DEL ANECDOTARIO ABANQUINO
(Narraciones de la Zona
de Emergencia)
─¿Qué podíamos
haber hecho señor Fiscal Supremo? Si los gringos venían con mucha plata y poco
tiempo. Además las monjitas del orfelinato, que son de casi todos los paises de
Europa, hacían sus contactos con los adoptantes allá por esas tierras, y
seguramente por eso los gringos venían casi a la fija y no querían saber nada
de que esto es así o aquello es asá. Qué podían saber ellos de procedimientos
de adopción, cuando ni siquiera sabían ni jota del castellano. ─Respondió el
Secretario del Juzgado de Menores de Atunrumi involucrado en la investigación
sobre trámites irregulares en la adopción de los niños del orfelinato de la
localidad.
"Atunruminos: la
suerte de los niños campesinos refugiados en el orfelinato, porque sus padres
han muerto por culpa de la miseria y la violencia subversiva que asola estas
tierras, puede cambiar dramáticamente por obra y gracia de un envidioso vocal
de la Corte de Justicia, que se dio maña para formular una descomedida y
calumniosa denuncia ante la Fiscalía de la Nación, sobre la supuesta existencia
en nuestra ciudad de una red de tráfico de niños con destino al extranjero. Lo
curioso es que las víctimas de ese presunto negociado, resultan sacándose la
lotería de la vida, porque de una muerte cierta o un doloroso destino, se van
al exterior y no a cualquier parte del
exterior, porque Bolivia, Chile o Ecuador, también es el extranjero, sino a
Europa: Francia, Holanda, España, Italia, Alemania, Suiza, Inglaterra,
Dinamarca. ¡Lo mejor del primer mundo! Solo los ignorantes e imbéciles que no
saben de qué modo se vive en esos países, los estúpidos de siempre, resultan
quejándose de la buena suerte de esos niños que ni siquiera les pertenecen. Es
por envidia, y porque así es la verdadera envidia. En mi opinión de comunicador
social limpio y objetivo debo decirles: ¡Qué importa que se hayan violado
algunas leyes y procedimientos
injustos, si es que con estas
misericordiosas acciones, se han salvado las tiernas vidas de nuestros niños
comuneros! ¡Qué importa que no se haya hecho esto o no se haya hecho aquello!
No por esos insignificantes papeluchos
esas pobres criaturas, no deben tener la oportunidad de cambiar su suerte. ¿Hay
que esperar que se mueran de hambre en las calles o en las puertas de nuestras
casas? Entonces pues, a última hora, qué importa que los adoptantes hayan
abonado unos cuántos dolarillos a los notarios, jueces, fiscales y escribanos,
cuando todos sabemos que solo la muerte
es gratis en estas tierras. Por último qué interesa que hayan obsequiado cinco
mil dólares por cada niño al orfelinato, para que ese centro de bondad y amor
pueda seguir acogiendo a los muertecitos de hambre que esta guerra sucia ha
expulsado de sus pueblos, para que con la gracia de Dios y de bondadosos
cristianos puedan acceder a un futuro diferente….....".
Eran
dos. Los dos de Toroccocha y no sólo eso, sino que además eran primos. Uno era
el hijo menor de don Fermín Orcco
Castillo que murió en la incursión del 14 de enero, quedando desamparada la
madre con cuatro hijos más, y del otro ya no se tiene memoria de cómo se
apareció en Atunrumi, porque sus padres aun figuran en la lista de los
desaparecidos. Solo se sabe que los dos llegaron al hospital presas de las
fiebres del sarampión y se quedaron internados por casi dos meses debido a la
gravedad de su mal. Más tarde, ya recuperados y porque nadie los reclamaba
pasaron al orfelinato. Al cabo de seis meses se presentaron los familiares del Ambrosio y el Casiano, que así
se llamaron por algún tiempo, no para rescatarlos, sino para entregarlos en
cuerpo y alma a ese paraíso de ladrillos con agua potable, luz eléctrica, cama,
ropa, comida, escuela, jardines y juegos infantiles.
"¡Ni locos para sacarlos de allí!", les
había aconsejado doña Alberta, la madrina urbana de toda la familia. Al décimo
mes de su nueva vida y novedosos zapatos, llegaron los "B" y los
"H", dos familias alemanas que durante más de un mes debieron hacer
visitas al orfelinato, al juzgado, a la fiscalía, a la Notaría y también a
Toroccocha. En primer lugar prometieron ser buenos padres y recordarles a los
niños el origen de sus vidas. Con la alegría que obsequian las esperanzas y con
las tristezas que dejan las despedidas. El Ambrosio y el Casiano partieron como
Karl "B" y Martin "H", allá lejos…...al olvido.
