domingo, 18 de abril de 2021

EL APUMAYO - DE: "CUENTOS PARA CCOROS" - 15

 

–Niños, voy a narrarles una historia que me contaba mi abuelo cuando yo era un ccoro[1].  –Dijo mi abuelo.

–Él nos contaba que en el plenilunio del solsticio de invierno, los niños de la comunidad se sentaban en torno a una hoguera para escuchar las historias que aún se conservaban en la memoria de don Aurelio, el guardián de  la  milenaria  sabiduría de las gentes de esas comarcas. Recuerdo que esas narraciones volaban como vívidas imágenes a través del hilo conductor de sus palabras hasta un lugar asombrado de nuestras mentes.

–¡Yyyyyy! –Gritamos todos, suplicando para que continúe la historia de los abuelos de su pueblo.

–Mi abuelo recordaba que aquel anciano contaba que los hombres que hace miles de años llegaron a esta parte de la cordillera de los andes, vivieron bajo la protección y el calor de las cuevas y deambularon por todos estos valles, montañas y punas cazando, pescando y recogiendo los frutos de las estaciones y dejando pintados sus signos, animales y la forma de sus manos en las piedras de esas cavernas. Hasta que por orden de la vida que existe desde siempre, salieron del gran lago sagrado la estirpe de los Mancos, los padres espirituales de estos andes que les enseñaron a cultivar las semillas y a domesticar los animales para su sustento; a dominar, pulir y levantar las grandes piedras de sus templos y fortalezas; a construir una gigantesca red de caminos para unir a todos sus hijos; a encontrar el oro sagrado de sus templos en las rocas y las arenas; a descubrir el agua de los desiertos y hacerlos correr por bellos campos florecidos y a conocer los poderes alimenticios y curativos de las plantas. Ellos fueron los que les enseñaron a instalar la bondad y la compasión en sus corazones a través del ayni[2] y la minka[3]. Todo eso era bueno y limpio hasta que llegaron los españoles para aniquilar a más de diez millones de nuestros antepasados y a borrar de nuestras mentes las verdades de los hombres que hace miles de años poblaron estás tierras.

–¡Yyyyyy! –Volvimos a gritar.

–Cuando junto a nosotros reinaba en estas tierras el bondadoso Wiracocha[4] , el formador de la perfecta danza celestial de las estrellas y de todo lo que existe y está por existir para los mortales, con una majestad y amor tan grande que no necesitaba ser creído, loado y venerado para existir, porque habitaba en nuestros corazones para decirnos que sólo seremos buenos si todos somos felices. Él nos obsequió el bendito vientre de la Pachamama[5], la fuente de la vida de los hombres, los animales, los bosques, el agua y las cosechas. Ella, la fecundada por el Inti sol por medio de las lluvias que los ríos, lagos y mares hacen levantar hasta lo alto de los cielos donde vive junto a la Mamaquilla[6] , la del rostro de fría plata, que en su nocturno caminar nos señala los tiempos propicios para el cultivo de las plantas y la parida de los animales que nos alimentan y abrigan. Todas estas divinidades que conviven con nosotros desde el comienzo de nuestro entendimiento, nos enseñaron la felicidad de dar solo por dar y de recibir sin pedir, para que el hambre, el frio y el desamparo no acaben matándonos a todos.

–¿Abuelito y qué son los Apus[7]?  Preguntó el primo Amadeo.

–Son los espíritus que  viven en las grandes y blancas montañas que ruegan por nosotros ante el Dios Universal, para que en nuestras vidas nunca se detengan los días ni las noches, hasta que llegado el supremo momento en que a través de lo que llamamos nuestra muerte, tengamos que ser paridos a una nueva y superior vida en otros mundos. Y también para que la Pachamama con su inmensa bondad siga manteniendo la pureza en nuestros corazones y continúe la multiplicación de los frutos y los animales y así aumente para siempre las huellas de los hombres sobre estas montañas, los áridos desiertos y las profundas selvas.

–¿Abuelito y qué pasa cuando los hombres se mueren? –Preguntó el curioso Alberto.

