 500 mil.
Cuando por fin
la viuda se acercó a la oficina de personal con la Sucesión Intestada que la
declaraba como su única y universal heredera, dispuesta y alegre para cobrar
todos los derechos que como un milagro le otorgaba la ley al difunto que
pensaba cobrar hasta más allá de los cien años. Panduro le dijo que lo sentía
muchísimo porque el Estado Peruano no debería pagar ni un sólo céntimo, pues
los papeles que había presentado su esposo para llegar a ser pensionista eran
falsificados, especialmente los que correspondían a la ciudad de Puno, y que lo
único que podían hacer los dos para no entrar a la cárcel, era olvidarse de ese
asunto y denunciar este grave hecho ante el Ministerio Público, y punto.
Después
Panduro esperó casi un mes, hasta que se apareció la mujer para decirle que si
le permitía cobrar los 500 mil soles, a él le podría corresponder el 30%, y de
la pensión mensual le daría religiosamente el 10%. "Total, de este asunto
sólo sabemos usted y yo". A esa propuesta Panduro le respondió secamente:
"De las liquidaciones la mitad y de la pensión el 30% ", y así quedó
cerrado el trato.
Todo estaba
como sobre ruedas, hasta que a Panduro le llegó una extensa carta donde la
hermana de la occisa le recomendaba que le dijera a la "avivata"
viuda, que a ella le tocaba el 50% de todo lo que se iba a cobrar, incluso de
la pensión y adjuntaba a su misiva una certificación oficial de la oficina de
Puno, donde se hacía constar que don
Diosdado Cumpa Ríos, jamás
había trabajado en esa dependencia estatal. La carta terminaba
señalando: "Y no creas que el crimen de mi hermana va a quedarse archivado
provisionalmente por toda una eternidad. Tengo la grabación de la garita de
peaje de PROVIAS donde apareces tú, el Diosdado y el cuerpo muerto de mi
hermanita Gloria. Si te atreves a tocarme siquiera aun solo pelo, te mueres
maldito, porque no solo tú puedes matar por el cochino dinero".
Más adelante
el jefe de personal le hizo llegar una carta a ella y a la viuda, con la copia de un oficio dirigido al Jefe de
la Oficina, adjuntando la copia de la certificación que le había enviado la
hermana de la occisa, recomendando se curse una comunicación a esa oficina de
Puno para saber si la certificación era verdadera, y de ser cierto que el
difunto Diosdado Cumpa Ríos, jamás había trabajado en esa dependencia, se
paralicen todos los trámites correspondientes a la pensión y al pago de sus dos
liquidaciones y se devuelva el dinero al Tesoro Público.
Tras esa
desesperada amenaza, las negociaciones a tres bandas se intensificaron, hasta
llegar al siguiente acuerdo: 1.- El dinero de las liquidaciones se repartirían
en tres partes iguales. 2.- La pensión se repartiría así: 40% para la viuda del
ex pensionista; 30% para Cleofé Surquislla Lopinta que sería destinado para la
educación del hijo de la difunta; y, 30% para el señor Alonso Panduro Concha.
Ahora
solamente les quedaba a Gloria Surquislla Lopinta y Alonso Panduro Ríos,
guardarse las espaldas para que a lo largo del cumplimiento de ese acuerdo, no
se les ocurra morirse de un momento a otro.
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