─¡Oiga señor
Secretario, no sea usted tan descarado o es que acaso no conoce la magnitud del
lío en el que está usted metido! Todavía no se ha dado cuenta que debo informar
a la señora Fiscal de la Nación: quiénes, en qué procesos y a cuánto ascienden
las coimas materia de los delitos continuados
que por función, cargo y competencia investigo! Debo recordarle que es
su obligación darme exacta razón sobre lo que le pregunto y no estar andándose
por las ramas, ¿o es que desea que todo el peso de la ley recaiga única y
exclusivamente sobre su persona? ─Le preguntó con indignación el Fiscal
Supremo, haciéndole saber por el tono de su voz, que no estaba dispuesto a
recibir las respuestas evasivas de un badulaque leguleyo de provincias.
─Si señor ─contestó
el interrogado, haciéndole conocer, también por el tono de su voz, que además
de asustado y humillado estaba dispuesto a simplificarle cualquier esfuerzo. ─El
doctor Antúnez y el Fiscal Mujica cobraban mil dólares por cada demanda que
resolvían a favor de los interesados y los notarios de la ciudad cobraban a
razón de quinientos dólares por cada paquete de documentos falsos que
legalizaban......... ─Su voz, sus palabras, sus recuerdos y sus rencores fueron
envolviendo en la investigación a vivos y muertos, a justos y pecadores. ─Yo
nunca supe señor Fiscal Supremo que esos niños eran llevados al extranjero para
sacarles sus tripitas, sus hígados, sus riñones y sus corazoncitos, para que
esos gringos cochinos pudieran vivir más.
─Esos son
comentarios sensacionalistas de la prensa amarilla. ¡Limítese a los términos de
la investigación! ─Ordenó el instructor.
─Después con el
doctor Vaca Llanos fueron casi 587 expedientes. En esos casos no recibíamos ni
siquiera una propina, porque todo era para él solito. "Estos ccoritos son el único producto de
exportación no tradicional que tenemos en Atunrumi" decía frotándose las
manos.
Y
siguió inculpando con su envilecida lengua de tinterillo. ─Usted sabe señor
Fiscal Supremo que aquí en la Sierra apenas conocemos la primaria, el resto ha
sido gracias a nuestros esfuerzos: la mecanografía, la ortografía, la
caligrafía, la organización y cocido de los expedientes. Usted conoce más que
todos nosotros.
─Todavía conozco
muy poco y usted va a enseñarme todo lo demás. ¡Prosiga!
"....Si fuéramos
realistas, haríamos leyes realistas y sólo así sería posible la justicia. Pero
lo cierto es que el Perú crece a razón de un millón de personas por año, sin
contar con los que mueren sin nacer o sin registrarse. También es cierto que el
Ministro de Salud se siente inmensamente feliz cuando las campañas de
vacunación han alcanzado al 90% de la población infantil, pero no le interesa
que esos niños rescatados de la difteria, la tos convulsiva, el tétanos, el
sarampión, la poliomielitis y otros males que se pueden prevenir, terminen
muriéndose de hambre. A la justicia no le interesa un comino que esos
desamparados puedan acceder a un hogar digno. Sin embargo a pesar del estado
calamitoso en que se encuentra el país, se van a los grandes foros
internacionales con cara de "Dejad que los niños vengan a mí" a
firmar todos los convenios y tratados que supuestamente protegen a los menores.
Y ahora con base a esos fracasos muy bonitamente escritos en tratados internacionales, en
códigos y otras leyes están tratando de ajusticiar a los magistrados que alguna vez, inconscientemente, y solo en
su afán de ganarse un puñado de dólares, se
hicieron de la “vista gorda” con la ley, para proteger siquiera por
única vez y quizá sin saberlo a esos inocentes huerfanitos. ¡Seamos realistas!,
si nos sobra gente que no podemos mantener y en otros lugares quieren
acogerlos, simplemente hay que regalarla, sin mediar tanta tinterilla, leguleya
y envilecida burocracia judicial. Hay que ofrecerlos generosamente sin
hipócritas penas, pues el dolor que causa la muerte de esas pobres criaturas es
más criminal, porque no admite esperanzas.....".
El olvido borra los recuerdos, pero sin embargo hay
recuerdos que entre las nieblas que arroja el tiempo se niegan al extravío. La
verdad era que desde siempre, esos dos alemanes andinos tenían la sensación de
no ser del lugar donde ahora se encontraban, sino de otro sitio, pues de varios
modos supieron que les sobraba color en la piel, los ojos y los cabellos, y que
tenían todas las del inga, pero nada de la gringa. Las muestras de cariño y
hasta de excitación que recibieron sus exóticas cabecitas de nada sirvieron,
cuando al llegar a los ocho años preguntaron a sus padres, por qué no se
parecían a ellos y ellos mismos a los demás, les contestaron: "Porque eres
distinto hijo, mejor que los demás". Más adelante cuando despertaron a la
pubertad les dieron la secreta noticia que ya bastante conocían, y era que
habían nacido en otro lugar y de otros padres. En un pueblo de los andes allá
por Sudamérica, y que ambos no sólo eran primos por adopción, sino de sangre.