–Los hombres no mueren, lo que se muere es su cuerpo. Si la vida de un hombre o una mujer ha sido bendecida gracias a las buenas acciones de su límpido corazón y por eso su "camac"[8]  que ha sido en esta vida justo y compasivo, se elevará a la cima de las montañas nevadas para despedirse de la Pachamama. Los únicos que de verdad se mueren son los que con su maldad o su indiferencia han matado a sus semejantes, entonces el viaje eterno ya no será para él, porque su camac desaparecerá como si nunca hubiera existido.

–¡Yyyyyyyy!!!!

–Después de velar por las lluvias, los sembríos, las cosechas y la salud de los animales que nos sirven y acompañan, esas almas al fin puras por el servicio a la vida que se mueve sobre la tierra, se van al mundo de los venerables, desde donde nos protegen dándonos salud y paz espiritual con el fin de lograr que los hombres sigamos siendo unidos y felices; respetando y bendiciendo a la madre tierra, solo porque somos lo que somos, sin pretender ser mejor o diferente a nuestros semejantes. Hasta que un día cuando llega su reemplazo que podemos ser nosotros mismos, les tocara viajar al Apumayo[9] que es un mundo millones de millones de veces más grande, más hermoso y más perfecto que este pequeño planeta donde hemos sufrido nuestra existencia de nacidos. Sólo allí se acaba para siempre la pesadilla de la vida para la muerte. –Contaba esto con tanta emoción que el cuerpo se nos estremecía y agregaba. –Recuerdo que mi abuelo nos contaba que después de cruzar ese río sagrado se pasa a otros y otros muchos mundos más grandes y magníficos en un viaje que no acaba nunca, porque las almas que han logrado ser bendecidas en este mundo son eternas.

–¿Abuelito y porque no hemos nacido en el Apumayo? –Preguntó con tristeza un inquieto oyente.

–En el Apumayo no se nace, al Apumayo se llega. Nuestro mundo en tiempos de nuestros padres los incas también era parte del Apumayo, pero lo hemos contaminado con el egoísmo y la envidia y con todos los otros adefesios más que hacemos para no ser nosotros mismos, para no ser el uno y el todo con la conciencia universal, porque nos hemos vuelto tan malvados hasta el extremo de atrevernos a destruir la Pachamama, sus animales y sus plantas. Y no solo eso, sino que hemos aprendido el bajo instinto de someter a nuestros hermanos para apropiarnos del fruto de sus esfuerzos y por esta perversidad creer que somos mejores, cuando en realidad nos estamos muriendo para siempre, porque en los retorcidos corazones de los que han vivido solo para acumular dinero y riquezas con el sufrimiento de sus semejantes, no nace la semilla de donde ha de brotar el espíritu que debe llegar hasta el Apumayo.

Después de aquella charla nos quedábamos pensando en que la tierra, las plantas, los animales, las estrellas, las almas y nosotros mismos, somos parte de un inmenso y maravilloso todo.

Mientras la fogata del abuelo se apagaba se encendían nuestras almas, porque en esa larga y fría noche contemplando el brillo celestial del Apumayo, cada uno de nosotros habíamos llegado a ese asombroso lugar que desde siempre existe en nuestros corazones.


[1] Niño.

[2] El ayni es un sistema de trabajo de reciprocidad familiar entre los miembros del ayllu, destinado a trabajos agrícolas y a las construcciones de casas.

[3] Tradición de trabajo comunitario o colectivo con fines de utilidad social voluntario.

[4] Antigua divinidad andina del cielo. “Dios creador”, venerado posteriormente como dios supremo dentro del Imperio incaico. Creador del mundo, del sol y de la luna. Se le atribuye también como el dador del “Camac” la fuerza primordial que mueve todas vidas y las cosas.

[5] Madre tierra.

[6] Madre luna.

[7] Deidades que habitan las cumbres de las montañas nevadas.

[8] Lo que los españoles llaman alma o espíritu en otras religiones, en el mundo andino es la fuerza primordial que mueve la vida de los hombres, los animales, las plantas y que además habita en todas las cosas inanimadas.

[9] Vía láctea. El río divino para el mundo andino.