─¿Entonces por
lo que usted me refiere, debo entender que de esta provincia han salido más de
2850 niños al extranjero y todo con el pleno conocimiento y consentimiento de
los jueces y fiscales ricamente estimulados? ─Preguntó el alto funcionario
visitante, mostrando la mueca del que tropieza con un buen negocio, que con los
gestos de indignación del que se sorprende al descubrir un grave delito.
─Más o menos
señor ─respondió el preguntado. ─Pero señor Fiscal Supremo yo nada tengo que
ver con esos tejemanejes. Si alguien tiene que pagar, que paguen los verdaderos
culpables pues, pero no los pobres auxiliares de justicia.
─¿Usted, quiere
seguir siendo un auxiliar de la justicia? ─Y como fue respondido con un sí de
cabeza, continuó interrogando. ─¿Quiénes son los "peces gordos"?
¡Dígamelo por tallas! ─Puntualizó con la suficiente arrogancia y autoridad para
que la respuesta, aunque locuaz sea sustanciosa.
"....Tratar de
rascarse donde no hay sarna, qué estúpidos somos los cholos, con razón somos
descendientes de los españoles. De esa asquerosa raza de ignorantes y rateros,
y por eso nos interesa más el tinterillaje, la leguleyada y el pleito. Como nos
interesa sólo eso, ahora estamos tratando de hacer pedazos los derechos humanos
de algunos niños que para salvar sus vidas tuvieron que viajar al
extranjero, y de paso educarse para ser
profesionales y continuar con el desarrollo de la humanidad. ¡Bestias!, es que
la estupidez puede ser la única insignia de nuestras mentes. No se dan cuenta
que de no ir esos niños a los lugares donde los llevan, lo único que pueden
esperar esas criaturas es morirse de hambre o convertirse en víctimas inocentes
de esta guerra sucia. Pero si por azares del destino tienen la suerte de sobrevivir,
lo máximo que podrían esperar es acabar siendo unos miserables chacareros o
pastores en su comunidad, pero si llegan a las ciudades, lo más seguro es que
muchos de ellos terminen siendo peligrosos delincuentes y hasta asesinos. Ni
los políticos, ni sus partidos podrán mejorar esta podredumbre, porque lo único
que saben es limpiarse el trasero con las leyes que con tanto afán abortan.
Leyes para todo y para todos. Sobre todo leyes para mandar al diablo lo que
puede estar bien o que mejora por su cuenta. Estos inútiles piensan que con los
podridos frutos de sus ociosas vidas, algún día un niño comunero podrá viajar
al espacio exterior, solo para demostrar que los corazones andinos son más
fuertes que de los hombres de otras latitudes. ¡Váyanse al carajo, demagogos
infelices!.....".
A la edad en que ya no se pregunta, ni se cree en las
respuestas evasivas, ni mucho menos en las charlas y consejos. Secuestrando
casi todo el tiempo a sus diversiones, los primos se reunían para documentarse
sobre los increíbles paisajes, historias y vida de la República del Perú. Que a
pesar de ser un país subdesarrollado y de tercer mundo, con una crisis
económica desastrosa, terrorismo, cólera y sin porvenir, era el país de los
Incas, de aquella raza fuerte que forjó una de las civilizaciones más grandes
del mundo. Estirpe poderosa que dominó la piedra, la arquitectura y la
agricultura, que hicieron su morada en la cresta de los andes, al borde del
infinito. Del Koricancha, Saccsayhuamán, Machupicchu, Pisac y Ollantaytambo, la
imaginación se les fue a las alienígenas líneas de Nazca, al reino del Chimur,
los tesoros del señor de Sipán, la Jerusalén de Chavín, los baños y jardines de
Cajamarca, el fabuloso camino inca, el Huascarán, las playas del sur y del
norte, sin dejar de interesarse por el
fabuloso bosque lluvioso por donde transita el Amazonas, el río más largo y caudaloso del mundo y
donde aún está perdido el mítico y dorado
Paititi, en fin todos los sueños que puede ofrecer un milenario país
tropical.
Los
primos fueron madurando proyectos. Sumaron a sus lecturas de magazín y
folletería turística, un pequeño curso sobre montañismo y aprendieron a patear
el castellano que les ofreció un inmigrante valenciano que compartía sus vidas
en aquella comarca alemana. Fueron dóciles a las órdenes de sus padres y con
esta actitud pudieron reunir algunos dineros. Cuando acabaron sus estudios
secundarios manifestaron abiertamente su vivo deseo de conocer su ayllu, su
panaca y su tótem.
Como a nadie se le puede negar el derecho a vivir en
paz con su conciencia, se habló y planificó un económico viaje al estilo de
aventura europea: cheques de viajero, algunos dólares en duro, mochila, carpa,
bolsa de dormir y ropa para estaciones cálido/frio. "Hombres tienen el
signo de dos mundos, alas y buen viento", les habían dicho en aquel
congelado aeropuerto. No quisieron interrumpir su anhelada travesía, pues no
deseaban fomentar la rebelión que ofrece la discusión de tan delicado asunto, y
que algún día les arrojen en la cara las terribles preguntas que pueden
resumirlo todo: "¿Por cuánto me has comprado?" o "¿Quién fue el
que te regaló mi vida?". No, no había la más mínima razón para oponerse.
Total, no fueron razones las que trajeron a esos chicos a Europa, sino amor y
otros buenos sentimientos. Si con ellos vinieron, con ellos debían ser
despedidos.
─Por último
señor secretario, deseo que usted en forma personal y directa notifique a los
involucrados en este crimen. ─Le ordenó al tiempo que le alcanzaba un pedazo de
papel escrito.
─Si señor Fiscal
Supremo, se hará lo que usted ordene, pero quiero hacerle una pequeña
preguntita, si no le molesta. ─Suplicó el empleado con los gestos del que hace
constar que inmediatamente después cesarían sus impertinencias.
─¡Pregunte usted
y acabe de una vez! ─Ordenó seriamente.
─Señor, mi
abuelo vivió 113 años, mi padre tiene casi cien años y se mueve alegremente por
las chicherías del pueblo. ¿Será por esto que los gringos prefieren nuestros
órganos para sus trasplantes?, por lo menos eso cuentan los paisanos que les
dicen los "cholos sin fronteras", porque se van a las europas a
limpiarle el poto a unos viejitos que no tienen fuerzas, pero si una buena
jubilación.
─No sé si
contestarle o reírme, pero mejor me callo. Vea usted eso por su cuenta. Aprenda
la realidad, es su deber sobretodo en estos momentos. ─Sonrió y se fue
haciéndole los gestos que se les hacen a los tontos.
─¡Somos pobres
pero fuertes todavía! ─Le hizo escuchar a ese funcionario de alta jerarquía que
saber esa verdad no quería.
Por allí vinieron. Llegaron a Bogotá directamente a la
casa recomendada. De acuerdo con el cronograma programado por el Centro de
Lengua y Comunicación Colombiano (CELCO).
Al tercer día se dieron íntegramente al aprendizaje del español. Para su sazón
en la lengua de Cervantes requerían de tres intensivos meses de estudios al
cabo de los cuales, según les prometieron, llegarían a dominar un castellano de
sobrio nivel y capaz de comunicarlos con cualquier habitante de este vasto
continente latinoamericano. "Desde Nueva York hasta la Patagonia" les
aseguraron. Tan pronto como terminaran, partirían a Lima. De Lima en avión al
Cusco, de esa ciudad por vía terrestre a la ruta del valle de Atunrumi. De ese
poblado enrumbarían hacia Toroccocha por el camino de acceso que empezaba a la
altura del kilómetro 55 de la carretera Atunrumi-Puquio-Nazca. Esa tierra era
el origen de sus pieles y sus pelos, de una parte de sus seres y de alguna de
las palabras que desde hace años mantienen en la punta de sus lenguas.
─No tengo que
darles detalles sobre los motivos de mi permanencia en esta Zona de Emergencia.
Usted es un abogado a quien se le ha encomendado la sagrada potestad de
administrar la justicia que emana del pueblo. ─Cuando percibió el asentimiento
del juez, prosiguió. ─He recibido la más incondicional confianza de la señora
Fiscal de la Nación, para llevar la presente investigación hasta sus últimas
consecuencias. Dijo esto, como si estuviera en el mismísimo pellejo de tan alta
autoridad. ─Quiero su absoluta cooperación si es sincera, de otro modo me veré
obligado a remitirme a las denuncias y a mis investigaciones que felizmente se
encuentran bastante avanzadas. ─La gran suficiencia con que le requirió su
cooperación, no admitía objeción alguna.
─¿Cuánto
considera que han sido sus ganancias en moneda extranjera por la comisión de
los delitos de secuestro de menores, trata de personas y prevaricato? ─Lanzó
ese rayo del modo más cruel posible.
─No he ganado ni
un solo céntimo señor Fiscal Supremo. ─Le respondió con tanto odio que estuvo a
punto de perder la cabeza y estallar. ─Lo que he ganado con este maldito
encargo de administrar justicia en estos parajes sin Dios y sin orden, es que
más de cincuenta subversivos hayan prometido matarme. Así que con tamaña espada
de Damocles sobre mi cabeza, usted más no podrá intimidarme con eso de ser
representante de la Fiscal de la Nación. También he ganado la soledad, al verme
obligado a tener que mantener a mi familia en algún lugar ajeno a este
infierno.
─Bueno, su
espectacular respuesta me tiene sin cuidado. Su negativa no afecta en absoluto
la solidez de las pruebas que he recaudado. Pero por lo menos podrá decirme,
¿por qué los expedientes sobre adopción de menores por ciudadanos extranjeros,
no contienen los requisitos y no se ajustan a los procedimientos legales de la
materia? ─Esta pregunta la hizo con tono de burlona súplica.
─De esto último
si respondo, pero solo por aquellos expedientes donde he participado en forma
significativa que no deben pasar de seis, considerando la cantidad de
expedientes que ya han sido revisados. ─Respondió con el empacho de quien tiene
la suerte echada.
─¡Yo sabré de
que tiene usted que responder! ─Advirtió el Fiscal instructor y culminó. ─Finalmente,
deseo conocer, ¿por qué razón ustedes los jueces de estos pueblos en sus
resoluciones, introducen términos tan extraños como A-quo, Cognocitor, Actore non probante, reus absolvitur, ab uno disce omnes, ad litem, audi alteram
partem, dura lex, sed lex, etc., acaso saben hablar latín? ─Preguntó el
visitante aparentando sufrir las sensaciones de angustia que ataca a los
ignorantes.
─No señor Fiscal
Supremo, utilizamos estos términos porque es de suma importancia para los
hombres de derecho y para los fines de la buena presentación de las sentencias.
─Contestó con la certeza de que estaba respetando una tradición jurídica digna
de emularse.
─Así que, no
solamente venden, sino que saben presentar con buena envoltura su mercancía, en
otras palabras: ¡Calidad total! ─Y lo despidió con una mueca de asco y
desprecio.
Llegados al valle de Atunrumi, los extranjeros de esta
parte del Perú causaron gran asombro y muchos comentarios, no sólo por mostrar
pasaportes alemanes en los puestos de la policía de carreteras, sino por el
verdadero acento foráneo de su hablar, la tersura de su piel y los finos
modales contenidos en aquellas facciones andinas. Valgan verdades, caían bien y
además de admirados eran gentilmente tratados. No eran extranjeros, aquí jamás
podrían serlo. A pesar de tener el aire flemático de los nórdicos, estos eran
de aquí, de estas sierras y de estos andes, así que estaba muy lejos de ellos
la actitud indiferente y hasta hostil que se mantiene a los verdaderos
extraños. En cambio estos eran como la papa y el maíz, frutos de estas tierras,
y por eso todos se comedían a hablarles, contarles, hacerles hablar y pedir que
les cuenten sus vidas como si se tratará de cualquier paisano. Grandiosa
resultaba la vuelta a casa de estos otrora niños comuneros.
Como su presencia superaba grandemente los estrechos
límites de los sentimientos atunruminos, fueron tomados como los próceres de
algún buen signo que se asoma cuando los siglos cambian. Así que todos se
comidieron a brindarles las mejores atenciones en el viejo ómnibus que cubría la
ruta de Cusco a Atunrumi. Una señora les dio a probar turrón de doña Pepa;
otros viajeros les recomendaban los buenos chicharrones del pueblo, otros la
buena chicha con cañazo de bajamar. Algún bromista, los sabrosos e
incomparables rocotos rellenos y finalmente uno, los sabrosos tallarines hechos
en casa con gallina y japchi de chuño. Nadie les dijo donde debían hospedarse,
porque todos dieron por descontado que lo harían en el Hotel de Turistas.
─En efecto señor
Fiscal Supremo, vengo atendiendo completamente solo el indicado Juzgado, que en
realidad son como tener cuatro, haciéndome cargo en no pocas oportunidades del
Juzgado Penal, de reemplazar a los vocales licenciados o de vacaciones y en muy
escasas oportunidades, solo para efectos de mera tramitación, los asuntos de
los Juzgados de Ejecución Penal y de Menores. ─Contestó con la convicción de
quien se merece una felicitación.
─No he venido
hasta esta provincia para averiguar cuán útil es usted al Poder Judicial, sino
para investigar las serias irregularidades dentro de los procesos de adopción
de menores por ciudadanos extranjeros. En sus respuestas a mis preguntas quiero
puntualidad.
─Lo haré señor
Fiscal Supremo, tenga por descontado que lo haré. ─Prometió con resignada
humillación.
─¿Por qué en más
de 1,400 expedientes revisados no se han cumplido con los requisitos y
procedimientos de ley? ─Preguntó amablemente.
─Señor Fiscal
Supremo, se hizo así porque contaban con el dictamen favorable del Fiscal
Provincial. ─Cualquier respuesta tenía ese bendito sello.
─¿Señor Juez,
qué cree usted que debo pensar, si de las manifestaciones de la administradora
del orfelinato, me he enterado que usted ganaba a razón de 1,500 dólares por
cada caso que resolvía? ─Preguntó con la malicia de un incrédulo.
─Señor Fiscal
Supremo, yo creo que usted es un funcionario de la más alta jerarquía y que por
eso mismo se encuentra más allá de las intrigas provincianas, que casi siempre
son fruto de las envidias que trajinan por las mentes de las personas de escaso
bagaje cultural. Personalmente estoy convencido que desde su alto criterio y
profesionalidad, desechará estos infundios.
─De desecharlos
los desecharía, pero no puedo, porque la Interpol ha preguntado a unos cuantos
adoptantes allá por Italia y todos han declarado ante los Consulados del Perú,
que tanto usted como los representantes del Ministerio Público les han cobrado
la suma que indico y lastimosamente todo eso consta en documentos oficiales que
como usted conoce tienen la calidad de prueba plena. ¿Cómo cree usted que puedo
desecharlos? ─Los gestos de burla llenaban sus ojos, la comisura de sus labios
y hasta su nariz y orejas.
─Me quita
argumentos señor, pero déjeme explicarle. ─Y comenzó a exponer una serie de
argumentos que iban desde la extrema pobreza hasta confesarse simpatizante de
los movimientos políticos alzados en armas con el objeto de intimidarlo. ─Señor
Fiscal Supremo, la vida en estas provincias no es fácil. ─Concluyó.
"¿Toroccocha? ¡Sabe Dios donde quedará ese
paraje!", les dijo el administrador del hotel, prometiéndoles comunicarse
con el capitán comisario para tener más datos. Al cabo de un tiempo les
informó: "Deben tomar un camión de pasajeros en las afueras de la ciudad y
apearse a la altura del kilómetro 53 de la carretera hacia Puquio, cruzar el río
por un puente oroya y seguir la senda que allí empieza hasta el pueblo. Mañana
les acompañará el conserje del hotel para indicarles qué camión deben
abordar". Luego de despedirse, pensó: "Huevonazos. Venir desde
Alemania para subir hasta ese pueblo, de seguro lleno de terrucos y tan cojudo
como éste. Total estos patitas tienen cara de indios".
Los
muchachos hicieron el viaje montados en un destartalado camión, mesclados y
sacudidos junto a cubas repletas de alcohol, pollos BB de doble pechuga, un gato
sucio, galoneras de kerosene y aguardiente, bateas de plástico, bolsas de pan y
los innumerables bultos de las más de cuarenta personas harapientas y
malolientes que los acompañaba.
En éstas travesías no falta algún quebradeño criollo,
que para olvidar el polvo y el viento que azota a los viajeros, se pone a
bromear a las mozas o a conversar con los extraños. No sabiendo si decir mister
o hermanos a esos raros extranjeros, les dio los buenos días y les preguntó por
su destino, los muchachos respondieron con detalle a esa gentil pregunta,
recibiendo a cambio mayor información sobre Toroccocha. Que era un pueblo de
altura, ni frio ni caliente, bien pobre, escaso de tierras y agua; que en
tiempos de los españoles tenía minas de oro y plata; que había una iglesia
colonial y una gran fiesta el 12 de agosto. "Buenas gentes los paisanos de
ese lugar, pero muy pobres también". Les decía esto entre los muchos
sucesos de sus aventuras por esos sitios. La charla hubiera continuado
indefinidamente sino fuera porque el narrador que se encontraba a la mitad de
una interesante historia sobre guerra
sucia, destrucción y muerte, silbó aguda y prolongadamente hasta lograr que el
camión se detuviera. "Aquí es su paradero compadres, pasando esa oroya
toman el camino de la derecha hasta llegar a Toroccocha, ¡Saluden a don
Aquilino de parte del ccorilazo!", concluyó riéndose de buena gana.
Siempre subiendo por la ruta indicada, paso a paso
conocieron un paisaje insólito, agresivo, estéril, grande, fantástico, de
gigantescos cerros azules, de árboles y arbustos extraños, de rara maleza,
tierra y roquedales con senderos rasgados al borde de barrancos y precipicios.
Cuando pensaban que al final de aquel cerro podrían descubrir el paisaje de la
comunidad, se les presentaba una profunda quebrada que debían salvar sobre
escalones de resbaladizas piedras y cruzar un riachuelo del grosor de una
lágrima, para nuevamente volver a subir.
Seis o siete veces hicieron el mismo esfuerzo, sobre
sitios cada vez más altos y más fríos. Cuando sintieron que esos esfuerzos se
repetirían una vez más, hacia la quinta hora, toparon con los muros de un alto
andén que sostenía un campo de fútbol al
borde de un barranco. Más allá, más o menos cuarenta casuchas de barro con
techos de paja que se arremolinaban en torno a un cuadrilátero de treinta
metros de lado que en uno de sus ángulos mostraba una antigua iglesia casi
derruida con fachada de columnas, dinteles y urnas de arcos lanceolados de
piedra, y al costado derecho de su destartalada puerta, una cruz de madera
enchalinada en sucias túnicas de blanco tocuyo y adornos de metal en cada una
de sus extremidades.
A pesar que toda la aldea se percató de su llegada,
sólo cuatro niños descalzos con la ropa improvisada de los harapos de lo que
alguna vez fuera ropa de adultos, se acercaron para conversarles con aquel
lenguaje extraño que los visitantes alguna vez conocieron, pero que olvidaron
para siempre. "Este es el lenguaje de los incas" pensaron. Sus
caritas sucias de barro y de mocos, alumbradas por unos ojos vivarachos e
inocentes conmovieron a los viajeros. Karl saco de uno de los bolsillos de su
mochila un puñado de caramelos para regalarles a los rapazuelos. Todos
recibieron ese aguinaldo con esta pregunta: "¿Conoces a Fermín Orcco
Castillo?", la única respuesta de los niños era saltar sobre el caramelo y
salir corriendo radiantes de alegría.
Casi al final de ese reparto, cruzó la explanada un
mocito de unos diez años de edad, bien resuelto no solo a obtener el obsequio,
sino a lograr algo más. "¡Hola!", dijo y "¡Hola!" le
respondieron. "¿Ustedes son de Lima? Yo soy de Lima, pero hace un año que
vivo aquí, porque mi padrastro se fue al penal de Lurigancho por ratero y
tuvieron que traerme, porque no querían recibirme en la casa de los petisos". "¿Conoces a Fermín
Orcco Castillo?". "No, pero los Orccos, viven en esa casa",
contestó señalando una muy pobre casucha de barro con techo de paja.
'"Ahora vive su cuñada, la esposa de Segundino Poma. Los Orccos se
largaron a la costa, dicen que porque fueron autoridades aquí, sus vidas no
valen nada". Al oír el nombre de Segundino Poma, Martin se estremeció.
Aquel podría ser su padre y aquella mujer, "la cuñada", su madre
biológica.
─¡Señor Fiscal
Supremo, el juez Baca ya está llegando con sus maletas y yo aquí estoy tapando
las botellas de cañazo y el hidromiel que le ofrecimos con mis compañeros
de trabajo! ─Le aseguró casi gritando el
secretario.
─¡Deje eso en
algún lugar y déjame sólo con los señores jueces ─ordenó visiblemente
indignado. El auxiliar de la justicia se retiró haciendo venias de perdón, de
agradecimiento y de humillación.
─!Señores! ─dijo
el viajero. ─Que hayamos zanjado nuestras diferencias no les da derecho a
seguir haciendo los cobros ilegales que he detectado y que ustedes han aceptado
haberlos hecho. ¡Adiós! ─El juez, el fiscal y el Notario Público fiscalizados, expresaron su adiós de mala gana y con los bolsillos vacíos.
".....Como
ustedes habrán podido notar, he sido muy fuerte en mis palabras y quizá hasta
grosero, es decir lo suficientemente
grueso como para entrar en los oídos de la señora Fiscal de la Nación, que de
la noche a la mañana mandó a uno de sus adjuntos, dizque para investigar a
nuestros rectos y probos jueces y fiscales sólo porque una oveja negra, un
quintacolumnista envidioso se atrevió a suponer que nuestras caritativas madres
religiosas estaban involucradas en un supuesto tráfico de niños, que de delito
no tiene nada, pero si mucho de compasión, conmiseración y caridad cristianas.
¿Pero qué resultó de esa impecable y minuciosa investigación?: ¡Nada! Lo que
más nos emociona es que el Fiscal Supremo se fue sorprendido de la calidad de
nuestros jueces y fiscales a quienes extendió su felicitación a nombre del
Presidente de la Corte Suprema de Justicia de la República, la Fiscal de la
Nación y del propio Presidente del Perú a quien conoce personalmente por
razones sociales y de función. Ya con el corazón quieto y la mente despejada se
despide de ustedes amables radioescuchas, Lamberto Sonaja Mosjo su periodista
amigo para volver a encontrarnos mañana a la misma hora y en el mismo punto del
dial de esta su emisora amiga: Radio Sintonía, su mejor compañía. ¡Hasta
entonces!"
Un antiguo cerco de piedras coronado por una hilera de
tunales y otras malezas punzantes y arañantes, se interrumpía en una abertura
de aproximadamente un metro de ancho, donde a manera de una puerta se había
instalado una vieja calamina mal clavada a un marco de palos que giraba gracias
a unos improvisados goznes de alambrón. Allí se acercaron los visitantes
conducidos por el limaquito, que bien hubiera cruzado aquella portezuela, sino
fuera por el ladrido pertinaz y dispuesto al ataque de un chusco, petiso,
lanudo, flaco y pulgoso perro. A la señal de ese animal acudió la sombra
encarnada de una mujer sin rostro, sin mirada, sin tiempo y sin apuro de vivir
o de morir. Al ver a los extraños se
limpió las legañas y los mocos con la manga de lo que pudiera haber sido una
chompa. Se acercó temblando pero dispuesta a defenderse y salvar su pellejo del
inminente ataque de aquellos extraños: ¿soldados o compañeros?
El limeño le puso al corriente de las intenciones de
los extranjeros, de su deseo de conocerle y preguntarle por su salud y los
otros detalles de la familia, a lo que respondió con un ahogado grito de
agonía. Solamente gracias a la entereza del presentador la mujer fue recobrando
el equilibrio de su cuerpo y súbitamente se llenó de una emoción hostil cuando
escuchó: "Son visitantes que han venido desde Alemania".
¡Alemania!, alguna parte de su alma y de
sus días tenían que ver con ese lugar. El pasado le recorrió por la mente como
una taruca que perseguida a balazos trepa colinas escarpadas, se avienta a los
barrancos profundos, atraviesa muros de cactus... como ese animal que se mata
por la vida.
Lo de los niños y Alemania había sido una ¿buena
jugada o una mala pasada? ya no recordaba. Solo sabía que aquel lejano día
tomaron “una decisión de valor” moralmente justificada por las madrecitas del
orfelinato y que en su momento tuvo sus penas y remordimientos, pero también
sus consuelos al ver cómo se fueron muriendo, como hasta ahora, los otros niños
de aquel poblado comunal. Pero eso de que se aparecieran preguntando por sus
antepasados y por ella misma, no le pareció agradable, ni oportuno, ni nada de
nada. "¿A que habrán venido?" "¿Qué querrán?" "Seguro
que los gringos que se los llevaron se habrán cansado de ellos y nos los están
devolviendo con una carta, sin saber que el único que leía las cartas en
Toroccocha era el maestro de la escuela que ahora está preso, dicen que por
colaborar con los compañeros". "Solo a morir pueden haber venido
porque en estos lugares o bien te reclutan o te aniquilan los de este bando o
te desaparecen los del otro bando".
Los pensamientos de la mujer giraban como un remolino
por toda su mente hasta hacerla contorsionar en extraños gestos y muecas de
confusión y desasosiego. ¿Por qué a pesar de ser gigantes y bien fornidos no
han podido conseguirse un trabajo en el sitio donde los criaron? ¿Porqué tenían
que venir a ese pueblo miserable donde ni siquiera ella tenía para comer?
"Seguramente confiándose en los dos topos de esta pobre chacra que a duras
penas y una vez al año hacemos producir unas cuantas cargas de maíz”.
En ese clima de absoluta sequía
afectiva, de preguntas con respuestas monosilábicas y evasivas. En esa
profusión de la nada, los alemanes andinos comenzaron a extrañar su lejano
hogar. Después se miraron sorprendidos y con los ojos se preguntaron que si
huyendo velozmente de esa pesadilla podrían llegar a tiempo a la carretera,
para tomar ese camión que viniendo de retorno podría alojarlos en aquel viejo
hotel de turistas.
El cruce de esa
mirada fue lo único inteligente que sucedió en Toroccocha desde que salió el
último que se fue a otras tierras. Esa chispa sutil les convenció que desde
allí podrían partir a conocer las maravillas de ese pais milenario y después
retornar a su querida comarca alemana y abrazar amorosamente a quienes habían
decidido ofrecerles un mejor destino.
Corrieron de ese lugar, como corrieron sus antepasados
desde hace casi quinientos años, y por eso no pudieron escuchar, ese
despedazado llanto que se raspaba contra las ásperas paredes de aquellas
montañas, que a desgarradores gritos suplicaba: ¡¡¡Ambrosio, Casiano no se
vayan, llévenme!!!